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Lacoizqueta Santesteban, José María de

Sacerdote y botánico navarro. Narbarte, 02-02-1831 - Elbetea (Baztán), 25-12-1889.

José María de Lacoizqueta ejemplifica una actitud que ha sido relativamente común en la historia de la ciencia vasca: la del "sabio incomprendido", la del observador abstraído y absorto por las ciencias naturales, que no le comprendieron en vida, y le ignoraron después de su muerte.

Esta actitud fue manifiesta entre sus paisanos, más que en el mundo académico. En éste llegó, de hecho, a ser considerado como el más grande experto en criptógamas de la flora del norte peninsular; y por tales méritos, fue nombrado miembro de la Sociedad Francesa de Botánica (1877) y de la Sociedad Española de Historia Natural (1880).

Quizá para sus paisanos su conducta fuese realmente "extraña"; pero fue beneficioso que así fuera, puesto que una de las consecuencias de tales "extravagancias" ha sido la de conocer mejor el mundo de los líquenes y otras plantas; al observar con minuciosidad la diversidad y multiplicidad de la flora local -véase, si no, su Diccionario de los nombres euskaros de las plantas-, amplió la inusualmente rica (especialmente en los vascos) etimología botánica.

Primogénito de una familia de notable alcurnia (sus antecesores destacaron con la pluma y con el sable), Lacoizqueta fue enviado a Pamplona, en cuyo Seminario Conciliar ingresó, tras haber estudiado el bachillerato en el Instituto Provincial. En junio de 1852 se ordenó sacerdote. En 1857, obtuvo, por concurso, la rectoría de Narbarte, la única parroquia en la que ejerció el sacerdocio, y a cuyo servicio consagró su vida entera.

El servicio pastoral que se le encomendó le permitió disponer de tiempo libre. Desde entonces, aprovechó 'todos los ratos de ocio' para dedicarse al 'estudio e investigación de los objetos naturales'. 'Su afición a las plantas era tan extremada -escribió en 1906 (p. 147) Fermín Irigaray, médico de Irurita- que con facilidad convertía el estudio de ellas en materia de consideración con personas completamente profanas. Al contemplar una planta, estuviera con quien fuera,..., él la tenía que mirar detenidamente cogiéndola, y en cuanto se daba cuenta de ella, manifestaba todo lo que sentía y conocía de la misma'. Esta actitud le hizo ganarse, entre sus feligreses, el apelativo de "Lakoizketako erua" (el loco de Lacoizqueta): el señor que, con sotana y manteo, salía a herborizar a diario, con su caja de latón, bastón, azuela, martillo y cincel, dando muestras de desvarío mental. Ajeno a estas burlas, Lacoizqueta pudo hacer de la ciencia botánica, el objeto de sus 'estudios recreativos, a la vez que de ascéticas y encantadoras meditaciones'.

Durante los treinta y un años de servicio en su parroquia natal, Lacoizqueta se dedicó en cuerpo y alma a su herbario, coleccionando incansablemente hierbas y plantas secas, ordenando datos de nombres técnicos, lugar de recogida, fecha y floración.

A comienzos de la década de 1880 comenzó a escribir un amplio catálogo de plantas del valle de Bertiz, que fue publicado en 1884 en los Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, y en edición de libro en Madrid en 1885. Da idea del interés que suscitó el catálogo el que la prestigiosa Sociedad Francesa de Botánica elogió el rigor científico y la amenidad de la investigación. La obra viene precedida por un estudio edafológico, etnográfico y geológico de Bertizarana; a continuación, enumera las especies vegetales: 809 fanerógamas y 495 criptógamas (entre helechos, musgos, hongos, algas y líquenes; de esta última, por cierto, incluye 186 citas, lo que le convierte en el mayor catálogo de líquenes publicado en España en el siglo XIX).

En una época en la que no había gran interés por la criptogamia (en contraste con la fanerogamia), en el que predominaban las recopilaciones taxonómicas, pero en el que apenas existían métodos para el análisis de líquenes, resultando la determinación de ejemplares una tarea difícil y compleja, la supremacía de Lacoizqueta -en el campo liquenológico- es remarcable. Y es que este sacerdote no sólo realizó hallazgos notables (de los 197 líquenes citados en Navarra, 186 se debían a él), sino que desarrolló un método que enlazaba los repertorios con las obras especializadas. Es muy probable, además, que se sirviese de microscopio y reactivos químicos, para sus análisis, y que conociese tales técnicas a través de la correspondencia que mantuvo con botánicos españoles y extranjeros (entre ellos, su paisano Juan Ruiz Casaviella, autor del Catálogo metódico de las plantas observadas como espontáneas en Navarra).

El reconocimiento académico que obtuvo, o la fama de perturbado que le acompañó, no influyeron para que Lacoizqueta siguiese investigando el resto de su vida. Los campos botánico, lingüístico y etnográfico eran sus temas preferidos; y esos campos trató en el Diccionario de los nombres euskaros de las plantas (1888). Una obra ésta en la que pretendía alcanzar un amalgama que incluyese, junto al etnográfico, el otro apartado común entonces, el lingüístico (o, mejor dicho, el etimológico), dentro del mismo campo de conocimiento, botánico, en el que inscribía su investigación. Fue éste un enfoque que le llevó a describir los usos empíricos de las plantas-creencias populares sumamente interesantes como para no dejar al lector indiferente-, para luego proceder a fijar -a menudo, de manera fantasiosa- las etimologías. Fue el suyo un esfuerzo solitario y penoso, ya que la obra fue editada por su cuenta y tuvo escasa difusión; además, un buen número de lingüistas no compartieron sus métodos lexicográficos. Por cierto, tanto el Catálogo de plantas como el Diccionario constituyen partes de una colección más completa y no impresa, que es su herbario; y es que Lacoizqueta reunió y clasificó, en el transcurso de su vida, más de 2.500 ejemplares botánicos, no sólo de Bertizarana, también de la Península y otras partes de Europa. Las 51 carpetas de que consta el herbario se conservan en el Convento de Lekaroz.