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Alarde de Hondarribia

El sitio hay que entenderlo en el contexto europeo de la Guerra de los Treinta Años. Que la villa costera encargada de defender la frontera no cayera en manos del enemigo no impidió a éste arrasar Bera (Navarra) y, en Gipuzkoa, Irun, Errenteria y la bahía pasaitarra, ni que su armada dominara el mar hasta Laredo, más allá de Bizkaia; pero la heroica resistencia de los hombres y mujeres hondarribiarras a los constantes bombardeos fue motivo de elogio hasta en la Corte.

El rey concedió a la villa el título de Ciudad, y Hondarribia consiguió, además de compensaciones económicas, que Irun permaneciera bajo su jurisdicción hasta la segunda mitad del XVIII, pese al proceso generalizado de desanexión que ya se había completado en el resto de lugares de Gipuzkoa respecto a sus villas. El sitio, pues, adquirió gran valor simbólico en la construcción de la identidad local. Sin embargo, el Alarde, es decir, la escolta honorífica de la procesión, no tuvo especial simbolismo durante siglos. El uso de una sola palabra para dos conceptos formalmente parecidos pero de diferente contenido ha llevado a un problema de nominalismo, agravado por celebrarse una victoria militar; pero la presencia de la escolta no se justifica ni por la existencia de los alardes de época foral ni por la batalla, ya que durante el Antiguo Régimen la participación de gentes armadas era habitual en procesiones y otros actos más o menos ritualizados.

Alarde
De hecho, fueron los alardes militares los que se supeditaron a la escolta, no al revés. Por lo menos desde 1718, eran parte integrante de la procesión en honor a la Virgen: todavía obligatorios a todos los varones (con multas para quien no justificara su ausencia), pero con el objetivo confeso de celebrar la victoria. A principios del XIX, desaparecidos los alardes anuales militares, la palabra se limitó a denominar la escolta honorífica de la procesión.