Kontzeptua

Senidetasuna (1993ko bertsioa)

El sufijo -so. Ya se ha mencionado aquí el valor, patente todavía, del sufijo -so añadido para indicar una distancia mayor en el grado de parentesco: aitaso, amaso, al(h)abaso, il(h)obaso (el último ya en Leizarraga), etc. Báhr, siguiendo a Campión, atribuye (p. 19, n. 2) a las versiones bíblicas de Pierre d'Urte las voces aita- y amabrahiraso «trisabuelo, -a». Yo las tengo documentadas en su diccionario inédito: «abauus, aitassoren aitassoa, aitabrahirassoa», «abauia, amabrahirassoa, amassoren amassoa» (con abrassoaren ama tachado), «abauunculus, amabrahirassoaren anája». Es posible, como se ha señalado, que allí donde su vida se ha prolongado más (en líneas generales, en la parte oriental del país) su empleo fuera facultativo, no obligatorio. Lo que importa ahora es que siguió siendo productivo o, al menos, que su valor siguió estando patente, gracias a la proporcionalidad entre significantes y significados: aita: aitaso; ama: amaso; seme: semeso;...Ya no ocurría esto con arbaso, del cual vamos a ocuparnos, ni más al Oeste con bur(h)aso, guraso. Schuchardt, y sin duda también otros, han visto que el suf. -so entra en la formación de arbaso, plurale tantum o empleado al menos casi siempre en plural. Sin embargo, por raro que parezca, no veo que nadie haya aproximado ese término oriental, que normalmente en la lengua escrita significa «antepasado» en general. (Cf., por ej., J. Barbier, Gure Herria 5 (1925), 672 (Lur pean lo dagozi gure arbasoak, llguzkirat itzuliz zango'ta besoak), y ya Etcheberri de Sara [Obras, p. 21]: Bere ethorquia, eta leinua, arbasoac «Nam genus, et proauos», de acuerdo con el diccionario ms. de Pouvreau («arbaçoa [sic], bisayeul ou bisayeule», con los derivados arbaçotcea y arbaçotasuna). Según Bonaparte, arbaso «ancêtre» no se conservaba en el habla popular más que en San Juan de Luz), pero también, en el habla popular, algo más preciso, «bisabuelo, aitasoren aita» (cf. Azkue, s. u. okhilabiraso, cuya redacción no excluye que se tome también por «bisabuela, amasoren ama»), con una palabra occidental, bien documentada, aunque arcaica. Se trata de aurba «bisabuelo u otro ascendiente» que, como voz guipuzcoana, comunicó Araquistain a Larramendi en 1746, lo cual quiere decir, como es natural, que no aparecía en el Diccionario trilingüe. Ya lo recogía, sin embargo, Landucci, fuente accesible a Larramendi, en 1562: «bisabuelo, aurbea», «bisabuela, andra aurbea», «abuelo segundo, aurbea» (con «abuela segunda» en blanco, lo que inclina a pensar que la diferenciación de sexo con andra es secundaria y forzada por el original románico que tenía por modelo), frente a «abuelo, assabeaytea», «abuela, assabeamea», con -ea- de -a + a-. Como puede verse, el sentido no ofrece dificultad, puesto que la traducción que se da de aurba es, para todos los efectos prácticos, igual a la de arbaso. Ambos términos están, por otra parte, en una relación geográfica que, extendiendo un tanto arbitrariamente el uso técnico corriente del adjetivo, me atrevería a llamar complementaria: aurba, por más que su desaparición del habla viva sea anterior, se documenta precisamente allí donde no parece haberse conocido arbaso, y viceversa. La relación formal entre ambos apoya, además, las consideraciones que antes se han hecho sobre el carácter facultativo, no obligatorio, del sufijo -so, y refuerza una vez más la presunción de que éste se mantuvo vivo, productivo o inteligible, durante mucho más tiempo en las regiones orientales del país que en el extremo opuesto: guraso(ak) «parentes, hoi tekóntes» parece ser un representante occidental más avanzado y duradero. Por lo que hace a la forma, es o debiera ser bastante sabido que la reducción del diptongo en el derivado, más largo naturalmente que la base, es corriente en este caso, ya que no regular: cf. aurki, común, pero arkitu, junto a aurkitu y los ejemplos reunidos en FHV, p. 94 ss. A su vez aurba y, por consiguiente, arbaso, parece contener el ubicuo y enigmático -baaur-. Dentro del léxico vasco corriente, habría que escoger, si no se busca más allá de las apariencias, y no es éste el terreno más adecuado para tratar de salvarlas, entre haur (con -r suave), demostrativo de primera persona, camino que no parece muy prometedor; haur «niño», aunque arbaso va siempre sin h-, y, acaso finalmente, aurr- «parte anterior», de valor particularmente adaptado al uso temporal (cf. aitzinekoak «maiores» en Leizarraga, Axular, etc.; guip., etc., aurrekoak «los antepasados», etc), que aparece con sufijo en aurki, etc., que se acaba de mencionar. Bähr, p. 15, cita sin desaprobación las palabras de Vinson: «haur est enfant, ume, hume, kume, est petit». Es ésta una caracterización bastante pobre cuando sabemos que se trata de una oposición léxica privativa cuyo término marcado es haur «criatura específicamente humana». Lo curioso es que Ume(a) sea corriente en la onomástica medieval y se documente ya en época romana, al contrario de lo que pasa con haur. No es esta la ocasión de desarrollar las posibilidades que ofrece la idea de que este aurr-, mucho más corriente en toponimia que su sinónimo aitzin, pueda tener correlato en el oriental ahur, a(g)ur «hueco, palma de la mano». Las áreas, por lo que puedo saber, son disjuntas y cubren prácticamente la totalidad del país. A heuragi, heuregilugari, ecuación ya establecida por Castro Guisasola antes que en FHV, p. 99, añadiría ahora el área central (a.-nav. Baztán, lab.) de jori, a través quizá de eauri, jauri, que se superpone en función y sentido a ugari. Larramendi escribe ióri, con lo que parece aludir a una pronunciación trisilábica, pero, en honor a la verdad, en los numerosos pasajes en que ocurre en el XVII en verso labortano cuenta siempre por dos sílabas.