Monarquía y Nobleza

Sancho I Garcés (versión de 1996)

Muere don Sancho (925). Los achaques de la vejez y los desgastes de tan azarosa y penosa labor de gobierno habían minado su salud. Así y todo, el ocaso de su vida se veía endulzado por la final expulsión de los musulmanes de toda aquella comarca meridional de la Rioja, que tan querida le era. A pesar de las expediciones del enemigo, sus fronteras seguían adentrándose en tierra musulmana en una continua operación de rescate de tierras vascas. Tranquilo y satisfecho de su obra, se había retirado a Iruña para descansar y pasar sin preocupaciones los últimos días de su vida. Pero, de pronto, se sintió repentinamente enfermo con fiebres que debieron ser tercianas y le sumieron en desesperada situación. Desahuciado de los médicos y curanderos, creyendo que su mal no tenía remedio, comenzó una peregrinación por todo el país buscando una curación milagrosa en los más afamados santuarios. Finalmente, logró la salud en Usun. Agradecido, donó, en compañía de la reina doña Toda Aznárez, al obispo de Oya (Deyo y Pamplona) para salud de su alma y remisión de sus pecados, el monasterio y pueblo de Usun, y sus tierras de Ul junto al río Onzella y las viñas que poseía en Arboniés. Este acto se celebró el día 5 de las calendas de noviembre de la era 962 (28 de octubre de 924). Otro motivo de satisfacción para ambos, rey y reina, era también la boda de la infanta doña Sancha con Ordoño de Asturias y León. Probablemente, en la toma de Nájera, se había concertado esta prometedora pero fugaz unión pues, al poco tiempo, moría el leonés, y con su muerte, se iniciaba en aquella tierra, que tan noblemente había cooperado con los vascos en los últimos tiempos, una triste era de luchas por la posesión del poder. Para desgracia de todos y debilitamiento de la alianza vasco-leonesa, que tantos frutos de ventura había dado, el sucesor Fruela, durante los catorce meses que reinó dejó todo sembrado de odios y descontento (925). Este rey no se aventuró a ninguna acción ofensiva contra los musulmanes. Estuvo casado con Urraca, de la familia Banu Kasi, que quizás habría neutralizado un tanto las iras del enemigo. De esta señora tuvo dos hijos: Ramiro y Ordoño. Ninguno de ellos logró ceñir la corona astur-leonesa, que pasa directamente a Alfonso IV apoyado por el viejo monarca pamplonés, su suegro, pues se había casado con la infanta Oneka. No obstante, su hermano Sancho, apoyado por los descontentos, le disputó la corona, provocándose una larga guerra civil que trajo como consecuencia la anulación de León como aliado frente al califa cordobés. En 926 caía herido de muerte el forjador de la grandeza pamplonesa, el rey don Sancho I Garcés, «Optime Imperator», «Excelente Emperador», como le llama la crónica más fidedigna de su época. Por disposición especial escogió como sepulcro la iglesia del castillo de San Esteban de Deyo en la vanguardia de los linderos primitivos de su reino a la entrada al poder en 905. Luego, durante largos años, por lo menos mientras vivió su hijo y sucesor don García, se reunían todos los nobles del reino en ese lugar para celebrar los funerales y actos de conmemoración del aniversario de su muerte. Sobre todo llamaba la atención la brillante comitiva de la Rioja, liberada por él: todavía en 950 acudían, entre otros, don Tudemiro, obispo de Nájera; Dulquito, abad de Albelda; Diego, abad de Sojo; Ulmiro, abad de Santa Coloma; Estéfano, abad de San Millán de Berzeo; y Belasco, abad de Cirueña. En la iglesia del castillo de San Esteban de Deyo (en la cumbre de Monjardin), fueron depositados los restos mortales bajo una lápida de mármol cuyo epitafio no ha podido llegar intacto hasta nosotros.

Bernardo ESTORNÉS LASA