Venezuela. Prefirió Fr. Francisco abandonar las misiones del Congo y retirarse a las misiones de Venezuela. Primeramente se le encomendó organizar la del Darién, lugar de lavaderos de oro, pero donde los trabajadores negros y los indios se unían a los piratas contra los españoles. Desde 1650 trabajaban los capuchinos en los terrenos de Cumaná, cuando sobrevino, el 31 de agosto de 1651, la muerte de Fr. Francisco en el puerto de La Guaira, en cuya iglesia fue sepultado, siendo después destruida por los terremotos. Los capuchinos vascos se establecieron en la Provincia de Maracaibo, separándose de los valencianos (1749) con una parte de los motilones. Los valencianos no podían materialmente atender a tales extensiones. El primer embarque de 12 misioneros vascos tuvo lugar en Pasajes, en el Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, y procedían de los conventos de Errenteria, Hondarribia y Bera.
En 150 años los capuchinos habían fundado 229 poblaciones o reducciones. Cada misión poseía animales de transporte, lanchas y piraguas, pequeños astilleros, enseñándose en las escuelas los principios de albañilería, carpintería, herrería, lectura, escritura y catecismo, en ambos idiomas. En este sistema se puede distinguir una propiedad doble: común y privada. Cada nativo trabajaba tres días a la semana para la Comunidad, de 6 a 10 de la mañana, quedando los otros días libres para su propiedad. La producción común se depositaba en cooperativas con su resguardo para los gastos comunes, escuelas, hospitales, lanchas de transporte, recuas de animales, gastos de vida social y religiosa, iglesias y gastos del personal misionero. En todas las aldeas el misionero se daba su vuelta al anochecer, después de la última reunión en la iglesia, cruzando el pueblo de punta a punta; aquello tenía su finalidad de apóstol y de policía a la vez. Contribuía a que el nativo adquiriera los nuevos criterios de moral pública y privada, el sentimiento del ahorro, del trabajo y de la propiedad. Gran parte de los motilones fueron incorporados a la civilización. Luego, todos ellos fueron cedidos en forma de pueblos al Obispado de Mérida, que suplió a la misioneros por clero diocesano. Al verse privados del control religioso, los motilones huyeron a la selva, abandonando los poblados. Sobrevino la Guerra de Independencia y dicha tribu siguió siendo de las más feroces y difíciles de reducir hasta nuestros días (1952). Cinco capuchinos fueron asesinados por flechas indias envenenadas, y otro capuchino, valenciano, fue devorado por los nativos. Los mártires vascos fueron: Pedro, de Corella; José, de Sumbilla; Antonio, de Tudela; Manuel, de Tafalla y Javier, de Tafalla. Durante la guerra de la Independencia de Venenezuela, Eusebio de Coronil, capuchino exaltado, recomendaba que no se dejase con vida a ningún venezolano que tuviese más de siete años (cfr. Vaucaire: Bolivar el Libertador, Barcelona, 1930, p. 124). Pero el general Bolivar, viendo la ruina misional y que los indios habían vuelto a la selva, arruinados los pueblos, abandonados los campos en manos de terratenientes, pidió el envío de misioneros a las casas centrales de Bogotá y Caracas, para mantener la Misión de los vascos en Maracaibo. Fue imposible ya que en España se estaban organizando después de la invasión francesa, y de continuas revoluciones. Finalmente, el edificio de la Misión de Maracaibo, con sus terrenos, fue agregado al Instituto Nacional. Así terminaba la obra fabulosa de Fr. Francisco, de Pamplona, y la organización militar de Fr. Miguel, de Pamplona, en 1774, con sus misiones de vanguardia y de retaguardia, una casa central y un Colegio de Misiones. Con la expulsión de las Ordenes religiosas de España en 1836, se formó un grupo que marchó a Venezuela, unos 30, guiados por el P. Ramón, de Murieta, en el cual figuraba el P. Esteban de Adoain. Sus actividades fueron grandes en todos los sectores pero no había estabilidad política, y debieron emigrar a Guatemala y El Salvador, para salir de allá expulsados y volver a Ustaritz y Pamplona. Las Misiones de Venezuela serían reconstituidas por la Provincia de Castilla, en 1894, mientras los capuchinos vascos buscaban nuevos campos en Filipinas, Carolinas, Palaos, Guam, Argentina, Chile, Kansu (China), Ecuador, etc.
En 150 años los capuchinos habían fundado 229 poblaciones o reducciones. Cada misión poseía animales de transporte, lanchas y piraguas, pequeños astilleros, enseñándose en las escuelas los principios de albañilería, carpintería, herrería, lectura, escritura y catecismo, en ambos idiomas. En este sistema se puede distinguir una propiedad doble: común y privada. Cada nativo trabajaba tres días a la semana para la Comunidad, de 6 a 10 de la mañana, quedando los otros días libres para su propiedad. La producción común se depositaba en cooperativas con su resguardo para los gastos comunes, escuelas, hospitales, lanchas de transporte, recuas de animales, gastos de vida social y religiosa, iglesias y gastos del personal misionero. En todas las aldeas el misionero se daba su vuelta al anochecer, después de la última reunión en la iglesia, cruzando el pueblo de punta a punta; aquello tenía su finalidad de apóstol y de policía a la vez. Contribuía a que el nativo adquiriera los nuevos criterios de moral pública y privada, el sentimiento del ahorro, del trabajo y de la propiedad. Gran parte de los motilones fueron incorporados a la civilización. Luego, todos ellos fueron cedidos en forma de pueblos al Obispado de Mérida, que suplió a la misioneros por clero diocesano. Al verse privados del control religioso, los motilones huyeron a la selva, abandonando los poblados. Sobrevino la Guerra de Independencia y dicha tribu siguió siendo de las más feroces y difíciles de reducir hasta nuestros días (1952). Cinco capuchinos fueron asesinados por flechas indias envenenadas, y otro capuchino, valenciano, fue devorado por los nativos. Los mártires vascos fueron: Pedro, de Corella; José, de Sumbilla; Antonio, de Tudela; Manuel, de Tafalla y Javier, de Tafalla. Durante la guerra de la Independencia de Venenezuela, Eusebio de Coronil, capuchino exaltado, recomendaba que no se dejase con vida a ningún venezolano que tuviese más de siete años (cfr. Vaucaire: Bolivar el Libertador, Barcelona, 1930, p. 124). Pero el general Bolivar, viendo la ruina misional y que los indios habían vuelto a la selva, arruinados los pueblos, abandonados los campos en manos de terratenientes, pidió el envío de misioneros a las casas centrales de Bogotá y Caracas, para mantener la Misión de los vascos en Maracaibo. Fue imposible ya que en España se estaban organizando después de la invasión francesa, y de continuas revoluciones. Finalmente, el edificio de la Misión de Maracaibo, con sus terrenos, fue agregado al Instituto Nacional. Así terminaba la obra fabulosa de Fr. Francisco, de Pamplona, y la organización militar de Fr. Miguel, de Pamplona, en 1774, con sus misiones de vanguardia y de retaguardia, una casa central y un Colegio de Misiones. Con la expulsión de las Ordenes religiosas de España en 1836, se formó un grupo que marchó a Venezuela, unos 30, guiados por el P. Ramón, de Murieta, en el cual figuraba el P. Esteban de Adoain. Sus actividades fueron grandes en todos los sectores pero no había estabilidad política, y debieron emigrar a Guatemala y El Salvador, para salir de allá expulsados y volver a Ustaritz y Pamplona. Las Misiones de Venezuela serían reconstituidas por la Provincia de Castilla, en 1894, mientras los capuchinos vascos buscaban nuevos campos en Filipinas, Carolinas, Palaos, Guam, Argentina, Chile, Kansu (China), Ecuador, etc.