Concept

El Dance o Paloteado (1979 version)

El paloteado o palotiáu navarro es una variedad de la makildantza, danza pírrica o guerrera extendida en todo el país. En Navarra se baila el palotiáu en muchos pueblos de la Merindad de Tudela, siendo especialmente famoso el de Cortes. Según recoge J. M. Iribarren en su «V. N.», se llama también por extensión paloteado al conjunto de los diversos bailes y representaciones religioso-dramáticas que tenían lugar en fiestas y en las que intervenían los danzantes o paloteadores, el Mayoral, el Rabadán y, en algunas localidades, el Angel y el Diablo. Resulta familiar a los navarros el atuendo de los danzantes de la villa de Cortes y sus evoluciones con los palos y las cintas trenzadoras de rombos multicolores sobre un mástil florido. Este tipo de coreografía y su entorno hablado fue general un día en las poblaciones más crecidas de la Ribera tudelana. Los paloteados son un capítulo mal conocido del folklore navarro. Pero Arellano, en un buen trabajo sobre folklore de la merindad de Tudela, publicado hace ya cuarenta años en la revista «Eusko-Folklore», redujo a dos páginas escasas los datos sobre el «palotiáu», mencionando a Murchante, Ribaforada y Ablitas como pueblos donde había desaparecido, y a Fustiñana, «donde aún suele representarse». Salvador Barandiarán, S. J., estudió las danzas de Cortes en sendos números de la revista «Príncipe de Viana». Inocente Aguado Aguirre aportó noticias sobre el de Murchante, su pueblo, en «Dantzariak». En mayo de 1973 tuvimos la suerte de hallar en Monteagudo el texto de la representación del año 1894, el de la Gamazada, publicado con otros datos en el número 15 de «Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra»: Continuando nuestro recorrido por los pueblos del viejo reino, hemos descubierto nuevos e interesantes materiales, cuyas primicias presentamos en esta breve síntesis. Señalemos previamente la impropiedad de la palabra «paloteado» con que popularmente son conocidos estos festejos. Literalmente, el vocablo responde solamente a un tipo de danzas, el más espectacular y sonoro por los golpes que los participantes producen con sus palos. Nuestros pueblos meridionales aplicaron la palabra al conjunto de monólogos y diálogos en verso, y su acompañamiento de danzas, interpretados por un número par de hombres, con la intención de divertir al pueblo uno de los días festivos más solemnes del año. Generalmente los folkloristas han centrado su interés en el estudio de las danzas, escapando a su consideración algo de capital importancia folklórica. El paloteado no es baile solamente. Es más; las danzas son puro entremés o guarnición -utilizando estas palabras en sentido gastronómico- de unas representaciones teatrales en que tienen prioridad los recitados en verso o en prosa. Lo esencial en los paloteados es la parte coloquial, de forma que no pueden concebirse sin la participación del mayoral y rabadán y, en algunos casos, sin otros personajes no danzantes, que hacen gala de su ingenio y de sus cualidades versificadoras. Desgajar las danzas de su contexto, y presentarlas como «paloteados típicos» de un pueblo de la Ribera, es como invitar a un amigo a saborear una costillada en la hoguera de la noche de San Antón, de San Blas o de Santiago, y darle pimientos asados, tratando de convencerle de que son las típicas costillas de nuestra Navarra baja. Algún vecino de Cortes ha echado en falta, en la película «Navarra. Cuatro estaciones», lo que considera principal y más tradicional del paloteado de la villa. No faltan miembros del grupo coreográfico que se resisten a salir fuera para interpretar solamente las danzas, considerando con toda razón que no son éstas lo más característico y popular de su paloteado. Verso y danza, ingenio y movimiento, iban como anillo al dedo al temperamento abierto, bullicioso, imaginativo y chungón del navarro meridional, aficionado a expresar en lenguaje rimado los acontecimientos locales, cargando en los relatos toda su capacidad de chacota. Es la fiesta del Patrono en un pueblo cualquiera de la Ribera del Queiles o del Ebro bajo navarro. Bajo el sol que tostó mieses y pieles en campos y eras, la plaza se llena de refajos largos y pardos, de color en vestidos nuevos de mozas, y de mangas de camisa remangadas, rodeando un tabladillo presidido por la imagen del glorioso San Patrón. El mayoral grita en versos su saludo al ayuntamiento, clero, pueblo y forasteros, y un auténtico sermón con sabor, metro y rima de romance clásico, lanzando después, a veces y a su guisa, una crítica o comentario sobre los acontecimientos locales más relevantes del año. Habla luego el rabadán en tono más festivo y chungo. Una explosión de cohetes anuncia la presencia terrorífica del diablo, embutido en traje raboso y cornudo, la cara tiznada de negro, blandiendo un horquillo de palo y lanzando bravatas pantagruélicas y amenazas contra el santo y sus patrocinados. Corta sus ínfulas un ángel con voz de niño, y el demonio se confiesa derrotado, tirándose de los cuernos, en definitiva retirada. El eterno problema de la lucha entre el Bien y el Mal ha quedado resuelto de la manera más simple. Prosiguen los rayos solares resecando gargantas, y el pueblo escuchando. Aparecen los paloteadores poniendo en el tablado el colorido brillante de la seda y el satén de sus chalecos, calzones cortos y pañuelos terciados, y el inquieto sonar de unos cascabeles. Invita el mayoral a que cada uno diga su saludo al Patrono. Van haciéndolo y, uno por uno, son vapuleados con «dichos» o «chistes», en verso siempre, por los dos protagonistas de la farsa. Aguanta el mozo el paloteado verbal que publica defectos físicos, faltas más o menos reales, circunstancias personales, rubricados por las carcajadas y el aplauso de los espectadores. Número el más esperado y simpático de la reunión fue característico de todos los pueblos donde hubo grupo de danza. De Fustiñana es la señora que me confesó la decepción sufrida en un pueblo aragonés donde los bailarines no decían «chistes» en verso. Aquello ni era paloteado ni era nada. Luego irán sucediéndose los bailes, con palos unos, otros con cintas que se cruzan sobre el mástil, trenzando y destrenzando rombos de colores a medida de la evolución de los pasos de danza, y los menos con arcos, terminando en algunos casos con el alzado de un castillo humano, formado por los ocho paloteadores y coronado por el rabadán, gritando vítores o nuevos discursos. El espectáculo ha sido un latir del viejo «mester de juglaría». Porque si juglares eran quienes «por dinero y ante el pueblo cantaban, bailaban o hacían juegos», según definición perfilada por Menéndez Pidal y aceptada por la Real Academia de la Lengua, «joculatores» de lo más auténtico eran los compañeros que «jugaron» el paloteado -todavía usan algunos ancianos este verbo aplicado a la representación con el tío Centinela en Corella, con Javielón en Cabanillas, y el tío Cosme en Fustiñana, y los Patarros de Cortes, y Canuto Berical en Buñuel, y el Diablo Blanco de Ribaforada, y Joselico en Monteagudo, y el rapatán Peinones en Murchante. Juglares decidores de romances y de versos de sabor rural y pueblerino, esgrimidores de espadas en paloteados entre moros y cristianos, o de palos y cintas de seda, para solaz de un público hambriento de pan y diversiones. Ni se diga que no puede aplicarse la definición académica a nuestros actores por no haber sido el suyo «mester» ni oficio con que ganar el cotidiano yantar; porque, si bien es cierto que sus brazos sacaban de la tierra el pan, no lo es menos que su aportación al solaz del pueblo tenía como recompensa unas pastas y unos tragos de los vinos mejores de cada cosecha. Ref. Jimeno Jurío, José M.ª: Paloteados de la Ribera, «Nav. T. C. P.», n.° 217, Pamplona, 1984.