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Donostia / San Sebastián

El obispado Donostia ha pertenecido a tres obispados sucesivos. Originariamente y hasta el siglo XIX formó parte de la diócesis de Pamplona. En 1862 pasó a integrar, junto con Alava y Bizkaia, la diócesis triprovincial de Vitoria, y, en 1949 se erigió en cabeza del actual obispado de su nombre.

La principal parroquia de Donostia es el Buen Pastor, con categoría de catedral. Hay además 33 parroquias de barrio, todas ellas pertenecientes al arciprestazgo de San Sebastián: Ayete, Corazón de María, Espíritu Santo, Franciscanos de Atotxa, Igeldo, Inmaculada Concepción, Jesús de Nazareth, María Auxiliadora, María Reina, Nuestra Señora de Aránzazu, Nuestra Señora del Carmen, Nuestra Señora del Rosario, Resurrección, Sagrada Familia, Sagrado Corazón, San Francisco Javier, San Ignacio, San José, San José Obrero, San Juan Bautista, San Luis Gonzaga, San Marcial, San Martín Obispo, San Pablo, San Pío X, San Sebastián Mártir, San Vicente, Santa Cruz, Santa María, Santiago Apóstol, Santo Guztiak. Las ermitas son Santa Cruz de la Mota, Invención de la San Cruz de Ayete, Monumento al Sagrado Corazón de Urgull, Nuestra Señora de Loreto, Santo Angelo, Santa Ana, San Antonio Abad, Santa Clara, San Martín Obispo, San Pedro, Santiago de los Podavines, Santa Teresa de Ayete y Santutxo en el Antiguo. Las parroquias intramurales más antiguas son las de Santa María y San Vicente citadas ya en la documentación del siglo XII. En su origen componían una misma parroquia indivisa cuyo patronato correspondía a la ciudad, pese a lo cual, según sentencia del obispo de Pamplona Pérez de Legaria de 1302, la presentación de los cargos eclesiásticos correspondía a los cabildos civil y eclesiástico, con voto de calidad del alcalde en caso de empate.

Según consigna Gorosabel, en lo antiguo el arcediano de tabla de la catedral de Pamplona proveía 40 de las 80 epistolanías o beneficios de estas dos parroquias. También que su cabildo eclesiástico ponía un vicario en el lugar de Igeldo. Después, dice, "conmutaron las respectivas atribuciones por medio de una escritura de concordia" en virtud de la cual el arcediano cedió al cabildo la facultad de presentación y éste traspasó a su vez la provisión de la vicaría de Igeldo. En 1583 el obispo de Pamplona, Pedro de la Fuente, otorgó a cada una su propia feligresía. Pese a ello, en el siglo XIX ambas parroquias seguían unidas componiendo un solo cabildo. La de Santa María fue declarada basílica en 1973. Existió asimismo una iglesia de la advocación de Santa Catalina en el barrio extramural de San Martín, cerca del puente de madera que en el siglo XIX aún se alzaba sobre el Urumea. Estaba servida por un vicario sin administración de sacramentos. Perteneció a los templarios y, tras la extinción de éstos, a la orden de San Juan. Como consecuencia del cerco de 1719 fue demolida. De ella había surgido la cofradía de su nombre compuesta por maestros navieros, mercaderes, pilotos y mareantes, que siguió celebrando a su santa y erigió en la parroquia de Santa María un altar a ella dedicado.

Se ha mencionado ya en el apartado Historia la iglesia rural o monasterio de San Sebastián el Antiguo, origen histórico de esta ciudad. Según Gorosabel, parece ser que esta iglesia fue cedida en 1542 al convento de religiosos de Santo Domingo de esta ciudad, cuyo prior era cura párroco. Fue destruida en 1836 (guerra carlista) y reedificada de menores proporciones. A esta parroquia estuvo unido el convento de Dominicas. Fuera de los muros antiguos de Donostia se alzó, en el lugar ocupado desde 1868 por el Colegio de San Bartolomé de la Compañía de María, el monasterio de San Bartolomé hasta su destrucción durante la Primera Guerra Carlista y su traslado a Astigarraga en 1850. Debido a su gran importancia nos extenderemos en su historial.

  • Consolidación de la trayectoria fundacional: 1250-1318

Cabe destacar en este período la decisiva cristalización de la existencia del Monasterio en sus rasgos organizativos, con un reforzamiento de los lazos con el prelado pamplonés y de la normativa canónica regular. Igualmente, en sus expectativas económicas, gracias al crecimiento de sus propiedades e ingresos, apreciándose ya una diversificación de sus rentas. Y por último, en su proyección social, al ocupar un puesto en la política de donaciones de los monarcas castellanos, al obtener la consideración de los donostiarras y al ejercer un papel no insignificante en la vida espiritual de éstos. No obstante, tropezó el Monasterio también con dificultades. Así, verosímilmente afectado por un incendio, tuvo que ser reconstruido a instancias del obispo Don Miguel Sánchez de Uncastillo, quien, poco después, en 1280, expedía un despacho por el que otorgaba indulgencias a los fieles que ofreciesen limosna a San Bartolomé para el sustento de sus monjas, su fábrica, luminaria y demás necesidades.

Igualmente, concedía preferencia a los limosneros de San Bartolomé respecto de los otros cuestores de la diócesis, exceptuados los de la catedral de Pamplona. De este modo, las mercedes no se hicieron esperar. Sancho IV de Castilla, con motivo de su segunda estancia en San Sebastián en 1290, no sólo tomó bajo su protección al Monasterio, sino que, a petición de éste, le confirió 1.000 maravedíes anuales de la moneda de la guerra destinados a las obras de la iglesia y convento. En tal sentido en 1294, ordenaba a los diezmeros, ante el incumplimiento de la disposición anterior, pagar a San Bartolomé 1.000 mrs. anuales situados en los diezmos de la mar de San Sebastián. Y, simultáneamente, mandaba al concejo de dicha villa que no forzase al Monasterio a proveerse en ella, permitiéndole comprar productos básicos (pan, vino, sidra...) allí donde más le conviniese. Todo ello en el marco de la expansión comercial donostiarra -dos años después quedaría constituida la Hermandad de las Marismas de Castilla con Vitoria-.

Este proceso culminó con el privilegio de Bonifacio VIII de 1298, confirmatorio del de Inocencio IV; con el despacho del obispo Don Miguel Pérez de Legaria de 1302, por el cual otorgaba a San Bartolomé el amparo episcopal; y con la "refundación" de 1305 por el arcediano de la cámara del cabildo catedralicio pamplonés Don Juan Juániz de Aizaga -generoso y diligente alentador del robustecimiento de la mitra y catedral iruñesas-. Siendo el prior Don Iñigo López de Lumbier vicario general en sede vacante, el arcediano Aizaga, tras reedificar el Monasterio luego de un posible incendio h. 1301, acordó con las religiosas de San Bartolomé -mediante escritura del escribano público clérigo Don Martín Miguel de Arbizu- la adecuación de la regla canónica practicada por ellas con arreglo al modelo de San Pedro de Ribas, lo cual conllevaba la perenne subordinación al obispo de Pamplona. En caso de quebrantar tales preceptos, las monjas se verían privadas en provecho de la iglesia- catedral de Santa María de los bienes y rentas con los cuales había dotado a San Bartolomé. Estos suponían un interesante aporte agrario para el Monasterio, localizándose en Gipuzkoa oriental (molinos, casas y manzanal de Loyçata/Loyztaran-en el término de San Sebastián-; molinos en Ramel y collazos en Eldua y Blastegui -en las proximidades de Tolosa-) y en Navarra (34 cahíces de trigo en rentas en Adiós y viñas en Artazu -cerca de Puente la Reina-; otros 6 cahíces y 1 robo de trigo en Góngora -no lejos de Pamplona-; 18 cahíces en Arazuri, y 18 más en Berrio y Ainzoain junto a Pamplona-; y 3 cahíces y 3 robos igualmente de trigo en collazos en Berama -en el Valle de Araquil-).

A su vez, como símbolo de este compromiso, las Agustinas donostiarras se obligaron a la entrega el día de Navidad de 6 libras de cera a la mitra pamplonesa y de 40 sueldos de sanchetes al cabildo catedralicio para un aniversario por Don Juan Juániz de Aizaga, así como a una plegaria diaria por él y por sus parientes en vida y posteriormente en sufragio de sus almas. Por último en razón de una sentencia arbitraria del obispo Don Arnalt de Puyana, del hospitalero Sancho Martínez de Guerguetiain, y del arcediano de Valdeaibar Don Iñigo García de Huarte en favor de San Bartolomé, en enero de 1318 -cuando aún no se había posesionado de la diócesis su nuevo prelado Don Arnalt de Barbazán-, el arcediano de la cámara Don Adán de Arteiz confirmaba a la priora Dña. Peyrona y al Monasterio sus propiedades, rentas y derechos.

  • Generalización de las mercedes reales: 1318-7400

Esta etapa quedó marcada por el trato pródigo en favores con el que distinguieron a S. Bartolomé los monarcas castellano-leoneses, tanto de la casa de Borgoña como de la de Trastámara. Tal liberalidad tuvo esencialmente un objetivo económico cifrado en el aumento de los ingresos del Monasterio, particularmente los relacionados indirectamente con el sector terciario, y en la salvaguardia de su patrimonio y privilegios. Así, brilló por su largueza Alfonso XI, probado bienhechor de la villa de San Sebastián. En 1318 y 1332, hacía hincapié en el libre abastecimiento de las monjas, cuestión contemplada ya por su abuelo Sancho IV (real cédula de 1294 -confirmada por Fernando IV en 1308-). Del mismo modo, en 1318 y de nuevo en 1332, prohibía al concejo de San Sebastián y otros lugares el embargo al Monasterio de los heredamientos indispensables para el mantenimiento de medio centenar de religiosas. En 1330, ordenaba al concejo de Tolosa que respetara una escritura de convenio entre el mismo y San Bartolomé acerca de unos molinos y puente que poseían a medias cerca de Tolosa.

Y, por fin, en 1318 y 1328 -en esta fecha a petición de los vecinos de San Sebastián el preboste Don Guillem Per de Mans y Don Sancho Pérez de Aragón en nombre de las monjas de San Bartolomé-, revalidaba, como había hecho su padre en 1304, la concesión por Sancho IV de un millar de maravedíes en los diezmos de la mar donostiarras. Reforzaba el soberano castellano esta merced en 1348 al eximir a aquéllas de la presentación de "cartas de recaudamiento" para la percepción de los mencionados 1.000 mrs. ante los recaudadores de los susodichos diezmos. La actuación de los monarcas sucesivos incidiría reiteradamente sobre este último asunto. Pedro I confirmaba en 1351 los 1.000 mrs. allanando obstáculos en su libramiento. En 1379, Don Pedro Juanes de Suasti, capellán y procurador de la comunidad agustina, obtenía de los alcaldes de San Sebastián Don García de Getaria y Don Martín Martínez de Durango un traslado de la carta de privilegio de Enrique II por la que, en 1374, otorgaba a San Bartolomé los dichos 1.000 mrs. anuales de la moneda de a 10 dineros el maravedí en los diezmos del puerto donostiarra. Juan I y Enrique III la ratificaban en 1379/1392 y 1393/1400 respectivamente. Este disponía en 1400 (albalá y confirmación) que los contadores mayores hicieran constar en los libros los 1 .000 mrs. de S. Bartolomé, así como los 3.000 del consejo donostiarra, para que les fueran abonados, lo cual no se verificaba desde 1395. Por otra parte, Juan Y renovaba en 1385 la protección regia conferida al Monasterio por Sancho IV y Alfonso XI. Paralelamente, San Bartolomé se beneficiaría sin duda con la fructífera y creciente intervención donostiarra en la inserción de la Corona castellana en los circuitos comerciales internacionales, sobre todo atlánticos.

  • Intensificación de la vida socioeconómica del Monasterio: 1400-1518

El rasgo más significativo de esta centuria radicó principalmente en un activo despliegue de la potencialidad económica de un monasterio en expansión. Juros, transacciones inmobiliarias, rentas, donaciones y dotes se fueron acumulando, aunque de manera acorde con las condiciones sociodemográficas del San Sebastián de la época, núcleo urbano de pequeño tamaño. Así, una muestra del desprendimiento individual para con las religiosas donostiarras fue la dejación por Don Juan de Aguirre en 1471 en favor de San Bartolomé de 3.000 mrs. de juro de heredad adquiridos de Enrique IV (2.000 en las alcabalas de San Sebastián y 1 .000 en las de Pasajes -por un albalá de 1473 éstos se situarían en las de Astigarraga-). Al mismo tiempo, si bien con algún retraso en su materialización práctica, las atenciones reales proseguían (vg.: la confirmación del privilegio de Enrique II de 1374 por Juan II -1427-, Enrique IV -1460 y Reyes Católicos -1484 y 1491-). Sin embargo, el Monasterio de San Bartolomé hubo de enfrentarse también a diversas querellas en temas económicos con instituciones y particulares varios, y a las consecuencias no siempre positivas que le acarreaba su ubicación estratégica fuera del recinto murado donostiarra.

Por otro lado, las relaciones con la mitra y cabildo iruñeses eran altamente satisfactorias. En esta línea se inscribe la permuta llevada a efecto en 1436 por Don Diego García de Unzué, licenciado en decretos y hospitalero de la catedral de Pamplona, y el Monasterio de San Bartolomé. Este renunciaba a la pecha que tenía en Arazuri y Adiós en beneficio del dicho canónigo hospitalero, quien, por su parte, entregaba al Monasterio las heredades pertenecientes a su dignidad en Gipuzkoa, y singularmente en la comarca de Hernani, y se comprometía al pago por él y sus sucesores en el cargo de 20 gruesas que hasta entonces desembolsaban las monjas para la pitancería de la catedral. Aprobado días después por el obispo Don Martín de Peralta el Viejo, este convenio respondía tal vez a una voluntad recíproca de concentración territorial de los bienes adscritos al cabildo y al Monasterio. Asimismo, bajo el gobierno episcopal de Don Nicolás de Echávarri Don Domingo de Roncesvalles, prior de la catedral de Pamplona, hacía en 1466 de las canónigas regulares donostiarras miembros de la Cofradía de Santa María de dicha catedral, junto con el disfrute de cualquier privilegio, gracia, indulgencia y beneficio concedido a la misma en el pasado y en el futuro por la jerarquía pontificia, arzobispal o episcopal. En lo tocante a los pleitos sostenidos por San Bartolomé, la situación puede quedar ejemplificada por los mantenidos con:

I. El concejo donostiarra acerca de la imposición y repartimiento de tributos, pechas y derramas por éste sobre las propiedades del Monasterio, lo cual fue prohibido por real ejecutoria de 1511.

2. Don Pelegrín de Hua, capellán de la iglesia de San Sebastián el Antiguo, al negarse las monjas a satisfacer la primicia, alegando que estaba destinada al proveimiento de cálices, libros y ornamentos para el culto, de tal suerte que la villa de San Sebastián les acordó en 1418 el amparo solicitado por la priora Dña. Mencía del Puerto y la tesorera Dña. María Juana de Lana.

3. Las vecinas de Usúrbil Dña. María Miguelez de Urdayaga y Dña. Leonor de Avendaño, su hija, al perjudicar la nueva nasa para salmones de éstas a la de Girondo, de la cual las agustinas gozaban aguas abajo del Oria, logrando en tal sentido una real ejecutoria en 1513 que les compensaba con la tercera parte de la nasa de las usurbiltarras. Esta fase concluyó con la convulsión que representó para las canónigas regulares de San Bartolomé el pillaje e incendio de su morada con motivo del asedio frustrado de San Sebastián en 1512 por las tropas francesas de M. Odet de Foix vizconde de Lautrec (primera tentativa de recuperación del trono de Navarra por Catalina de Foix y Juan III Albret ). Estos daños vinieron a sumarse a los causados por la invasión francesa de 1476 (Guerra de Sucesión castellana), de manera que las monjas de San Bartolomé tuvieron que hacer frente a la reconstrucción de su iglesia y a las secuelas económicas de tales eventos. De ahí que Fernando V les facilitase 20.000 mrs. de las penas de cámara de Gipuzkoa, que todavía no habían cobrado en 1518 cuando Carlos I decretó que les fueran entregados. Igualmente, instaba en 1514 el Rey Católico al corregidor de Guipúzcoa a que colaborase en la citada reedificación. Por consiguiente, el Monasterio de San Bartolomé encaraba una nueva etapa remozando su porte con el auxilio regio.

En cuanto a su organización y disciplina internas, ignoramos si alcanzó a San Bartolomé el clima de relajación de la vida eclesiástica regular que se difundió a lo largo de los siglos XIV y XV. Parecen indicar que no sucedió tal cosa, al menos de forma alarmante, la desautorización en 1499 por Achiles de Crasis, doctor en ambos derechos y capellán de Alejandro VI, de la tentativa de Fr. Juan de Vitoria de reformar el Monasterio, invocando presunta potestad apostólica para la visita, así como su protagonismo en la fundación de otros conventos guipuzcoanos de canónigas regulares a lo largo del siglo XVI. Probablemente, las monjas de San Bartolomé observaron el "Ordo antiquus", esto es la "Regla de Aquisgrán modificada" y la "Regula Tertia" de San Agustín. No estuvieron obligadas a guardar clausura hasta el período conciliar tridentino, no hallándose cercada por muro la huerta y pudiendo ellas acceder a la villa y sus alrededores (así cantaban el día de Sta. Clara vísperas en una ermita, acaso de su propiedad, en la isla donostiarra de la misma advocación). Su función esencial era la propia de todo el canonicato regular, el canto del oficio divino, conjugando la espiritualidad monástica tradicional con cierta conciencia del apostolado. Las profesas, posiblemente ya de procedencia social acomodada, tenían vedado el abandono definitivo de este Monasterio sin licencia episcopal, a no ser que ingresasen en otro de vida más severa.

A su cabeza se encontraba una priora, elegida libremente por la comunidad y, como quedó señalado, debían acatamiento perpetuo al obispo de Pamplona. Y fue indudablemente la sede mitrada iruñesa la que, ante el afincamiento creciente de otras Ordenes femeninas en la Provincia (Concepcionistas en Azpeitia -1497-, Oñati -1500- y Mondragón -1511- y, Clarisas en Oñati -1514- y Elgoibar -1533-), impulsó la fijación de la observancia canónica regular por parte de las religiosas de San Bartolomé en los nuevos conventos de canónigas regulares surgidos a la luz de la expansión del monacato femenino en Gipuzkoa durante los ss. XVI y XVII: Hernani -1544-, Mondragón -antes de 1550- y Garagarza de Mendaro -1561- (las fundaciones agustinas de Rentería -1543-, Soraluze -a. 1589- y Eibar -1602- se debieron sin embargo a ermitañas descalzas de San Agustín, canónigas regulares logroñesas y agustinas recoletas respectivamente). Por otra parte, San Sebastián habría de esperar hasta 1546 para que, con el establecimiento de las dominicas junto a la iglesia de San Sebastián el Antiguo, se desvaneciese el acaparamiento que desde el siglo XIII imponía el Monasterio de San Bartolomé del Camino sobre la religiosidad comunitaria femenina donostiarra. Y ello en una villa en la que, por lo demás, las Ordenes religiosas en general, exceptuados los escasos monjes o clérigos regulares del monasterio de San Sebastián el Antiguo -monasterio lo de mediados del siglo XI- y los hospitalarios de San Juan de Jerusalén -iglesia de Sta. Catalina, extramuros, del siglo XIII-, por muy diversos factores no llegaron a arraigar. Al siglo XVI le tocaría ser el marco del enraizamiento definitivo, aunque no exento de sobresaltos al principio, de algunas de ellas en la vida espiritual y socioeconómica donostiarra.

Fundado por Alonso de Idiáquez en el año 1546, originariamente beaterio. Estuvo unido al monasterio de San Sebastián el Antiguo siendo destruido también durante la Primera Guerra Carlista. Sus monjas se establecieron en Uba.

El convento masculino intramural de dominicos de San Telmo fue fundado por el tolosarra Alonso de Idiáquez y su mujer Gracia de Olazábal mediante capitulaciones entre la ciudad y Fray Juan de Robles, prior de Atocha que acudió a tomar posesión de la obra finalizada en 1551. Su patronato perteneció a los sucesores de los fundadores. Fue suprimido con la desamortización de 1836 y fue destinado a parque de artillería.

En 1606 se concertó la escritura entre los Recoletos de la orden de San Francisco y la ciudad para establecer el convento de Jesús en el lugar denominado casa Chartico, al otro lado del puente de Santa Catalina. La ciudad adquirió la casa y pertenecidos con lo que conservó el patronato. Fue suprimido también en 1836 y destruido durante la guerra en curso. Sobre su solar se edificó con posterioridad la Casa de Beneficencia o Misericordia.

Los jesuitas poseyeron desde 1619 un Colegio de la Compañía de Jesús en la calle de la Trinidad. Las comunidades de San Telmo y San Francisco se opusieron a este establecimiento solicitando del Rey su expulsión por alborotar al pueblo y dividir en bandos a los habitantes de la ciudad. En efecto, según recoge Gorosabel, la implantación de los jesuitas dividió al vecindario instigado por dominicos y franciscanos. En 1626 esta división acabó con una refriega con desórdenes y heridos ya que los jesuitas pretendieron que se les entregase la basílica de Santa Ana, aneja a la parroquia de Santa María. La expulsión no tuvo lugar, sin embargo, hasta el siglo XVIII. Evacuados los jesuitas, el convento fue convenido en cárcel civil.

También en el siglo XVII, en 1663, fue fundado, merced a los bienes de Simona Lajust, el convento de Santa Ana y Santa Teresa, en la subida del Castillo, siendo entregado a las carmelitas descalzas. La ciudad obtuvo el patronato y las monjas vinieron de Tarazona y Zumaia.