Poesia

Euskaldunak (1934). Nikolas Ormaetxea

El Fondo. Ya a partir de sus primeras estrofas el euskaldun siente sumergirse en el mundo de sus pensamientos, afectos y emociones habituales. Todo le habla allí al espíritu y al sentido con la suavidad envolvente de las evocaciones intimas. Desde el teatro material donde la acción discurre hasta las más sutiles y fugaces vibraciones del alma de los personajes, todo le produce la cálida sensación de lo conocido y experimentado. Es el ambiente euskaldun; la civilización euskaldun; la vida euskaldun. Forman el vasto panorama de la obra la Naturaleza física de sus infinitos aspectos cambiantes en la rotación del año. Los agentes atmosféricos con su actividad varia y compleja: sol, lluvia, nieve, vientos, tormentas... Las maravillas de la vida y del instinto. El espectáculo de la tierra, del firmamento y del mar, con su riqueza de línea y tonos, el misterioso poder sugestivo del paisaje, la sinfonía de los ruidos campestres, los aromas y efluvios que difunden por el espacio las criaturas. Y todo ese cuadro grandioso realza la acción del poema sin fatiga del espectador. El talento del poeta logra que percibamos en cada instante, nada más los detalles propios de la coyuntura. Y no precisamente aquello que descubrirían los ojos prolijos -escrutadores e impertinentes- de un inventarista; sino los que espontáneamente atraen y retienen la primera mirada del euskaldun. De igual modo, también cada objeto aparece enfocado a nuestra distancia normal, y bajo la luz y perspectivas gratas a nuestros ojos vascos. En cuanto a la gente que se ve actuar en el escenario, es idéntica, en su profusa diversidad de caracteres, a la que puebla las zonas vírgenes "invioladas"- de nuestra tierra. Las mismas facciones, el mismo andar, las mismas posturas y gestos... Una multitud innumerable de hombres y mujeres; niños, jóvenes y ancianos; cada cual con los hábitos y lenguaje, preocupaciones y tendencias, debilidades y flacos inherentes a la condición, al sexo, a la edad, a la fisiología...; con sus notas individuales bien marcadas; pero también con su mentalidad y semblante moral, razones y ocurrencias, de inconfundible traza o tipo vasco. A la mayor parte de ellos, aseguraríamos haberlos visto y tratado ya de cerca. Tan familiares nos resultan, que por el único rasgo que de su fisonomía se nos deja ver o entrever, reconstituiríamos su silueta perfecta. Incluso nos parece adivinar cuál es su estado de ánimo, qué es lo que sienten en sus adentros en el momento de ser sorprendidos, y qué cabría esperar de cada uno de ellos en otras situaciones. Es una muchedumbre integrada por seres reales y vivos, no por sombras ni autómatas. Son ellos los que piensan, juzgan y obran; no el poeta quien les imprime el movimiento o les sugiere las intenciones y discursos. El mérito del poeta resplandece en la maestria con que sustrae su propia persona a nuestra atención hasta eclipsársenos por completo, mientras nos hace tangible el relieve y diáfana el alma de sus personajes. Esa muchedumbre se conduce, además, con absoluta naturalidad, reflejando en el porte externo lo que interiormente es. No se compone para salir a la escena; no afecta maneras estudiadas, no adopta poses y no simulaun régimen de vida distinto del de todos los días. "No sabe" que se le observa...; y asi, viéndola obrar, una vez, sabemos cómo obra siempre. Ella es la representación de nuestro pueblo. No en un sentido de representación estilizada y caprichosa a lo Villoslada o Loti; sino en el sentido de quien penetra en la psicología de esta muchedumbre, conoce en su intimidad -tal cual es en sí, sin aliños ni retoquesel alma de nuestro pueblo. Este es, y no otro, el héroe de "Euskaldunak": el legitimo pueblo euskaldun, "euskalerria", en plena función de su vida de trabajo, fraternidad y júbilo espiritual. Tal como se ha mostrado a los claros ojos de un bertsolari genial en su ambiente nativo. Allí donde el vasco lo es, de hecho, sin que le preocupen ni alarmen las categorías adjetivas en que otros tienen a bien hacerle figurar. Este es el auténtico morador del mundo del poema. No sólo porque su vida se desliza allí, sino, principalmente, porque en ese mundo llega a verse, más aún que su imagen y semejanza, una como prolongación de su ser... Tan de veras hace sentir el poeta la fusión del héroe y de su medio. Antítesis de un pueblo abstraído, reconcentrado, pasivo, fatalista, soñador o melancólico; antes por el contrario, dotado de una fina sensibilidad hedónica con que capta prontamente el lado ameno y placentero de toda cosa, y de un imperturbable humorismo que le permite sobreponer su yo a cualquier azar adverso; él aparece en el poema, igualque en la realidad, viviendo intensamente su sabia vida, y conjugándola activamente con los seres y sucesos con que se roza al pasar. El aparece animando su ámbito y dando sentido a todos los objetos, visibles e invisibles. Cada uno de éstos se nos antoja circundado de cierto hálito espiritual, que equivale a su "significación" o "interpretación" vasca: un "quid" particular, especie de alma de la cosa, como diría Taine, que la mente colectiva del pueblo vasco ha convenido en atribuirle. Así, los elementos; así, los fenómenos de la naturaleza vegetal y animal; así, la moral, la religión, la mitología. El aparece, sobre todo, informado de un rico sentido humano, social y religioso el conjunto de sus actividades externas, privadas y públicas, no menos que el sistema de sus ideas y sentimientos: su educación. En el hogar y en el campo; en la plaza y en la iglesia; en la faena y en la expansión; en el trato y en el retiro..., es él, el pueblo euskaldun, el que estampa su recio sello personal a la vida, reproducida en el poema en todas sus fases. El comunica su alegría y unción amorosa a cuanto le rodea; y empapa de idealismo cristiano el contenido social -ético y estético- de sus instituciones. Pueblo que siente y vive la religión, sin "gallardías" ni fanatismos. Que la concibe y practica según la pauta católica del Catecismo: credo, padrenuestro, mandamientos y sacramentos. Que la nutre con devociones sólidas de hondo arraigo en el dogma. Y que coordina al dictado de ella la obra de su civilización; empezando por hacer incompatible el genio de su lengua con la interjección blasfema. Pueblo, a consecuencia de su religiosidad, integralmente sano; que es como decir, perfectamente equilibrado. Equilibrio en el ejercicio de las potencias internas: suma cordura y suma hilaridad. En la administración de las energías corporales: culto del trabajo y del atletismo. En la conciliación de los derechos individuales y de los deberes de la convivencia: vivo sentimiento de la dignidad de la persona, rebeldía frente a todo desmán absorbente o nivelador; y, al mismo tiempo, instinto desarrollado de la civilidad y respeto escrupuloso de la jerarquía. Equilibrio, en fin, en la apreciación del doble sentido terreno y sobrenatural de la existencia: cuidando de sentar bien el pie en el suelo firme de las realidades presentes, pero caminando con la frente levantada hacia el cielo. Tal es el egregio pueblo cuyo carácter nacional o genio -predisposiciones, aptitudes y tendencias étnicas- proyecta en cada una de sus manifestaciones vitales, límpido, terso y radiante de hermosura, el poema de "Orixe": a) En su abundante y surtida producción poética, oral y cantada. Canciones religiosas y festivas; de danza, de cuestación y de trabajo, báquicas, cuneras, amorosas, nupciales, fúnebres, patibulares...; de género épico, lírico, satírico y hasta mimo-dramático. Poesía increíblemente sabrosa y eminentemente popular. b) En el repertorio magnífico de sus melodías musicales; donde se admira el espíritu pulcro y distinguido de una gran raza; con su inteligente y delicada manera de sentir las cosas y los hechos: naturaleza, Dios, amor, gozo, pena, vida. c) En el rosado cendal de alegorías, consejas, leyendas y mitos, a cuyo través acostumbra mirar en ocasiones la realidad, a fin de no ver sus sombras y asperezas. d) En los usos rituales y simbólicos con que procura mantener en todo tiempo su atmósfera, fragante de espiritualidad. e) En sus deportes y juegos de competencia, esparcimientos y diversiones; y, sobre todo, en sus danzas, actividad consustancial con el vasco; a la vez que limpio espejo de su salud moral y temple animoso; de su gusto exquisito de la armonía y del orden; de sus hábitos de sensatez y corrección (-zentzua, gizabidea). f) En las deliciosas veladas rústicas que destinaban a transmitir de viva voz a las nuevas generaciones, mejorada y enriquecida, la herencia literaria de las antiguas; junto con estrechar y crear lazos de amistad y parentesco, al arrimo de la faena casera y bajo la tutela y vigilan cia de los padres de familia. ("Artazuriketa"). Trabajo, cultura estética y expansión familiar, combinados en un mismo ideal sublimador. g) En infinidad de prácticas y costumbres sociales que dejan traslucir sus arraigados sentimientos de solidaridad cristiana y amor universal; sentimientos que, con efusión franciscana, extiende a veces a los mismos irracionales. La "cena" extraordinaria del ganado doméstico en la Noche de Navidad. La penitencia pública de Rogaciones: "Letari". El ágape de la reconciliación: "Orriskide". La cátedra del cadalso o la contrición del reo (una de las muchas piezas insuperables de la obra). La visita anual del Angel de Aralar a los pueblos; y las ceremonias conmovedoras -desbordantes de fe, tradición y confraternidad- de su recibimiento y despedida; ósculo de las cruces, bendición de las haciendas y de las reses enfermas... La campana parroquial convocando al vecindario al auxilio mutuo en horas de peligro común. El destino piadoso de las primeras sábanas de trigo de la cosecha. La danza jubilar de la recolección: invitación general al regocijo y a la participación de los frutos. La magna institución del sufragio perpetuo por los difuntos de cada hogar... En fin, por no alargar más la cita, la mística euskaldun del sentimiento de patria; mística de confianza y afecto fraterno, que penetra de calor y dulzura toda nuestra vida de relación. h) Por último, en su maravillosa ordenación de la vida pública, con el hogar familiar por quicio. Claro, hondo, integral y armonioso sentido de la nacionalidad, trama y prolongación de vidas solidarizadas... Las generaciones cruzan y entrecruzan las varias corrientes de la savia racial portadoras de sus gérmenes misteriosos, y se propagan unas a otras la misma noción fundamental de la existencia. Así llegan a constituir, a través del espacio y del tiempo, una vasta familia -de ideas, intereses y afectos comunes-, a ninguno de cuyos miembros puede serle licito desentenderse del pasado ni del porvenir. Sangre, genio y patrimonio equivalen a un depósito que a cada uno le encomiendan sus progenitores, para que lo usufructúe en la gestación de su vida personal y lo transmita, sin mermas culpables, a los descendientes. Culto de la tradición y solicitud por la suerte material y espiritual de los que han de venir detrás: dos tendencias características en que se traduce el concepto euskaldun de la solidaridad de raza, y que definen el sentido de nuestra moral e instituciones. Producto resultante de ambas, el sentimiento del hogar, quizá el más típico de los sentimientos vascos. Viejo hogar nativo, o nuevo hogar matrimonial; vértice de la confluencia de las estirpes, y sede del prestigio, de la autoridad y del ascendiente de ellas; donde el individuo absorbe o trasfunde las esencias étnicas, hereda o lega el tesoro tradicional, y recibe el molde euskaldun de su personalidad propia o se lo imprime a la de sus hijos. Cuán sugestiva y venerada sea para nuestras almas su memoria, lo dan a entender ciertos pasajes escogidos de "Euskaldunak", como la "Canción del lino", del canto IV ("Iruleak"); y acaba por hacerlo sentir al vivo el conjunto inmortal del poema todo; pues en todo él, paralelamente a lo que ocurre en la realidad de la vida vasca, parece que es el sentimiento de familia el que juega el principal papel. Fecundo en energías y consuelos, y por autonomasia educador, allí se ve hasta qué punto es entre nosotros ese sentimiento el principio, el eje y la norma directriz de toda actividad; el que aligera el peso del deber y lo torna amable; el que da la fortaleza para afrontar la adversidad; el que orienta el rumbo de las aspiraciones, encauza el curso de los afectos y regula los impulsos instintivos; el que le hace conservar a la vida humana en cualquier momento, desde la cuna al sepulcro, su significado de grandeza. No hay más que fijarse en el halo augusto de santidad de que aparece allí revestido todo lo que atañe al matrimonio: El proceso educativo de su preparación remota: prácticas consuetudinarias ordenadas a crear cuanto antes en los esposos del mañana el hábito del trabajo, el sentido de la previsión, la conciencia de la responsabilidad. (El, allega su dote de novio con el ahorro de sus jornales; ella, ocupa sus ocios desde los once años en hilar, tejer y bordar por sí misma la ropa de su ajuar). Después, los esponsales y el noviazgo: relaciones serias y castas, mantenidas a la luz del día y en la honesta familiaridad de las veladas hogareñas, sin tratos furtivos o clandestinos; legitimadas siempre por la idea del enlace sacramental, y nunca justificables a título de devaneo juvenil o de pasatiempo frívolo. Por fin, la boda: imponente ceremonia presidida por el pensamiento de la muerte (vestido nupcial y vestido mortuorio), y asociada al recuerdo de los antepasados (toma de posesión de las sepulturas familiares); como para grabar en la mente de quienes se disponen a perpetuar la vida cuál es la interpretación auténtica -cristiana- de ésta, y qué sagrado compromiso anudan con la tradición y la posteridad en aquel instante solemne, preñado de decisivas consecuencias para el futuro de la nacionalidad. ¡Divina filosofía de la vida y de la muerte -todo luz, bálsamo y aliento-, a la cual le somos deudores los vascos del prodigio de nuestra civilización! ¡De esta excesiva civilización capaz de hacer florecer en su seno la sublime santidad de una Matiste Elbarren, sin asombro de nadie, como un ejemplar de tantos, entre mil, de virtudes ordinarias! Realmente, la mejor apología de nuestra educación secular es la semblanza de esa gran mujer desconocida, personificación de un sinnúmero de almas anónimas del pueblo vasco, tal como se la retrata en el Canto final del Poema, "Amonaren illetak". Al llegar a las estrofas soberanas en que Mikel elogia a la difunta amandre de Garazi, raro será el euskaldun de cuna que no sienta un fuerte estremecimiento de todo su ser y a quien no le anegue el llanto los ojos y el corazón. Son, por una parte, los latidos de vida vivida que se perciben en ellas y comunican la emoción al lector; y son, sobre todo, las resonancias secretas que provoca y el enjambre de recuerdos que suscita cada uno de los rasgos de esa imagen en la mayoría de los espíritus modelados por el genio vasco y les hace exclamar: ¡Así eran, efectivamente, nuestros padres; así discurrían y sentían; así vivían, y... asi nos enseñaban a vivir!