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Carlismo y Guerras Carlistas

Nuevamente se conspira, pues, en el País Vasco. Las elecciones de abril de 1872 -unas de las más sucias de la historia española- ofrecen un excelente pretexto. A estas Cortes, -llamadas de los lázaros por la increíble cantidad de difuntos que participaron en ellas en virtud de los manejos fraudulentos del Ministerio de Gobernación- apenas acudieron otros diputados carlistas (10 ó 12, de los 79 obtenidos en las elecciones anteriores) que los elegidos unánimemente en nuestro país ya que el gobierno impuso, por maña o por fuerza, la gran mayoría de las candidaturas oficiales en el resto de la monarquía. Este mismo mes se ultiman los preparativos. El 8 de abril Emilio de Arjona, secretario de Carlos VII, dicta las instrucciones concretas del levantamiento planeado: a) Levantamiento de las guarniciones militares de Gerona, Figueras, Seo de Urgel y Pamplona; b) Golpe simultáneo en Bilbao; c) Levantamiento general de las cuatro provincias vascas y cuatro catalanas;d) Bloqueo de San Sebastián. Es nombrado General en Jefe de Vascongadas y Navarra Eustaquio Díaz de Rada, veterano de la primera guerra. El levantamiento y acciones conjuntas son fijados para el día 21 de abril previa nota a las cancillerías europeas en las que se excusa don Carlos de recurrir a las armas alegando las "ilegalidades, las violencias y las farsas empleadas para evitar que fuese a las Cortes la verdadera mayoría". El día fijado por el pretendiente, Rada penetra por Vera. Nicolás Ollo, que será el alma de este alzamiento en Navarra, concentra en Echauri a un centenar de jóvenes que proclama a Carlos VII mientras en Morentin lo hace Fulgencio Carasa al frente de 1.000 voluntarios. Organizan la sublevación en la provincia, además de los ya citados, Zunzarren, Pérula y Miranda. En Vizcaya -la más carlista de las cuatro hermanas- aparecen diversas partidas armadas en Abadiño, Arratia, Gernika, Markina, Encartaciones, Bilbao, Mungia, Berriatua y Ondarroa, esta última al mando del alcalde de la localidad. En Alava se alzan Ezequiel Careaga, Calle y Martínez de Velasco. Miñones y peones camineros al servicio de la Diputación se pasan a las filas carlistas llevándose el equipo... En Ataun (Guipúzcoa), el cabecilla Recondo levanta una partida de 800 hombres entre los que se encuentran los famosos Dorronsoro y Santa Cruz. En Ordizia se organiza una de 400 voluntarios al mando de Ayastuy con el cura de Zaldibia y el de Lazkao.

La partida de Amilibia de Azpeitia operó desde el monte Izarraitz con un contingente de 500 hombres. El resto de los dominios del nuevo monarca, salvo Cataluña, permanece en calma. Ninguna de las guarniciones previstas en el plan se sublevó. Hubo alguno que otro chispazo de rebelión en Aragón, Valencia, Guadalajara, Cuenca, Andalucía, pero, como bien dice M. Fernández Almagro, "respondió el pueblo, espontáneo y entusiasta, allí donde tradicionales diferencias de carácter jurídico e histórico, reflejadas en la legislación foral, favorecían la adhesión a don Carlos, enemigo del liberalismo incluso en la unidad de Códigos preconizada en 1812". El primer encuentro con fuerzas liberales en el alto de Urkiola -la partida de Basozabal con 30 guardias civiles- es desastroso. El mismo día (22 de abril) se constituye en Bilbao el Batallón de Auxiliares, reminiscencia de las milicias nacionales de la guerra de los Siete Años. El 23 y 24 a las bisoñas partidas les sonríe el triunfo: 23 guardias civiles se rinden en Güeñes a la partida de Cuevillas mientras en Navarra los 2.500 mozos concentrados en Abárzuza procedentes de la Solana, distrito de Estella y Tafalla, sostienen un encuentro en el que los amadeístas se ven obligados a retirarse (Arizala). Es la impaciencia del nuevo pretendiente la que va a malograr, además de la carencia crónica de armas, el fruto de estos pequeños éxitos en Navarra, y, a la postre, en el resto del país. El 27 de abril Díaz de Rada escribe a don Carlos tratando de disuadirle en su empeño en pasar a la península. El 1 de Mayo Díaz de Rada repasa la frontera a fin de presentar el alegato personalmente. Pero ese mismo día el pretendiente, atraviesa la línea fronteriza del Larrun, pernocta en un caserío de su vertiente S. -caserío Karlos Txapa-, y entra triunfalmente el día 2 en Vera donde se concentra una tropa de 1.500 voluntarios apenas armados. La suerte está echada. Ese mismo día se inicia la persecución por parte de los gubernamentales a través de los montes de Lesaca, Artikutza y Labayen. El 4 de Mayo Moriones sorprende a los voluntarios carlistas acampados en Oroquieta y alrededores. Cansados, sin armas y sin disciplina el desastre es completo logrando a duras penas huir don Carlos por Ulzama a Quinto Real volviendo a Francia el día 5. Moriones obtuvo por esta acción el marquesado de Oroquieta. 38 carlistas murieron en el campo de batalla; y 49 prisioneros fueron deportados a Ultramar. Fracasaba así en Navarra la primera sublevación y, al poco, en Alava donde Carasa y Pérula penetraron hasta San Vicente de Arana.

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24 de mayo de 1872. Mientras, en Vizcaya, el movimiento lograba mantenerse a pesar de la penosa falta de armas y de pertrechos. Concentradas las tropas en Gernika, a fines de abril se nombraba una Diputación carlista a guerra. Tres días después del desastre de Oroquieta, los vizcaínos vencen a los giris en Arrigorriaga obligándolos a retirarse a Bilbao perseguidos por los batallones de Arratia y Bilbao. A continuación, establecido el cuartel general en Villaro, se proyecta pasar a Guipúzcoa donde el levantamiento no acaba de prender. En Álava, Martínez de Velasco dirige a los combatientes alaveses hacia Nazar y de allí a los confines de Vizcaya donde se juega la supervivencia de la guerra. Efectivamente, Serrano, general en jefe de las Vascongadas y Navarra, penetra con sus fuerzas en el valle de Durango. Los carlistas le salen al encuentro el 14 de mayo en las Peñas de Mañaria siendo derrotados. Sus pérdidas fueron de importancia contándose entre ellas a Ayastuy y a Manuel Altube. Replegados hacia Mondragón, el 16 atacan los carlistas Oñate muriendo, a consecuencia de las heridas allí recibidas Ulíbarri, comandante en jefe de las tropas del Señorío. En ambas acciones destacan, por su combatividad y astucia, los txapelgorris guipuzcoanos. Este enemigo "natural" y la continua persecución por parte de las tropas gubernamentales impiden a los carlistas -en su mayoría, campesinos que acaban de abandonar la laya- la posibilidad de reorganizarse o descansar. El 20 de mayo se congregan en la casa cural de Zaloa (Orozko) los jefes carlistas de Vizcaya para discutir la situación. Allí se debatió -con resultado negativo- la posibilidad de fraccionar las fuerzas y se acordó una comunicación al Duque de la Torre (Serrano) ofreciéndole sumisión a cambio de amnistía. El 24 de mayo de 1872 se firmó el Convenio en la casa Belaustegui de Amorebieta. Firmaron, Francisco Serrano, de una parte, y, la Diputación carlista compuesta por Antonio Arguindoniz, Fausto de Urquizu, Juan B. de Urue y Arístides de Artiñano, por otra. Cesaba así, oficialmente, la guerra en el país a pesar de ser repudiado el Convenio por don Carlos, el marqués de Valdespina, y diversos jefes carlistas como Ezequiel Careaga, Cubillas, el Cura Santa Cruz, etc.

Las últimas partidas vascas se extinguieron casi del todo en agosto mientras la guerra proseguía en Cataluña. "El alzamiento pasó cual nube de verano -comenta Unamunoen Paz en la Guerra-, pero dejando germen de interminables disputas. Pronunciamiento de paisanos, nacido de una orden, terminó en un convenio; fue tan sólo un motín. Había sucumbido a la misma pesadumbre de su masa; el tiempo que da resistencia, le mató en flor. Presentaron, además, al enemigo un lingote de hombres, en vez de una masa suelta que, como el azogue, se desparramara para volver a reunirse; efectos todos de la orden". En medios liberales el Convenio causó indignación; ningún giri dudó a partir de esta fecha que una nueva guerra, tan terrible o más que la primera, se avecinaba.

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El Convenio de Amorebieta significa, pues, un respiro, una tregua tras el penoso despegue inicial. Las autoridades carlistas reorganizan sus dispositivos. Dorregaray sustituye a Díaz de Rada en la Comandancia General de Navarra y Vascongadas. Este nombra comandante general de Navarra a Ollo, de Vizcaya a Martínez de Velasco, de Guipúzcoa a Lizarraga y de Álava a Eustaquio Llorente. A fines de diciembre Dorregaray decide reemprender la lucha. "El alzamiento del invierno no fue tan general y numeroso como había sido el de primavera -nos dice F. Hernando en Recuerdos de la guerra civil (París, 1887)- pero, en cambio, fue más sólido. En vez de lanzarse, como entonces, a la guerra hombres armados con palos, ancianos unos, débiles otros, sólo salían ahora jóvenes robustos y resueltos a pelear y sufrir". Aparecen nuevamente las partidas: Goiriena entre Mundaka y Bermeo, Ollo, Radica y Argonz en Navarra, Cándido Sobrón en Treviño, Santa Cruz en Guipúzcoa, etc. En el campo liberal, el desorden y la indisciplina de las tropas son indescriptibles llegando hasta tal punto la relajación que Primo de Rivera, general en jefe de Navarra y Vascongadas, presenta su dimisión el 5 de noviembre de 1872. Tal como ocurriera en la primera guerra, Madrid trata de atajar el mal mediante el continuo cambio de jefes: Moriones, Pavía, Nouvillas, Sánchez Bregua (julio 1873). Inútil. El desorden y la confusión aumentan al proclamar las Cortes la República (11 de febrero de 1873): carlismo, cantonalismo e insurrección cubana segarán en flor lo que pudo ser uno de los experimentos más valiosos y más interesantes de la historia hispana contemporánea.

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Febrero - julio. A pesar de la proclama del nuevo general en jefe, Manuel Pavía, ofreciendo a todos los vascos Paz y Fueros (19 febrero), el levantamiento carlista -alentado por el clero, movido por los jauntxos, trasmitida su semilla por una generación de campesinos silenciosos y duros- cobra pujanza y fuerza. Se estructuran las tropas carlistas y se ordena una leva general de hombres sin hijos de 20 a 30 años (Santesteban, 20 febrero). A primeros de abril Elío y Dorregaray efectúan una gira a través de Vizcaya reclutando voluntarios. En mayo Elío extiende la expedición al resto de las provincias. Crece el número de partidas. Las tropas adquieren experiencia y destreza; sólo ofrecen combate abierto cuando las fuerzas enemigas son iguales o menores en tamaño limitándose, como en la primera guerra, a hostigar. La primera batalla importante de la nueva guerra es la que se libra en Eraul, Navarra, el 5 de mayo de 1873. Se hallan presentes todos los jefes carlistas de la primera hora -Dorregaray, Ollo, Valdespina, Lizarraga, Radica. Los 2.000 voluntarios de los batallones 1.°, 2.° y 3.° de Navarra y el batallón Azpeitia de Guipúzcoa, derrotan a los gubernamentales, uno de cuyos cañones será exhibido de pueblo en pueblo por los vencedores. En el transcurso de este verano caen importantes poblaciones en manos de los rebeldes que se han enseñoreado de las zonas rurales. El 16 de julio entra Carlos VII en Navarra por Dautxarinea donde le esperaban el marqués de Valdespina y Lizarraga. Desbordado por la multiplicación de acciones carlistas, Sánchez Bregua ordena la evacuación de gran número de localidades de Vizcaya a fin de concentrar sus fuerzas. Se repite así la situación de 1835: cae en manos carlistas toda Vizcaya menos Bilbao y Portugalete, toda Guipúzcoa menos los pasillos Tolosa-San Sebastián-Irun, toda Navarra menos Pamplona, Estella y parte de la zona ribereña, la totalidad de Álava menos Vitoria y Laguardia. Los trenes procedentes de Madrid no pasarán, hasta 1876, de Miranda de Ebro.

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Conforme ocupan las tropas carlistas el territorio desalojado por el enemigo, se va creando, rápidamente, un complicado tinglado político-administrativo, un estado moderno en pie de guerra: el estado carlista vasco. En el seno del mismo coexisten, durante el período 1873-1876, las viejas instituciones forales del país -Juntas, Diputaciones- con las de una monarquía en miniatura, la de don Carlos, y aquéllas nuevas instituciones engendradas por las necesidades de la guerra.

Gobierno. Compite al Rey y a su Consejo de Ministros. Carlos VII acuñó moneda (Oñate), ordenó la emisión de sellos postales, otorgó títulos de nobleza, etc. El cometido del Consejo de Ministros guardaba estrecha relación con el de las Diputaciones del país que eran las que verdaderamente gobernaban el mismo.

Justicia. Real Tribunal Superior Vasco Navarro de Justicia presidido por Salvador Elío y Ezpeleta. La justicia ordinaria era administrada por el Corregidor. Independientemente de la legislación foral, se puso en vigencia desde mediados de 1875 un Código Penal carlista.

Diputaciones y Juntas Generales. Constituyeron el nervio político-administrativo del país sin el cual la guerra hubiera resultado impensable. Ellas rigieron todos los asuntos públicos y, por medio de Juntas Especiales de Armamentos y Víveres, subvinieron a las necesidades constantes de la guerra.

Prensa. El órgano oficial de prensa carlista fue El Cuartel Real, periódico irregular de información que se imprimió, según el momento, en Tolosa, Durango, Oñate o Estella. Fue dirigido por Valentín Gómez y su primer número apareció en agosto de 1873. La Cruzada Española se publicó en Bayona desde enero de 1875.

Educación. Aparte de la enseñanza primaria impartida por las escuelas, siguieron funcionando en territorio carlista el Colegio de Orduña y el Convento de Franciscanos de Tolosa. El 31 de julio de 1874 una R. O. titula al Seminario de Vergara Real Seminario Vasco-Navarro de Vergara. Su primer director bajo la administración carlista fue don Vicente Manterola. La Universidad de Oñate fue restablecida por orden de la Diputación Foral carlista el 12 de febrero de 1874 Por R. O. del 24 de octubre de este mismo año se la declara Real y Pontificia creándose un distrito universitario con las cuatro provincias vascas peninsulares. El 16 de diciembre don Carlos en persona asiste a la apertura de sus cursos.

El ejército carlista. El grueso de las fuerzas vascas puede enumerarse como sigue: Navarra (Enero de 1875) Comandante Pérula. Batallones: de Caballos: 200 (Regimiento del Rey). Guipúzcoa (diciembre 1874). Comandante Hermenegildo Ceballos. Batallones: 9. Caballería: 1 escuadrón. Alava (diciembre 1874) Comandante Rafael Alvarez. Batallones: 6. Caballería: 1 escuadrón. Vizcaya (diciembre 1874) Batallones: 10. Caballería: 1 escuadrón.

Otros contingentes. Las partidas que agrupaban de 12 a 150 hombres duchos en los golpes de sorpresa, obtención de información, vigilancia, etc. Los Guardias de Navarra creados por la Diputación del Reino. El Batallón Sagrado constituido por veteranos de la primera guerra y rezagados. La Compañia de Guías adjunta al séquito de don Carlos, compuesta por vascos y voluntarios de otras regiones. La División de Castilla formada con 6 batallones castellanos. Los batallones riojano, asturiano y aragonés Caballería: 3 escuadrones castellanos, 1 cántabro, 1 aragonés, 1 asturiano, 1 riojano y 1 llamado Húsares de Arlabán. Escuadrón de Guardias de escolta del Rey.

Industria de Guerra. Fábrica de cartuchos de Urdax. Parque de artillería de Estella. Fundiciones de cañones de Azpeitia, Vera, Desierto y Arteaga. Fábricas de armamento de Placencia, Eibar y Elgoibar. Fábricas de pólvora de Araoz, Echagüen de Aramayona, Vera y Riezu. Taller de monturas de Legaria. Taller de bastes de Amurrio. Explotación, desde los primeros años de la guerra, de las minas de plomo de Barambio.

Armamento. Fusiles Remington y Berdan de dos tipos. Escopetas Lefaucheaux y Chassepots e Ibarra. Fusiles y Carabinas modelo 1857. Municiones importadas o fabricadas in situ. Cañones de fabricación propia, procedentes de botín de guerra (Eraul, Lizarraga, Laguardia) o del extranjero: Krupp, Wavasseur, Withwort, Wolvich, etc.

Instrucción Militar. Academia militar de Oñate, Academia de Artillería de Azpeitia y Academia de ingeniería de Vergara.

Uniformes. Levita azul y pantalones rojo, azul oscuro o grana. Boina roja los generales, azul los brigadieres, roja, blanca o azul la tropa según el color característico de la cada provincia.Sanidad militar. Organizada por doña Margarita, esposa del pretendiente. Destacan las ambulancias de la caridad creadas para hacer las veces de las de la Cruz Roja a la que tildaron los carlistas de masonizante. Hospitales de sangre en Iratxe, Santurce, Lesaca, Puente la Reina, Lacunza, Aoiz, Berástegui, Loyola, Villaro, Olagüe, Gollano y Belancoain.

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Julio - diciembre. La gira de Carlos VII a través del país despertó el entusiasmo de sus seguidores y aun de aquellos elementos que se mantuvieron indecisos hasta la última hora haciéndolos bascular hacia su campo. Don Carlos era un guapo mozo, marcial y bien plantado, con verdadera apostura real y pecho cubierto de condecoraciones. Sus palabras, sin ser las de un sagaz político, revelaban un pensamiento monolítico pero bienintencionado. Su presencia llenó de júbilo a las tropas e incluso atrajo deserciones. En aquel momento su ejército cosechaba éxitos entre los que cabe destacar la toma de Eibar en agosto y con ello la posesión de un importante arsenal de armas y municiones. Madura entonces en la mente de todos la idea de apoderarse de Bilbao, bastión liberal de la primera guerra donde liberales de Durango, Bermeo y Marquina han buscado refugio huyendo de la provincia sublevada.

Y comienza así, a mediados de agosto de 1873, el tercer sitio de Bilbao. La villa se dispone a defenderse formando cuerpos de Auxiliares y de Voluntarios de la Libertad. El 12 de este mes Castor Andéchaga, el veterano caudillo de la primera guerra, pone sitio a Portugalete a fin de evitar el error de 1836. El, 13 Dugiols con sus Voluntarios evacúa Oñate por orden del general Loma llevándose consigo a los liberales más destacados de la villa; desde entonces Oñate pasa a ser una de las Cortes -junto con Durango, Tolosa y Estella- del pretendiente. El 20 los carlistas cortan el suministro de agua de Bilbao. La villa queda semiincomunicada salvo la ría y el camino de Portugalete.Pero, antes de cerrar la tenaza sobre la misma, interesa asegurar bien la retaguardia. Tres son las localidades ambicionadas por los carlistas: Estella, Laguardia y Tolosa. La primera, principalmente, será objeto de una encarnizada lucha. Cae Estella el 24 de agosto en manos carlistas; el 25 dos columnas liberales intentar recuperarla enfrentándose a los ocupantes en Dicastillo. La batalla, que fue favorable a los carlistas, fue presenciada por don Carlos. Los negros postergan la siguiente acción hasta octubre; mientras, fortifican Laguardia donde se crea la contraguerrilla liberal de Miguel Zurbano. El 6 de octubre los liberales vuelven a intentar la recuperación de la que será Ciudad Santa del carlismo: en la batalla de Mañeru, en la que destaca el nuevo jefe militar Mendiry, fracasa otra vez el ejército republicano. Un mes más tarde, los días 7, 8 y 9 de noviembre, tiene lugar la batalla más célebre de la segunda guerra, aquella en la que los carlistas ganaron fama y confianza en sí mismos: la batalla de Montejurra. 11.000 liberales al mando de Moriones tuvieron que retirarse tras encarnizada lucha en la que 9.000 carlistas defendieron valientemente sus posiciones. Estella estaba ganada. Este mismo mes cae Laguardia y con ella extensas zonas de Alava quedan controladas; la villa sirve de base de operaciones para frecuentes incursiones en la Rioja. La carretera de Vitoria queda impracticable. Moriones rompe el 2 de diciembre el asedio carlista de Tolosa (batalla de Belabieta) pero la vieja capital foral no ha de tardar en constituirse en Corte del pretendiente.

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Diciembre de 1873 mayo de 1874. Aunque aislada del país desde agosto de 1873, Bilbao había podido comunicarse con el exterior merced a los navíos que penetraban en su ría trayendo armas y víveres y a través del camino de Portugalete. A partir del 29 de diciembre, día en que los carlistas cierran el paso de Olabeaga con cadenas, la incomunicación va a ser total. Un sino de tragedia -magníficamente evocado por el joven Unamuno de Paz en la Guerra- envuelve a La ciudad tres veces resistente a los carlistas. En el resto del país las operaciones se paralizan: todo el esfuerzo bélico carlista se concentra sobre la villa portuaria atenazada que cuenta con sólo 40 cañones y 4.000 defensores entre soldados y paisanos. El 30 de diciembre Dorregaray inicia el sitio de Portugalete mientras Valdespina hace ocupar las cumbres de Puente Nuevo, las faldas de Artxanda y Santo Domingo, Ollarán, Zorroza, Arnotegui y Basurto. Con el nuevo año cae Portugalete (21 enero) en manos del viejo Andechaga tras haber soportado cerca de 2.000 disparos de la artillería rebelde. Una serie de cadenas tendidas desde Portugalete a Las Arenas cierra completamente la ría. El 21 de febrero comienza el bombardeo de Bilbao desde las baterías emplazadas en Pichón, Quintana, Artagán, Casa Monte, Ollargan y Santa Mónica. El paso de Somorrostro lo defienden Rada, Andechaga, Ollo y Elío. Moriones intenta (25 de febrero) romper el cerco de Bilbao por este punto. La derrota liberal -navarros y alaveses al mando de Ollo contienen el avance- causa consternación en Madrid donde se nombra nuevo general en jefe a Francisco Serrano, duque de la Torre. Esta es la primera batalla de Somorrostro; entre ésta y la segunda tiene lugar un nuevo éxito carlista, la caída de Tolosa en la que entra Carlos VII triunfalmente el 5 de marzo, consolidándose así la ocupación carlista de Guipúzcoa excepto en San Sebastián e Irún. La segunda batalla de Somorrostro -la más dura y sangrienta de la guerra- tiene lugar entre los días 25, 26 y 27 del mismo mes. Los liberales, reforzados por las tropas de Serrano, cuentan ahora con 48 batallones. Al precio de una terrible mortandad -8.000 muertos entre uno y otro bando- los carlistas logran contener por segunda vez el embate. La batalla deja exhaustos a ambos contendientes: los giris no han pasado esta vez pero los carlistas no pueden exponerse a un tercer intento.

Por ello, al día siguiente de la batalla se reúne el Consejo General Carlista presidido por don Carlos y los generales Elío, Dorregaray, Mendiry, Ollo, Juan de Orbe (Valdespina), Lizarraga, Andechaga, Martínez de Velasco, Larramendi y Benavides, y los brigadieres Rada, Oliver, Bérriz, Zaratiegui, Yoldi, Zalduendo, Alvarez, Lerga y Aizpurúa. Andechaga, Elío y Bérriz imponen su criterio -seguir con el sitio de Bilbao al resto de los asistentes. Pero, un desastre inesperado va a privar, como en 1835 en parecidas circunstancias, al carlismo de dos de sus jefes más competentes: una granada cae en el barrio de San Fuentes matando a los generales Ollo y Rada (29 marzo). Veamos como describe Unamuno en Paz en la Guerra la terrible noticia:

"Cayó el día 29 como un rayo entre los navarros la noticia de la muerte de Ollo y de Radica, a quienes alcanzó una granada mientras examinaban el campo enemigo. Habían perdido a sus héroes, a Ollo, el que cambió el 33 la sotana del seminario por el uniforme realista, el que al morir dejaba al rey en herencia trece mil hombres formados frente al enemigo, en quince meses, de los veintisiete con que había entrado en España; habían perdido a Radica, su caballero Bayardo, el albañil de Tafalla, el que llevó tantas veces a la victoria a su segundo de Navarra Nació en los navarros con esta desgracia desaliento, irritación y desconfianza; querían al pronto coger a la bayoneta al cañón homicida; murmuraban luego de aquel loco empeño en tomar a Bilbao, empeño a que se había opuesto Ollo, como se decía haberse opuesto Zumalacárregui en los Siete Años. Cada cual contaba a su modo el suceso; decían que Dorregaray y Mendiry se habían retirado a tiempo por indicación de un espía; comentaban el que la granada hubiera arrebatado la vida de los incorruptos. Decíase que al retirar moribundo al pobre Ollo, se había erguido Dorregaray en viéndole, para asegurar en tono trágico que habría de vengar aquella sangre tan vilmente derramada. Entre tantas muertes, aquellas dos las resumían y simbolizaban todas; habían muerto sin gloría los que les llevaron a ella. Y corría ya de boca en boca la palabra fatal: ¡Traición!"

Previendo un próximo ataque por la zona de Somorrostro la Junta Gubernativa de Navarra lanza una nueva movilización seguida de medidas análogas en las otras tres provincias. Efectivamente, el 28 de abril se anuncia a un tercer ejército que, al mando del general Concha, avanza hacia Somorrostro. Al día siguiente muere Castor Andechaga, popularísimo caudillo carlista de las dos guerras, al ser sorprendidas sus tropas en Las Muñecas. Elío, desconcertado, ordena la retirada; desde este momento sus errores se van acumulando. El 30 cae en manos liberales la parte izquierda de Sopuerta. Elío, tras múltiples indecisiones, ordena el repliegue de las tropas de Somorrostro para evitar un copo, que a no ser por la rapidez de Dorregaray, que se adelantó a su decisión, se hubiera efectuado indefectiblemente. El último veterano de la guerra de los Siete Años no acierta a adaptarse a los nuevos tiempos:

"El viejo, retirándose el último de Sodupe, marchaba sin saber a dónde le llevarían, con la resignación de la lealtad. Reuniéronse los dos cuerpos en Castrejana y la conciencia del viejo se agarró al recuerdo de la resistencia que durante tres meses se hizo allí en la guerra de los Siete Años. El rey le había ordenado impedir el paso al enemigo y había que impedírselo. Cuando al preguntar a un joven qué tal le parecían aquellas posiciones, oyó que detestables, replicó que era mucho decir, fuerte en sus memorias. Pero la artillería del 74 no era la del 36; el enemigo no necesitaba tomar aquellas posiciones, bastándole con desplegar sus baterías de montaña y encerrarles entre ellas, las de la escuadra y las de Bilbao. Aparecieron en los altos los cañones".

Ref. Unamuno: Paz en la Guerra, Col. Austral, P. 200.

Elío no piensa ya en resistir. El 1 de Mayo las tropas en repliegue llegan hasta Asúa por San Salvador del Valle, Retuerto, Zornoza y Burceña pasando a las dos de la mañana el último batallón carlista el puente de barcas de Bilbao. Al día siguiente entraban las tropas gubernamentales en la villa.

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La batalla de Abárzuza o Montemuro (junio de 1874). El 3 de Mayo se concentraban las tropas que se retiraban de Bilbao en la merindad de Zornoza presas de un abatimiento general. El día 14 sigue el repliegue llegando Mendiry a Estella el 26 con II batallones: 7 navarros, 2 alaveses y 2 guipuzcoanos. Vuelven los liberales a intentar apoderarse de la ciudadela sagrada del carlismo, Estella. La batalla decisiva se da en Abárzuza los días 25, 26 y 27 de junio de 1874. Los carlistas disponen de 25 batallones y tres baterías y los republicanos de 50.000 hombres con 80 cañones. Después de tres días de lucha cae mortal mente herido el general Concha y sus tropas emprenden la retirada. 22 prisioneros republicanos fueron fusilados como represalia por el incendio de Abárzuza. Esta victoria reanimó a los carlistas desmoralizados desde la retirada de Bilbao, pero fue desaprovechada por los altos mandos que, en aquellos momentos, dado el desconcierto del ejército republicano, podían haber emprendido el asalto a la meseta y a la misma capital. Este verano los carlistas recuperan Laguardia que había sido tomada por gubernamentales durante el cerco de Bilbao.

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Agosto de 1874 - febrero de 1875. Fracasado el sitio de Bilbao y reanimados los carlistas por el triunfo indiscutible de Abárzuza, vuelve a pensarse en la toma de una ciudad importante. Pamplona, Irún, Vitoria y San Sebastián son hostigadas de forma continua, sobre todo la primera a la que se le impone un riguroso asedio desde fines de agosto y en la que la guarnición apenas llega a 1.200 hombres entre soldados, carabineros, guardias civiles y veteranos forales más un batallón de voluntarios de cerca de 800 números. Perdida nueva y definitivamente Laguardia, en noviembre los carlistas ponen sitio a Irún concentrando alrededor de la plaza a 8 batallones pero el 11 de este mes, al llegar las columnas de Serna, se levanta el sitio de mala manera. Sigue a esta acción un consejo de guerra en el que se responsabiliza a Hermenegildo Díaz de Ceballos del fracaso. El siguiente en caer en desgracia es Torcuato Mendiry, capitán general de Vascongadas, Nav. y Rioja desde el 30 de noviembre de 1874, sobre el que recaerá el peso de la ruptura del cerco de Pamplona. El 8 de diciembre había declarado Mendiry la guerra sin cuartel en todo el territorio a su mando como respuesta a las represalias ejercidas sobre soldados y paisanos carlistas. Menudean, a partir de estas fechas, las venganzas y represalias de ambos bandos ensuciando una guerra que había logrado diferenciarse netamente de la de los Siete Años en lo que al respecto de la vida se refiere.

La contraguerrilla -Tirso Lacalle, Carricaluchi, etc.- envenena las diferencias y embronca los ánimos. Mendiry -al que muchos miraban con animadversión por no haber sido de los generales de "primera hora" es hecho responsable de la ruptura de la línea de Carrascal construida por Dorregaray para proteger Estella y cerrar el paso a la asediada Pamplona. Una desgraciada orden del general desguarneció Eskinza, permitió que los liberales ocuparan Lorca y Lacar (2 de febrero de 1875) y que el general Moriones se abriera paso hacia Pamplona entrando en esta ciudad con cerca de 35.000 hombres. Fue recuperada Lácar al día siguiente, en una batalla en la que los gubernamentales -ahora alfonsinosfueron derrotados rotundamente; pero, no se borró con ello la pésima impresión que causó la retirada de Carrascal. El 5 de febrero, Mendiry, ofendido por las acusaciones y humillaciones de que es objeto, escribe a don Carlos ofreciéndole su dimisión. Brea cree ver en "este falta de precaución de Mendiry"... una causa de lo que aconteció después. San Sebastián y Vitoria siguen asediadas, Bilbao hostilizada; algo, sin embargo, ha comenzado a torcerse en el destino de esta guerra.

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1875. El 29 de diciembre de 1874 Martínez Campos proclama rey a Alfonso XII, hijo de Isabel II. Se cierra con ello el periodo de expansión carlista iniciado en 1868 cuando la Revolución triunfadora arrojó hacia sus filas a miles de partidarios del orden y la moderación. De nada valió a don Carlos el manifiesto de Morentin dirigido a amplios sectores de la burguesía española enriquecida con los bienes de la Iglesia; ésta prefirió abrazar la causa del legítimo monarca, garantía de la pervivencia de una serie de intereses y de valores laicos y democrático-representativos. Cánovas del Castillo, el cerebro gris de la Restauración, intentó, a primeros de enero llegar a una avenencia con don Carlos: se le prometió la devolución de sus bienes hereditarios, el casamiento de su hija Elvira con Alfonso XII, etc. En cuanto a las cuatro provincias vascas, el nuevo monarca se comprometía a garantizar la conservación de sus respectivos Fueros en los mismos términos que si no hubiera sobrevenido la contienda, mas el Gobierno no se considerará obligado a guardar ningún genero de consideraciones a aquella o aquellas de las indicadas provincias que no se sometan a la autoridad del Rey Alfonso XII dentro del plazo marcado en el art. VI -un mes a partir de la publicación del Convenio en la "Gaceta de Madrid"-, si llegara a triunfar de su resistencia por la fuerza de las armas. La amenaza era clara como lo pudieron percibir diversas personalidades liberal-foralistas del país como Fidel de Sagarmínaga, Ladislao de Velasco, Domingo de Jaunsoro, Herrán, etc. Sin embargo, a pesar del reconocimiento que efectuarán el mismo Cabrera (11 marzo) y otros jefes carlistas a Alfonso XII, don Carlos se negó a dar fin a la guerra y rechazó el proyecto.

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Verano de 1875. Después de la batalla de Lácar y del regreso a Madrid de Alfonso XII, que acompañó a los combatientes y entró en Pamplona el 7 de febrero, el frente Norte se estaciona hasta junio de este año. Cuenta el ejército liberal (marzo) con 778.782 soldados de infantería, 1.651 caballos y 92 cañones mientras que los carlistas disponen de 33.860 infantes, 1.808 caballos y 79 piezas de artillería. Las acciones se limitan en este periodo al cañoneo de Cirauqui, Artaza y Villatuerta desde la ermita de San Cristóbal de Cirauqui por el general Primo de Rivera y a la lucha en el valle de Etxauri donde los liberales consiguen apoderarse de algunas localidades, todo ello tendente a la futura ofensiva sobre Estella. Pérula, mientras tanto, causa grandes destrozos en la zona de la Merced de Pamplona bombardeando a la ciudad desde el fuerte de San Cristóbal. El 15 de junio sale de Miranda de Ebro un convoy destinado a romper el sitio de Vitoria por los carlistas. Tras un duro encuentro en las Conchas de Tuyo llega la expedición a la capital alavesa. Desde allí parten, de ahora en adelante las diversas operaciones al corazón del país, operaciones que precipitarán el final de la guerra. Los carlistas comienzan a recular. El 1 de julio, don Carlos firma la orden de destitución de Mendiry y nombra a Pérula Jefe de Estado Mayor General del Ejército del Norte. El 7 de julio Quesada, nuevo General en Jefe del Ejército alfonsino, obliga a Pérula a agrupar su ejército entre Nanclares y Subijana; subrepticia y rápidamente se desplaza hacia Treviño-Zumelzu dirigiéndose rumbo a Vitoria que se hallaba nuevamente cercada. Tello, que había quedado detrás para cubrir la retirada, presenta batalla a los carlistas que, tras dura lucha, tienen que retirarse. Queda así levantado de forma definitiva el cerco de Vitoria y perdida, en su mayor parte, para el carlismo, la provincia. Restauración monárquica, disensiones entre los jefes -Mendiry y Pérula principalmente-, defección de Cabrera y otros jefes carlistas, la resonancia europea de las represalias ejercidas por Mendiry en venganza de los asesinatos cometidos por Tirso Lacale "El Cojo de Cirauqui", el fracaso paulatino de la guerra en el Centro y Levante, la inepcia de los generales carlistas, van minando la moral de los rebeldes llevando el desengaño a los hogares vascos:

"A punto tal llegaba. empero, con su zapa el desengaño, que el mismo Celestino desahogaba ya en la intimidad su pesimismo y sus temores. ¿Quién sacaba de su tierra a aquellos vascos que en antiguos tiempos no querían pasar en la ofensiva del árbol Malato, a no darles estipendio? Peleando junto a sus familiares y con el país propio por apoyo, halagándolos el ir a Madrid, a dar rey a los castellanos. ¿Para qué? ¡Allá ellos! Habían implantado, por su parte, un ensayo de estadillo independiente, con sus sellos de correo y sus perros grandes. Recelaban, además, de las desconocidas llanuras, contentándose, hechos fuertes tras el Ebro, con sostener su incipiente estado, merced, en gran parte, a la ayuda de aquellos voluntarios castellanos viejos que corrieron al Norte a vivir de la guerra unos, a satisfacer instintos atávicos otros, a darse pisto alguno que otro, a pensar y sufrir desvíos y menosprecios los más de ellos".

Ref. Unamuno: Paz en la Guerra, Col. Austral, n.º 179, p. 224.

Replegados los carlistas a Villarreal de Alava, cerca del histórico Arlabán llave de Gipuzkoa, la defensa se endureció en esta villa de la que son desalojados los rebeldes el 29 de julio.

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Las tropas gubernamentales recobran el aliento a partir de junio; paralelamente el Gobierno endurece las medidas conducentes a impedir la ayuda de la población civil a los sublevados: destierros, confiscaciones, tala de arbolado, quema de cosechas, multas cuantiosas, etc. Las acciones liberales tienden a limpiar el acceso a Pamplona y rodear a Estella mientras incursiones esporádicas van empujando al enemigo en Ulzama o Aoiz. Quesada escribe el 9 de setiembre al agente gubernamental López de Goicoechea: la situación de los carlistas es desesperada y les faltan medios para continuarla (la guerra). El 24 de noviembre los carlistas pierden el fuerte de San Cristóbal. El sitio de Pamplona se alivia al ser desalojados los rebeldes de las alturas de Oricain, Alzuza y Miravalles desde las cuales la ciudad era blanco de su artillería. Perdida Alava, amenazada seriamente Navarra, Ladislado de Velasco, Diputado General alavés, que vislumbra el final catastrófico de la guerra, trata de evitar lo peor -la definitiva supresión foral-, realizando diversas gestiones conducentes a provocar sublevaciones en las filas del pretendiente. Pero este nuevo Muñagorri fracasa como el primero y su bandera de Paz y Fueros es desechada como lo fuera la de 1838.

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Diciembre 1875 - Febrero 1876. La guerra ha sido liquidada en Cataluña y en el centro. Los últimos contingentes carlistas que no han querido entregar las armas en aquellos escenarios tratan de penetrar en Navarra como lo hace Dorregaray el 5 de septiembre Todas las tropas liberales convergen entonces, en medio de intensas nevadas, hacia el País Vasco, reorganizadas por el general Jovellar, Ministro de Guerra. Se constituyen así dos ejércitos, el de la derecha, a las órdenes de Martínez Campos, al que se le asigna como objetivo la ocupación de Navarra, y el de la izquierda, al mando de Quesada, cuyo cometido es ocupar Vizcaya y Guipúzcoa Entre ambos suman la impresionante cifra de más de 120.000 hombres. A su vez, el ejército de la derecha se subdivide en dos cuerpos a las órdenes de Blanco y de Primo de Rivera y el de la izquierda en otros tres comandados por Loma, Moriones y Echevarria. Por su parte los carlistas se disponen a la defensa atrincherados en un terreno conocido, emboscados en el frío y la niebla que le son habituales, arropados por aquella población de la que han surgido. Sus fuerzas apenas llegan a 33.000 hombres. Paralelo a la ofensiva militar surge el ataque frontal, desembozado y agrio contra las instituciones del país en los medios políticos de la Corte y provincias. No sólo se culpa a los carlistas de haber desencadenado la guerra sino también a los "otros", a los liberales, a los fueristas puros, a todo lo que intente pasar por "diferente". Como consecuencia se crea el 27 de diciembre de 1875 la Junta Fuerista Liberal de Vitoria con representantes de Vizcaya (Eusebio de Uribe), Guipúzcoa (Domingo Jaunsoro) y Álava (Serafín Urigoitia). Su objetivo será luchar por todos los medios contra la ola de destrucción que se avecina.

Y ésta marcha, inexorablemente, al amparo del ejército que despliega sus tentáculos arrinconando contra los montes y el mar a los últimos combatientes carlistas. A comienzos de año se ultiman los preparativos para la marcha. El 28 de enero ambos ejércitos se ponen en movimiento. Martínez Campos, tras encomendar a Primo de Rivera la toma de Estella, se interna por Baztán a fin de socorrer a la bombardeada San Sebastián cuya línea se extiende desde las Peñas de Aia hasta el monte Igeldo. Quesada por su parte invade el sur de Vizcaya (Otxandio) vía San Antonio de Urkiola-Durango mientras Loma ataca la línea del Kadagua a fin de socorrer Bilbao. "Y vino la corajina final: el defenderse como gato tripa arriba para morir matando. Defendiéndose de la avalancha, reculando de risco en risco y de monte en monte, cediendo valle a valle y palmo a palmo, aquella tierra en que implantaron un Estado chico, con sus sellos de Correos, sus perros grandes y su Universidad". [Unamuno: op. cit., p. 231]. Moriones intenta dar un golpe sobre San Sebastián desembarcando en Getaria. Habiendo conquistado el alto de Gárate (21 enero) sus tropas llegan hasta los fosos del Mendizorrotz donde son enérgicamente rechazadas por los carlistas. Este es el último triunfo de los leales a don Carlos en Guipúzcoa San Sebastián sigue siendo bombardeada en uno de estos bombardeos finales una granada carlista mata al vate Bilintx- con tenacidad. A duras penas logra avanzar Martínez Campos por Elizondo. Tras una resistencia desesperada se inicia en febrero la deshecha. El ejército carlista se disuelve: un último intento de reorganización (17 febrero) efectuado por el consejo de generales carlistas en Beasain fracasa, iniciándose entonces la retirada general de los que no quieren someterse a indulto. Refugiado en las alturas de Atxuria (Peña Plata), Larumbe resiste hasta la muerte (19 de febrero); mientras, en el corazón de Navarra, cae lo que fuera el símbolo del carlismo en armas, Estella, y penetra triunfante en San Sebastián el nuevo rey, hijo de Isabel II. El 20 de febrero sale a la luz el último número de El Cuartel Real. Don Carlos huye de Tolosa -que cae al día siguiente- y se refugia en el Baztán. El 28 atraviesa la frontera por Arneguy, Navarra, prometiendo volver; le acompañan 6 batallones de Castilla, 4 de Asturias y Cantabria, I escuadrón de guardias, 3 batallones de Valencia, 6 baterías de Plasencia, Guías y Húsares. Los batallones navarros pasan la frontera por Orbaiceta y Burguete. Aquel mismo día el hijo de Isabel II penetra por segunda vez en Pamplona. El último reducto carlista en rendirse fue el castillo de Lapoblación (2 de marzo). La guerra ha terminado.

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La ley abolitoria del 21 de julio de 1876. Tal como lo deja implícitamente entrever el joven monarca español en el manifiesto pronunciado en Somorrostro ante las tropas vencedoras (13 de Mar.), el final de esta guerra significa también el desenlace de un largo proceso que, iniciado en el s. XVIII, se ha venido desarrollando en varios actos ricos en peripecias dramáticas para culminar en una sesión de las Cortes celebrada en el verano de 1876. En este caso, no puede decirse que a las Cortes españolas les falte apoyo popular; desde meses antes, la "cuestión foral" es tema obligado de discusión no sólo en los periódicos, sino en tertulias, calles y sobremesas. El apasionamiento en las palabras y el encono en los razonamientos sobrepasan los limites de lo nunca alcanzado:

"En algunos pueblos por donde pasó el Rey a su regreso a la Corte -distinguiéndose la provincia limítrofe de Santander a pesar de sus grandes relaciones con éstas o por mejor decir por esas mismas relaciones- hicieron alarde de antifuerismo de la manera más ridícula que se puede imaginar: las mujeres en el pecho, en las sombrillas y en la ropa de los niña; los hombres en el sombrero, levita, chaqueta, etc.; los músicos en los instrumentos; los perros en el collar; en las colgaduras, en las paredes de los edificios, en los faroles de las calles, en las puertas de las tiendas, en los escaparates, en fin, en todos los sitios en que era posible fijarla, se ostentaba esta inscripción: Abajo los Fueros; se hicieron también aleluyas sobre el mismo tema. Aquello era una mascarada completa. En ningún tiempo de la historia, en ningún país del mundo, ni aún entre naciones rivales y enemigas, se ha visto jamás estallar el odio con formas tan violentas y con encono tan ardiente como se vio en España en esta ocasión contra los hijos del País Vasco. Y en cambio a los que hacían alardes de fueristas o se defendían de ataques de antifueristas se les encerraba en una cañonera y eran conducidos a apartados destierros, sólo por cometer el crimen nefando de amar a su país y se consideraron como subversivos, desahogos inocentes en recuerdo de loa fueros, como era la venta de abanicos que decían Vivan los Fueros, publicar viñetas en las cajas de cerillas alusivas a su restablecimiento, y un señor inspector de policía prohibió tocar al piano ciertas piezas o aires del país en el café del señor Lazurtegui, etc., es decir, se permitía atacar a los Fueros, pero no defenderlos."

Ref. Angulo y Hormaza, J. M. de: La abolición de los Fueros e instituciones vascongadas, Bilbao, 1886.

Como procedimiento preliminar se convoca a los representantes del país (1-15 de Mayo) a una reunión previa en la capital del reino. Mientras, de todas partes de España -excepto de Sevilla- llueven peticiones al Gobierno para que se suprima el régimen foral vasco. Cumplido el trámite de escuchar a los cuatro representantes del país, Cánovas se reserva el derecho de presentar a las Cortes el proyecto que estime oportuno. El 21 de Jul. de 1876 las Cortes aprueban la ley abolitoria de los Fueros vascos. Un decisivo jalón de la historia del país acaba de cerrarse: iníciase así nuestra historia contemporánea.

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