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VIRGEN DEL CORO

La imagen. Está esculpida, de pie, en caoba, bien aparejada y pintada con muestras de anterior dorado. La cubre desde el cuello una chapa de plata, destacándose en esta laminilla dibujos hechos a punzón en estilo floreado, menos el busto y manos de la imagen que, así como todo el cuerpo del niño, están desprovistos del revestimiento metálico. Lleva un sencillo manto. En su cabeza y en la del niño hay una punta saliente que sirve para sujetar en ella las correspondientes coronas. En 1960 el decorador Lizarraga practicó algún trabajo de consolidación en la sagrada talla, carcomida lamentablemente por la polilla. Mide 40 cms. de altura, 8 de ancho en los hombros, y 14 en la base por lo que muy bien puede caber dentro de una manga un poco holgada. Cuenta 12 mantos, de diversos colores y riqueza, según los días litúrgicos. Para que tales vestiduras le caigan mejor, tiene por el contorno la imagen un aro. El Niño se lleva una mano al pie y el dedo índice de la otra a la boca. Se alza esta estatua en una peana que encaja en una cuña del trono sobre el que descansa. En este basamento se lee la siguiente inscripción: A devocion de D.ª M.ª IPHA DE AYERDI = PHELIP- BY- FECIT- 1756. Se comenta que el primitivo trono con andas de plata que se estrenaron en 1 759, pesaba mucho, por ser todo macizo. Figuraban en él jarrones de bronce y figuras de patriarcas y reyes de la genealogía de María. Fue labrado en Huesca por el artífice José Lastrada. Tenía una vara de alto. Debió de costearlo una señora emparentada con la familia Pérez-Isaba, a condición de que cuando sacaran en procesión por las calles a la Virgen, la detuvieran por espacio de una Salve frente a su domicilio, que se hallaba en la calle de Vildósola, actualmente desdibujada en el emplazamiento de la calle de San Lorenzo. Lo que aún permanece de entonces es un halo de plata rematado por la simbólica paloma del Espíritu Santo. El resto es imitación en madera estofada, ejecutada en el s. XIX. En 1794, después de peligrosas circunstancias que pertenecen a la historia militar de San Sebastián, la imagen fue salvada por el vicario de la iglesia de Santa María, quien la llevó a Madrid. La dibujó y labró D. José F. Ximeno, de la Real Academia de Bellas Artes. Desde 1729 existía ya otro grabado de 0,33 x 0,22 mts., realizado por anónimo artista en Roma. Es una imaginaria reproducción hoy incognoscible, pues incluso María sostiene un cetro en su mano derecha; verosímil por otra parte porque podía haberlo llevado, practicando un orificio en la mano ahora unida al busto de la Virgen por la lámina de plata. Algún autor, por el gesto del Niño Jesús que parece llevarse la manita a la boca, atribuye a la imagen una ascendencia italiana, concretamente del artista Donatello, pródigo en obras de esa traza. Pero sabido es que esa expresión la vemos en la iconografía mariana de otros países, exactamente, en el lienzo del s. XVI, debido a los pintores alemanes, hermanos Dünvegge, según puede contemplarse en el Museo de Leipzig, con el titulado de «La Virgen de San Lucas». Creerla procedente de la ciudad venezolana del Coro, es muy problemático. No era aquel país sudamericano el apropiado para exportar con el cacao imágenes, sino para recibirlas. De parecida factura son las imágenes de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, la de la Virgen del Rosario del Convento de Santo Domingo de Vitoria, hoy en su Catedral, la del monasterio de Bidaurreta de Oñate, etc.