Mathématiciens

Odriozola Oñativia José

Militar y profesor guipuzcoano. Zestoa, 11-08-1785 - Madrid, 1864.

José Odriozola fue uno de los autores de ciencia y técnica más prolíficos del siglo XIX, y uno de los militares con mayor proyección científica y docente. Sin embargo, no es por su protagonismo en la divulgación de la ciencia y la técnica por lo que se le biografía aquí, sino por la forma en que cambia su marco de intereses; porque ilustra de manera magistral una evolución de pensamiento y acción que tiene que ver con uno de los cambios clave que, creemos, se dieron en el siglo XIX: el paso de la milicia a la industria, a través de la ciencia y la técnica.

Natural de Zestoa, Odriozola parecía destinado a la pintura y, acaso, ejercer de profesor de dibujo, ya que para abril de 1803 figuraba matriculado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Cádiz). De hecho, presentó cuadros en exposiciones y concursos organizados por la Academia, logrando el segundo premio en el de 1805. No pudo, sin embargo, ser admitido como Académico -condición para ser profesor; (lo sería en 1814)-, debido al levantamiento militar del 2 de mayo de 1808, y a que, seducido por la causa, decidió unirse a los sublevados. De su estancia en San Fernando le quedaron, además de formación artística, conocimientos matemáticos, cuya enseñanza cuidó mucho el Centro.

Inmediatamente, el mundo militar docente comenzó a atraer el interés de aquel joven artista en ciernes. En 1808 se incorporó como cadete a los voluntarios de Borbón, en Galicia. Luego sufrió mil avatares: cayó preso, logró huir, colaboró en la defensa de Cádiz y fue herido de gravedad en Marbella. En 1810 consiguió su primer cargo docente, como profesor de batallón de cadetes, en Andalucía. Luego vendrían, en rápida sucesión, cargos de teniente (1813) y profesor ayudante en los Colegios de Artillería de Sevilla (1813), Segovia (1814) y Badajoz (1823). En el reputado colegio segoviano, por cierto, llegó, en 1820, a lo que sería su primer logro científico (aunque, a decir verdad, contó con poco éxito): la invención de un aparato que medía la velocidad con que salían las balas. Entre 1823, año en que se cerró el Colegio de Badajoz (por la invasión de los 100.000 hijos de San Luis), y 1830, en que se incorporó al Colegio de Alcalá de Henares, Odriozola permaneció en situación de "indefinido". En ese impasse, precisamente, vivía la etapa más productiva de su vida, preparando un buen número de tratados técnicos y científicos con los que pretendía cubrir la demanda existente, destinados a centros superiores de formación militar, frente a los más numerosos, escasamente técnicos, tratados universitarios.

Comenzaremos con su primera obra, el Compendio de artillería. A diferencia de otras posteriores, esta obra estaba "destinada" al Colegio General Militar, centro en el que se formaban los oficiales de tierra. Había cambiado mucho la forma de emplear la artillería a medida que se desarrollaron nuevas armas. La experiencia dictaba reglas que los tratadistas incluían en sus obras, y que no eran sino máximas para el empleo en campaña, precedidas de las normas para el servicio de las piezas y de las instrucciones para la colocación de las mismas (dichas reglas se insertaban en las Ordenanzas de la artillería; eran imprescindibles). De estas enseñanzas y otras cuestiones técnicas -cañones, fusiles, tácticas artilleras, etc., extraídas de autores franceses [de Jean Antoine Chaptal (1756-1832), por ejemplo, para la fabricación de pólvora]- trata el Compendio.

Entre 1827 y 1829, Odriozola escribió un amplio curso de matemáticas, como encargo que le hizo la Junta Superior Facultativa del Real Cuerpo de Artillería, que buscaba libros de texto más modernos para sus ingenieros militares. La obra fue publicada en cuatro tomos con el título Curso completo de matemáticas puras, una obra voluminosa (de 1.385 páginas) que comprendía aritmética, álgebra, geometría y cálculo infinitesimal. Aunque éste no sea el lugar para evaluar sus méritos y defectos, hay que decir que Odriozola fue el más claro seguidor de Joseph Louis de Lagrange (1736-1813), quien desarrolló la herramienta del cálculo bajo las estructuras del álgebra. Las siguientes palabras de uno de los más ilustres historiadores de las matemáticas, Morris Kline -en su libro, Matemáticas. La pérdida de la certidumbre (Madrid, 1985); [la cita se recoge en el artículo de J. Navarro y Mª A. Velamazán, el estudio más completo sobre Odriozola]-, me parece que se pueden aplicar, muy bien, al militar vasco: "El siglo XVIII finalizó con la lógica del cálculo y de las ramas del análisis construidas sobre el cálculo en un estado de total confusión.... Algunos gigantes, especialmente Euler y Lagrange, habían dado una fundamentación lógica incorrecta. Dado que estos hombres eran unas autoridades, muchos de sus colegas aceptaron y repitieron acríticamente lo que proponían e incluso construyeron más análisis sobre esos fundamentos". Ahora bien, a diferencia de Lagrange, Odriozola aceptó el uso de las diferenciales, sobre todo en todo lo concerniente a aplicaciones prácticas del cálculo. Y esto era un rasgo novedoso en la matemática española.

Como consecuencia de la, muy positiva, valoración que mereció el trabajo, la misma Junta le encomendó otro libro -ésta vez, de mecánica aplicada- para la formación superior militar. En 1832 publicó el Tratado elemental de Mecánica en dos volúmenes, que contenían los fundamentos básicos de la estática, la dinámica, la hidrostática y la hidrodinámica. Odriozola se sirvió de las obras de mecánica de Lagrange, Simeon Poisson (1781-1840) y Pierre Simon de Laplace (1749-1827) para su tratado; era una síntesis de saberes, a partir de obras clásicas. Siete años después, enriquecido por las experiencias vividas en un viaje por Europa (del que luego hablaremos), comenzó a escribir otro libro más original, que fue publicado en 1839 con el título Mecánica Aplicada a las máquinas operando. Prueba de la "originalidad" que apuntamos es que introduce el término trabajo -para el producto de la fuerza por la distancia- y añade el coeficiente ? -para la energía cinética-, siguiendo al físico francés G. Gustave Coriolis (1792-1843), quien los había propuesto en 1829. Entre sus otros libros se encuentran: Ensayo sobre la ciencia y las artes del dibujo (1831); y Mecánica Racional e Industrial (1863).

Durante 1834 y 1835, Odriozola se familiarizó con las industrias y técnicas militares más avanzadas, primero en Francia y Alemania y en 1835 en Inglaterra, países en los que se puso al corriente de la fabricación de armas y pólvora y de la enseñanza militar, alabando la buena -aunque burocrática- organización de los franceses y el liberalismo de los ingleses. Existe una Memoria, publicada tras su vuelta en 1836, en la que Odriozola expresó con una gran franqueza, no exenta de una cierta envidia, la impresión que le causaron tales visitas. Merece la pena reproducir, aunque sea parcialmente, lo que dice de Inglaterra: "Los progresos de los ingleses no se han elevado sobre invenciones indígenas, sino que son debidos al sistema de averiguar todo cuanto se idea...y apropiarse lo que consideran útil para su negocio. Así han adoptado los mejores métodos de colonias, de comercio, de marina, de milicia, de artes...de modo que en el día sirven de modelo a todas las naciones. Ellos han dispertado (sic) al codicioso genio industrial".

Al ensalzar ese genio industrial, con claras implicaciones económicas y sociales, Odriozola priorizó frente al saber científico el saber técnico, que conduce a la percepción indiscutible (indiscutible de facto, como lo mostraba la importancia del acero en la fabricación de cañones) de la industria como base del poder de una nación. A partir de entonces enfatizó en sus escritos el saber técnico, tanto o más que el científico.

Durante la década siguiente a la realización del viaje, por cierto bastante impactante, por Europa, Odriozola trató de llevar a la práctica sus ideas, especialmente en el País Vasco, en su Seminario de Bergara, un centro en otro tiempo ilustre -e ilustrado- en el que intentaba revitalizar sus planes docentes, proponiendo nuevos programas y asignaturas. En 1840 escribió unas Normas para el fomento de la enseñanza primaria y secundaria, en las que defendía asignaturas científicas con una clara orientación práctica y experimental. Odriozola propuso, de hecho, enseñar "Filosofía natural para dirigir establecimientos industriales", algo verdaderamente inusual entonces (¡y ahora!). Casi inmediatamente, se aprobó su programa en las Juntas Provinciales de la Diputación de Gipuzkoa. Sin embargo, cuando en 1845 fue nombrado director del Seminario, la enseñanza no se ajustó a sus planes iniciales, fracasando, quizá por falta de recursos, en su ideal de "instrucción con aplicación inmediata a la industria". El fracaso, no obstante, fue relativo, pues en 1851 se inauguraría el Real Seminario Científico Industrial de Vergara.

El rasgo específico de la industrialización que más cautivó a Odriozola es que a través de ella la sociedad de una nación lograse una nueva organización más efectiva y poderosa; pensaba que tal característica era aplicable al sector de la industria vasca por excelencia: la metalurgia o la fabricación de municiones y material. La manifestación más expresa de sus ideas es el estudio que publicó en 1844 en la revista Memorial de Artillería, sobre las piezas de hierro forjado en las ferrerías de Tallogaga (en Hernani) y de Zubillaga.

No cejó Odriozola, como era de esperar, en su empeño por iniciativas innovadoras. Ya en Madrid, en 1847 ayudó a fundar la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, siendo uno de los primeros académicos. De ese año, precisamente, data una de sus contribuciones más notables, Ensayo de un tratado de balística, obra en la que busca la aplicación práctica y la simplificación del cálculo de la trayectoria de proyectiles, y que es probablemente la primera de su género publicada en castellano.

Hasta el último de sus días, continuó Odriozola manteniendo su fervorosa defensa de la industrialización, y tratando de escribir tratados en los que explicando los fundamentos de las ciencias y las técnicas lograse inocular su pasión industrial. Nunca abandonaría ese fervor (de hecho, la muerte le vino cuando escribía su inédita Memoria nacional e industrial).