Lexicon

NEOLITICO

El Neolítico como proceso de cambio cultural. El Neolítico en el Próximo y en parte del Medio Oriente pudo calificarse de «revolución»; allí se dieron con notable precocidad y de modo acumulado las innovaciones técnicas y culturales que más espaciadamente y por lo común más tarde se irán incorporando al equipamiento de las poblaciones occidentales de Europa. Algunas de las innovaciones del cambio cultural neolítico afectaron a los sistemas de aprovisionamiento en alimentos (la domesticación de algunas especies o la práctica de la agricultura); otras son de carácter tecnológico (la aparición de la cerámica, el desarrollo del trabajo de pulimento de la piedra, o --con el tiempo- la explotación metalúrgica); tienden otras a una progresiva adecuación del equipo de utensilios a las nuevas actividades (a la recolección y molienda de cereales, a la explotación forestal...). Otros cambios más esenciales en los modos de vida y en la conformación de los grupos sociales acompañan a aquellos «síntomas» técnicos: la sedentarización progresiva de las gentes, la aparición de las primeras comunidades rurales y urbanas, al aumento demográfico y la conformación de las etnias. La transición de las culturas del complejo Epipaleolítico a las del Neolítico se produjo en Aquitania, Pirineos y Cantabria (y en amplias extensiones aledañas como el Valle del Ebro o la Meseta) gradualmente y con cierta lentitud. El prehistoriador francés J. Guilaine ha abordado en nuestro tiempo, con conocimiento de los materiales y una especial aptitud para sintetizar las grandes cuestiones del cambio cultural, el sentido de la neolitización en las sociedades de Francia y en los países vecinos de este lado del Pirineo. En su amplia bibliografía de los últimos quince años (véanse, por ejemplo, los títulos que usamos de 1974 y 1980) se insiste en el cambio capital que para la Historia de Europa fue el Neolítico, «al menos tan considerable como el que se vivió en el s. XIX con el advenimiento de la era industrial». En el Neolítico se hallan, pues, las raíces mismas de la sociedad rural, «aventura que va a desempeñar una función decisiva en la historia de nuestro paisaje... continúa J. Guilaine (1980:33). La aparición de las primeras agrupaciones humanas en poblados se inserta en un contexto tecnológico y a la vez socio-económico que rápidamente se desmarca del propio de la anterior cultura paleolítica... Las diversas innovaciones técnicas irán paralelas a la aparición de nuevas estructuras sociales: sedentarización de los grupos, presencia de las primeras "ciudades", incremento demográfico y, al poco tiempo, especialización de los oficios de las gentes, aparición de nuevas clases sociales y jerarquización de la sociedad en torno a un poder político o religioso». Sólo cuando la suma de todos esos caracteres, o síntomas, se aprecia como arraigada en un territorio concreto se habrá de afirmar su incorporación efectiva a la cultura neolítica. De hecho, hay que reconocer que en la Prehistoria de Euskal Herria y de la franja septentrional de la Península se dio una lenta transición de la vida paleolítica a las formas de actividad pastoril o agrícola: y que sólo bastante tarde (ya bien avanzada la Edad del Bronce) culminó aquí aquel proceso de neolitización. Por esto parece sensato abordar los varios milenios en que se escalona esa situación de cambio no en etapas diferenciables con seguridad (con claros «saltos» progresivos en ajuares o en estructuras) sino como un continuum cultural: en él se solapan los modos de vida cazadora y recolectora con aisladas innovaciones propias del Neolítico y con otras del desarrollo de las culturas de la primera metalurgia. En tal proceso empalman, sin solución de continuidad fácil de percibir por el arqueólogo, el Neolítico inicial con el avanzado y éste con el Eneolítico (o Calcolítico) y con la Edad del Bronce. La atención excesiva a contados elementos de cultura material (los llamados fósiles directores) puede llevar al investigador a definir situaciones complejas o a dictaminar estadios de evolución que sólo una ingenua credulidad en esquemas foráneos o un deseo de clarificación didáctica justificarían en parte.