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Pamplona / Iruña. Historia

El 7 de marzo de 1793, la Convención Francesa declara la guerra a España, fundamentando su belicosidad en la demagogia: "porque en adelante no quería tratar con los reyes, sino con los pueblos". La noticia llegó a Pamplona el 25 de marzo. Carlos IV manifestaría el 4 de abril que la Corona borbónica de España aceptaba la guerra con "entusiasmo religioso". Iruña se encontró sin quererlo con una guerra de religión. El obispo don Esteban Antonio Aguado y Rojas, en su carta pastoral del 21 de enero de 1794, incitará a curas y seminaristas, con el mismo argumento teológico que la Corona: "Salgamos en compañía de nuestros hermanos, parientes y amigos (...) a hacer frente a un enemigo de Dios y de su Iglesia, como también de nuestra nación, vidas y haciendas".

La Diputación ordenó el alistamiento de las personas comprendidas entre los 17 y los 60 años, pero, según manifestó al general Ventura Caro, el ejército navarro, lo haría en defensa del Reino, de acuerdo con su "constitución" foral. Por el contrario, el Ayuntamiento no sólo rehusó estimular a la población a luchar contra los franceses, y a colaborar en el alistamiento de tropas, sino que denunció la actitud de la Diputación, calificándola de escandalosa, al mismo tiempo que tildó los pasos dados por ella de "anti forales" (AGN. Guerra. Leg. 9 C. 9 1793). ¿Por qué se niega el Ayuntamiento a alistar soldados contra el francés? Porque en Iruña existía un sector de la población partidaria de los aires progresistas de la Revolución Francesa.

Y, especialmente, porque el Ayuntamiento mismo, por ideología y por razones comerciales, "simpatizaba" con los franceses. Piénsese que el abastecimiento de las tropas enriqueció a no pocas haciendas navarras. La crisis del Antiguo Régimen, conseguir un equilibrio entre fuerismo y liberalismo, comienza a ponerse al rojo vivo. La Diputación misma lo sabe. Las siguientes palabras hablan por sí solas:

"En esta capital se esparcen voces sediciosas alusivas a apetecer la higualdad y aun amenazan con insultos, incendios las casas de distinción y de carácter explicándose en este punto con la más desmedida libertad y debiendo fundadamente reclesarse que semejantes tumultuarias expresiones que comienzan por se reprensible inconsiderado desahogo del vulgo se fomente con el disimulo y terminen en insurrección popular"

(AGN. Guerra. Leg. 10. C. 44. 1794).

En 1795, se sabe que el objetivo es Iruña. Castelfranco, nuevo virrey, se tropieza otra vez con la negativa del Ayuntamiento, lo mismo que hace dos años. Entre el Virrey y las Cortes se cruzan graves acusaciones. Las mismas Cortes admiten la existencia en Iruña y en el congreso de colaboradores de Francia. Pero estas Cortes dejan bien claro que "nuestra suerte depende de nosotros. La suerte de Navarra depende de la conservación de Pamplona. No existe otra alternativa que el levantamiento general, el apellido". Finalmente Iruña se levanta por propia iniciativa e independencia, en "apellido", para no ser juguete ni de unos ni de otros. Cuarenta y cuatro comisionados reunirán para el 4 de agosto a 20.000 hombres con armas, porque

"si no vuelan todos los naturales a la defensa de la Religión, de la Patria y del Rey y conservación de la propiedad. ¡Qué monstruosa sería la alteración que palparíamos en el estado de sus propietarios y personas!"

(AGN. Leg. 13. C. 6. julio 1795).

El gobernador de Pamplona exhorta a los clérigos a que salgan en apellido tomando las armas (Leg. 13. Carp. 10 y 11, 1795). La ciudad se ve sacudida en el invierno de 1794-1795 por el tifus exantemático epidémico. La angustia es total. En abril de 1795 sale el cuarto batallón navarro de Iruña a cubrir caminos y a enviar refuerzos a las tropas de avanzada. El 5 de agosto de 1795 llega a Pamplona la noticia de que el 22 de julio pasado se había proclamado la Paz de Basilea. Durante este tiempo, Godoy intentó aprovecharse de las delicadas circunstancias por las que la realidad foral de Navarra atravesaba.

La crisis evidente de la Foralidad era un momento propicio para desmantelar sus más consustanciales instituciones. La animadversión de Godoy, nacida de su afán centralizador, parece que aumentó ante el temor, infundado o fundado (el historiador debe aún investigar), de la constitución de una República Vasca, bajo la protección de Francia. Entre otras razones se invocan la posición de las Cortes frente al virrey: "Si el virrey se opone al Reino, éste quedaría obligado a mirar independiente por su seguridad"; y en segundo lugar al testimonio de la Memoria de Moncey donde hacía ver la necesidad del "restablecimiento de las instituciones autónomas vascas con vistas a una asociación política independiente de las tres provincias vascas bajo el patrocinio francés".

Después de la Guerra de la Convención cuenta Iruña, en 1801, con 14.054 cuerpos, 2.812 vecinos y 1.632 casas. La ciudad es un conglomerado de hambrientos, mal vestidos y amenazados por todos los frentes de la calamidad. Para agriar más la cuestión, si cabe, el 9 de febrero de 1808 entra el ejército de Napoleón por el portal de San Nicolás. Son tres batallones de infantería, que cuentan con unos 2.500 hombres. Se concentran en la Plaza del Castillo. La gente, que ha oído hablar de un tratado de Fontainebleau allá por el mes de octubre, no sabe, sin embargo, que han venido a ocupar España. D'Armagnac se aloja en casa del Marqués de Vesolla frente a la Ciudadela. El general francés intenta engañar al Virrey, marqués de Vallesantoro, pidiendo permiso para alojar en el castillo a doscientos soldados suizos.

No lo autoriza. Pero, el 16 de febrero son desarmados los centinelas y los franceses ocupan la Ciudadela. D'Armagnac promulga un bando invitando a los pamploneses a que vean en este gesto un "nuevo lazo de amistad". Cínicamente les advertirá: "Habitantes de Pamplona: en la mudanza de las cosas no veais la traición y la perfidia, sino una conducta dictada por la necesidad y la seguridad de mis tropas. Napoleón, mi amo, que ha firmado con España la alianza más estrecha, saldrá garante de mi palabra". En efecto, el 20 de febrero saldría de Irún el anunciado signo de garantía: un batallón de suizos, unos seiscientos hombres, que entrarán en la ciudad el 25 de febrero. Según cuentan fuentes francesas, algunos "estudiantes y religiosos recorrieron la calle de la ciudad manifestando su desagrado, siendo disueltos por patrullas napoleónicas".

¿Y las instituciones? El mismo 25 de febrero, el Ayuntamiento cursa un oficio a la Diputación solicitándole ayuda económica para abastecer a las tropas francesas. (AGN. Guerra, Leg. 14, Carp. 39). La respuesta de la Diputación, hecha al día siguiente, no puede ser más educada: "por falta de caudales no podemos adelantarle ninguna cantidad". Aunque Iruña sigue ocupada por los franceses, el Gobierno de Madrid no da ninguna señal de inquietud ante tal hecho, ni incita a la sublevación de los navarros. Idéntico proceder sigue la Diputación, que permanece muda. Se dan algunos alborotos y conmociones entre el 30 de mayo y junio de 1808 en algunas poblaciones, pero, en modo alguno, existe una revuelta en toda la regla contra el francés. Hasta bien entrado el otoño de 1809, la guerrilla no tomará cierta sistematicidad y orden belicista. Será, entonces, cuando la Diputación huya de Pamplona el 29 de agosto de 1808. Pero hasta el 30 de octubre no proclama claramente cuál es su actitud.

Desde Tudela, la Diputación incita a la población a rebelarse contra los franceses: "La Religión, el Rey y la Patria, están pidiendo venganza contra el pérfido violador de sus sagrados derechos". Es lo que necesitan los grupos de guerrilleros, arredilados en torno al concepto de partidas -las de Juan Villanueva, Juanito el de la Rotxapea, Malacría, Félix Sarasa, Mina el Mozo, Miguel Iriarte, etc.- a quienes los franceses denominan despectivamente "brigantes", o sea, salteadores de caminos, para luchar de forma organizada y sistemática contra el invasor. Mientras tanto se suceden los gobernadores franceses: D'Agoult, Dufour, los crueles conde de Reille, barón Abbé, quien ordenó ahorcar a todos los parientes de los voluntarios guerrilleros. Ello ocurría en el invierno de 1811. El 23 de junio de 1813 entra en Iruña José Bonaparte. Su presencia en la ciudad es tan fugaz que a las dos de la madrugada sale de la misma. Queda como nuevo gobernador Cassan, al mando de 3.550 soldados. El 25 de junio Pamplona es cercada por divisiones aliadas.

El asedio durará cuatro meses. El 14 de julio dirige el bloqueo don Enrique O'Donnell. Mientras tanto, el general Soult fracasa estrepitosamente en Sorauren. Cassan pide tres mil raciones para la población civil y permiso para que salgan antes de que mueran de hambre. Se le niega la instancia. Y se entra en una espiral de negociaciones que culmina el 24 de octubre. Después de ciento veintinueve días de asedio, los sitiadores capitulan el 31 de octubre. El 1 de noviembre de 1813 abandona la capital un desfile de fantasmas impalpables. De acuerdo con las Actas de Capitulación, el Ayuntamiento acordó erigir una estatua de bronce al general Wellington en la plaza de la Fruta. Nunca se construyó tal efigie.

La primera sesión municipal, tras la liberación, tuvo lugar el 5 de noviembre de 1813. Iruña no se había enterado aún de que España tenía nueva Constitución, la de 1812. Por ello, el jefe político Miguel Escudero es obligado por la Regencia a que se jure cuanto antes la Constitución en los pueblos. Será el 13 de noviembre cuando se publique y se jure ésta en la Plaza del Castillo con todas las autoridades presentes "(...) y una porción bastante considerable de vecinos convidados por la ciudad junto a una multitud de todas clases y militares" (AMP. Actas. L. 71, folio 50). Para celebrar este triunfo de los liberales constitucionales hubo novillos con soga dentro de los festejos.

El 15 de mayo se tiene conocimiento en Iruña de la abolición de la Constitución. Los absolutistas no pierden la ocasión y salen a la calle a manifestar su anticonstitucionalismo. Dos tenientes coroneles y un comandante, seguidos de clero y un grupo de personas se dirigen al Ayuntamiento. Se crucifica un ejemplar de la Constitución y otro es arrastrado con una soga hasta llegar a la Plaza del Castillo. Se entona un gori-gori y José Belver, verdugo de la ciudad, apila varios ejemplares de la carta democrática y simula que les da garrote vil. Finalmente serán las llamas quienes los consuman. Durante el mes de mayo, Iruña es una ciudad abocada al enfrentamiento. Liberales y absolutistas no cesan de manifestarse animadversiones sin cuento. Las tensiones se recrudecen cuando los guerrilleros, descontentos por el trato recibido después de su generoso esfuerzo contra el francés, exigen compensaciones a la Diputación.

El Gobierno Central nombra nuevo Virrey, Conde Ezpeleta de Beire, y por decreto del Ministerio de la Guerra destina a Espoz y Mina a Aragón. Por otra parte, la Diputación trata de licenciar a los soldados. El día 26 de septiembre de 1814 corre el rumor por Iruña de que Espoz y Mina se ha sublevado contra Fernando VII y el Virrey. El coronel Górriz, compañero de Mina, será utilizado como chivo expiatorio. Juzgado y condenado a muerte será fusilado por la espalda como los traidores. Espoz, temeroso, escapa a Francia. La maquinaria de la represión se pone en marcha contra liberales, afrancesados o constitucionales. Se procesa a magistrados, alcaldes de Corte, subalternos, procuradores, clérigos afrancesados y colaboradores. Por otra parte, el poder absolutista de Fernando VII, cuya lucha contra los liberales le obliga a ser condescendiente con los foralistas, acabará por aplicar la uniformidad administrativa a todos los efectos sobre las contribuciones y las quintas, entre otras cuestiones.

En 1817, la ley III de las Cortes de Navarra de 1817 y 1818 sanciona las ventas de propios y comunes de los pueblos apelando a la justicia de éstas para el pago de contribuciones de guerra (como en el resto de los territorios forales). Durante las Cortes de 1818 se elabora la ley 98 sobre el libre comercio de granos y extracción de los mismos, que favorecía a los grandes y medianos propietarios. Signo inequívoco de que la clase política navarra -en estos momentos de tendencia anticonstitucional- no hizo ascos a lo que se llevaba en el resto del Estado liberal: el liberalismo económico. En 1820, Iruña cuenta con 12.484 habitantes. Se han celebrado en el año 117 matrimonios. Nacieron 384 pamploneses y murieron 228 personas.

Rafael Riego proclama la Constitución el 1 de enero de 1820 en Cabezas de San Juan. Navarra, que no se ha repuesto aún del golpe de la guerra, y cuyos ayuntamientos viven en la más absoluta penuria, contempla con indiferencia el golpe de Riego. Sale de su sopor ante el rumor de que Espoz y Mina está a las puertas de la ciudad. El virrey Ezpeleta lanza una proclama contra los conspiradores pidiendo a las cabezas de merindad una leva de soldados para impedir la entrada de aquéllos. La Diputación se resiste a tomar esta medida. Como contrarréplica el virrey solicita de los diputados una proclama contra los insurrectos liberales. Tampoco lo logra. Es evidente que la Diputación, y detrás de ella, la nobleza, no se opone, en principio, a la Revolución Liberal. Y sólo cuando contempla que la revolución triunfa en otros lugares, caso de Zaragoza, decide la Diputación -un tanto maquiavélicamente- ofrecer sus auxilios al Virrey y una proclama para que salgan los hombres a defender "hasta la muerte los fundamentos de nuestra conducta, el amor al Rey y el celo por bien de la Patria". Pero la Diputación sabía que su actuación era insincera.

Espoz y Mina, el día 10, había proclamado la Constitución en Santesteban. Y los pamploneses liberales habían empezado a manifestar públicamente su apoyo a favor de la Constitución. Fue la población civil la que determinó el rumbo de los acontecimientos: obligando a Espoz a adelantarse en el pronunciamiento y a proclamar la Constitución. Y como la Guarnición de la Ciudadela hizo lo propio, la Diputación, entonces, se avino a jurarla también. El mismo Ayuntamiento comunicó al Virrey que el municipio la juraría si el pueblo así lo quería. Y el pueblo, evidentemente, así lo quiso. Así, la oligarquía que detentaba el poder local, en su secreta intención de amoldarse al nuevo régimen político, finge jurar la Constitución, el día 11 de marzo. El Ayuntamiento, también. Diputación, Ayuntamiento -en traje de golilla- comisionados de la Guarnición, consultores y vecinos, se reunen en la Plaza del Castillo y juran fidelidad al texto constitucional. La acción se rubrica en la Catedral con Te Deum incluido del Obispo, terminando todo "entre los vivas y aclamaciones de un pueblo inmenso".

El 13 de marzo Espoz y Mina está en Iruña. La Junta Suprema interina de Gobierno designa a Manuel José Quintana, preso en la Ciudadela, nuevo jefe político interino. Al mismo tiempo, obliga a la Diputación a cesar en sus funciones. El virrey se hace el inadvertido y comienza a correrse el rumor de que la Junta es ilegal. A pesar de ello, los nuevos nombramientos son de sesgo conservador, nada radicales, aunque irritan a los absolutistas, y, por distintos motivos, a los liberales exaltados, quienes el día 18 dan el primer aviso de que la revolución constitucional no va por buen camino. El 24 de marzo, se nombra a Espoz Capitán General y se ratifica en el cargo de jefe político a Quintana, que, a los dos días, es sustituido por el absolutista Miguel Escudero -que ya lo había sido en 1814-. También se elige el primer Ayuntamiento constitucional que, paradójicamente, es realista. Durante el mes de abril, la revolución liberal va a verse sobresaltada. Las maquinaciones de los realistas son constantes con el fin de que la Ciudadela quede desprotegida. No hacen ascos para introducirse en la Guardia Nacional y operar desde dentro del sistema revolucionario. Exigen que la Milicia Nacional esté formada solamente por navarros y que no sea dirigida por mandos militares, y escapar así a su control.

La Junta presiona al Obispo para que publique una pastoral haciendo ver que el nuevo régimen no se opone a la religión. El Ayuntamiento, cuya actitud política va a torpedear constantemente el proceso revolucionario, lanza un bando el 14 llamando a los "vecinos honrados" a formar batallones para que,dice hipócritamente, "se conserbe la trnquilidad, se actibe la consolidación del sistema constitucional y cada autoridad ocupe con entereza y respeto el puesto que le corresponde". La Junta denuncia a Madrid el comportamiento desleal del Ayuntamiento. Por estas fechas, se crea la primera Sociedad Patriótica -cuyo germen estuvo en el Café de la Suscripción, mentidero político de la época, tanto de liberales como de realistas- ubicada en la calle de San Antón, que publica el periódico Patriota del Pirineo. Sin lugar a dudas, quien trató de minar el golpe revolucionario con mayor sistematicidad y ahínco, fue el clero. La estampa de los seminaristas apedreando a los militares se hizo elemento habitual durante todo el Trienio Constitucional. En mayo, estuvieron a punto de enfrentarse la Milicia, que dependía de la autoridad del Ayuntamiento, y el Regimiento de Toledo, mientras que los seminaristas hacían piquetes para impedir la entrada de sus compañeros en las aulas. A tal grado de enfrentamiento llegaron los ánimos que el propio Espoz y Mina pidió el traslado, porque no quería -según sus palabras- reprimir con el fusil a compatriotas y familiares.

Las cosas seguían igual al comenzar el nuevo año de 1821. El día 28 de enero de 1821 se produjo un grave alboroto en el Café de la Suscripción. Alguien gritó "fuera o muera la cinta berde", emblema de los liberales, y la bronca armada entre el propio Espoz y Mina y los realistas, fue sofocada sin sangre. Como réplica, el día 29 los soldados corearon por las calles el "trágala". Y el 31, los seminaristas apedrearon a los soldados y éstos los persiguieron sable en mano. La actuación partidista de la Milicia estaba sacando de quicio a la población liberal de Pamplona. Lo mismo que el comportamiento contrarrevolucionario del Ayuntamiento, quien en abril de 1821 deniega al nuevo jefe político, Luis Veyán, el poder disponer de tres compañías de la Milicia. El verano de 1821, trae nuevas medidas centralizadoras para el viejo reino: nuevo sistema contributivo, que elimina las exenciones y privilegios del anterior, lo mismo que en el capítulo de las quintas. La Diputación se opone a ello, pero de forma hipócrita, ya que no quería un ejército profesional, sino que los navarros propietarios no hicieran el servicio. Los que tenían que hacerlo eran los otros navarros, los de las clases bajas que no podían pagarse tal exención.

Junto a ello, tras la destitución de Riego, viene la de Espoz y Mina y el envalentonamiento de los realistas. Como signo: el regimiento de Toledo viene siendo apedreado de forma sistemática en cada retreta, hasta que al fin decide hacerla con los fusiles cargados. Es tal la tensa situación, que el jefe político Veyán da a entender al Ayuntamiento que "en este pueblo hay serviles que maquinan y forman planes contra la Constitución". Durante todo el Trienio ésa será la tónica de la ciudad: una situación eminentemente contrarrevolucionaria, como en el resto del Estado, pero, no existe, en modo alguno, una Navarra dispuesta a tomar las armas para defender la foralidad. Es más, si el sector absolutista navarro puede maniobrar a sus anchas, lo hace gracias a la tolerancia del liberalismo navarro, eminentemente conservador. La obsesión de armar a los navarros anticonstitucionales llena las horas de preparativos de la Junta Realista, que está compuesta por insurrectos y facciosos: Joaquín Mélida, abad, don Francisco Benito Eraso, Joaquín Lacarra, canónigo, don Juan de Villanueva, don Manuel Uriz y don Santos Ladrón.

Su máxima aspiración se cifraría en dinamitar la Constitución democrática. Hasta diciembre de 1821, mes en que se formaliza la denominada Junta Realista, no cuajará su intento de rebelión. En 1822, el día de San José, la ciudad se ve envuelta en sangrientos sucesos. En el Café de la Suscripción, Plaza del Castillo, se escuchan vivas a la Constitución y réplicas de paisanos y estudiantes con mueras. La batalla campal dura hasta el anochecer. El resultado no puede ser más lastimoso: dos oficiales y cuatro soldados muertos y catorce heridos. Los realistas, dos muertos y diecisiete heridos. El batallón de fusileros es desarmado por las Cortes Generales (26.3. 1822) a raíz de estos sucesos (AGN, Guerra. Leg. 24. Cap. 25, 40 y 43). Finalmente estalla la guerra. El 10 de junio entra la Junta Gubernativa desde Francia. Se proclama el inevitable estado de guerra el 15 de agosto. La Diputación intenta disuadir a los voluntarios. La Junta desautoriza a la Diputación, denunciando su ilegitimidad el 8 de septiembre.

El Gobernador militar, coronel Sánchez Salvador, hace presos a los miembros del Ayuntamiento supliéndolos por los que llamará Junta Constituyente. En los meses de mayo y junio de 1823 los realistas bloquean la capital. El cerco dura seis meses. Una vez iniciado, cruzan la frontera los Cien Mil Hijos de San Luis. Dirige el asedio el conde de España. Ochocientas baterías vomitan fuego contra la Ciudadela desde la madrugada del día 16 de septiembre. Al día siguiente se rinde la ciudad. Por un cuaderno, fechado el 8 de agosto al 17 de septiembre de 1823, se conoce la lista de las personas que había que detener en Pamplona en el momento de la liberación de la misma "para evitar males al tiempo de la entrada": "Lista de sugetos que devían asegurarse en Pamplona pero estan ausentes" (24), "lista de sugetos suspendidos de procederse a su detención" (25). El total liberales o constitucionales, es de 424, incluidos 25 dudosos. Hay de todo: hacendados (4), comerciantes (12), mercaderes (8), clérigos (22), mujeres (36), criados (11), libreros (7), sin especificar oficio (36), labradores (5), empleados de rentas (4), oficios artesanales y cualificados, magistrados, abogados, cirujanos, albeitar, joyeros (2), cereros (2). En resumen: en Iruña, durante el Trienio, están presentes todas las corrientes políticas e ideológicas del momento. La oligarquía que detenta el poder regional y local trata de acomodarse al nuevo régimen político a través de su adhesión al constitucionalismo. Esta maniobra, sin embargo, no lograr eludir el choque con las autoridades vinculadas al Antiguo Régimen. La ciudad tiene en estas fechas 12.381 habitantes.

(1823-1833). Al implantarse por las armas el regreso de Fernando VII, la ciudad vuelve nuevamente a la rutina de los resentimientos, violencias soterradas y sutiles enfrentamientos. Y sobre todo se implanta un régimen atroz de represión de toda manifestación liberal. A tal fin, en enero de 1824 se crean Comisiones Militares, encargadas de vigilar el orden público y de reprimir todo tipo de provocaciones al régimen absolutista. Se juzgará a 127 personas. De ellas, 50 lo serán por motivos políticos y 77 formarán parte del concepto ambiguo de "comunes". Fernando VII -que en mayo de 1823 aparece en Iruña con su esposa- anuda al cuello de la Muy Noble y Muy Leal ciudad el pañuelo rojo de un nuevo título, el de "Muy Heroica". Pero a pesar de esto Navarra sufrirá uno de los embates antiforales más radicales de toda su historia.

En 1824, se implantarán las Comisiones Militares y la Policía en Navarra. En 1826, se establece la Junta Gubernativa para el examen de los Fueros de Navarra. En 1828 se reúnen las últimas Cortes del viejo reino que no dan abasto para reparar los contrafueros cometidos. Las Cortes aprueban el trasladado de las aduanas hasta los límites del Estado, que no se lleva a efecto por mediar las protestas de la ciudad y unas condiciones que no se aceptan. Sin embargo, la R. O. del 14 de mayo de 1829, estableció que debía cumplirse por "encima de cualquier fuero, leyes, capítulos de Cortes, ordenanzas, uso y costumbres". Además, a la figura del Virrey se le superpondrá el Consejo Real, cordón umbilical del Gobierno Central en Navarra (25.12.1829). Del clima de la ciudad y de la provincia en particular, las Cortes de 1828 dan cuenta de la multiplicación de homicidios, de una "desmoralización general y cierta ferocidad en las costumbres".

La frecuencia de asesinatos, homicidios alevosos y otros crímenes semejantes se suceden de forma harto frecuente. (Para remediar esta situación, se establece la Junta Superior de Educación y se sientan las bases del Colegio de Medicina. Ello ocurría en 1829). En los dos meses que preceden a la insurrección carlista, agosto y septiembre de 1833, se presentan memoriales de los comerciantes de diferentes pueblos de Navarra pidiendo remedio a su lamentable situación. La Diputación se hace eco de los mismos y dirigiéndose al Gobierno dice que "la decadencia del comercio e industria de Navarra ha nacido y se ha sostenido por una guerra avierta que de algunos años esta parte el Gobierno declaró a Navarra y con cuya idea dictó la mayor parte de sus providencias" (AGN. Tablas. L. 10. C. 49).

(1833-1840). La muerte de Fernando VII vuelve a exacerbar los ánimos de la ciudad. Ello ocurre el 29 de septiembre de 1833. El general Santos Ladrón de Cegama proclama su adhesión a Don Carlos y el brigadier don Manuel Lozano lo encarcela en la Ciudadela. En la mañana del 13 de octubre será fusilado. Como comenta Mencos, "la guerra se había inaugurado con la sangre de un general". El Virrey declara el Estado de Guerra. El Consejo Real pide serenidad a las partes. La Diputación, una vez más, vacila. La Guarnición, por el contrario, domina la ciudad convirtiéndola en una isla liberal dentro de una Navarra, dividida entre carlistas y liberales. Ante esta situación, la Diputación, mayoritariamente carlista, concluye que los fueros no son incompatibles con la sucesión femenina al trono. En 1834 se produce el cambio de Diputación por orden del general Valdés. Se realizan las primeras sustituciones, Lecea y Olloqui por los isabelinos Mencos y Recart de Landívar (3 de febrero).

El Virrey exige a la Diputación que lance proclamas a la opinión pública "con toda energía, sin que se note, que había sido obligada". Zumalacárregui los declara traidores y condena a pena de muerte a todos los diputados (11 de febrero). Estos no se arredran y el día 2 de marzo de 1834 recorren la ciudad gritando: "¡Real, real, real! ¡Navarra por la reina doña Isabel Primera!" La Constitución de 1837 fue un duro golpe para estos liberales al suprimir toda exención y privilegio. Sin embargo, la Diputación, totalmente adicta al Gobierno, indicó que, renunciando a su pasado foral, "no quiere más privilegio que cobrar la contribución de la provincia". En 1839, la Diputación dirá: "Navarra quiere la Constitución del Estado del año 1837. También quieren los navarros sus fueros, pero no los quieren en su totalidad

El país quiere los fueros que sean compatibles con su conveniencia pública general y ni quiere ni puede querer leyes de pura y exclusiva aristocracia". Hasta 1839, la Diputación hizo continuas afirmaciones de lealtad al trono de Isabel como medio de ir ganando la confianza de los gobiernos. El conde de Guendulain escribía: "puede asegurarse que la opinión popular, la de la clase media en general y la de aquella nobleza que podemos llamar más domiciliada en el país pertenecían al partido del Pretendiente. Una parte del alto comercio y las casas más relacionadas con la Corte y que contaban con hijos en el ejército nos habíamos declarado en favor de los derechos de las hijas del difunto monarca". ¿Y los carlistas, qué pensaban? La Junta Gubernativa, carlista, en la primera alocución que se le conoce (2 de diciembre de 1833) subordina la cuestión foral a la Nueva Recopilación:

"Navarros (...) si habéis oído que la sucesión femenina es la más arreglada a vuestros fueros, responded que dada la unión que este reino tiene con el de Castilla en materia de sucesión a la Corona, ni reconocéis ni podéis otra ley fundamental que la monarquía so pena de formar un cuerpo monstruoso. Si hacéis causa común con todos los españoles, sostenéis un mismo derecho, defendéis un mismo rey..."

Cosa que ya no ocurre en 1835, cuando la Junta de Estella proclama que

"Navarra y Carlos están identificados y colocar a nuestro soberano en el trono de sus mayores es asegurar nuestros fueros con la más segura y sagrada garantía".

Y en 1838, los fueros con que se presentaba identificado al pretendiente eran los fueros íntegros. ¿Qué había sucedido? La influencia de los planteamientos clericales en el comportamiento político vasco tendrá su manifestación más gloriosa en la guerra carlista, donde la movilización popular antiliberal se hará con el reclamo de las formulaciones eclesiásticas de defensa de la tradición y del absolutismo regio, que es lo que había sucedido en la guerra contra el francés y contra los liberales del Trienio Liberal. Es la clerecía la que une religión y fueros de una manera clara y convincente. Como dijera el carlista Echave Sustaeta:

"Por la execración contra el Dios santo, la proscripción del sacerdote divino, la abolición de las ceremonias santas, la libertad de pensar, la inmoralidad, la abolición de nuestros fueros y privilegios y la cautividad eterna de nuestras libertades patrias, tales son, sin disputa, los verdaderos designios de la facción revolucionaria"

(E. S. 1915).

No es de extrañar que la desamortización de 1836 sea vista como una ofensiva no sólo contra el Altar, que era evidente, sino contra una forma de interpretación de la realidad navarra. El 2 de febrero de 1839 el Ayuntamiento de Pamplona, cuando exponía los inconvenientes de expulsar de la ciudad a las familias que tenían hijos en la facción, aducía que Pamplona, con 2.600 fuegos, había quedado reducida a 1.200, reconociendo que la mayor parte de los padres de facciosos son de la clase agrícola. El general Valdés inicia una drástica depuración de individuos carlistas en el Ayuntamiento, destituyendo al secretario, interventor, tesorero, aguardientero, maestro de primeras letras y otros funcionarios con hijos o familiares en la facción carlista. En la Diputación se dan menos purgas. Sagaseta -consejero de la corporación- es desterrado y sustituido por el liberal Yanguas y Miranda.

Con motivo del decreto promulgado por el conde Toreno, el 3 de septiembre de 1835 se suprimieron en esta ciudad el convento de Franciscanos que fue destinado a escuela, el de Carmelitas Descalzas utilizado a partir de entonces como teatro, el convento de Agustinos, empleado para cárcel, el monasterio de Dominicos que se destinó a Hospital Militar, el de Mercedarios que fue convertido en cuartel; el convento de los monjes Trinitarios fue ocupado por viudas de militares, el de Carmelitas Calzados fue ocupado por las monjas de la orden de las Carmelitas Descalzas en lugar del suyo que como ya se ha dicho fue destinado a teatro. Se suprimieron también el convento de Agustinas de San Pedro, el de Agustinas Recoletas, y el de Beatas de Santa Catalina que se convirtió en una casa.

Es virrey y jefe político en Iruña el conde de Sarsfield. Por el llamado Motín de la Granja de 1836, se ha impuesto nuevamente la Constitución de Cádiz, cuya letra debe jurar María Cristina. Sarsfield implanta la Constitución. El 23 de agosto los diputados isabelinos la estiman incompatible con el régimen foral y protestan. El virrey nombra nuevos diputados provinciales y nuevo Ayuntamiento constitucional. El día 6 de septiembre le tocará el turno al nombramiento de diputados a Cortes. Desde ese día, Iruña es capital de una provincia foral española. La Ley de 1841 legalizará la nueva situación. Antes, tiene lugar una crisis en el ejército o militares, acantonados en Pamplona, que exigen con toda justicia sus salarios.

De ahí que su protesta adquiera el popular nombre de Los Peseteros. El 26 de agosto de 1837 los Cuerpos Francos de Navarra se trasladan desde Esquíroz y los dos de Cizur a Villava. Los sargentos arrestan a los oficiales, y entran amotinados por el Portal Nuevo, montan guardia en casa del virrey. Convocan reunión extraordinaria a todas las fuerzas vivas: munícipes, diputados, virrey y jefe político, jefe de policía y vecinos ricos. En la casa del Ayuntamiento se presenta el cabecilla León Iriarte. La tropa llena la Plaza de la Fruta esperando una solución. Hace tres meses que no cobran. Exigen la destitución del Gobernador. Cuando regresa a su domicilio de la Taconera, los soldados asaltan al ex-virrey general Sarsfield. Lo cosen a bayonetazos y a tiros. Matan también al general Antonio Mendívil, jefe de su estado mayor y a varios vecinos, cuyas casas saquean.

En la ciudad reina el terror. El 31 de agosto, el gobernador militar anuncia: "Serán fusilados todos los individuos sorprendidos en actitud subersiva". Para más agobio la ciudad sigue sitiada por los carlistas. Muchos pamploneses tratan de huir. El 30 de agosto de 1839 el Convenio de Bergara pone fin a la Carlistada y Espartero, en el primer artículo de esta ley, se compromete formalmente a proponer a las Cortes la concesión o modificación de los fueros, hecho que puede revelar la importancia que tuvieron éstos en la contienda que duró siete años.

Se celebraron en Iruña para la tema de un senador durante cinco días a partir del 1 de agosto. El resultado fue:

CandidatosVotos
José Pérez de Necoechea322
Manuel Jiménez262
José Alonso255
Marqués de Falces149
Brigadier Joaquín Bayona133
José María Galdeano79

Unas segundas elecciones tuvieron lugar el día 15 para nombrar a un individuo para la terna de senadores y un diputado suplente:

CandidatosVotos
Senador
Joaquín Pérez de Necoechea (obispo de Oviedo)16
José María Galdeano8
Diputado
Juan Pablo Ribed21
Gaspar Elordi2
José Alonso1

CandidatosVotos
José Pérez de Necoechea322
Manuel Jiménez262
José Alonso255
Marqués de Falces149
Brigadier Joaquín Bayona133
José María Galdeano79

Unas segundas elecciones tuvieron lugar el día 15 para nombrar a un individuo para la terna de senadores y un diputado suplente:

CandidatosVotos
Senador
Joaquín Pérez de Necoechea (obispo de Oviedo)16
José María Galdeano8
Diputado
Juan Pablo Ribed21
Gaspar Elordi2
José Alonso1

El día 2 de octubre de 1841, el general O'Donnell, dueño absoluto de la Ciudadela se levanta en pronunciamiento por María Cristiana y en contra de Espartero. Los sublevados corrieron el rumor de que el progresismo se proponía acabar con los fueros. El levantamiento de O'Donnell explicita la tendencia hacia el entendimiento, en el seno de la sociedad vasca, entre los elementos más moderados de ella: los moderados del carlismo y del liberalismo conservador. Dentro de la Milicia Nacional hubo claudicaciones a favor de O'Donnell pero también resistencia a los bombardeos de la Ciudadela desde la torre de San Lorenzo. Una lista nominal hace referencia a 65 milicianos que lucharon desde la Torre.

El Ayuntamiento constitucional de Aoiz felicita a los milicianos de Pamplona porque el día 10 desde la Torre habían respondido a los bombardeos de O'Donnell. Los generales Rivero y Bayona concentran en la Plaza del Castillo a los soldados que no secundaron a O'Donnell. Pamplona está nuevamente en guerra. Se prohíbe la salida por la noche, bajo pena de muerte. Los amotinados se sienten tan seguros del triunfo final, que restituyen la Diputación de 1836. Pero, al enterarse del fracaso de Madrid, O'Donnell pierde los estribos. El domingo día 10 bombardea la vieja torre-fortaleza de San Lorenzo. Fracasa totalmente. Meses más tarde, en Francia, se enterarán -Mencos y O'Donnell- de que un consejo de guerra, en Iruña, los había condenado a muerte. Madoz, jefe político, que, junto con L. Sagasti, libra a Pamplona del dominio de O'Donnell, presenta su dimisión por las presiones de ciudadanos pamploneses que no quieren que se expulse a nadie de la ciudad una vez sofocado el levantamiento.

Documento que demuestra el carácter del levantamiento contra Espartero, al menos en Pamplona, y por extensión, en el País Vasco. Se unen los carlistas (moderados) o por lo menos vasconavarros, con los liberales moderados en la línea de transacción política, que pretendía el mantenimiento del sistema foral sin las trabas que lo hacía inactual. De esta manera, la oligarquía tradicional en una entente entre tradicionalistas y liberales moderados reformistas, seguiría dominando el país, como realmente sucedió a la caída de Espartero.

Después de la guerra de los siete años, la ciudad, aunque oficialmente isabelina y liberal, lo que realmente es, es una población sumida en la decrepitud más absoluta, tanto moral como política. El pueblo llano asiste con absoluta indiferencia e incapacidad a las medidas de expropiación de bienes eclesiásticos y laicos, siendo ministro de Hacienda Alvarez Mendizábal. Ni su tan mentado espíritu religioso sale a relucir al contemplar la reconversión de los conventos en cuarteles, como así sucede con los de El Carmen, la Merced y el Seminario Episcopal, situado en la calle Compañía. Mejor destino tiene el convento de san Francisco, cuyo propietario, el Ayuntamiento, lo convierte en una escuela. Los materiales de la iglesia derruida en 1843 se aprovechan para construir la primera Plaza de Toros. En ese mismo año, se inicia también la construcción del Palacio de la Diputación. La educación de los navarros es deprimente.

Madoz llegará a decir que una de las causas por las que Navarra ocupa el primer puesto en el índice de criminalidad de todo el Estado, se debe al alto analfabetismo de los navarros. En toda Navarra existen 388 maestros y 68 maestras. El 90 por ciento de los niños no recibe instrucción elemental. En el citado convento franciscano se erige la Escuela Normal masculina (1840) dirigida por un profesor, un maestro y un sacerdote. En 1847, le tocará el turno a la femenina. En 1842, en la planta baja, se ubica la escuela de párvulos con ciento treinta matriculados. Ese mismo año se edificará el Instituto de Segunda Enseñanza, inmueble que será reedificado en 1865. Conscientes de esta orfandad cultural, la ciudad, recoge ahora los vientos epigonales de la vieja Ilustración, y el Ayuntamiento crea la Academia de Dibujo, mientras que la Diputación hace lo propio estableciendo una cátedra de matemáticas. Nace el Real Colegio de Medicina, Cirujía y Farmacia que buen trabajo tendrá entre las pestes coléricas que se avecinan y asolarán la ciudad, como las de 1855 y 1885, amén de otras enfermedades ya endémicas. Para colmo, en enero de 1849 surge el heraldo negro de la guerra.

Los carlistas -en segunda intentona- se levantan en armas (1848-1849), a favor de don Carlos VII, conde de Montemolin. Soto, Iturmendi, Recalde son los cerebros de esta insurrección. Se asalta el correo diligencia Pamplona-Donosti en Ollo. El día 22 se tiene conocimiento de que filas carlistas, dirigidas por Ochoa, se encaminan a Pamplona. El día 27, Urbiztondo teniente general de Navarra captura a un jefe de partida, Gabriel Recalde, de Monreal. El 1 de febrero de 1849 está en el calabozo de la Ciudadela. El poder liberal no se lo piensa dos veces y lo pasa por las armas el mismo día a las 5,30 de la tarde. Los rumores de que los carlistas persisten en cercar la ciudad, obligan al Ayuntamiento a suprimir la corrida de toros que, en plenos Sanfermines, iba a traer, nada más y nada menos que a don Francisco Arloja Guillén, alias Cúchares. No era la primera vez que sucedía tal acontecimiento. En 1840 había sucedido lo propio, con el brigadier carlista Balmaseda acercándose a Pamplona.

(1855-1868). A partir de 1855, el enfrentamiento de las provincias vascas con el gobierno central empezará a tomar cuerpo teórico. Y esto será precisamente a partir del año en que Iparraguirre sea expulsado de su país y su himno comience a hacer mella en las conciencias de las gentes. Sin duda alguna había sonado la hora del fuerismo autonómico frente al centralismo más racional y absorbente. En 1861, el antiforalista tudelano don Rafael de Navascués advertirá en la sesión de las Cortes del 16 de diciembre a propósito de su proyecto de crear en Navarra una Sección de Fomento, que "hay en Navarra muchas personas que piensan que Navarra debe ser una nación pequeña dentro de otra gran nación". La afirmación levantó una inusitada sorpresa en las Cortes de Madrid. La misma Diputación se aprestaría a declarar también que

"Navarra no es ni aspira a ser una nación pequeña dentro de la Nación española. Navarra es una pequeña provincia clasificada como de tercera clase, pero aunque es pequeña, ninguna otra le aventaja en espíritu de nacionalidad y de españolismo".

Era evidente, sin embargo, que algo se estaba cociendo en el territorio foral. Especialmente se advierte ese giro "protonacionalista" a partir de 1864, cuando entran en la Diputación el carlista Nicasio Zabalza, el neo Juan Cancio Mena -secretario de la misma- y el conservador Alberto Calatayud. Así en 1866, el 7 de junio, la Diputación de Navarra propone a las restantes diputaciones vascas el proyecto de creación de una Universidad, intitulada Vasco-Navarra. Los diputados navarros, junto con los mencionados, Fortunato Fortún, José de Barberana, Eusebio de Elorz y Angel Sáenz de Tejada, acompañaban la invitación con proyecto.

Según éste, la futura Universidad acogería a estudiantes que, por su afinidad racial y lingüística, tenían una labor en común que desarrollar. Aunque el citado proyecto no señala el lugar del asentamiento del edificio, el Ayuntamiento de Iruña ofrecía tres millones de reales y terrenos en la Taconera y San Lorenzo, cerca del Portal Nuevo, como ayuda material, a la proyectada Universidad. La incipiente "Confederación euskara", cuyo objetivo era "fusionar las cuatro provincias en una, sin perjuicio de su autonomía", el denominado "Laurak-Bat", se verá abortado por una nueva revolución, la de 1868, momento en el que se manifestará abiertamente el carácter contrarrevolucionario de este movimiento denominado protonacionalista o panvasquista. Si hacemos caso a Julio Nombela, en su Crónica de 1868, la ciudad de Iruña era una "tacita de plata" aunque habitada por un "pueblo taciturno y melancólico".

Se queja Nombela que una ciudad tan bella "esté oprimida por las inútiles murallas que la rodean. Le roban luz y alegría y la convierten en una esclava". Precisamente, dentro de esos muros acaecería la primera gran polémica pública entre un periódico y el obispo Uriz y Labayru, promotor de la candidatura Unión Católica en las elecciones de 1869. El periódico "El Progresista Navarro", dirigido por el liberal don Pedro Esteban Górriz, mantuvo un duro enfrentamiento con el obispo, en octubre de 1865, a raíz de un artículo escrito por el madrileño republicano Luis María Lasala, profesor de la Escuela Normal de Magisterio. En este artículo se calificaba la toma de los Estados Pontificios como un "sencillo acto diplomático".

Hubo en la capital navarra principalmente dos logias masónicas, El Faro de Norte, fundada oficialmente en 1870 por el comerciante José Montorio "Garibaldi" y la logia "Luz de la Montaña", establecida en abril de 1890 por dos militares pamplonicas, Victoriano Irujo y Eustaquio Alfaro, procedentes de "Resolución" de la villa de Sangüesa. [Ref. Arbeloa: "La Masonería en Navarra... "].

Carlos VII ordena el "alzamiento nacional" el 14 de abril de 1872 y viene a Navarra. 700 carlistas son deportados como consecuencia del desastre de Orokieta. La incipiente guerra termina con el Convenio de Amorebieta (24 de mayo). Se celebran las elecciones el 24 de agosto. Los radicales y republicanos se llevan, obviamente, todos los escaños. Como colofón a los Sanfermines de aquel año, se celebran las exequias fúnebres a Espoz y Mina. El Ayuntamiento de la ciudad crea la Caja de Ahorros Municipal. Ello ocurre el 19 de noviembre.

(1873-1876). El 11 de febrero de 1873 don Amadeo abdica. Se proclama la I República. Por acuerdo municipal la Plaza del Castillo se llamará de la República. Circulan por los clubs ideas socialistas. Se suprime la escuela de niñas de las dominicas, poniéndose maestras republicanas. Prohíben la iluminación callejera de las imágenes veneradas en ciertas fachadas y algunos contraen matrimonio civil. Desoyendo a Pavía que ofrece Paz y Fueros, los carlistas se tiran nuevamente al monte. Juan Cancio Mena, neo e impulsor del "Laurak Bat", forma parte de la Junta Gubernativa carlista de Navarra. Don Carlos VII organiza su ejército para dar el golpe en la primavera. Navarra queda convertida en un "estado carlista", aplaudido por el clero. Tratan los carlistas de conquistar Bilbao e Iruña para lo cual inician sendos bloqueos.

Comienza el cerco. El 24 de septiembre dejan de manar las fuentes de agua de Subiza. Se autoriza la tala de arbolado. Los habitantes de Iruña, completamente bloqueados, sin estafeta pública, sin periódicos, ni siquiera se enteran del pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto, ni de la proclamación de Alfonso XII hasta que se confirmó el rumor el 20 de enero de 1875. Los pamploneses de 1873 se acostaron republicanos, y se despertaron monárquicos. A pesar de ello, los carlistas mantienen el bloqueo hasta el 3 de febrero. Bombardean por última vez la ciudad el 2 de noviembre. Todo el ejército español acude al Norte. Poco a poco dominará la situación. Al mediodía del 26 de febrero de 1875 entra en Iruña. Los carlistas deponen las armas. Al día siguiente de la salida de Carlos VII por Valcarlos, entraba por el portal de Taconera el Rey Alfonso XII, "el Pacificador de España".

El parte militar anuncia el fin de la guerra el 29 de febrero. Acerca del bloqueo carlista existe un texto, "Diario del Bloqueo por los carlistas a la plaza de Pamplona desde el 27 de agosto al 2 de febrero de 1875", escrito por don Mariano Balesta (entre el 12.9.1874 y 7.2.1875), que habla de esa otra historia que se vivía a ras de tierra. Las noticias acerca de la penosa situación en que convivían hacinadas 16.780 personas (mujeres 9.776; hombres 6.802) son escalofriantes. La ciudad se ve asolada por calenturas, tifoideas, disenterías, diarreas, arrojando unos índices de salubridad e higiene públicas lamentables. El capítulo de la alimentación es digno también de consignarse: "en casas bien acomodadas se come carne de burro de leche, cuyo sabor encuentran parecido al de la ternera".

Consigna también el diario que "se han visto restos de perros, inmolados por personas competentes y con objeto de dedicarlos a la cocina". Por las calles de la ciudad no se ve ni un gato, cuya carne es codiciada por la mayoría de la población. Como dice don Mariano Balesta "el mundo parece que concluye en las murallas de Pamplona". El índice de los precios de los alimentos de esta época arroja los siguientes guarismos: "La cabra 16 reales por kg.; burro, 12; gallo, 40; cordero, 180; conejo casero, 28; gato, 12; rata, 2; huevo, 2,5; petróleo, 12 litro; patata, 32 arroba".

Ante el estallido bélico, los republicanos, moderados e intransigentes, hacen frente común. Por su parte, la Diputación reconocerá la prioridad de derrotar a los carlistas, pero nunca a costa de conculcar la legislación foral. La actitud del Ayuntamiento de la ciudad, durante todo el período republicano, fue idéntica: acatar la República, siempre y cuando no atentara contra la Ley de 1841. Aun así, en el período que va de 1876 a 1893, es decir, desde el triunfo de los liberales alfonsinos hasta la denominada "Gamazada", las negociaciones entre el poder central y la Diputación van a ser de una dureza inusual hasta la fecha. El asunto de las negociaciones sobre la tan traída y llevada Ley de Modificación del Fuero (1841) y la Ley sobre impuestos indirectos sobre la sal y los alcoholes (1877 y 1888) constituirá el telón de fondo de ese enfrentamiento. La explosión final de éste se plasmaría en la protesta provincial contra Gamazo en 1894, que acabó favorablemente para Navarra hasta 1927, año en que vería alterado su status en lo referente al Concierto Económico.

Al calor del fuerismo de la época, ciertos notables vascófilos se constituyeron en "Asociación Euskara de Navarra", el 6 de enero de 1878, habiendo presentado sus estatutos a la autoridad civil el 13 de noviembre de 1877. Esta nació con la finalidad de conservar y propagar la lengua, literatura e historia vasco-navarras, así como "estudiar la influencia que la legislación vigente en materia de enseñanza concede a la excma. Diputación para ver si es posible ordenar a los maestros de los pueblos del País Vasco que enseñen una asignatura en vascuence" (Libro de Actas, p. 10). La Junta Directiva fundacional estuvo formada por don Esteban Obanos, presidente; Fermín Iñarra, secretario (lo fueron también Campión e Iturralde y Suit) Ansoleaga, Estanislao Aranzadi, Salvador Echaide, Ramón Irurozqui.

Sus juntas las celebraron en la calle Pozo Blanco, número 19. La Asociación Euskara en un primer momento quiere mantenerse en los límites imprecisos de la neutralidad política; pronto, sin embargo, manifestará abiertamente sus actitudes ideológicas. A este respecto, resulta chocante el acuerdo del 25 de julio de 1878 por el que se decide "no repartir los libros donados a la Asociación por el republicano D. Serafín Olave por motivo de ser políticos" (folio 201). De todos modos, las relaciones entre carlistas y euskaros tuvieron momentos de enfrentamiento dialéctico, como el acaecido entre Aranzadi -entonces presidente de la Asociación- y "La Lealtad Navarra". En un artículo (14.VI.1892), se tildaba a aquéllos de hojalateros y de cobardes, muy especialistas, pero...nada". Aranzadi recuerda que "los euskaros han defendido a los carlistas de los vapuleos liberales", a lo que el periódico carlista, matiza que "lo que ha habido es que algunos euskaros que figuraban en primera línea en esta agrupación abandonaron la Revista que era el órgano oficial y pasaron a "El Arga" en sus últimos tiempos con armas y bagajes y desde allí y fuera de allí han procurado por todos los medios posibles introducir perturbaciones en nuestro campo.

Estos son los euskaros a los que se alude". Fueron estos vascófilos o "amantes del vascuence", como los llamaba el periódico conservador El Eco de Navarra, quienes mantuvieron la defensa del euskara, especialmente contra los enemigos surgidos dentro de la misma provincia, durante todo el siglo. Manifestaron su protesta contra la Circular contra la Enseñanza del euskara en las escuelas de la montaña, promulgada por el Gobernador de la Provincia, el sagastino don Benito Francia, el 29 de agosto de 1901. Estanislao Aranzadi diría que "Navarra y el país euskaro son tratados como Polonia y los países conquistados por la fuerza" ("El Eco de Navarra", 4.IX.1901). A raíz de este hecho, algunos antiguos miembros de la Asociación Euskara, Campión, Iturralde y el mismo Aranzadi, solicitarán del periódico conservador la publicación de un documento, suscrito por la Diputación de Navarra en 1896, que constituye la declaración institucional más importante, en toda la historia del herrialde, a favor del euskara.

Fue aprobado el 12 de noviembre de 1895. Entre otas medidas, pedía la Diputación que "se exigiera a los maestros y maestras que hayan de regentar las escuelas del País Vascongado el conocimiento de la lengua euskara". Idéntico comportamiento mantendrían los bascófilos navarros ante las afirmaciones "vascófagas" de Unamuno en los I Juegos Florales de Bilbao. Tanto Campión como Aranzadi afirmarían que "Ya Caín no mata a su hermano; eso es poco. Ahora asesina a su madre". En 1900 y 1903, volverían a protestar "contra el deplorable acuerdo adoptado por la mayoría del ayuntamiento relativo a la provisión de un maestro castellano para la escuela de Ituren". "Ciertas gentes"-afirmarán al unísono- "tienen podrido el corazón o vacía la cabeza" (El Eco de Navarra, 3.III.1900).

A finales del siglo XIX, Iruña, de acuerdo con el folleto titulado Situación Económica de Pamplona, firmado por "El de Ogaño" (1897), atravesaba una de las peores épocas económicas jamás conocidas. Ya antes, un obrero de Pamplona, había publicado en El Socialista (2.IV.1892) que "Pamplona era una de las ciudades en que la ignorancia, el hambre y la miseria se dejaba sentir más", añadiendo que "las condiciones impuestas por los industriales a los obreros eran tiránicas", concluyendo que "la solución a los males de los obreros estaba en el Partido Socialista Obrero y en las sociedades de resistencia". Diario de Navarra, afirmará en 1903 que "hoy en Pamplona seguimos siendo pobres en medio de una carestía cada vez más creciente. Ello entraña una grave cuestión social" (DN. 29.III.1903). Cuestión social que uno de los impulsores de los Círculos de obreros católicos, don Atanasio Mutuberría, se la había ventilado de un plumazo afirmando que "la voluntad de Dios es el Supremo Fundamento de la Desigualdad Social" (1892).

Que es lo que el propio Diario de Navarra llegará a decir años más tarde: "Hay que aceptar con religiosa resignación y como un hecho necesario la diversidad de clases y de condiciones" (DN. 19.XII.1907). O dicho de otro modo: "El pecado original explica maravillosamente el misterio de las desigualdades sociales, sin el cual nada se explica" (28.XII.1907). Y ello, a pesar de que las primeras noticias sobre reivindicaciones de obreros navarros datan ya de 1855. En la "Exposición de la clase obrera española a las Cortes", expresando su apoyo a un proyecto de Ley sobre condiciones laborales, aparecen las firmas de 1.141 navarros, lo que, junto con la Fundación en Iruña, en 1858, de una Sociedad de Socorros Mutuos de Artesanos, revelaba ya la sensibilidad de la ciudad por los problemas sociales.

Sin embargo, son, paradójicamente, las clases poderosas las que se adelantan a crear sociedades obreras confesionales, con el fin de que los trabajadores no se afilien a sindicatos revolucionarios. El caso más sonado fue el del Centro Escolar Dominical Obrero, creado en 1881, y cuya alma mater fue don Eustaquio Olaso (La Avalancha, 25.V.1895). En octubre de 1906 fue clausurado por una orden dada por la Inspección de Enseñanza transmitida por el alcalde de Pamplona. El integrista Sánchez Marco llevó el asunto a las Cortes. (La Avalancha, 24.VIII.1907). Al año siguiente siguió abierto. En 1904, tenía 900 socios y una Caja de Ahorros. Otra sociedad de crédito y seguros fue La Conciliación, fundada en 1902. Llegó a tener 2.041 asociados. De ellos 436 eran socios protectores y 5 honorarios, detalles que revelan su acendrado paternalismo y en la que conviven patronos y obreros cristianamente. En un momento dado, esta sociedad proyecta construir un barrio entero para trabajadores en la Rotxapea y la Magdalena.

La revista católica de "Cuestiones Sociales" criticó tal iniciativa, porque dichos barrios "surgen a modo de espolarium social en donde la gran ciudad parece que arroja sus débiles, dando lugar así a mantener el odio de clases que engendra necesariamente la separación" (La Avalancha, 8.V.1903). Respecto a los anarquistas, se sabe que el semanario madrileño La Emancipación, en el año de 1871, recoge la información de un tal J. L. de Pamplona que entrega una peseta dentro de la "suscripción humanitaria en favor de las mujeres e hijos de los defensores de la Comuna Parisiense". En otra hoja impresa, cita a dos mecánicos: Fulgencio Lapresa y José M. López, que muy bien podría ser el JL anterior. Al celebrarse el Congreso de la AIT en Zaragoza, en abril de 1872, se reciben adhesiones de Iruña.

Un tal Julio advierte en su adhesión que el grupo anarquista de Pamplona encuentra grandes oposiciones políticas en los liberales y republicanos. En el mes de agosto se anuncia que, en breve, se constituirá la Federación Local anarquista. Sin embargo, en las actas del Consejo de la Región, fechadas el día 27 de agosto, advierten que "el fanatismo político llevado hasta la exageración ha dado pie para que se publicase en Pamplona un bando dictatorial que imposibilita a nuestros hermanos ejercer el derecho de asociación" (27.VIII.1872). En octubre de 1872, este mismo Consejo exhorta a los compañeros internacionales de Pamplona a animar a los tejedores aragoneses. La dirección de la Federación Local anarquista de Iruña es la de don Felipe González, situada en la calle Pellejería, 4.°. La Federación local de Iruña de la 1.ª Internacional se había decantado por la corriente anarquista contraria a la marxista o autoritaria. Su declaración, recogida en las actas del 12 de noviembre de aquel año, es bien elocuente: "(...) igualmente declaramos ser enemigos del autoritarismo, partidarios de la Autonomía, del Colectivismo y de la Anarquía".

En el III Congreso de la Internacional Anarquista, Iruña tiene ya una representación en la persona de don Francisco Barrado, un marmolista cordobés. El anarquismo navarro se ha visto precisado a trasladar su delegación en una persona ajena a la propia federación navarra "por falta de recursos metálicos escollo en que siempre tropezamos los que somos víctimas de la explotación burguesa". En marzo de 1873, la Federación de Iruña afirma que son ya 353 asociados y se sabe que en 1903 vinieron varios anarquistas a Iruña a contrarrestar las candidaturas socialistas. A partir de 1910, el anarquismo resulta más combativo y más organizativo. Su presencia en las fábricas azucareras de Cortes, de Tudela y de Marcilla es palpable. Lo mismo durante el período de la Dictadura de Primo de Rivera, época en la que se consolidó como tal fuerza anarco-sindicalista. Artífices de ella fueron el albañil Enrique Melchor, el obrero metalúrgico José Anzano y Jaime Lluch, los cuales crearon el Sindicato Unico, con sede en la planta baja de la casa n.° 21 de la plaza de Santo Andía.

Buenacasa señaló que "Pamplona contó con una organización bien orientada que de haber sido más atendida por los comités regionales, hubiera terminado con la menguada influencia y preponderancia de los socialistas". Será en 1902, cuando la presencia de la Federación Obrera, de carácter socialista, comience a plantear sus reivindicaciones laborales en un sentido más radical y sistemático, cuando los ricos propietarios de la ciudad, publiquen el 7 de mayo toda una Alocución dirigida al vecindario de esta capital para que concurra a "a la obra de imperdir que el problema obrero se perturbe en el orden moral y económico". Dicha proclama, inspirada en la caridad cristiana que "enseña a favorecer a todo obrero honrado y trabajador, sin distinción de credo político", iba firmada por Arturo Campión, Sánchez Marco, García Tuñón, Eustaquio Olaso, José María de Lecea y Joaquín Beunza. Y ello, porque "los obreros mostraban cierta inquietud a organizarse" en la sección de la UGT aludida.

Era la repetición exacta de lo sucedido en la fiesta del 1.° de mayo de 1892. Ante la presencia de la Agrupación socialista, los patronos y la jerarquía eclesiástica, a través de "El Tradicionalista", del 26 de abril, pusieron en guardia a los obreros de Pamplona para que no se afiliaran a semejante "diablo" y el Centro de Obreros repartió una hoja impresa excitando a los obreros a que se inscribieran en él. La fiesta tuvo lugar, participó en el miting -trinquete instalado en la Calle Pellejerías-, don Pablo Iglesias, pero lamentablemente, el presidente de la Agrupación Socialista de Pamplona, don Bernardino, murió en extrañas circunstancias. En 1913 sale elegido en Pamplona el primer concejal socialista. El periódico conservador El Eco de Navarra presentaba a Navarra como

"el último baluarte libre de esa enfermedad (desigualdad social) merced a la religiosidad del reino que guardó a su habitantes de doctrinas subversivas, contrarias a nuestras tradiciones, por maketas y enemigas de nuestra democracia y libertad por proceder de un principio centralizador, adversario irreconciliable de la democracia euskaldun, siempre descentralizadora" (19.1.1902).

Sin embargo, la Iglesia, mucho más realista, vió al momento el peligro del socialismo. Y no tardó en crear el antídoto preciso: las Cajas Rurales Católicas. El Obispo de la Diócesis, Fray José López de Mendoza, imbuido de la "Rerum Novarum", envió a Valencia a estudiar con el P. Vicent sociología a dos sacerdotes navarros: don Antonino Yoldi y don Victoriano Flamarique. A su vuelta, con el folleto de Juan Chaves Arias, "cómo construir una caja rural sistema reifeissen", Flamarique y Yoldi como "apóstoles de la buena nueva sociológica" recorrieron Navarra instalándose en la mayoría de todos los pueblos, gracias al concurso de los párrocos. Las Cajas Rurales fueron una obra esencialmente clerical, a la que prestaron su incondicional apoyo los carlistas. Por el contrario, "Diario de Navarra", en cuyo consejo de administración se cobijaban la mayoría de los intereses económicos privados de la ciudad y de la provincia, mantuvo una actitud beligerante y de absoluta oposición las mismas, sobre todo a partir de 1907, fecha en que se pretende levantar una Fábrica Cooperativa de Superfosfato. Descalificó y atacó la conducta de los dos curas, acusó al movimiento de comunista, de violento, de modernista, de brutalidad anárquica. Hasta que, finalmente, es el propio Obispo quien le obliga a "retractarse de todo lo dicho sobre personas, cosas eclesiásticas, juicios y condenación de doctrinas"

Lo mismo sucedería en 1912 a propósito de la VI Semana Social Española celebrada en Iruña, donde, en contra de lo afirmado por el P. Gérard, Diario de Navarra negará la sindicación, la huelga y la cuestión social. La réplica de los dirigentes, clericales, de las Cajas es contundente: "El socialismo, he ahí el gran peligro. ¿Quién dará la batalla al socialismo? Nosotros. Para eso nos reunimos en nuestras Semanas Sociales para preparar esa acción que neutralice la acción socialista". La Acción Social Navarra, 4.V.1912). Cuando en 1924, se queje Diario de Navarra de que la semilla socialista ha germinado en la Ribera y no crea que "haya navarros, que haya riberos que se presten sin razón y sin justicia a provocar un conflicto de esta magnitud en casa de sus hermanos", el periódico nacionalista, "La Voz de Navarra calificará esas frases de "lamentos", recordándole su actitud "ante el movimiento social desarrollado en Navarra principalmente por el clero. Era de ayer su petición de que cesaran en su labor social los "Sturzos" de nuestros pueblos. Quien jamás ha tenido una palabra de aliento para la acción social católica y sí mucha contra los principales apóstoles, no tiene derecho a lamentarse, si las izquierdas socialistas se preparan para recoger la herencia política" (La Voz de Navarra, 3.IV.1924).

Elección de diputados en Cortes de 20-IV-1879
Ref. Acta Escrutinio Gral., Arch. Ayto. Pamplona.
Filiaciones en "La Correspondencia de España", 22 y 23-IV-1879.
CandidatosPartidosVotos
Marqués de VadilloUltramontano108
Conde de EchanzConservador92
Enrique LarrainzarConservador86
J. M. AstizIndependiente82
Fermín Iñarra81
Martínez de ZúñigaConservador79

Elección de diputados en Cortes de 27-28-IV-1884
Ref. Acta Escrutinio Gral., Arch. Ayto. Pamplona.
Filiaciones en El Imparcial, 28-IV-1884.
CandidatosPartidosVotos
Hortuño Ezpeleta, C. de EchanzConservador130
Wenceslao Martínez AquerretaIzquierda monárquica125
Marqués de VadilloConservador86

Elección de 2 diputados a Cortes de 26-VII-1885
Ref. Acta Escrutinio Gral., Arch. Ayto. Pamplona.
Filiaciones en El Imparcial, 28-IV-1884.
CandidatosPartidosVotos
Wenceslao Martínez AquerretaIzquierda monárquica58
Marqués de VadilloConservador50

Elección de 2 diputados en Cortes de 1-II-1891
Ref. Boletín Oficial de Navarra, 4-II-1891.
Filiaciones en La Epoca, 2-II-1891.
CandidatosPartidosVotos
Romualdo Sanz y EscartínCarlista1.003
Conde de la RosaRepublicano633
Juan Manuel Ortí y LaraIntegrista573
Agustín Sardá y LlaveríaRepublicano564
Ramón M.ª BadaránFusionista402
Marqués de VadilloConservador331

Elección de diputados a Cortes del 5-III-1893
Ref. Boletín Oficial de Navarra 8-III-1893.
Filiaciones en El Imparcial, 6-III-1893.
CandidatosPartidosVotos
Romualdo Sanz y EscartínCarlista988
Arturo Campión y JaimbónIntegrista762
Canuto Mina GuelbenzuIntegrista729
Wenceslao Martínez AquerretaFusionista539
Agustín Sardá y LlaveríaRepublicano485
Ramón M.ª BadaránFusionista371
Marqués de VadilloConservador301

Elección de diputados en Cortes del 12-IV-1896
Ref. Boletín Oficial de Navarra, 15-IV-1896.
Filiaciones en La Epoca, 13-IV-1896.
(1) No se presentó candidato.
CandidatosPartidosVotos
Romualdo Sanz y EscartínCarlista1.267
Joaquín M.ª GastónFusionista851
José Sánchez MarcoIntegrista595
Mrqués de VadilloConservador594
Joaquín Llorens (1)Carlista61

Elección de diputados en Cortes de 27-III-1898
Ref. Boletín Oficial de Navarra, 30-III-1898.
Filiaciones en El Imparcial, 28-III-1898.
CandidatosPartidosVotos
Eduardo Díez de UlzurrunLiberal-independiente1.158
Romualdo Sanz y EscartínCarlista996
Joaquín M.ª GastónLiberal763
Marqués de VadilloConservador612
Agustín Sardá y LlaveríaRepublicano330

Elección de diputados en Cortes de 19-V-1901
Ref. Boletín Oficial de Navarra, 22-V-1901.
Filiaciones en El Imparcial, 22-V-1901.
CandidatosPartidosVotos
Eduardo Díez de UlzurrunLiberal1.344
Romualdo Sanz y EscartínCarlista1.156
Marqués de VadilloConservador817
Ramón Nocedal y RomeaIntegrista686
Agustín Sardá y LlaveríaRepublicano485

Elección de diputados a Cortes de 26-IV-1903
Ref. Boletín Oficial de Navarra, 29-IV-1903.
Filiaciones en El Imparcial, 9-IV-1903.
CandidatosPartidosVotos
Marqués de VadilloConservador1.400
Enrique Gil RobelsCarlista1.267
Romualdo Sanz y EscartínCarlista1.265
Ramón Nocedal y RomeaIntegrista867
Agustín Sardá y LlaveríaRepublicano846

Elección de diputados en Cortes del 10-IX-1905
Ref. Boletín Oficial de Navarra, 13-IX-1905.
Filiaciones en Diario de Navarra, 8-IX-1905.
(1) No se presentó candidato.
CandidatosPartidosVotos
Juan Vázquez de MellaCarlista931
Ramón Nocedal y RomeaIntegrista445
Marqués de VadilloConservador414
Agustín Sardá y LlaveríaRepublicano316
Basilio Lacort y LarraldeRepublicano285
Primitivo Erviti(1)363

Elección de diputados a Cortes del 21-IV-1907
Ref. Boletín Oficial de Navarra, 24-IV-1907.
Filiaciones en Diario de Navarra, 16 y 27-IV-1907.
CandidatosPartidosVotos
Juan Vázquez de Mella FanjulCarlista1.365
José Sánchez MarcoIntegrista1.090
Marqués de VadilloConservador747
Agustín Sardá y LlaveríaRepublicano467

Elección de diputados a Cortes de 8-III-1914
Ref. "Boletín Oficial de Navarra", 11-III-1914.
Filiaciones en "Diario de Navarra", 26-II-1914, "El Pensamiento Navarro", 1-III-1914.
(1) Se aliaron electoralmente.
(2) Se retiró 3 días antes de la elección.
(3) No había sido proclamado candidato.
CandidatosPartidosVotos
Juan Vázquez de MellaCarlista (1)1.206
Marqués de VadilloConservador1.156
José Sánchez MarcoIntegrista (19667
Valentín GayarreCanalejista (2)274
Víctor Pradera (3)188
Fermín Aldaz (3)169

Elección de diputados a Cortes de 9-IV-1916
Ref. "Diario de Navarra", 14-IV-1916. Filiaciones en "Diario de Navarra", 13-IV-1916.
(1) perdió el segundo voto jaimista, que favoreció a (2).
(3) Patrocinado por "Pensamiento Navarro" y diversas personalidades,
desde conservadores a radical-socialistas.
CandidatosPartidosVotos
J. Vázquez de Mella FanjulJaimista9.749
C. Leyún y VillanuevaMaurista (2)8.302
José M.ª GastónLiberal (2)7.643
J. I. Mencós C. del VadoConservador (3)6.877
José Sánchez MarcoIntegrista (1)5.610