Concept

Poblaciones autóctonas anteriores a la ocupación romana

Dentro del territorio que ocupa en la actualidad Euskal Herria así como otras zonas limítrofes existían en la etapa protohistórica según las fuentes clásicas una serie de pueblos o grupos humanos asentados en las diferentes áreas: várdulos, caristios, autrigones, vascones, berones y aquitanos se repartirían esta zona del sur del continente europeo.

Partiendo de una base de información de tipo arqueológico se pueden aportar abundantes datos relacionados con las formas de vida y costumbres de estas poblaciones, principalmente en lo que se refiere al primer milenio anterior a nuestra Era. Mucho más complejo, si no imposible, resulta establecer los límites territoriales de estos grupos colindantes entre sí partiendo del método arqueológico. Así mismo resulta complejo delimitar las diferencias existentes entre ellos dando en muchas ocasiones la sensación de que nos hallamos ante gentes con modos de vida muy parecidos entre sí, tal y como señala Estrabón al referirse a los pueblos que habitaban en el norte peninsular.

Los varios centenares de yacimientos descubiertos hasta la actualidad ofrecen una base de conocimiento muy fiable si bien los diferentes procesos de investigación desarrollados en las distintas zonas hacen que las informaciones sean más o menos amplias según los casos. Los territorios situados al sur de la divisoria de aguas atlántico-mediterránea han sido investigados de forma más intensa y durante etapas más amplias; por el contrario, en la vertiente atlántica, principalmente en los actuales territorios de Gipuzkoa y Bizkaia, estos estudios se han desarrollado de forma intensa desde hace solo tres décadas, lo que no obstante ha permitido observar grandes similitudes en las formas de vida a ambos lados de la divisoria, algo negado hasta fechas recientes.

La nube de puntos correspondiente a los yacimientos protohistóricos que van descubriéndose paulatinamente, permite observar una densa ocupación del territorio al sur de la divisoria de aguas así como en las tierras aquitanas situadas próximas y al norte de la cordillera pirenaica. En el estado actual de las investigaciones la densidad de población es menor al norte de esta línea si bien se aprecia una clara articulación de los enclaves en torno a los ejes fluviales más importantes de esta zona. Con unos asentamientos mayoritariamente de tipo concentrado, ubicados en cotas dominantes y fuertemente defendidos mediante estructuras variadas, estas poblaciones controlarían sin duda el resto del territorio, sobre todo las cotas medias y bajas, muy probablemente a partir de hábitats dispersos de tipo granja o caserío complementarios.

Con formas de vida de base agropecuaria en las que la agricultura, principalmente de tipo cerealista, y la ganadería serían la base de su bienestar, y poseedores o generadores de innovaciones tecnológicas entre las que cabe destacar la de la metalurgia del hierro, estos grupos estarían dotados de estructuras sociales relativamente complejas que, sin embargo, los restos arqueológicos apenas las esbozan y en muy contadas ocasiones.

La existencia de núcleos urbanos con una considerable entidad como es el caso del poblado berón de La Hoya (Laguardia) nos coloca ante el fenómeno del origen de las ciudades que tal y como recoge F. Burillo (1988) surgirían en el caso de la Celtiberia con anterioridad al proceso romanizador aunque se podría señalar el siglo III antes de nuestra Era como el origen de las mismas, si bien sería en los siglos II y I antes de nuestra Era cuando adquirieran un desarrollo mayor. Estos asentamientos de entidad superior al de un simple núcleo habitado constituirían el centro de un territorio que controlaban y en el que se ubicarían otros de menor importancia, y sería en torno a estos centros en donde se generarían las diferentes formas de organización y las estructuras políticas de la época.

Al observar la ordenación de muchos de los lugares de hábitat conocidos, tanto en lo que se refiere a su organización interna y externa como a sus elaborados sistemas defensivos, se deduce la necesidad de unas estructuras organizativas complejas que dirijan gran parte de las actividades del grupo. Las relaciones comerciales, tanto de corta y media como de larga distancia, precisarían así mismo de estructuras desarrolladas.

En torno a la posible existencia de clases sociales, el investigador del poblado de Cortes, J. Maluquer de Motes, en referencia a este yacimiento vascón no cree contar con las pruebas suficientes para pensar que hubiese diferenciación de clases; las características de las casas, unas más espaciosas que otras, pero en general muy semejantes, apuntarían hacia una comunidad agrícola con igualdad de condiciones entre sus miembros, no siendo suficiente la existencia de mayor o menor abundancia de enseres en el interior de las viviendas para poder establecer la presencia de clases distintas, al menos en las fases más primitivas del poblado. Sin embargo, las importantes cantidades de cereal almacenadas en cada una de las casas, unido a la ausencia de estructuras que pudieran ser consideradas como almacenes colectivos hace que este autor vea indicios que apoyarían la existencia en estos momentos de una propiedad individual.

Con respecto a las creencias y a algunas actividades rituales relacionadas con ellas los datos conservados son escasos aunque sí tenemos una mayor información de determinados elementos correspondientes a la cultura celtibérica que afectará a una parte del territorio durante un periodo avanzado del milenio.

Estrabón, en uno de sus textos recoge:

"Según ciertos autores, los galaicos son ateos; mas no así los celtíberos y los otros pueblos que lindan con ellos por el Norte, todos los cuales tienen cierta divinidad innominada a la que en las noches de luna llena, las familias rinden culto danzando, hasta el amanecer, ante las puertas de sus casas".

Según el investigador F. Marco, la religión celtibérica presenta una serie de rasgos en relación a la religiosidad de los celtas hispanos que se adecúan perfectamente a lo que se conoce como elementos "sustanciales" de la religión celtica en general, y así, muchas de las divinidades aparecen vinculadas con espacios naturales tales como fuentes o manantiales, lagos, montañas, bosques, etc.

En cuanto al desarrollo de posibles actividades rituales son igualmente difíciles de constatar aunque determinados restos materiales establezcan esporádicamente alguna conexión con ellas. Así, en el poblado de La Hoya al igual que en su necrópolis de Piñuelas (Laguardia) se encontraron ejemplares de simpula que debieron utilizarse en libaciones con un carácter ritual. A. Llanos relaciona algunas construcciones de carácter singular del citado poblado con prácticas especiales o rituales, tanto en lo que a su disposición, tamaño o distribución interior se refiere como a determinados hallazgos producidos en su interior. Las representaciones zoomorfas, las cuernas de ciervo incrustadas en las murallas, el culto al cráneo o los enterramientos infantiles en el interior de las viviendas serán también ejemplos de actividades de tipo cultual.

El mundo funerario correspondiente a este periodo resulta complejo de analizar dada la notable variedad de tipologías conocidas en lo que se refiere a los monumentos. A lo largo de la Edad del Hierro la incineración de los cadáveres es una práctica generalizada dentro del continente europeo salvo en el caso de determinados enterramientos de gran relevancia en los que perdura el ritual de la inhumación.

La incineración de los cadáveres ha sido constatada en numerosos lugares, en unos casos asociada a los poblados y en otros distribuida en áreas montañosas. No obstante si ordenamos estos territorios a partir de la divisoria de aguas constatamos que dentro de la vertiente atlántica tan solo conocemos hasta la fecha, y afectando únicamente a una parte de la misma, el fenómeno funerario denominado "cromlech pirenaico", si bien es indudable que las gentes de los poblados conocidos en esa zona no depositaban las cenizas de sus muertos en este tipo de monumento, inexistente en esos entornos, si no en algún otro tipo de necrópolis, tal vez de cistas o campos de urnas.

En la vertiente mediterránea, por el contrario, salvo en las zonas asociadas a los cordales pirenaicos, las necrópolis se presentan en forma de campos de urnas o de necrópolis de cistas. Los enterramientos en campos de urnas, de tipo colectivo, están ligados principalmente a los territorios de los vascones situándose en las proximidades del río Ebro; los centenares de urnas halladas en los dos yacimientos de La Torraza (Valtierra) y La Atalaya (Cortes) muestran una forma de depositar las cenizas muy específica, por otra parte muy extendida en otras zonas a lo largo de la Edad del Hierro. La localización en fechas más recientes de otros conjuntos como los de El Castejón (Arguedas) y El Castillo (Castejón) aportan nuevas formas tipológicas a este tipo de enterramientos colectivos tales como los depósitos de cenizas colocados directamente sobre el terreno aunque protegidos por adobes que forman pequeños túmulos combinados con recipientes de tipo urna y tapas cerámicas o las estructuras tumulares de cantos rodados en las que los restos funerarios se acumulaban en ocasiones en pequeños recintos rectangulares delimitados por adobes. Las necrópolis de cistas como la de Piñuelas, separada 600 metros del poblado de La Hoya, nos sitúan ante una nueva forma de depósito de los restos de las incineraciones, siendo este yacimiento al parecer correspondiente a gentes relacionadas con un estamento de carácter militar.

Otro tipo de enterramiento, en este caso con ritual de inhumación, se refiere a los depósitos de cadáveres infantiles enterrados en el interior de las viviendas, generalmente junto a los muros, y que se conocen hasta la fecha únicamente en poblados de la vertiente mediterránea tales como La Hoya, Atxa (Gasteiz), Las Eretas (Berbinzana), El Alto de la Cruz (Cortes) y Peña del Saco (Fitero). Pertenecientes a niños de corta edad, estos depósitos se practican abriendo agujeros en el suelo dentro de las casas, colocándose generalmente en posición fetal o recostada y contando en algunos casos con adornos como pulseras de bronce de pequeño tamaño. Además de las decenas de restos hallados en el Alto de la Cruz, se han contabilizado 161 en el poblado de La Hoya, 110 perteneciente a los niveles celtibéricos y 51 a los indoeuropeos; así mismo se hallaron 53 inhumaciones en el poblado de Atxa.

En torno a las lenguas vasca, ibérica y celtibérica que se hablarían en las diferentes zonas tratadas, son varios los autores que han aportado sus investigaciones. Sin embargo, la escasez de datos hace difícil obtener un panorama general medianamente claro sobre este complejo tema.

En el marco de la actual Euskal Herria, únicamente con la penetración de la romanización, tal y como señala Mª L. Albertos (2004), comienzan a generarse documentos en los que aparecen nombres de personas en inscripciones romanas, tanto en el entonces extenso territorio de Aquitania, como en los de los Vascones, Várdulos, Caristios, Autrigones y Berones. Estos nombres, a pesar de su fragilidad, son los testimonios directos más antiguos de la lengua que se hablaba en estos territorios. Pero también otra serie de elementos nos ayudan a conocer indirectamente las lenguas de este momento; estas son las menciones de historiadores y geógrafos antiguos, los itinerarios y los textos monetales y epigráficos correspondientes a los étnicos, topónimos, hidrónimos, orónimos, etc.

Hoy se sabe que los celtíberos del valle del Ebro y de zonas cercanas adoptaron la escritura de sus vecinos los iberos levantinos gracias al estudio de los textos de téseras de hospitalidad, estelas, cerámicas y monedas posteriores al siglo III antes de nuestra era. La citada autora en referencia a los territorios de Aquitania añade:

"Los restos antroponímicos que presentan las inscripciones de Aquitania nos ofrecen un notable contraste con los conocidos al norte del río Garona. Aunque lógicamente no faltan elementos celtas claros, ya que toda la Galia, en mayor o menor medida según las regiones, estaba ocupada por pueblos celtas, sin embargo, encontramos una serie de nombres que sólo tienen correspondencias claras en vascuence".

J. Gorrochategui (1995) considera que la escasez de epigrafía descubierta en las provincias vascas marítimas se debe a una romanización superficial y que salvo enclaves concretos vivirían muy alejados del estilo de vida romano revelando un alto índice de indigenismo verosímilmente de filiación vasca; sin embargo, en Araba la documentación es más numerosa y rica por lo que se refiere a los nombres indígenas y la abundancia de nombres indoeuropeos nos pondría sobre la pista de una indoeuropeización profunda de ese territorio. Algunos antropónimos de estrato euskaro son indicadores sin embargo de la presencia de esta lengua en la zona. Con respecto al territorio de los vascones la información es mucho más abundante quedando reflejada una gran complejidad y variación lingüística con la presencia de tres lenguas cuyos usos sociales no debieron ser idénticos en todos los lugares o estratos de este territorio. Tal y como indicó L. Michelena la lengua vasca era patrimonio del pueblo vascón aunque no llegara al nivel de escritura logrado por las otras dos lenguas vecinas con las que compartía espacio: la celta y la ibérica.

Sobre la lengua ibérica L. Michelena (1954) que define como conjunto de textos hispánicos antiguos no indoeuropeos de la zona nororiental, sin que suponga una unidad lingüística que no ha sido demostrada, escribe:

"Una lengua geográficamente próxima, la ibérica, cuyos textos no están muy alejados en el tiempo de las inscripciones aquitanas, tuvo sin duda relaciones con el aquitano y con lo que podemos llamar el vasco de aquella época, aunque no fuera más que las nacidas de afinidad e intercambio".