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LITURGIA

Desde Trento hasta el Movimiento Litúrgico. Pocos acontecimientos han marcado con una huella más profunda la historia religiosa del País Vasco, como el concilio de Trento juntamente con los sínodos diocesanos que prepararon primero y aplicaron después la asamblea conciliar. El cambio provocado por este concilio queda patente en el nuevo estilo de ministerio episcopal, en el nivel espiritual e intelectual del clero, en la corrección de abusos de diversa índole, y sobre todo, en el ingente esfuerzo catequético. A partir de Trento, se publican numerosos catecismos en euskera, y las necesidades pastorales llegarán a ser un factor determinante en el surgimiento de una literatura en lengua vasca. La liturgia oficial. sin embargo, permanece en latín por expresa decisión del concilio, que debe ser interpretada en el contexto particular de la polémica con los reformadores y a la luz del trasfondo dogmático que en ella estaba en juego. Baste recordar que el propio concilio tridentino «manda a los pastores y a cada uno de los que tienen cura de almas, que frecuentemente, durante la celebración de las misas, por sí o por otro, expongan algo de lo que en la misa se lee, y entre otras cosas declaren algún misterio de este santísimo sacrificio, señaladamente los domingos y días festivos» (Denzinger n.º 946). Pero este talante pastoral será olvidado por los comentaristas postridentinos, que sustituyendo los argumentos de conveniencia coyuntural por los dogmáticos, convertirán la lengua latina en símbolo expresivo de la unidad de la iglesia. En la reforma de los libros litúrgicos, impulsada por este concilio, la innovación de mayor transcendencia fue, sin duda, la disposición que acompaña a la edición del Missale Romanum, según la cual nada podía cambiarse de él, a no ser que se probase una tradición anterior de dos siglos. El año 1588, el papa Sixto V crea la S. Congregación de Ritos, organismo destinado a vigilar la liturgia establecida contra posibles alteraciones. Como escribió Th. Klauser: «la era de los rubricistas había comenzado». En resumen: en estos cuatro siglos que van desde Trento hasta nuestros días, no existe liturgia en euskera; tampoco en otras lenguas, que desde hacía tiempo ya habían demostrado su madurez literaria. Si la expresión litúrgica oficial permanece distante de la sensibilidad del pueblo, no faltan, sin embargo, manifestaciones de religiosidad popular que tratan de suplir las carencias de aquélla. Por la documentación aportada por Julio de Urquijo sabemos que el año 1602 existe en Fuenterrabía una representación de la Pasión y Muerte de Cristo: se realiza el jueves santo en la parroquia, con permiso expreso del obispo de Pamplona y tiene un gran éxito popular. Pero la representación de Fuenterrabía no era un hecho aislado: en el siglo XVI se representan en Bilbao autos sacramentales o comedias sagradas; concretamente en la festividad del Corpus Christi de 1566 se celebran «dos comedias de la Sagrada Escritura e otros regocijos para en servicio del Señor Sacramento, e para que las jentes se mueban a más debocion». Diversas disposiciones sinodales nos hacen ver que este teatro litúrgico floreció en nuestro país en el siglo XVI y fue prohibido en el s. XVII, aunque algunas muestras de estas representaciones han podido pervivir hasta nuestros días. En esta época postridentina surgen nuevas órdenes y congregaciones religiosas, y a su cabeza la Compañía de Jesús, que tendrán un influjo relevante en el campo pastoral y también en el artístico de nuestro pueblo. Devociones populares como El Rosario, El Vía Crucis, la oración familiar al toque del Angelus, la devoción al Sagrado Corazón entre otras. deben su origen o su difusión a estas nuevas familias religiosas. La conciencia católica, renovada y reforzada por el concilio de Trento, anima una peculiar expresión artística, el Barroco, que ha sido denominado como «arte de la Contrarreforma». El siglo XVI puede ser considerado como el siglo de oro de la arquitectura en varias provincias vascas; al s. XVII corresponderá en esos templos la realización de sus fachadas y la terminación de sus torres (M. A. Arrázola). Innumerables artistas, con Ancheta a la cabeza, plasmarán en la arquitectura y escultura de nuestro país, las ideas religiosas de esta época. En este mismo siglo XVII, en Bayona, cuna de Saint Cyran, se hace presente el jansenismo: el seminario fue uno de sus focos de propagación e influencia. El movimiento jansenista propuso una serie de reformas en la iglesia, y señaladamente en el ámbito litúrgico. Podemos recordar las propuestas del famoso sínodo de Pistoya en 1786, como la participación de los fieles en la celebración eucarística, la presencia de un solo altar en cada templo, la abolición del estipendio, la reducción de las procesiones y de las fiestas, la lectura de la S. Escritura en el oficio, la reforma de la música litúrgica, entre otras. Bastantes de estas cuestiones volverán a la mesa del Vaticano II. Si la religiosidad vasca ha sido tachada de «jansenista» en alguna ocasión, este talante no parece derivar de focos propiamente jansenistas, sino más bien del influjo religioso de los más notorios adversarios del jansenismo, los jesuitas. Tras el siglo de la Ilustración, que en el País Vasco tiene su más claro exponente en el nacimiento de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País y del seminario de Vergara, el siglo XIX es el siglo de la Restauración. Se reafirman en el interior de la iglesia los valores del dogma y la tradición, y en el campo de la liturgia el aprecio de las oraciones latinas y la música gregoriana. A comienzos de este siglo XIX, en el anecdotario político-religioso de la guerra napoleónica se pueden señalar las repetidas «huelgas de misas» promovidas por el cabildo bilbaíno, como réplica a la instrumentalización de la iglesia por parte de los ejércitos franceses. Dentro del mismo contexto, las amenazas de la policía francesa a los sacerdotes que no rezaran públicamente por el monarca francés, evocan el curioso problema político-litúrgico que más tarde, en la dictadura franquista, ocasionará el rezo o no rezo de la colecta «et famulos».