Concept

Carlismo y Guerras Carlistas

El 19 de julio de 1936 se ponía en marcha una elaborada maquinaria de fidelidades y contactos carlistas en Navarra y, en menor medida en Álava, con la finalidad de suprimir la II República, considerada una amenaza para las esencias tradicionales. La participación de la Comunión Tradicionalista durante la guerra fue muy intensa, incorporando un elevado contingente de voluntarios en Alava y Navarra, incrementado paulatinamente con guipuzcoanos y vizcaínos conforme estas provincias fueron conquistadas. En esas fuerzas se incluyeron seguidores del Partido Nacionalista Vasco (P.N.V.), que encontraron en el carlismo un refugio en momentos de turbulencia. De igual modo, de San Sebastián partieron algunas de las iniciativas propagandísticas más significativas, como "Radio Requeté de Guipúzcoa" o el tebeo infantil "Pelayos". El protagonismo navarro en el proceso fue muy elevado y, en cierto modo, autónomo respecto a la dirección nacional, con Rodezno de nuevo como protagonista tras su alejamiento en 1934, "El Pensamiento Navarro" como portavoz cualificado del carlismo y la consolidación de los dirigentes navarros en lo que se ha calificado como gueto tradicionalista (Canal, 2000: 332-3). Garantizados unos mínimos, los carlistas combatientes y sus familias dejaron de lado cualquier otra consideración, sin protestar -salvo en la intimidad-, ante su eliminación política en 1937. Son años de creciente enfrentamiento con Falange, en parte por las pretensiones totalitarias de ésta y por las repercusiones que ello provocaría en Vasconia, así como por la pugna en la conquista del poder e influencia en el nuevo régimen. Son momentos que, en sectores dirigentes de Navarra, se sugiere la posibilidad de aceptar como monarca a Don Juan, incluso de tender a una unificación con Falange, dado el dominio carlista de sus instituciones, aparentemente difícil de poner en peligro. Sin embargo, la base carlista, muy influenciada por un discurso reiteradamente contrario a la "dinastía liberal" y reacia al patente arribismo de Falange, se oponía a cualquier tipo de acuerdo en ambos sentidos.La imagen del carlismo fue muy divergente en esos años, con una consideración heroica y salvadora desde Álava y Navarra, que incluso compatibilizaba el elemento español con el vasco a través del folklore y la exaltación del regionalismo y mediante el rechazo del nacionalismo. Mientras, desde las posiciones pro-republicanas de Gipuzkoa y Bizkaia, se atacaba a los requetés y al carlismo como responsables de atrocidades y furibundos enemigos de la lengua y cultura vascas. Esta guerra civil interna, la ruptura de la aparente unidad carlista de las guerras del siglo XIX, quedó larvada en la posguerra, pero afloraría en diversos grados a partir de los años sesenta.

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El 1 de abril de 1939 se daba por terminada la guerra. A su finalización, vencedores y vencidos comenzaron a realizar balance. Desde el bando nacional, unificadas todas las opciones del poder, se trataron de llevar a la práctica los planes de la víspera. El carlismo, la masa del tradicionalismo que dominaba en las derechas españolas, estaba en el bando de los vencedores en la que, para muchos, era la cuarta guerra carlista. Al menos teóricamente, sus principios eran los triunfantes, pero ya desde 1937 el carlismo organizado tuvo poco espacio en los planes del nuevo régimen. Las ideas del tradicionalismo habían resultado vencedoras en España, como puso de manifiesto el propio Franco al prologar la edición de las obras de Víctor Pradera. Sin embargo, la cuestión de la monarquía y, sobre todo, quién habría de ocupar el trono en España, aplazada por las circunstancias bélicas, quedó en un segundo plano frente a la consolidación del nuevo Estado franquista. Victoriosos en lo militar-sentimental pero vencidos en lo político-institucional, los carlistas marcaron aún más claramente la distancia entre dirigentes y dirigidos, entre elites y masas.Pese a lo erróneo de identificar carlismo y Navarra de forma absoluta, era evidente, en 1939, que el movimiento político tradicionalista tenía allí su más sólida localización. Ya desde las negociaciones al margen de la dirección carlista nacional de 1936, se contaba con la promesa de mantenimiento del régimen foral que Mola lanzara en su bando del 19 de julio. Con esta garantía, más los rasgos tradicionales del franquismo, Navarra había sido convertida en la Covadonga de la nueva España. En Álava la situación era similar, pero no así en Gipuzkoa y Bizkaia, donde la guerra supuso la pérdida de sus últimas referencias forales, con un carlismo desaparecido de las instituciones. En todos los territorios, la élite carlista oscilará entre el respaldo al régimen y el apartamiento. Las bases más concienciadas, en buena medida exhaustas tras el esfuerzo bélico previo, se retiraron a sus cuarteles de invierno, de los que habían salido al llamado de los grandes principios esgrimidos por sus dirigentes. La conciencia de que se habían logrado los objetivos fundamentales (régimen político tradicional, respeto y predominio de la religión católica, organización social corporativa, respeto por el régimen foral navarro y, en parte, alavés) llevó a muchos carlistas a retirarse de la vida pública, mientras que una minoría se incorporó a la administración local-provincial, especialmente en Navarra, donde la falta de dirección efectiva y promocionado su papel merced al prestigio ganado en la guerra, llevó a que esa presencia fuese importante. También hubo una significativa presencia en la administración central, donde el Ministerio de Justicia o la Presidencia de las Cortes estarían durante muchos años vinculados a la "familia" tradicionalista: conde de Rodezno, Esteban Bilbao, Antonio Iturmendi o José María Oriol.

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Algunas minorías comenzaron a realizar una oposición larvada contra el franquismo, aunque sus reductos eran escasos. Quizá el primero de esos sectores tradicionalistas de oposición fue el de la Regencia de Estella, en abierto -y más simbólico que real- conflicto con el régimen franquista desde 1947, cuando se proclamó la Ley de Sucesión, que ellos -junto con otros muchos carlistas- consideraron una intolerable intromisión. La actitud mayoritaria, mientras tanto, era expectante. Sin un claro pretendiente al trono, sin grandes diferencias doctrinales respecto al régimen vigente, los años cuarenta sólo destacaron por los enfrentamientos entre los propios carlistas (Pamplona, 1945, contactos para la aproximación carlista a D. Juan desde 1944) o con sus forzados compañeros de partido oficial, la Falange (Begoña, 1942). En Navarra y Álava primó la colaboración y en Bizkaia y Gipuzkoa la reconstitución de sus organizaciones.Tal vez el elemento más cohesivo fue el de los actos de afirmación carlista que, tomando como base diversas conmemoraciones (especialmente el día de los mártires de la tradición; o los aniversarios de los antiguos pretendientes, entre otros) permitían sostener el adoctrinamiento político a través de las redes de influencia social. Jugaron en ello también un relevante papel los círculos supervivientes, relegado el componente político para realzar el lúdico, un aspecto que se continuó en las organizaciones festivas y deportivas, como peñas, clubes de fútbol, grupos de danzas (como el "Muthiko Alaiak", de Pamplona) y similares. Desposeídos de medios de comunicación, salvo "El Pensamiento Navarro" y "Radio Requeté de Navarra", la socialización política del carlismo se mantuvo en las viejas redes familiares y locales arraigadamente caciquiles, al menos mientras el contexto social fue favorable a estos comportamientos. También destacó con gran fuerza el papel de las romerías a Montejurra, iniciadas en 1939 con impulso de la Diputación Foral de Navarra y con finalidad conmemorativa, su papel creció paulatinamente, pasando del ámbito navarro al nacional desde fines de la década de los cincuenta.El régimen también era consciente de estas capacidades proselitistas del carlismo y, legitimados por los principios genéricos que los vincularon durante la guerra, procuraron atraerse a las bases del carlismo mediante la voluntaria confusión de estas celebraciones, mediante mensajes reclamando para sí el papel de la tradición o integrando en sus filas a carlistas significados. El resultado de todo ello: la desmovilización política del carlismo en un magma de ideas genéricas que eran compartidas, en mayor o menor medida, por todos aquellos adheridos al "espíritu del 18 de julio".Aunque los años posteriores a la guerra vieron la paulatina pérdida de referencias identitarias en el carlismo organizado y su consecuente debilitamiento, su presencia en Navarra siguió siendo amplia, con casi un 33% de los concejales y algo más del 40% de los alcaldes en las elecciones municipales de 1948 (Villanueva, 1998: 518-9):

Elecciones municipales (1948)
Nº de concejales% sobre concejales tradicionalistas de toda España
Navarra47530,8
Gipuzkoa29619,2
Alava21113,7
Bizkaia1127,2
Total1.09470,9

Ya en los años cincuenta, la situación de regencia en que vivía el carlismo desde la muerte de Alfonso Carlos, su último pretendiente, comenzó a perjudicarle claramente frente a un juanismo más fuerte desde 1948. Una respuesta a ello fue la visita del regente don Javier de Borbón-Parma a Gernika en junio de 1950, en la que juró los fueros, pero sobre todo el colaboracionismo desde 1955, forzado por la necesidad de declararse abiertamente respecto al régimen vigente. Por ello crecieron los requerimientos ante él para que asumiese la pretensión dinástica, algo que realizará, con titubeos, entre 1952 y 1957. De forma paralela, se introdujo la figura del heredero, Carlos-Hugo de Borbón-Parma. Las defecciones se produjeron de inmediato, pero también un reforzamiento de lo que desde entonces se conocería como Javierismo, por oposición a los grupúsculos desgajados de esa rama (especialmente carlooctavistas, cuya presencia en Navarra era apreciable, y Regencia de Estella).

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El final de la larga siesta. En 1959 se reconstituyeron los círculos, que en muchos casos pasaron a denominarse Vázquez de Mella, de acuerdo a la nueva legislación de asociaciones en vigor. También a finales de los cincuenta se produjo la primera aparición pública de Carlos Hugo, en el Montejurra de 1957, que requirió de un complejo proceso de preparación y adecuación a la realidad del país del heredero a la pretensión carlista, llevado a cabo en Bilbao en medio de un riguroso incógnito. A partir de ese año, el significado político e ideológico de la celebración en el monte de tierra Estella creció de forma considerable, así como su capacidad de convocatoria, propiciando, a su vez, un incremento de las iniciativas (publicaciones, actos, reorganización institucional y participación en las elecciones municipales y provinciales: un ejemplo de ello es la activa implicación carlista en las elecciones provinciales de Navarra de 1963, que llevaron a la Diputación a Félix Huarte).Los sesenta fueron los años dorados del carlismo javierista bajo el franquismo. Amparados en una tolerancia peculiar, dado que el carlismo como formación política no tenía existencia legal, vivieron un florecimiento considerable, con una constante presencia de la familia real carlista, que se desplazó por el territorio con frecuencia. Así, Carlos Hugo visitó en 1962 varias localidades (incluída Gernika) y en 1963 reunió a las juntas de las cuatro provincias para felicitarles por su defensa de los fueros. Las infantas, por su parte, fueron asiduas, con María Teresa asentada en Pamplona en 1963.Son años en los que se apura la posibilidad de acceso al trono, cumplidos algunos de los requisitos establecidos en la Ley de Sucesión, con unos actos de Montejurra masivos, en los que los asistentes mostraban el impacto de una actitud vital que se ofrecía como alternativa no prohibida al régimen de Franco. Son años en los que conviven declaraciones de apoyo al ejército, con reivindicaciones de mayor libertad; peticiones para lograr democracia, con mensajes de Blas Piñar reclamando unidad en torno a Franco. Años de evolución paralela a la que vivía el país y a los vientos de renovación que sacudían incluso a la Iglesia católica. También momentos en los que se inicia un conflicto ideológico entre nacionalismo vasco radical y tradicionalismo, con ataques a la simbología carlista y defensas cada vez más radicales de ésta (Tolosa, 1963; Pamplona, 1965), en una creciente discrepancia con raíces en la guerra que se hacía compatible, aún, con que desde el carlismo se solicitara la derogación del régimen impuesto a Bizkaia y Gipuzkoa (1966) y se establecieran contactos con el P.N.V. Además, fueron años que reivindicaron la lengua vasca desde el carlismo. De hecho, algunas de las primeras publicaciones en euskera tras la guerra civil tuvieron patrocinadores carlistas y no fueron infrecuentes los llamamientos a la recuperación de la lengua desde las páginas de "El Pensamiento Navarro" o "Montejurra", como ponen de manifiesto los testimonios de Manuel de Irujo, al que incluso se llegó a ofrecer la posibilidad de publicar en ese periódico.Años de transformaciones que condujeron al carlismo hacia posiciones renovadas y renovadoras y, por ello, a una creciente distancia respecto al régimen, sobre todo desde que la cuestión sucesoria pareció resuelta, aunque no públicamente. Ese incremento del carácter opositor fue manifiesto a finales de la década, especialmente tras la expulsión de la familia Borbón-Parma en diciembre de 1968, que pasó a asentarse en el País Vasco continental (Iparralde), lugar tradicional de refugio de los carlistas en otras épocas y ahora sede de sus reuniones y de la propia familia real. Además, poco después de la expulsión se proclamó el estado de excepción en todo el país, una de cuyas consecuencias fue la detención del director de El Pensamiento Navarro, Javier María Pascual, y su destierro a Riaza (Segovia). Y, por último, la para entonces asumida proclamación de Juan Carlos de Borbón como sucesor, efectuada en julio de 1969.Las reacciones a todo ello fueron de indignación y de alejamiento, con un incremento de las acciones contra el franquismo, como se apreció en el Montejurra de 1969, y en una escalada de incidentes, que año a año aumentaron, enfrentando a tradicionalistas ortodoxos y a javieristas renovadores. Radicalizadas las posturas, se produjeron continuas defecciones de la línea mayoritaria y un giro izquierdista de ésta.

En 1970 se celebró el I Congreso del Pueblo Carlista en Arbonne, en el que la línea oficial del ya Partido Carlista se alejaba del tradicionalismo, celosamente mantenido por algunos sectores igualmente divididos entre sí.

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Durante los últimos años de la década de los sesenta y primeros setenta, por inspiración de lo que tenía lugar en algunos países en vías de descolonización, especialmente Argelia, y a imitación de los primeros pasos de Euskadi ta Askatasuna (E.T.A.), se reforzó una organización juvenil ya existente desde los años cincuenta, los G.A.C. (Grupos de Acción Carlista). Con ella se pasará de las pintadas y las octavillas a los atentados, especialmente en Navarra. Los primeros años setenta los vieron desaparecer, en buena medida por el escaso número de componentes -procedentes de Navarra y Gipuzkoa especialmente- y por la estrecha vigilancia policial a la que fueron sometidos.En esta década se incrementaron los contactos con la oposición al franquismo, lo que llevó al carlismo a formar parte de las diversas plataformas constituidas con esa finalidad. Además de este frente político, tuvieron algunos éxitos iniciales en el mundo sindical navarro, que a fines de los años sesenta sirvió para nutrir organizaciones más activas en los conflictos huelguísticos de esa década. El Partido Carlista potenció, además, su carácter federal y por ello la reivindicación de autonomía para el País Vasco, en la que se pedía la inclusión de Navarra, rescatando los proyectos estatutarios de la época republicana.En cualquier caso, al final del franquismo se apreció una progresiva reducción de integrantes, un distanciamiento ya no sólo organizativo, sino ideológico, entre los líderes y las masas, que poco a poco se refugiaron en el pasado mientras abandonaban la militancia activa. Las propuestas del Partido Carlista, no legalizado para las elecciones de junio de 1977 (a las que concurrió como Agrupación Electoral Montejurra) y enfrentadas a la creciente oferta política e ideológica de oposición, quedaron marginadas y pese a su intenso activismo (fue el grupo político que más mítines celebró en Navarra en esas elecciones: 73, con poco más de 13.000 asistentes -obtuvo 8.451 votos-), su presencia fue cada vez menor, lo que le privó de fuerza y condujo a una llamativa derrota donde se presentó (Gipuzkoa, 0'1% de los votos y Navarra, 3'2%. (Linz, 1981: 70, 78). Por su parte, el tradicionalismo no optó por una fuerza política propia y dispersó su voto por diversas opciones de la derecha (especialmente Alianza Popular). A ello hay que sumar los graves incidentes en el Montejurra de 1976, cuyo luctuoso saldo marcó aún más las profundas diferencias entre los muy diversos integrantes del carlismo, sin olvidar la nunca aclarada participación del gobierno, así como las implicaciones del ultraderechismo internacional. En cualquier caso, los más perjudicados fueron los carlistas, cuya presencia social y política se vio considerablemente reducida en los inicios de la Transición. Desde aquellos momentos, su presencia se redujo aún más. En las generales de 1979 obtuvieron sus mejores resultados en Navarra (19.522 votos), aunque, pese a ello, era una fuerza minoritaria en el conjunto de Vasconia (donde obtuvo 25.998 votos), una tendencia que aumentaría con el tiempo (Linz, 1981: 102, 105, 109 y 114) y que daría con muchos carlistas en formaciones de todo el arco político. Su único éxito fue la elección de Mariano Zufía como parlamentario foral en 1979.A partir de ahí, los intentos de renovación pasaron por la búsqueda de alianzas con otras fuerzas políticas por parte del Partido Carlista, que en Vasconia había adoptado, de acuerdo a su organización federal, el nombre de E.K.A. (Euskadiko Karlista Alderdia) en 1973, con sede en Tolosa; y de unificación de las diversas tendencias y grupos por parte del tradicionalismo, que en 1986 constituyó la C.T.C. (Comunión Tradicionalista Carlista). Así, el Partido Carlista se vinculó al P.S.O.E. a partir de 1982, para formar parte de los fundadores de la coalición Izquierda Unida en 1986.Tanto E.K.A. como C.T.C. concurrieron a algunas convocatorias electorales a partir de entonces, pero con resultados claramente marginales (en las elecciones autonómicas vascas de 2001, E.K.A. obtuvo 530 votos; en las navarras de 1999, 869. C.T.C., por su parte, obtuvo 473 votos en las elecciones europeas de 1994, por 583 del Partido Carlista, ambos en Navarra. Ello implicaba, a su vez, una reducida presencia social, que desde fines del siglo XX trataron de potenciar a través de fundaciones culturales, preocupadas por aspectos históricos del pasado carlista.

De igual forma, desde posturas no carlistas, se desarrolló un creciente interés por lo que supuso este complejo movimiento.

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