Businessmen

Echeverría Elorza, Patricio Cirilo

Industrial guipuzcoano. Legazpi, 09-07-1882 - Legazpi, 17-12-1972

En la historia industrial del País Vasco no es desde luego corriente encontrarse con personas que hayan levantado prácticamente desde la nada, grandes empresas, basándose en la innovación y la importación tecnológica. Fabricantes de origen humilde, cercanos al obrero, que comparten un mismo espacio físico, con estrechos lazos laborales y humanos, no exentos de cierto paternalismo. Individuos capaces, incluso, de cambiar la vida del pueblo en que se instalaron. Patricio Echeverría encarna, sin duda, ese pequeño patrono guipuzcoano.

Aunque miembro de una dinastía de papeleros, no siguió la tradición familiar, y pronto se orientó hacia la forja, trabajando en unos talleres de Mondragón, tras haber cursado sus estudios primarios en Legazpi. En 1904 regresó a su localidad natal, el municipio al que asoció su nombre durante toda su vida, y en donde abrió su primera pequeña herrería.

El caso de Patricio es, al igual que su empresa, representativo de la Gipuzkoa industrial de entresiglos, en la que las plantas fabriles estaban -en parte, debido a la buena red viaria- dispersadas, y en la que, a diferencia de Bizkaia, no había grandes capitales sociales, siendo su principal fuente de financiación la inversión de los propios beneficios.

En efecto, privado de medios, pero heredero de una vocación ancestral, el joven Patricio decidió fundar, en 1908, la fábrica de herramientas 'Segura, Echeverría y Cía' -o, lo que era lo mismo-, un modesto taller de 12 obreros. Fue allí, mientras fabricaba herramientas agrícolas y mineras (también de carpintería y cantería), en donde "Don Patricio" comenzó realmente su carrera empresarial. En 1909, por discrepancias en objetivos y ambiciones, la sociedad se disolvió, y a partir de entonces Patricio comenzó a gestionar su propio negocio. Da una idea de la progresión que experimentó la nueva fábrica el que el año de su fundación contaba con 106 operarios; en 1931 su plantilla era de 453, y en 1972, cuando falleció, de 3.400.

Durante las cinco décadas siguientes a la gestación de la, todavía muy humilde, empresa, Patricio introdujo innovaciones y nuevas modificaciones, primero en la fabricación de palas, una técnica que conoció en un viaje realizado a Inglaterra en 1920, y a partir de 1931 en la fabricación de guadañas, usando tecnología austriaca.

En la década de 1920 empezó a utilizar una marca comercial para sus productos, que la registró con el nombre de "Bellota", una de las marcas emblemáticas en el sector mundial de herramientas. El distintivo tiene su miga, puesto que era el mismo que utilizaba, para sus herramientas, la casa inglesa Henry Taylor (con la diferencia que la bellota aparecía en posición invertida), y Patricio tuvo que negociar la cesión del logotipo, a cambio de unas 35.000 pesetas. Entre los productos Bellota se encuentran: azada y azadones; raedera; rastrillo; horquilla; picachón y pico-martillo; yunques para picar guadañas; paletas; carretillas de chapa; palanca, barreno y pistolete; piezas para maquinaria agrícola; y todo tipo de rejas para arados y vertederas (casi todo salvo las palas).

El primer ejemplo de cómo Patricio recurrió a la innovación metalúrgica se encuentra en lo que fue su primer taller de forja, en donde patentó una invención por un periodo de 20 años, el 7 de agosto de 1906 (patente nº 38.511). Se trata de su rastrillo en chapa de acero, con ojo caldeado, y una azada de características similares. Ideó un procedimiento para fabricar, a partir de una chapa de acero, el rastrillo o la azada, estampando su ojo en prensa y martillando la pala. Su patente puede considerarse como importante en el desarrollo de la moderna fabricación de herramientas manuales, en la que se subraya la importancia de la estampación y el posterior mecanizado. Como también fueron importantes sus otras patentes: pulidora (1931), sierra de disco (1933), prensa excéntrica de doble columna (1933), prensa mecánica de cuello de cisne (1934) y dobladora de mangos manual (1936).

No todo fue, sin embargo, maquinaria propia; también se importó tecnología como la integrada por prensas, tijeras, esmeriles, dobladoras, enderezadoras, etc., de marcas de origen alemán y austriaco, sobre todo (Baning, Demag, Bêché y Graz...), que muestran una sensibilidad importadora perfectamente compatible con la innovación autónoma.

En cualquier caso, para explicar la expansión industrial no es suficiente con una sensibilidad innovadora. Patricio puso en práctica la idea -por supuesto, no original- de que tal expansión era sólo posible a través de una empresa integral, concluyendo que para reducir costes y aumentar la producción se precisaba la fabricación, por uno mismo, de aceros especiales; es decir, la puesta en marcha de una acería. Desde este punto de vista, el concepto empresarial consistía en una integración vertical. El modelo se materializó en varias fases: la instalación del primer horno eléctrico (1931), el tren de laminación y la producción de aceros especiales. Pero el modelo de empresa integral -independiente sí, pero también cerrada a sí misma- ha sido, y continúa siendo, un sistema, un ideal, complejo y desde luego hoy en día complicado. De hecho, tras la remodelación de los años 90, la antigua empresa abandonó la producción de acero, la laminación y la estampación de piezas.

Hasta el final de sus días, continuó Patricio fomentando la innovación como garantía de calidad y supervivencia, e intentando potenciar un modelo empresarial en el que basándose en, sobre todo, la atención humana, se lograse el progreso industrial y social. Su labor como benefactor, filántropo y padrino fue, de hecho, ingente. Las siguientes palabras de la historiadora Elena Legorburu [en su libro, La labranza del hierro en el País Vasco: hornos, ruedas y otros ingenios (2000), p. 204], me parece que resumen, cabalmente, su verdadera dimensión:

"D. Patricio encarna el prototipo por excelencia del patrono guipuzcoano tanto por sus orígenes como por su carrera e inquietudes humanas. Su figura es modélica por cuanto se le considera depositario de los rasgos que definen la peculiaridad industrial de Gipuzkoa.[...] Mostró tempranas inquietudes por garantizar una cobertura asistencial a la masa asalariada en una fechas en las cuales el Estado no se hallaba en condiciones de asegurar. La empresa asumió responsabilidades educativas, sanitarias, culturales, de vivienda,...de las que fueron beneficiados sus empleados y la población de Legazpi en general, esculpiendo con su sesgo la fisonomía urbana y sociológica de la Villa".