Concepto

Serora

Por un lado, las seroras de las villas y las ermitas realizaban trabajos de mantenimiento del templo. Estaban bajo su responsabilidad las tareas de limpieza e iluminación, el cuidado y guarda de las joyas y los elementos imprescindibles para el culto, y, en el caso de las ermitas, también la administración de los bienes del templo. Durante la Edad Moderna, la legislación eclesiástica (constitución sinodal) asignó dichos cargos a los sacristanes, a partir de lo cual aumentaron en número y se fueron apropiando del trabajo de las seroras.

En las parroquias, tomaban parte en las ceremonias mortuorias sobre todo: correspondía a las amas de casa custodiar la luces y ofrendas de pan de las tumbas de sus antepasados, realizar el ritual de ofrendas (doneskain), preparar los cuerpos, guiar al grupo de mujeres en los entierros, etc. También tomaban parte en las bodas, ayudando a la novia a preparase, y tal y como se puede ver por algunos casos recogidos en Iparralde, solían incluso hacer de madrina de los niños bautizados. En algunos sitios, como es el caso de Salvatierra (Álava), solían encargárseles plegarias por las almas. Muchas veces también se hacían cargo de las campanas y sus funciones y ritos (llamadas a asambleas, avemarías, toque de campanas de duelo, conjurar las tormentas, etc.). Esto ocurría sobre todo en zonas rurales, donde había menos sacristanes. Por el cumplimento de dichas tareas les correspondía un diezmo, que solían recibir en especies o en dinero. A veces, las seroras llevaban negocios paralelos en torno a los elementos necesarios para los ritos mortuorios (velas, pañuelos y telas), con lo que lograban grandes beneficios, pero también creaban alguna que otra disputa. Tanto en las villas como en las ermitas, estos trueques y negocios de telas y pañuelos tomaban especial importancia, y se realizaban principalmente entre mujeres. Asimismo, solían enseñar a coser a las muchachas de la zona.

Las seroras que vivían en las villas o en comunidades al servicio de un santuario, en cambio, dependían más de las limosnas que aquellas que realizaban su servicio en parroquias, debido a la falta de esa fuente de ingresos derivada de los ritos mortuorios. Las seroras de los albergues y hospitales, por otro lado, también realizaban labores de cuidado y curación de enfermos y niños, además de los correspondientes trabajos en la iglesia o ermita del lugar.

Respecto a las seroras de las ermitas y parroquias pequeñas, más que los ingresos y los bienes correspondientes al diezmo, eran las parcelas adheridas a la casa (seroretxea) y sus beneficios los que constituían su principal sustento, junto con las limosnas. Según los documentos en referencia a las ermitas y sus fiestas y devociones, en ocasiones las limosnas eran abundantes, y la propia serora se llevaba buena parte de los beneficios. Sin embargo, muchas seroras no llevaban una buena vida, y se mantenían a duras penas con los beneficios de sus huertas y las escasas ofrendas de trigo (serora gari) y limosnas de los campesinos colindantes. De cualquier manera, las seroras tenían el deber de salvaguardar los ritos y creencias religiosos populares que se realizaban en las ermitas y santuarios, si querían recibir las limosnas de los habitantes como pago por la guarda del templo y sus ceremonias. Han habido casos de seroras que, valiéndose del dinero ganado y siendo ya económicamente autosuficientes, dejaron el cargo para casarse.