Lexicon

NEOLITICO

Valoración de los datos arqueológicos disponibles. Las informaciones reunidas sobre el Neolítico y Calcolítico a finales del siglo XX se han incrementado notablemente: en todos los países occidentales se excavan nuevos e importantes conjuntos de estratos, se han descubierto estructuras de construcción y uso muy sugestivas y se están reuniendo decisivas precisiones sobre cronología absoluta, inicios de la agricultura y del pastoreo, etc. En una reciente visión sintética sobre el estado del conocimiento de estas cuestiones en la Prehistoria peninsular, A. M. Muñoz ( 1984:350) apreciaba dos actitudes fundamentales en la comprensión del fenómeno neolítico: mientras que unos lo valoran como un caso de implantación en la Península de una estructura cultural ya plenamente formada, para otros se produjo como un «proceso de neolitización» de las poblaciones epipaleolíticas. «En principio -advierte Muñoz Amilibia- estas dos actitudes no tienen por qué ser contradictorias, ni son nuevas, sobre todo teniendo en cuenta la variedad de circunstancias geográfico culturales subyacentes y la amplitud del marco peninsular... El problema se plantea, sin embargo, de una forma muy concreta: la autoctonía o aloctonía del primer neolítico peninsular». Entre nosotros se debe a J. M. Apellániz la formulación de un «modelo» de ese proceso del Neolítico al Bronce, según las conclusiones que publicó hace una década: cuyos detalles no todos comparten y resultan hoy, a la luz de las esperadas novedades aportadas por excavaciones muy recientes, corregibles. El mismo Apellániz justificaba (1974:23-24) la dificultad de la empresa interpretativa y la provisionalidad de las observaciones ante lo fragmentario y desigual de los datos de que se disponía. Su referencia a la información utilizable tanto en monumentos megalíticos como en cuevas (de enterramiento o de habitación) del País Vasco meridional insiste en la parcialidad de los datos de ellos conseguidos: «a) Están excavados pocos dólmenes en relación con los conocidos y los excavados no lo están completamente, sino en parte, y casi nunca en los túmulos sino en las cámaras. b) Los dólmenes han sido frecuentemente violados, y lo que queda en sus cámaras son residuos de violaciones de varias épocas que a veces se juntan con los objetos aparecidos en el túmulo y con lo que se hacen los conjuntos que utilizamos y de los que no se sabe exactamente qué correspondía a qué parte del monumento. c) Los monumentos funerarios forman la parte más importante de los datos que se poseen para elaborar los conjuntos tipo de cada período, con lo que éstos pueden ser equivocados, sobre todo si se dispone solamente de un nivel de habitación con el que compararlos, por ejemplo, Los Husos. d) Las cuevas sepulcrales son poco conocidas, algunas imposibles de excavar bien y sus ajuares están parcialmente perdidos. Además, han debido ser utilizadas en varios períodos, con lo que la posibilidad de paralelización se parece a la de los dólmenes. Incluso muchos ajuares son tan absolutamente escasos que hay que atenerse a pocos objetos con los que paralelizar los niveles de Los Husos. e) Otros monumentos como los túmulos presentan una dificultad todavía mayor, ya que sus datos parecen mezclarse o ser tan enigmáticos que no se les pueda atribuir sin una incertidumbre casi completa. f) Algunos yacimientos en cuevas de habitación están completamente destrozados, como el de Los Gentiles (Araya), y esto resta posibilidades a la estratigrafía». El panorama de penuria de información y de incertidumbre en las conclusiones que, con toda justicia, trazaba Apellániz hace diez años, empieza ahora a cambiar. El creciente interés en Euskal Herria por el estudio de esta época prehistórica está produciendo un rico caudal de datos que permitirán, en plazo de tiempo no muy amplio, establecer un entramado más seguro de interpretación cultural de las civilizaciones que aquí se establecieron en esos milenios. Más aún, nos resultan de gran utilidad importantes síntesis establecidas para diversas áreas próximas del Occidente europeo: en las imprescindibles publicaciones de J. Guilaine o J. Clottes para el Pirineo francés, de G. Delibes para la Meseta, o de A. M. Muñoz y R. J. Harrison para el conjunto de la Península. Las prospecciones de Zonas concretas de Euskal Herria producen un incremento sensacional de las localizaciones de yacimientos o de indicios menores: cuya definición más precisa necesitará de bastantes años futuros de excavación sistemática. Se puede recordar, como ejemplo al respecto, que en cinco años de prospecciones de campo en las estaciones alavesas de Guibijo, de Badaya y de Bóveda las campañas del Instituto Alavés de Arqueología coordinadas por A. Ciprés, F. Galilea y L. López han establecido catálogos de 28 (8 dólmenes, 19 túmulos, 1 «cromlech», de 39 (2 dólmenes, 37 túmulos) de 17 monumentos (17 túmulos agrupados en cinco campos) respectivamente, frente a los 3, 9 y ninguno que se habían inventariado en el corpus publicado por J. M. Apellániz. De interés ejemplar por la aplicación de una muy cuidadosa metodología de excavación se han de calificar los trabajos que últimamente se desarrollan en nuestras provincias sobre monumentos megalíticos: como los de J.I. Vegas en los túmulos o dólmenes alaveses de Kurtzebide y de Enzia de A. Armendáriz en el túmulo guipuzcoano de Trikuaizti, de X. Peñalver en el monolito de Supitaitz, o de J. Blot en diversos monumentos de Iparralde. Importantes establecimientos de habitación en cueva (en cuya estratigrafía a veces se intercalan situaciones de depósito funerario) están siendo ahora mismo estudiados con campañas de excavación. En su conjunto superan con mucho al menguadísimo repertorio que hace una década disponían nuestros arqueólogos para definir los modos de vida y el equipamiento técnico de quienes ocuparon el País desde fines del Epipaleolítico hasta los inicios de las Edades de los Metales. Se deben citar, entre otros, los trabajos en curso de J.M. Apellániz en la cueva de Arenaza (Vizcaya), de A. Baldeón en la alavesa de Fuente Hoz, o las de Navarra por I. Barandiarán en Zatoya, por A. Cava en Portugaiñ, por M. A. Beguiristain en Padre Areso, o por Beguiristain-Cava en La Peña de Marañón. Por otra parte, se están publicando revisiones de temas monográficos que determinan con cuidado aspectos particulares de las técnicas y actividades de aquellas gentes: recordaremos, por ejemplo, los estudios de J. Altuna sobre las especies animales domésticas, de T. Andrés sobre estructura y función de los monumentos megalíticos, de M. A. Beguiristain sobre el hábitat al aire libre en la vertiente del Ebro, de A. Cava sobre las industrias de la piedra tallada en dólmenes, de X. Peñalver sobre los menhires, de A. Armendáriz y F. Etxeberria sobre las cuevas sepulcrales de Guipúzcoa, etc. Todo ese caudal de nuevos datos resulta, evidentemente, aún insuficiente y se halla en trance de recopilación y de interpretación. En cualquier caso las sugerencias arqueológicas que se van perfilando ayudarán a conocer mejor -y en algunos aspectos de forma rigurosamente novedosa- tanto las características y evolución de los diversos lotes de instrumentos utilizados por aquellas gentes (tipología y tecnología) como las pautas de su comportamiento social (distribución de las poblaciones, modos de subsistencia, procesos de cambio y de aculturación,...).