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Cía y Francés, Policarpo

Ingeniero de minas y mineralogista navarro. Pamplona, 1817 - Tudela, 22-12-1867.

En un siglo caracterizado por la inmediatez, por la rapidez con que se conocen nuevas innovaciones desarrolladas en un lugar de un mismo u otro continente, el recuerdo de las vivencias de Policarpo Cía refleja la primicia de lo más avanzado.

Evidentemente, eran otros tiempos (mediados del siglo XIX), otras urgencias y menesteres (procedimientos mineros) y otros modelos a imitar (la siderurgia del norte de Europa), pero tendemos a olvidar el espejo donde nos mirábamos y a perder de vista que siempre existieron espejos, así como personas que, con ingenio y valor, trataron de importarlos e implantarlos.

Miembro de una familia noble y acomodada (propietaria de tres casas solariegas, e, incluso, con asiento en las Cortes del Reino de Navarra), todo apunta a que Cía recibió una educación refinada. En 1835, inició los estudios preparatorios para ingresar en la Escuela de Minas de Madrid, que no abriría hasta 1836. Esos estudios incluían matemáticas, ciencias naturales y química, que se impartían en distintos centros. Una vez incorporado a la primera promoción, estudió mineralogía, metalurgia y laboreo de minas. Entre sus maestros figuraron, en ese orden, Rafael Amar de la Torre (1802-1874), Lorenzo Gómez Pardo (1800-1847) y Joaquín Ezquerra del Bayo (1793-1859) que, años después, le acompañaría en una comisión oficial por Europa. De su expediente académico pudo alardear el haber ocupado, en todo momento, el primer lugar.

El primer destino que le llegó --en su condición de primero de promoción- fue dar clases en la Escuela de Capataces de Minas de Almadén. Allí enseñó (de 1841 a 1844) laboreo de minas y conocimiento de minerales y rocas, pero también pudo aprender de su director, el eminente geólogo Casiano del Prado y Valle (1797-1866); bajo su supervisión, escribió una 'Memoria sobre la máquina de vapor que sirve para el desagüe de las minas de Almadén del azogue'--publicada, en 1839, en los Anales de Minas- en la que proponía mejoras técnicas. De aquí pasó a Linares, en donde fue secretario de la Inspección de Minas de Asturias y Galicia, a las órdenes, de nuevo, de otro eminente geólogo, Guillermo Schulz y Schweizer (1800-1877). De esa época data la inspección que realizó a varias minas de Navarra y Aragón.

En 1847, tras una baja de dos años por razones administrativas, Cía se reincorporó al servicio, siendo destinado, a petición propia, a servir en ultramar. El destino: Cuba, como ingeniero inspector de la isla de Puerto Príncipe. Antes viajó, sin embargo, al País de Gales, visitando in situ las fábricas de tratamiento y fundición de cobre en Swansea, y en seguida inició una serie de investigaciones dirigidas a descubrir si era posible utilizar semejante procedimiento en Cuba y en la Península. En 1848 se dedicó a la tarea de aplicar el modelo de Swansea, una tarea que estaba dirigida a mejorar las ricas explotaciones de cobre de Santiago de Cuba y el criadero de oro de Holguín [no fueron, por cierto, éstas sus únicas tareas; también se encargó de redactar las ordenanzas mineras y de terminar la carta geológica de la isla de Cuba (Revista Minera, 1854)].

Existe una Memoria, publicada en La Habana y luego extractada en la Revista Minera de 1850, en la que Cía expuso con una gran erudición, impregnada por un cierto afán de emulación, las técnicas más avanzadas en fundir cobre, y cómo convenía importarlas. Merece la pena reproducir uno de sus párrafos:

En resumen, la ventaja de que por este procedimiento [sistema de reducción con carbón y hierro] pueden tratarse indistintamente óxidos, carbonatos y sulfuros; los menores gastos de elaboración, de construcción y reparación; la brevedad con que se alcanzan los productos; y la ínfima pérdida de cobre en las escorias...ofrecen alicientes poderosos para que sea preferido [a la hora de] establecer una nueva fábrica (Policarpo Cía, 1850, p. 244).

Durante los años siguientes a la experiencia --por cierto, bastante exitosa- en Cuba, Cía se dedicó a la función docente, que había iniciado en Almacén y que continuará a partir de 1850 en Madrid, a cuya Escuela de Minas quedaría ligado para siempre su nombre y su gloria. En 1850 comenzó a desempeñar las cátedras de mecánica aplicada, construcción y estereotomía, pero esta tarea fue interrumpida el 17 de mayo de 1851, cuando recibió el encargo, junto a Ezquerra del Bayo, de viajar al norte de Europa. Cía permaneció en comisión seis meses, visitando varios establecimientos mineros y metalúrgicos, como las célebres minas de Fahlum y Dannemora y las forjas de Österby en Suecia, y otros centros de Noruega y Finlandia. A su regreso, publicó varios trabajos científicos, relativos a la aplicación de los métodos suecos en las minas de Huelva de Río-Tinto, en la Revista Minera.

No le faltaron a Cía, como cabía esperar, ofertas de trabajo. La Escuela de Minas de Madrid siguió sirviéndose de sus servicios, aunque también aceptó (en 1854) la dirección de la mina de plata "Suerte", una de las más productivas de la próspera comarca de Hiendelaencina. Allí introduciría una técnica exitosa para el aprovechamiento de la plata (de hecho, la preparación mecánica por vía húmeda se generalizó en toda la comarca).

Con todo, algunas de sus más meritorias iniciativas coincidieron con el nombramiento, de Cía, de director de la Escuela de Minas, el 3 de diciembre de 1862. En primer lugar, luchó por elevar el prestigio y la calidad de la Escuela, que pasó de tener 5 alumnos por promoción en 1863 a 20 en 1864. También logró reanudar, con créditos obtenidos, los campamentos de geología, que habían dejado de organizarse en 1850. Asimismo, trató de actualizar el reglamento del centro, además de la colección de rocas y minerales con que contaba el Museo de la Escuela. Durante estos dos años, Cía dejó rastros de laboriosidad y de una delicada salud.

Tudela fue la ciudad, de su tierra natal, a la que pasó a residir cuando cesó en sus cátedras de geología, mineralogía y laboreo de minas, el día de su jubilación, el 10 de noviembre de 1864, tres años antes de su muerte.