Concept

Palacio (1993 version)

ANTROPOLOGÍA.
El palacio, en un caso extremo, fue la mansión real por antonomasia, dejando ahora a un lado viejas acepciones de la palabra que no tienen que ver con honras.

El castillo de Olite, obra que refleja los gustos de un monarca refinado, es un «palacio real» y aún a fines del s. XVIII, conservaba elementos considerables de su interior magnífico.

Se concedió el privilegio de que una casa fuera llamada palacio cuando un rey pasaba alguna noche o había morado en ella.

Pero aparte de estos palacios, erigidos en muy distintas épocas por tal motivo (aún en tiempo de Carlos V), los que contaban más eran los «palacios de cabo de armería», de los «cabos de linaje», que tenían muy destacados privilegios, como eran los de no pagar cuarteles y donativos, tener asiento en Cortes, etc. No se ha de creer que esta categoría fue estática y fundada sólo en la existencia de linajes muy antiguamente destacados. En el s. XVII, cuando la Monarquía hispánica andaba muy escasa de fondos, se dieron algunos títulos de «palacio de cabo de Armería», a personas que habían hecho donativos a los reyes, como se concedió el título de ciudad por el mismo motivo. Los palacios se multiplicaron a fines de aquel siglo y a comienzos del XVIII, época de los grandes asentistas navarros que, partiendo de la hidalguía colectiva o de otra individualizada, pretendieron más honras (hábitos, marquesados, etcétera). Las Cortes protestaron alguna vez de la concesión de la merced. Así, resulta que en 1637 había en Navarra 197 palacios, distribuidos de esta suerte: 72 en la merindad de Pamplona, 33 en la de Estella, 4 en la de Tudela, 72 en la de Sangüesa y 16 en la de Olite. Yanguas registra los nombres de 103 de «cabo de armería»: pero algunos de ellos son de los modernos, por ejemplo «Goyenechea», de Arizkun. Otros, que sin duda, existieron en la Edad Media, habían dejado de existir.

Pero lo que aquí interesa resaltar (aparte de su significado distinto en cada época), es que el «palacio» caracteriza acaso más a las zonas de valles, situadas en los sectores medio y septentrional de Navarra, que a la zona meridional y que su existencia no indica falta de hidalguía de las casas vecinas, sino que marca una preeminencia, más o menos antigua, como va dicho. Hay otras listas de casas palacianas de Navarra que dan mucha mayor cantidad que las ya usadas, y que indican, por lo tanto, la multiplicación referida. Así, una de fines del XVIII arroja hasta 128 palacios en la merindad de Pamplona; 46 en la de Estella; 9 sólo en la de Tudela; 79 en la de Sangüesa y 23 en la de Olite, con la mayor densidad de ellos en la Valdorba.

Resulta, también, que, en proporción, donde hay más, es en un valle que goza de hidalguía colectiva: el de Baztán, donde se registran hasta 26, bastantes de nuevo cuño.

El palacio, pues, puede reflejar una categoría nobiliaria antigua pero también una categoría económica y secundariamente nobiliaria, moderna o más moderna. Y así, son palacios, desde las torres de linaje de la Edad Media con su cadalso de madera (como las de Arrayoz y Donamaría) a las hermosas construcciones labradas en el s. XVIII, por hombres enriquecidos reciente y rápidamente. Un palacio corresponde al sistema viejo de linajes y bandos. Otro a la gracia del monarca absoluto pero alcanzado de dineros. Hay luego palacios de familias que se insertan en la aristocracia borbónica, isabelina y liberal (en un tiempo) y palacios que quedan en poder de familias carlistas. Antes, palacios hechos por Carlos V, a favor de miembros del partido castellano o de los beamonteses de su época y palacios en que se resiste algo la nobleza agramontesa, o, si se quiere, fiel a los reyes destronados.

Sería interesante un estudio acerca del Folklore de los palacios de Navarra y es lástima que en otro tiempo no se hayan recogido las tradiciones que se crearon en torno a ellos. Aunque algo se puede saber todavía a este respecto.

Puede afirmarse que, en general, a partir de la guerra de la Independencia y de la caída del Antiguo Régimen, casi todas las torres de linaje y aún los castillos de ricos hombres, entraron en grave crisis, respecto a su utilización. Ya cuando la entrada de las tropas de Fernando el Católico hubo orden de desmochar los que se pudieran, pertenecientes al bando hostil de los agramonteses. Las ruinas aumentaron con el tiempo, cuando no se convirtió la torre en humilde mansión de renteros que es lo que hoy son casi todas las nórdicas.

Pero del s. XVI en adelante, hasta el mismo XIX, los mismos linajes antiguos u otros con fortuna más moderna, hacen labrar en tierras y señoríos otro tipo de construcciones palacianas, que, a veces, conservan algo de aspecto bélico, en detalles, aunque, en conjunto, las grandes puertas, las ventanas amplias, incluso los balcones y las galerías que coronan las fachadas tengan aspecto que no lo es. Puede ponerse como ejemplo a este respecto el del palacio de Gorraiz de Egüés, cuya fachada tiene, en lo alto, una galería de ocho arcos de medio punto, con dos garitas cilíndricas a los lados. A veces, las torres laterales de las antiguas fortalezas de los ricos hombres tan severas en casos como el de Arizmendi, cobran gran desarrollo, para flanquear la fachada, rectangular como en aquéllas, pero desarrollada también, en una plata baja con portón central, un piso principal con grandes ventanales y una galería superior. Como ejemplo típico y bastante antiguo podría ponerse el del palacio de los Azpilcueta en Barásoain. Este tipo se desarrolla de modo muy vario en tiempos posteriores en la ribera, en la zona media y en la montaña. En Muruzábal hallaremos el palacio del Marqués de Zabalegui (título del tiempo de Carlos II), con las dos torres por encima de la línea del alero. En Miranda de Arga, la casa de los Colomo, con una portada barroca, dividida en tres cuerpos con su frontón partido, sus balaustradas, sus columnas salomónicas y dos torres laterales, que sobresalen algo, coronadas también por balaustres y pilastras combinados. La parte baja es allí de piedra, los pisos de ladrillo. Mucho más sobrias de concepción son algunas casas palaciegas de varios pueblos pequeños, como una de Garínoain, que lleva sus diez arcos arriba y debía tener anchas solanas en las dos torres; más sencillas aún son las formas del palacio de Ochovi en el valle de Ega y uno de Eguaras. La estructura general es, sin embargo, la misma. Desde Guipúzcoa y la zona de Bértiz y el Baztán a la misma vecindad de Pamplona por el Sur, se da un tipo de palacio dieciochesco que sigue este molde, aunque con más cuidada labor de cantería, hermosas balconadas y elevación de pisos. Uno de los más bellos y poco conocidos de la serie es el de Subiza, en la cendea de Galar, que hay que poner en relación evidente con las casas palacianas, torreadas siempre, de los valles de Bértiz y Baztán: Reparazea en Oyeregui y las de los Gastón («Echeberria») en Irurita y Errazu. La concepción del palacio torreado duró, pues, hasta la época de Felipe V, ajustándose a estilos y utilizaciones distintos desde el gótico guerrero a un barroco cortesano, más o menos florido y a distintas exigencias materiales.

Lo que, sin embargo, se multiplicó más, fue la casa palaciana rural o urbana, en calle aislada, constituida por un gran cubo, con tejado a cuatro aguas, varios pisos con balcones y portalada adornada y blasonada que viene a sustituir a la torre de linaje cúbica también. En la zona del Ebro hay ejemplares hermosísimos, de ladrillo en gran parte, con dos pisos con balcones y otro superior con galería. Pueden ponerse como modelos los de Villafranca y Corella. En el s. XVIII se hicieron en la zona del Bidasoa y en valles contiguos: pueden recordarse la casa de Lakoizketa, en Narvarte, el palacio de Sagardía en Ituren, una casa de Lesaca (acaso más antigua que éstos), etc. Una amplitud considerable alcanza el mismo tipo de casa palaciana en los ejemplares de Huici («Osambela» y «Martinperenea»), de Leitza, etc. debidos a fortunas comerciales en gran parte.

Puede decirse que desde mediados del s. XVII hasta bastante avanzado el s. XIX, hubo maestros canteros que, desde el extremo Norte de Navarra, hasta cerca de Estella, en todos los alrededores de Pamplona e incluso en el Roncal (con alguna variación en lo que se refiere al tejado), construyeron casas a cuatro vertientes de estructura «palaciana», para asentistas, comerciantes, indianos, etc. En Bera hay ejemplares típicos con galería hecha después. En Uztarroz, la casa llamada de Sancho Garde, tiene la fecha tardía de 1862. En Ororbia veremos, en la calle del Angulo, una del XVIII con adornos pintados en negro sobre la sillería y otra en cuya portada selee: «EL AÑO DE 1785 HI- / ZO EDIFICAR ESTA / CASA JOAN JOSE / DE BIDAURRETA».

A veces el palacio ha llevado una vida lánguida ya desde poco después que se fundara, por razón de las grandes crisis económicas de comienzos del mismo s. XIX. En otras ocasiones, la prosperidad parece durar, incluso acabada la segunda guerra civil. En Santesteban hay buenas casas de hacia 1850. Pero en la segunda mitad del XIX comienza otra crisis, que es la del arte de la cantería. Las viejas fórmulas se olvidan y los canteros supervivientes en las montañas, ya serán hombres en la extrema decrepitud, si es que queda alguno. v. ARQUITECTURA.

Julio CARO BAROJA