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REAL CONGREGACIÓN DE SAN FERMÍN DE LOS NAVARROS

Fines. Sus objetivos fueron piadosos y benéficos, es decir, honrar al patrón y ayudar espiritual y materialmente a los naturales del Reino en asilos, casas privadas, cárceles y hospitales. Los navarros hicieron el primer contrato con el convento de la Victoria de San Francisco de Paula pero sobrevinieron disidencias y pasaron en 1685 a la iglesia de los trinitarios calzados. Treinta y dos años más tarde se creó la Real Congregación de San Ignacio agrupando a los naturales de Alava, Guipúzcoa y Vizcaya; ambas congregaciones estuvieron estrechamente vinculadas siendo frecuente que las familias de alcurnia de origen vasco pertenecieran a ambas Congregaciones. En 1744 la RCSFN adquirió una sede propia: la casa y el jardín del Conde de Monterrey entre la calle del Turco y el Prado de San Jerónimo, elevándose la capilla propia en el salón que miraba al Prado (1746). A la ceremonia se invitó especialmente a la Congregación de San Ignacio, circunstancia que, como se dice en las Constituciones, "realzó notablemente la solemnidad, estrechando más el antiguo vínculo e ilustre alianza, con que la naturaleza, el terreno y el idioma unió aquel apreciable principio y antemural de las Españas". Y el 27 de diciembre de 1773, fecha en que la Real Congregación de San Ignacio se trasladó a la capilla que posee en la calle del Príncipe, también asistió la Real Congregación de San Fermín, por haber sido oficialmente invitada, a fin de dar más solemnidad al acto. El año 1808, con motivo de la francesada, se suspendió la fiesta de San Fermín, "por el riesgo en que la constituían su localidad y las opresoras circunstancias que mediaban". El jubileo de las Cuarenta Horas se trasladó a la parroquia de San Sebastián y el 23 de octubre se celebró "una fiesta que se mandaba por una orden superior, en desagravio de los horrendos atentados cometidos por los franceses contra nuestro Dios Sacramentado". Pero la fecha más trágica para la capilla de San Fermín fue la noche del 3 de diciembre de 1808, cuando las tropas francesas, dueñas del Prado y sus inmediaciones, asaltaron la casa e iglesia de la Congregación, saqueándolas totalmente. El capellán, Joaquín Astíz, en previsión de lo que podía suceder, había recogido los objetos de plata que había en la iglesia, menos el báculo de San Fermín, pues estaba clavado a la imagen, y todo ello lo había enterrado en el jardín. Pero los soldados descubrieron el lugar donde estaba enterrado el tesoro y no dejaron en la capilla ni ornamentos, ni objeto alguno de valor. Por eso, durante los años siguientes, se suspendieron todas las fiestas religiosas, hasta que, el 25 de septiembre de 1814, se abrió nuevamente la iglesia, y hubo misa y Te Deum. El 30 de mayo de 1809 se acordó "que la iglesia fuese custodiada con toda seguridad". Al año siguiente, la Congregación estuvo a punto de desaparecer. Efectivamente, el 14 de marzo de 1810 se informaba a la Junta de que, por la Dirección General de Bienes Nacionales, se había dispuesto la tasación y venta de la iglesia y casa de San Fermín. Inmediatamente se pusieron en juego todos los resortes a fin de evitar este golpe de muerte para la Institución, lo cual se consiguió gracias a la intervención poderosa y eficaz del ministro de Negocios Elesiásticos, que en esta ocasión lo era Miguel José de Azanza, congregante de San Fermín y antiguamente Viceprefecto de la Real Congregación. El 9 de noviembre de 1820 dieron las Cortes un decreto de desamortización, en virtud del cual la Congregación, como otras entidades similares, debía entregar sus bienes al comisionado del Crédito Público de la Provincia de Madrid. Esta contestó que "todos sus bienes eran pertenencia de personas particulares, en cuyo concepto ha sido reputada siempre, adquiriendo, enajenando y contratando libremente, sin ninguna de las trabas que, para cualquiera de estos actos, se imponen a manos muertas". En un memorial que, el 5 de enero de 1818, dirigía la Junta directiva a las Cortes de Navarra, entre otras cosas, decía lo siguiente: "La Real Congregación mira como el primero de sus deberes el elevar a la comprensión de V. S. I. la triste situación en que actualmente se halla dicha Congregación, y la precisa de asegurar la subsistencia de un Monumento tan ilustre... La Religión y el Honor están hermanados y empeñados en la subsistencia de esta Real Congregación... Las consecuencias de la última sangrienta guerra contra el tirano usurpador de España han arruinado y extenuado las fortunas de los congregantes, y reducido su número al mínimo posible, en circunstancias de que, sin el amparo de V. S. I. , no podrán sobrevivir a la desgracia de ser tristes espectadores de la extinción de aquel establecimiento, su precioso templo y culto". Y semejante situación continuó sin resolverse en los años posteriores. Basta dar una ojeada a las actas de esa época, para convencerse en seguida de la vida lánguida que llevaba entonces la Real Congregación, como lo prueban la escasez de Juntas celebradas, la supresión de fiestas, etc. Había, es verdad, un grupito de congregantes celosos y entusiastas, los cuales no podían menos de lamentar el estado de postración y decadencia a que había llegado tan benemérita Institución. Y éstos fueron los que, principalmente desde sus puestos de la Junta directiva, creerían a fines de siglo que había llegado el momento de dar nueva vida a San Fermín de los Navarros. El gran escritor madrileño del s. XIX Ramón de Mesonero Romanos, que utilizaba el seudónimo de "El curioso parlante", presenta una descripción admirable, como él sabía hacerlo, de "El Prado y la sociedad madrileña en 1825", pintando el espectáculo magnífico y fascinador que se ofrecía allí, de una a tres de la tarde. Es expresivo el retrato que hace de las diversas personas que intervenían en el paseo a esas horas, saliendo también a relucir "los silenciosos grupos de ancianos respetables, consejeros y religiosos que en pausado movimiento se veían deslizar por el lado de San Fermín....". En 1886 la RCSFN adquirió el nuevo solar en el Paseo del Cisne donde se edificó una iglesia de estilo neomudéjar (1890) cuyos servicios se encomendaron a los franciscanos que vieron ampliada la vivienda para toda la comunidad en 1913. En julio de 1936, la Comunidad franciscana de San Fermín de los Navarros se componía de diez sacerdotes y tres hermanos legos. Varios de ellos habían tenido la precaución de proveerse de tarjetas de identidad, en las que no figuraba para nada su condición de religiosos. Otros, en cambio, demasiado confiados en que no iba a pasar nada, descuidaron este procedimiento y tuvieron que pagar bien cara su confianza temeraria. El lunes, 20 de julio, los milicianos habían incendiado la residencia franciscana "Colegio del Cardenal Cisneros", en la calle de Joaquín Costa, deteniendo a los religiosos que allí moraban. Sin embargo, en San Fermín de los Navarros, a excepción de alguno que otro que se había marchado, la mayor parte de la Comunidad seguía en la residencia. En el "libro de misas" consta que el día 21 , martes, se dijeron las misas como de ordinario. El día 22 se apuntaron cinco misas, dichas por los padres Mariano Ansótegui, Federico Curieses, Antonio Calved, Alejandro Legarra y P. Amill, que estaba aquí de paso. El día 23 sólo figuran dos misas: las de los padres Legarra y Amill, y éstas, por lo visto, las celebraron ya a puertas cerradas. Sin duda, el día 23 es cuando abandonaron los últimos religiosos la residencia, saliendo los que quedaban por la ventana de una habitación que daba a la galería de una casa contigua. Poco tiempo después, los milicianos se hacían totalmente dueños de San Fermín de los Navarros, en donde ya el día 28 tenían establecido un cuartelillo. ¿Y cuál fue entonces la suerte que corrieron los franciscanos de San Fermín de los Navarros? De trece que eran, siete consiguieron salvar su vida, refugiándose en varias Embajadas. En cambio, los otros seis desaparecieron, seguramente ya en agosto de 1936; pero, no se pudo averiguar nada concreto sobre la fecha ni el lugar y circunstancias en que desaparecieron. En la sala de Juntas de la Real Congregación custodiaba ésta algunos objetos que eran propiedad particular de la misma. Fue esto, y no todo, lo poco que se salvó en el cataclismo de 1936. Y ello hay que agradecérselo a los congregantes Fructuoso Orduna, Sabino López de Goicoechea y don Manuel Mocoroa, y al que entonces estaba de conserje, Sandalio Usechi. Estos trasladaron a un piso cercano a San Fermín, alquilado para el conserje, los objetos más valiosos que había en la sala de Juntas. Pero tampoco aquel refugio ofrecía todas las garantías posibles de seguridad, por lo cual se apeló al procedimiento de hacer desaparecer todo aquello que pudiera suponer algún peligro, en caso de un registro de los milicianos. Quemóse el terno de terciopelo, regalo de la Diputación Foral, y los objetos que había de plata se deshicieron, para trasladarlos luego a una fundición, a excepción de un precioso cáliz, regalo del Ayuntamiento de Pamplona, cuando la inauguración de la nueva iglesia, que Orduna lo pudo ocultar en su estudio, y así se consiguió salvarlo. Otro tanto hizo dicho congregante con el Libro de Asientos de la Real Congregación, que luego lo depositó en la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico, en la Biblioteca Nacional, y volvió a recuperarse, años después de terminada la guerra. Sin duda alguna, la obra de arte más valiosa que se salvó en el cataclismo de la guerra española fue el Niño Jesús, vulgarmente llamado "Niño del Dolor" que generalmente suele atribuirse a Alonso Cano (1601-1667). Al acabar la contienda, la primera determinación que tomó la Real Congregación fue reorganizar su Junta directiva, como así se hizo el 8 de diciembre de 1939. En junio de dicho año había fallecido el que desde 1919 rigió los destinos de la Real Congregación como Viceprefecto, el Conde de Lizárraga. Para sucederle en el cargo fue nombrado, en la Junta anteriormente citada, Luis Marichalar, Vizconde de Eza. El 15 de febrero de 1969 fue inaugurada la nueva parroquia de San Fermín de los Navarros que, en virtud de un acuerdo entre la RCSFN y la Orden franciscana, sigue servida por ésta estipulándose además que el 75 % de los frailes debe de ser navarro. Ref. Otazu, J. L. San Fermín de los Navarros en Madrid, "Navarra T. C. P.", n. 240; Sagüés Azcona, P. Pío. La Real Congregación de San Fermín de los Navarros (1683-1961), Madrid, 1963 (333 pp.).

Ainhoa AROZAMENA AYALA