Literary Figures

Herrán Tejada, Fermín

Escritor y promotor cultural alavés, nacido en Salinas de Añana en 1852, procedente de una conspicua familia orduñesa. Fallece el 26 de septiembre de 1908.

Se doctoró en Derecho, pero no llegó a ejercer la abogacía debido a su poderosa vocación literaria, que le llevó a los diecinueve años a publicar su primer trabajo -La cuestión de Gibraltar (1871)- y a los veintiuno a ingresar en la Academia de la Historia, el mismo año en el que editaba sus Estudios críticos del teatro español del s. XIX (Madrid, 1873, 55 pp.). Ya desde sus años mozos profesó ideas liberales que le llevarían al republicanismo y, dentro de éste, a una peculiar versión del problema vasco existente desde la primera guerra carlista. Dicha visión puede sintetizarse en el lema del semanario El Porvenir alavés, que funda ya en plena segunda contienda: "Nuestra ley es el Fuero y su razón la historia".

Junto con éste aparece en el diario republicano democrático- federal El Cantón Vasco dirigido por Herrán, en 1873, así como la Revista Universitaria y la Revista Bibliográfica en varios idiomas. En los salones de su casa se celebró todos los miércoles la célebre "Tertulia del 73" (n.° de la calle y del año). Mantuvo todo este tiempo un estrecho contacto con Castelar, su entrañable amigo. Durante la guerra carlista perteneció al batallón de la milicia nacional de Vitoria, como lo dice en carta a La Paz del 20 de mayo de 1876:

"He tenido la honra de pertenecer al batallón de la milicia nacional de Vitoria todo el tiempo que ha durado la guerra; todos mis bienes o los de mi familia han estado en poder de los carlistas, y he sostenido en la prensa y en sitio de peligro la libertad. Además, sólo el apellido de mi familia, casi tengo el orgullo de creerlo, es una garantía de liberalismo en la provincia de Alava".

Herrán se defendía con brío de la acusación "carlista" de que le había hecho objeto el periódico El Parlamento durante la polémica periodística que agitó la prensa a lo largo de la primavera-verano de 1876.

Este año forma parte, junto con su primo Joaquín, de la Junta Fuerista Liberal, que intentó salir al paso del golpe que se cernía sobre los fueros que al País Vasco le quedaban. Escribió briosamente en La Paz, periódico que agrupó a los fueristas vascos en Madrid, lejos de la censura que se abatió sobre la prensa vasca. Presidente de la Academia Cervantina de Vitoria, del Ateneo y de la Academia de Ciencias de la Observación, en 1878 crea la Revista de las Provincias Euskaras, quincenal que se había prefigurado en Las Provincias, editado en Madrid. La Revista estuvo muy vinculada al Ateneo de Vitoria y a su órgano, al que hizo un hueco desde 1875 a 1878. El mismo año de la fundación publica la Biografía de don Mateo de Moraza (Vitoria, 203 pp.), al año siguiente Estudios (Vitoria, 277 pp.) y en 1880 Echegaray, su tiempo y su Teatro (Madrid, 379 pp.) y El discurso de D. Emilio Castelar en la Academia Española. En 1887 formó parte del Comité Liberal (liberales más republicanos), que se constituyó en Vitoria con motivo de las elecciones municipales. Ese año edita Apuntes para una historia del teatro antiguo español. Dramáticos de segundo orden, Madrid, Fe, IX-270 pp. A los 54 años de edad funda su Biblioteca Bascongada de Fermín Herrán (1896-1901), obra de verdadera envergadura que alcanzó 62 volúmenes, que se editan en Bilbao, donde Herrán había emplazado su residencia. Entre sus firmas veremos las de Campión, Peña y Goñi, Delmas, Julián Apraiz, Juan Arzadun, Julián Arbulo, F. J. Urbina, José Roure, Carmelo Echegaray, P. Alzola, Herminio Madinaveitia, Ramiro de Maeztu, Benito Jamar, C. Plaza, Ramón Ortiz de Zárate, Bonifacio Echegaray, Serapio Múgica, Pío Baroja, D. Arrese, M. Díaz de Arcaya, J. M. Goizueta, M. Iradier, J. J. Landázuri, y otros.

Son de destacar los siete volúmenes dedicados a recopilar las intervenciones de los parlamentarios vascos en las Cortes españolas abolitorias de los Fueros, que denominó Los Fueros y sus defensas. El mismo es autor de cuatro de los volúmenes de la Biblioteca, Aplausos y censuras, en los que recoge diversidad de ensayos escritos con inteligente y pulida pluma castellana. Su valor literario -hoy desconocido corre parejo con una mentalidad despejada y abierta, feminista incluso cuando enfoca la producción de literatas como la poetisa Patrocinio Biedma o la prosista Emilia Pardo Bazán. En 1899 su amigo Castelar fallece dejándolo políticamente huérfano. Había publicado ese año un volumen dedicado a compendiar la historia de Vizcaya de Labayru. La retirada de la política no lo retrajo, sin embargo, de la actividad publicista en los siguientes años, pese a su salud minada y la precariedad de su arruinada fortuna personal invertida en proyectos muchas veces desinteresados. En 1907 aparece el primer fascículo de una obra de aliento, Bilbao contemporáneo, que no pudo proseguir al fallarle el corazón el 26 de septiembre de 1908. El elogio más acabado de este gran alavés puede leerse en la pluma de R. de Maeztu, del que entresacamos los siguientes párrafos:

"Ha muerto en Bilbao Fermín Herrán. ¿Fermín Herrán? La tragedia está en que la pregunta me la dirigen con los ojos los más de los lectores. Este hombre tuvo su momento de popularidad en Madrid; fue tan popular en el País Vasco como el general Prim en España; ha muerto pobre, no hay para qué decirlo, y desconocido, lo cual es ya más agrio, si pensáis en que el muerto no era una cúspide, pero si algo que en Inglaterra, por ejemplo, suele valer más, pues Fermin Herrán fue a la vez el prototipo, el término medio, la bondad, el servidor y el enamorado de su generación. (...) Fermín Herrán ha muerto a los cincuenta y siete años de edad. Pertenecía a una familia esclarecida de esa aristocracia vascongada, modesta, austera y sólida, que indianos y mineros han desplazado ya a segundo término; una de las familias tocadas del noble impulso europeísta que sacudió a nuestros mejores elementos patricios en los tiempos del señor Carlos III.

A Herrán le correspondió dar un paso más hacia adelante y ser uno de los jóvenes de la revolución. Antes de que triunfase, en 1865, cuando sólo contaba catorce años, publicó un folleto en Vitoria, su pueblo y el mío, para refutar una teoría de autor prestigioso, en que ya se apuntaban, briosas, sus ideas liberales. De entonces hasta ahora no ha cesado de trabajar. Ha muerto en el yunque. Estaba publicando los primeros cuadernos, lujosísimos, de un monumental Bilbao Contemporáneo, que tenía por suscriptores a todos los hombres de dinero y negocios de la villa opulenta. En esa obra el patricio amuinado entonaba su Salve -¡oh dolor!- a los enriquecidos. ¡Lo que ha dado! Como nadie le pidió cosa alguna que no concediera, ¿y qué menesteroso dejó de pedirle algo?, ha muerto pobre el que había nacido con fortuna. ¡Lo que ha intentado! Ahí está el ferrocarril Anglo-Vasco-Navarro, que debía unir a Vitoria con Bilbao y Navarra. En sus rieles sepultaron los Herranes buena parte de su caudal, y el camino no pasó de Salinas, que es como si yo montase una instalación de veinte mil caballos de fuerza para producir la luz que alumbra este despacho. ¡Lo que ha soñado! Vivía en Bilbao hace veinte años. A pesar de su romanticismo incurable estaba a punto de convertirse en el abogado de los ricos, cuando se dejó contagiar de la locura financiera de 1899 y 1900. Ya había fundado su compañía, ya poseía en su cartera cinco o seis millones de pesetas papel. Un año más y... ¿Recuerda Pío Baroja aquel almuerzo del Hotel de París en Madrid?

Fermín pensaba retirarse de los negocios para reanudar sus aventuras editoriales y hacer de Vitoria un nuevo Leipzig. Baroja salió congestionado, resuelto, por el contrario, a no seguir escribiendo novelas. "¡Minas, dinero, fuerza, champagne!, ¡eso es vivir!", decía el novelista de los tristes. ¡Humo las glorias de la finanza son! Lo práctico, zapatero a tus zapatos, resultó que eran las novelas y los artículos para los periódicos. (...) Fue muchos años amigo íntimo de Castelar -el tribuno le llamaba su Benjamín-, se alojaba en su casa cuando iba a Madrid, fue su hijo espiritual, le siguió hasta el sepulcro, pudo valerse de su amistad para un gran puesto, no se valió, y al morir el orador dejó que murieran en él sus instintos políticos. Junto a Castelar, se hizo amigo de los hombres de su tiempo: Ríos Rosas, Manterola, Rivero, Cánovas, Valera, Sagasta, Echegaray, Costa y los demás oradores de las Constituyentes. De todos ellos recibió y guardó cartas. Y si surgiera alguna vez un historiador de empuje, no podría prescindir de las 5.000 y pico epístolas que ha dejado Herrán entre sus papeles."