Concept

Mujeres en la minería

El progresivo agotamiento de los criaderos con mayor contenido de hierro, obligó a la explotación de los minerales, que anteriormente se habían desechado, siendo el más característico, los detritus formados por rubio mezclado con arcillas y rocas y que se conoce con el nombre de "chirta", que exigía un proceso de lavado (para la separación de los elementos estériles), antes de su utilización en los altos hornos o para la exportación.

Esta labor la llevaban a cabo, manualmente, las mujeres, en unas instalaciones conocidas como lavaderos.

El mineral procedente de las explotaciones, inicialmente, llegaba en vagonetas arrastradas por caballerías guiadas por un caballista, que fueron sustituyéndose por planos inclinados y tranvías aéreos, almacenándose temporalmente en una vertedera para, a continuación, ser transportado de nuevo hasta el tramel o instalación de lavado, consistente en un gran cilindro metálico giratorio, en el que se introducía el mineral por uno de sus extremos, al tiempo que se hacía circular agua en sentido contrario, de forma que se arrastrara toda la tierra e impurezas, más ligeras, que acompañaban al mineral, que una vez lavado caía sobre la mesa de separación.

Esta instalación consistía en un gran plato circular de hierro, de unos cuatro metros de diámetro, situada dentro de un edificio con un gran ventanal para su iluminación, que se abría con el buen tiempo y que giraba continuamente, situándose las mujeres de pie a su alrededor. Hacia 1920- 1930, trabajaban en cada lavadero hasta catorce, que tras extender uniformemente el mineral, utilizando una pala, con sus dos manos seleccionaban y retiraban los elementos estériles contenidos en el material que iba pasando.

El mineral, ya limpio, caía por un hueco a una rampa y se almacenaba en el "puerto" del ferrocarril de Galdames, a la espera de su envío por este medio de transporte y el material no deseado era dejado en un cesto que cada una de las trabajadoras tenía a su lado, desde donde se llevaba en vagonetas al vertedero.

Las trabajadoras eran en su mayoría jóvenes solteras, aunque también había casadas con hijos y viudas, procedentes de la zona, que comenzaban a desarrollar esta labor con 14 años a las órdenes de un capataz o encargado. En ocasiones el trabajo lo efectuaban sentadas, dependiendo de la cantidad de impurezas que, en cada caso, traía el mineral.

Durante el trabajo no se les permitía hablar, ni cantar, pues se consideraba que podían distraerse, y realizaban una jornada de ocho horas, con una hora de parada al mediodía (en verano dos) para la comida "cocido arreglado", lo que hacían en el lugar de trabajo y que generalmente les traía de sus casas algún familiar.

El ambiente de trabajo era húmedo, pues el mineral llegaba mojado, y frío en invierno, por lo que encendían fuego en el interior del local y calentaban sus pies poniéndolos sobre ladrillos calientes y, cada cierto tiempo y a turnos, les estaba permitido acercarse al fuego a calentar sus manos.

El trabajo no se realizaba a destajo, pero sí debían limpiar todo el material que les iba llegando, siendo su salario, en 1923, de 4 pesetas por jornada de ocho horas, por las que la empresa cotizaba al seguro de la época, lo que ha permitido tener derecho a una pensión de jubilación. Se protegían con un delantal que costeaban ellas mismas, pues el empresario no les facilitaba ninguna ropa.

En su trabajo eran asistidas por un pinche, muchacho aún muy joven para poder trabajar en las minas o minero imposibilitado (por edad o accidente), para realizar las tareas habituales, que les retiraban los cestos de estéril y hacían de aguadores, para lo que utilizaban un barril.

Hasta principios del siglo XX, cuando no había material a lavar o faltaba energía eléctrica, las mujeres del lavadero tenían que ir a los puertos, donde en cestos llenos de mineral que colocaban sobre sus cabezas, lo acarreaban a los cargaderos, desde donde, en lanchas, llegaba a embarcaciones mayores.