Lexicon

CRUZ

Etnología. Esta insignia cristiana figura en muchos lugares de Vasconia, en poblado y en despoblado, y su nombre en la toponimia es frecuente. Sólo recordaremos aquí unos nombres, lugares y costumbres. Este nombre y sus variantes, kurtze, kruxia, gurutze; korotz, gorotz, goros, etc., figuran en numerosas montañas en cuyas cumbres se hallan plantadas sendas cruces (Aizkorri, Gorbea, Ernio, Oiz, etc.). A esto obedece, en muchos casos, el nombre del monte, como es el caso de Kurtzebarri (montaña de Escoriaza), de Kuutzemendi (en Mendiola), Gurutzegorri (en Atáun), Irukützeta (sobre Vergara), Kurtziamendi (sobre Barrika), Gorozika, Gorosmendi, Gorospil, etc. En la cumbre Gorospil («cruz circular»), donde se halla el mojón divisorio de los términos de Baztán, de Ezpeleta y de Itxasu, existe una gran piedra arenisca tendida en el suelo. Su traza ligeramente antropomorfa y una circunferencia grabada en la parte que podría corresponder a la frente, dieron quizá su nombre al monte. Podría ser un menhir que, en tiempos recientes, fue utilizado para señalar los confines de aquellos pueblos. En la cumbre de Aizkorri existe una ermita de Santo Cristo. En ella es venerado un crucifijo de factura románica. De él cuentan que apareció en la cúspide de aquella sierra. Los cegameses y los alaveses se disputaban su propiedad. Los primeros lo llevaron a Cegama; pero la mañana siguiente apareció en lo alto de Aizkorri. También los alaveses lo llevaron a uno de sus pueblos; pero el crucifijo subió misteriosamente al lugar de su primera aparición. Después de muchas disputas, convinieron todos en que la milagrosa cruz perteneciera a aquel de los contendientes a cuyo pueblo estuviera mirando el crucifijo a la mañana siguiente. Llegada la hora, hallaron el crucifijo mirando a Cegama. Esto fue lo que zanjó el pleito. A la cumbre de Aizkorri van en rogativa los cegameses todos los años y hacen celebrar una misa en la ermita a fin de evitar que el viento haga destrozos en las mieses. Suben también a esta ermita los que sufren reúma o dolores de cabeza, practicando el ejercicio del viacrucis en el recorrido, para lo cual hay cruces plantadas en el camino. Muchos peregrinos que van a la ermita de Aizkorri llevan cintas de percal y las cambian por otras que cuelgan allí, de los brazos de la cruz. Son conservadas como amuletos. En lo más alto del monte Ernio existe una cruz rodeada de otras más pequeñas. Todos los domingos de agosto se hace romería a esta cumbre. Cerca de ésta se halla una pequeña planicie donde está plantada una cruz de piedra, la cual estuvo antaño en la cumbre misma y, habiendo sido derribada por un rayo, fue trasladada al sitio que ahora ocupa. Cada romero lleva encendido un eskubildu «rollo de cera» mientras sube de esta cruz a la del alto, rezando el viacrucis en el camino. Un hombre y dos mujeres de Régill subian allí para dirigir el ejercicio de viacrucis colocándose al frente de grupos de romeros. Cada uno de éstos les pagaba cinco céntimos por tal servicio (esto ocurría el año 1924). En la mencionada planicie hay muchos aros de hierro de diversos tamaños. Los romeros los meten en los brazos, en el cuello, en las piernas, en la cintura, etc., tras haber rezado varios Páter y Ave: esto lo hacen para preservarse del reúma o para curarlo. Los romeros compran allí unas cintas que luego cambian por las que cuelgan de la cruz de la cumbre, colocadas antes por otros romeros. Por haber estado en contacto con dicha cruz, son consideradas como benditas, y con ellas envuelven los miembros atacados por el reúma. Después de tales prácticas, los romeros regresan a sus casas ostentando en sus vestidos medallas, cruces y cintas. Irukûtzeta es la cumbre más alta de la sierra de Elosua-Placencia. Está coronada por triple cruz de hierro que hace de mojón divisorio de los terrenos de Vergara, Azcoitia y Elgóibar. A su lado existe un dolmen y algo más distante un monolito de grandes proporciones llamado Arribiribilleta. En una planicie que hay junto al dolmen se celebra una romería el primer domingo de mayo. Hoy no tiene carácter religioso tal romería; pero lo tuvo indudablemente en otro tiempo. Cuentan que antiguamente un anciano de Lezarrisoro (caserío de Vergara) subía todos los años, el primer domingo de mayo, a la cumbre de Irukûtzeta, llevando una cruz en la cinta de su sombrero. Con él iba mucha gente. Ya no se lleva ninguna cruz; pero la gente moza continúa celebrando anualmente la romería, que consiste principalmente en bailes y meriendas. Aittekutzeko, «Padre de la cruz» o crucifijo que se venera en la ermita de Santa Cruz de Berriatúa apareció en aquel lugar, según relatos populares. Los vecinos trataron de construirle una ermita en un sitio llamado Pagüeta, que parecía más adecuado. Pero lo construido allí de día, era transportado de noche misteriosamente al lugar de la aparición. Un vecino del caserío Doixtu se puso al acecho para ver quién hacia esa labor, y luego oyó que alguien decía: Aida! blanco y amarillo, a quien está acechando ojalá le salga el ojo. Después, hasta en la cuarta generación, hubo tuerto en Doixtu. La ermita fue construida en el lugar de la aparición. Junto a la presa del molino de Langarica existe una cruz de hierro montada sobre un pedestal de piedra. De ambos brazos de la cruz cuelgan clavos de hierro. Los que padecen dolores de muletas suben a la cruz hasta llegar a tocar con la boca los clavos y morderlos, a fin de curarse. En el alto de Azkorre, cerca de Salvatierra, hay una ermita y una cruz de hierro caída en el suelo. Sin embargo de ser fácil levantarla, no lo es separarla del sitio, y el que lo intenta queda inmóvil, paralizadas todas sus fuerzas. La cruz, como señal de cristiano, tiene aplicación en multitud de casos y formas muy variadas. Como ocurre con cualquier símbolo, el de la cruz es utilizado en su sentido original y auténtico por muchos, como elemento puramente decorativo y rutinario por otros y como objeto mágico y como adminículo de observancias supersticiosas por no pocos. Los hechos que hemos citado arriba pertenecen, en varios de sus aspectos, a este tercer grupo de casos. La cruz es muy frecuentemente utilizada como símbolo religioso en forma de colgante y de decoración de puertas, de paredes y aun de techos de las casas; como medio protector y como objeto de veneración en muchos casos (sólo en Guipúzcoa existen cuarenta y cinco ermitas de su advocación). El crucifijo, llamado en gran parte del país Aitte-gurutzeko, «padre de la cruz», ha sido muy venerado por los vascos, y su efigie ha estado presente en los actos más trascendentales de su vida. Ha sido también objeto de leyendas, como es el caso del Santo Cristo de Aizkorri, del de Lezo, del de Bizkargui, etc., y muchas veces presenta diversas adherencias mágicas, animistas, fascistas y marxistas, suerte de ganga que lo ha transfigurado en diferentes direcciones. De la cruz de hierro, que es venerada en la iglesia parroquial de Legazpia, se cuenta que apareció hace cuatrocientos años en la fragua de la ferrería de Mirandaola, sita en aquel pueblo. No lejos de allí, cerca del caserío Galdos, existe una cruz de piedra: créese que, dando varias vueltas alrededor de ella, los niños aprenden luego a andar. Lo mismo se dice y se practica en una cruz existente cerca de la ermita de Nuestra Señora de la Antigua de Anzuola. La cruz figura en la cúspide de los campanarios de las iglesias. En algunos casos se ven superpuestas la campana, la cruz y la varilla del pararrayos, que alguien podría interpretar como fases de un proceso de culturización. Aunque la referencia a Dios sea obvia en la cruz y ésta sea un símbolo que recuerda al cristiano todo un mundo de representaciones y un peculiar sentido de la vida humana, no han faltado quienes han hecho de este signo, como de otros signos e imágenes, su ídolo y punto final, esperando de él y no de Cristo las gracias y beneficios que desean lograr. Hay, pues, quienes ven en la cruz un signo y un símbolo, suerte de lenguaje que les evoca el recuerdo de Cristo y de su vida, como ideal y modelo que perfile su personalidad; otros, en cambio, han hecho de ella un talismán y un simple soporte de creencias y prácticas supersticiosas. Estas diferencias de apreciación de un mismo objeto responden a la diversidad de los niveles mentales que caracteriza a una población. Para completar este cuadro diremos que el signo de la cruz, como muchos de los viejos símbolos, devociones y observancias por las que el pueblo vasco supo y aún sabe ponerse en contacto con un mundo que le trasciende y comunicarse con Dios, son considerados, según ocurre siempre en tal coyuntura, como algo «ya superado» y carente de interés, sobre todo por quienes se mueven por afán de novedades o esnobismo más que por un estudio objetivo de los hechos. Es uno de los rasgos de la transición contemporánea que merece ser estudiado. Ref.: J. M. de B.: Eusko-Folklore, 1925, pp. 3940; 1926, p. 43; Varios: «A. de la S. de E. F.», IV, p. 25; R. M. A.: «E. Y.», I, pp. 201-202.