Hombre de Estado, hacendista y diplomático, nacido en Bilbao en el año 1745 de la ilustre familia de Gardoqui (ver Gardoqui y Mezeta, José y Juan Bautista; Gardoqui y Arriquibar, Francisco Antonio Javier y José Joaquín; Gardoqui, José de) y murió en Turín en 1799.
Fue banquero, armador y uno de los más activos comerciantes de lanas de la villa bilbaína, de cuyo consulado fue Diego cónsul y prior en varias legislaturas. En 1766 intervino en el pleito que el comercio de la villa del Nervión entabló contra el célebre misionero jesuita tafallés padre Pedro de Calatayud, y en el año de 1778 trabajó, a instancias del Consulado, por obtener para Bilbao la libertad de comercio con las colonias de Ultramar. Por esos años andaba mezclado nuestro Gardoqui en ciertos negocios de muy otra índole. En efecto, cuando la guerra de Independencia de los Estados Unidos de América, la ayuda financiera secreta que el gobierno de Floridablanca destinó para los insurrectos americanos fue suministrada por D. Diego Gardoqui, bajo la firma de "Gardoqui e Hijos" de Bilbao, a través de cuya casa parte del dinero llegó a los Estados Unidos en forma de abastos militares. Sin que sea fácil determinar con exactitud la cantidad de dinero y municiones que España suministró a los Estados Unidos durante la revolución (debido a la cautela con que por ambos lados se llevaron a cabo estas operaciones), se deduce -por los extractos que más tarde hizo el mismo Gardoqui que el total suministrado a los americanos en mercancía y dinero fue aproximadamente de 400.000 dólares.
Pero no fue esto sólo: la Compañía "Gardoqui e Hijos", de Bilbao, fue una de las destinaciones indicadas por Benjamin Franklin en 1778 al legendario filibustero americano capitán John Paul Jones, para que pudiera colocar las presas que hiciera a costa de los ingleses. Esto parece indicar que Gardoqui estaba en contacto con los agentes americanos ya antes de esa circunstancia, y que en un principio ayudó a los rebeldes por su cuenta e independientemente del gobierno de Madrid, aunque no resulte fácil verificar detalles de este comercio clandestino. Lo que sea de esto, lo cierto es que Gardoqui se entrevistaba con cuanto americano importante pasaba por la península, y que concretamente se mantuvo en contacto con los tres comisionados americanos en Europa, Franklin, Adams y Lee, del segundo de los cuales mereció los más sinceros elogios. En el año 1780 Gardoqui aparece nuevamente en tratos con el agente diplomático americano en la península, John Jay, que trataba de obtener una nueva ayuda para la lucha por la independencia y que de hecho obtuvo, aunque no sabemos si directamente a través de Gardoqui, un préstamo de 174.011 dólares.
Así las cosas, nos enteramos por Labayru ("Historia General del Señorio de Vizcaya", VI, p. 480) de que en el año 1783 el rey Carlos III expidió nombramiento "de cónsul y agente general en Londres al bilbaíno D. Diego de Gardoqui". Nada hemos podido saber de la gestión de nuestro bilbaíno a orillas del Támesis, si es que es correcta la información de Labayru. Lo cierto es que en la primavera de 1785 lo vemos primero en Philadelphia y luego en Nueva York, sede entonces del Congreso de la Confederación americana, como embajador del Gobierno de Madrid cerca de la jovencísima nación. Durante su gestión en los Estados Unidos, que se prolongó hasta finales de octubre de 1789, se condujo Gardoqui como un político consumado, dando muestras en todo momento, y a despecho de los celillos diplomáticos, de una extraordinaria comprensión para aceptar conceptos e instrumentos de una teoría política que distaba ciento ochenta grados de la que oficialmente tenía curso en España, en lo que se revelaba como un hombre muy al corriente de los nuevos aires que corrían entonces por Europa.
Si es verdad lo que escribe Francisco Murillo Ferrol hablando de la gestión de Gardoqui en los Estados Unidos, de que "el representante honrado y leal de un Borbón español del XVIII no deja escapar jamás ni una palabra de extrañeza ni una de crítica al enfrentarse con instituciones que parecen ser precisamente la negación de aquéllas que forman su propia realidad política", no parece justo el buscar explicación exclusiva a ello en la consumada cortesía o astucia diplomática del enviado bilbaíno, sino que, sobre eso, habría que acudir al medio social en el que se había forjado la personalidad de hombre de negocios y de político que había en Gardoqui: aquella inquieta sociedad bilbaína de los decenios finales del XVIII, que había producido talantes como los de un Nicolás de Arriquíbar, tío del biografiado, de José Agustín Ibáñez de Rentería, de Luis Mariano de Urquijo y otros.
Lo que sea de esto, en sus despachos a Floridablanca se revelaba Gardoqui como excelente conocedor de América y de los americanos y como un observador sagacísimo, ofreciéndonos en sus informes no sólo la visión de lo que acontecía, sino también los avances de las posibles líneas por donde podía derivar la joven nación americana. Así, y a pesar del espectáculo de desunión que por entonces ofrecía el país, el fino olfato del hombre de negocios que había en Gardoqui percibió inmediatamente que el país era fértil y rico, y que sus habitantes eran emprendedores y ambiciosos; supo ver, asimismo, con la mayor lucidez, la bipolaridad existente en los Estados de la Unión por mor de dos grupos de intereses divergentes: los del Norte y los del Sur, tensión que el diplomático vasco tratará de manejar en provecho de su propia misión -al cabo, frustrada- de conseguir una renuncia expresa del Congreso a todo derecho de navegación por el curso inferior del Mississippi, en favor exclusivo de España, cuyas posesiones rodeaban la desembocadura de dicho río; añadiremos, a este respecto, que para Gardoqui residía en la bipolaridad Norte-Sur el más grave elemento de desunión que podía planteárseles a los nuevos Estados americanos, y que la conciencia de una posible guerra entre ambos grupos de Estados era una obsesión que corría implícita a lo largo de su correspondencia con la Corte, y que se convertiría en trágica realidad ochenta años más tarde.
Como dato complementario diremos que en setiembre de 1787 fue objeto de una visita de Georges Washington, con el que se relacionó intensamente en los días siguientes, hasta que el prócer americano, cuya cordialidad y Ilaneza subraya en todo momento Gardoqui, partió para su residencia de Mount Vernon. A raíz de su vuelta de los Estados Unidos (en los precisos días en que toda Europa contemplaba atónita los sucesos de Francia), la carrera de Gardoqui fue fulgurante. En 1792 lo vemos promovido al puesto de ministro del Despacho Universal de Hacienda, que estaba vacante por fallecimiento de D. Pedro López de Lerena. Según Jovellanos en sus Diarios, tal nombramiento se debió a Floridablanca, de quien hacía criatura a Gardoqui.
Fueron éstos los años de gloria del avispado negociante bilbaíno, que en 1793 fue nombrado a titulo de honor diputado general del Señorío de Vizcaya y elegido como mediador en el pleito suscitado entre la villa de Bilbao y el Señorío en la cuestión de los caminos. Indice de este buen momento de la estrella de Gardoqui viene a ser también el folleto laudatorio que la villa y el Consulado de Bilbao le dedicaron por este tiempo bajo el título de Demostración de gratitud y, en fin, la obtención de la Gran Cruz de Carlos III en los meses finales de 1794. Pero algún tiempo después declinaba ya en Madrid la estrella de nuestro Diego, que al decir de Jovellanos en sus Diarios, se alió con el también ministro y alavés Eugenio de Llaguno y Amírola a fin de sostenerse en el mando.
Todo fue inútil, ya que a finales de 1796 era removido, siendo nombrado embajador de España en Turín. Jovellanos apuntaría en su Diario: "Gardoqui recibe su tardía justicia y va de embajador a Turín, donde no podrá prevaricar ni...", dejando unos puntos suspensivos que podrían sonar a algo así como concusionar. Antes de concluir, hemos de recoger unas breves referencias, relativas a nuestro hacendista bilbaíno. Según se nos hace saber en el Homenaje a la economía de Vizcaya. Revista financiera del Banco de Vizcaya. 1901-1951 (n. 77, Bilbao [1951], p. 46), Diego de Gardoqui, en un informe redactado en 1790, presentó la posibilidad de la colonización de la Pampa argentina con emigrantes procedentes de las Provincias Vascongadas; para la redacción del proyecto pudo valerse de datos de primera mano, relativos al Chaco y a la Pampa y a los ensayos de colonización que los padres jesuitas habían llevado a cabo en las célebres "reducciones" recién disueltas que sin duda le facilitaba su hermano cardenal, residente a la sazón en Roma.
Cita Yon Bilbao un trabajo impreso en Chile en 1903, del que se deduce que en 1792 nuestro hacendista estuvo en contacto con el padre del célebre revolucionario chileno Bernardo O'Higgins, siendo aquél virrey de Chile. Aparte la correspondencia oficial con la Corte y el referido informe sobre la colonización de la Pampa argentina, sabemos de algunos otros escritos de Gardoqui. Colmeiro cita cuatro Memorias que sobre el estado de la Hacienda presentó a Carlos IV en los años 1793, 1794, 1795 y 1796, aprobando algunas de las medidas que arbitra y criticando otras. Dichas Memorias fueron insertas por Canga Argüelles en su Diccionario de Hacienda (t. II, pp. 165, 169, 171 y 172) (cfr. Colmeiro: Biblioteca de los economistas españoles, Madrid, 1953-1954, pp. 82 ss.).