Historiador, etnólogo, antropólogo y lingüista de vasta obra y fama internacional. Nacido en Madrid el 13 de noviembre de 1914, fallecido el 18 de agosto de 1995.
Expuesto desde su infancia a los múltiples incentivos que se derivan de una familia poderosamente vinculada con el mundo de las Letras (piénsese que en su familia se daban cita la tradición editorial de rancia solera con la literaria y artística, consagrada en nombre de la talla de sus tíos Pío y Ricardo Baroja), Julio Caro dio pronto muestras de una sensibilidad despierta y exquisita.
Realizó sus estudios básicos, de primera y segunda Enseñanza, en el Instituto Escuela de Madrid, donde el profesor Francisco Barnés acertó a despertar su interés por los estudios históricos, dirigiendo la atención del joven y ávido lector sobre libros dé viajes y exploraciones geográficas, que encontraba en la surtida biblioteca de su tío, el conocido novelista.
Con el título de bachiller en 1931 y aun antes de ingresar en la Universidad, lo vemos trabajando con los etnólogos y profesores vascos José Miguel Barandiarán y Telesforo Aranzadi, con los que colaboro en unos trabajos de investigación que llevaban a cabo en las Encartaciones de Bizkaia.
Obtuvo con premio extraordinario los grados académicos de licenciatura y doctorado (1940) en Historia Antigua, siguiendo, entre otros, los cursos de Obermaier y trabajando como tesis doctoral un Estudio sobre las religiones antiguas en España, aún inédito.
Antes de que pudiera entregarse plenamente a su labor investigadora, Caro Baroja hubo de emplearse como traductor y corrector y redactó incluso fichas de filología para el Instituto Británico de Madrid.
Tras la publicación de su primer libro, en 1941, Caro Baroja fue nombrado, en 1944, director del Museo del Pueblo Español, cargo en el que continuará hasta 1954. En 1951 lo vemos estudiando Antropología y Etnología en los Estados Unidos y trabajando en la Smithsonian Institution de Washington; al año siguiente trabajando en el Institute of Social Anthropology de Oxford, y más tarde, vuelto ya a España, realizando estudios sobre los pueblos del Sahara español.
Estos años fueron de gran actividad creadora, centrada particularmente sobre el País Vasco y el Norte de la Península Ibérica, pero que, como acabamos de ver, se prolongó también a lo largo de otras rutas, llegando al Mediterráneo e incluso a África. Durante los mismos se consolidó definitivamente el prestigio de Caro. Desde 1957 a 1960 lo vemos en Coimbra, desarrollando un curso de Etnología General.
En 1961 Caro obtiene el nombramiento de Director de Estudios, a título extranjero, de "L'Ecole Pratique des Hautes Études", de París, en su sección de Historia Social y Económica, y en mayo del año siguiente ingresó en la Real Academia de la Historia con un importante discurso sobre La sociedad criptojudía en la corte de Felipe IV.
Caro ha dictado cursos y conferencias en Oxford, Munich, Bonn, Colonia, Berkeley, Atenas, Barcelona, Santander, Salamanca, etc. Ha sido vocal del Patronato del Museo Arqueológico Nacional, correspondiente de la Academia de la Lengua Vasca, de la de Buenas Letras de Barcelona, de la "Hispanic Society of America", del Instituto Arqueológico Alemán, de la Sociedad de Arqueólogos portugueses y varias otras Corporaciones científicas extranjeras.
Por lo que hace en concreto al País, hemos de añadir que ha dado múltiples conferencias en diversos pueblos y ciudades y presidido semanas de estudios relativos a su historia, destacando a este respecto su activa participación en la III Semana de Antropología Vasca que se celebró en Bilbao en la primavera de 1973.
Heredero de la pasión universal que sentía su tío, el novelista, por todo lo que sabía y olía a hombre, Caro -como el ogro de la fábula- lo ha olfateado y perseguido hasta en los escondrijos más inverosímiles, tratando de rescatar y exhibir a la luz del sol esos restos de humanidad sollozante que apenas encontraban cabida en las consideraciones generales de la historiografía tradicional sobre el desarrollo de las sociedades humanas. Nada es demasiado pequeño para que no se merezca la consideración de un observador atento: el testimonio de una bruja, la carta de un conquistador, la anécdota contada por el viejo lobo de mar euskaldún, todo es expresión de una humanidad que trata de vivir su vidilla finita y frágil dentro de un mundo complicado y difícil. Avanzando un poco más, diremos que la meta de Caro Baroja viene a ser llegar a una visión total del hombre y su mundo cultural, integrando en una perspectiva unitaria los hallazgos de la antropología cultural y los de la historia social. ¿Estará de más el recoger aquí que Caro Baroja rehuyó, a partir de cierto momento, el calificativo de etnólogo o antropólogo, para apropiarse solamente el de historiador social? Lo que sea de esto, es notoria la vastedad de campos que abarca la mirada ávida de nuestro historiador, y que se extienden de la historia social en general a la prehistoria, la lingüística, la tecnología, el arte y la literatura popular, la etnología, la historia social de las minorías oprimidas, la numismática, el urbanismo, la mitología, etc., en esa su obsesiva búsqueda de la totalidad.
Debemos destacar, luego, como una de las constantes del quehacer historiográfico de Caro su manía debeladora de mitos y lugares comunes, admitidos porque sí, incluso por los estudiosos. Ya desde un principio protestó contra el fácil recurso al "ensayismo", muy en boga en el ámbito cultural español de mediados de siglo, que se refugiaba en el sueño y en la elucubración brillante para evitarse el trabajo de la investigación paciente y de la observación directa sobre el terreno. Frente a la proliferación de tal tipo de literatura, Caro observará una postura rigurosamente analítica, en la que la crítica de los tópicos admitidos irá respaldada con una riqueza fabulosa de documentación, que servirá de base a otras interpretaciones más plausibles. Como botones de muestra de esta labor de crítica de lugares comunes historiográficos, podemos traer aquí su magistral demostración de la falta de base del contraste absoluto que se ha solido hacer entre la vida de la ciudad y la vida del campo, haciendo ostensible la historicidad de la sociedad rural, su naturaleza cambiante y sus efectos sobre el desenvolvimiento de las formaciones urbanas, o, también, sus profundas observaciones sobre el hecho de las identidades étnicas, presentándolas sujetas a cambios constantes bajo la presión de circunstancias externas.
Habiendo de decir algo acerca de la orientación metodológica y filosófica de Caro y sobre posibles influencias, hemos de aludir, ante todo, al influjo que ejerció sobre él el medio familiar, en el que a una madre de exquisita sensibilidad artística se unían el hombre de vastas inquietudes espirituales que fue su tío Ricardo, el pintor, y la incomparable tutoría de don Pío, que a no dudar llegó mucho más allá que a inculcarle cuatro ideas o a iniciarle en el idealismo kantiano, uno de los fundamentos de su obra. Pasando a influencias de tipo más convencional, dejaremos a un lado las que se dejan entender como resultantes de sus años de escolar, y nos fijaremos en la que en la década de los treinta ejerció sobre él la antropología social inglesa y la antropología cultural americana en la lectura de las obras de Malinowski, Tylor, Frazer, Lowie, Goldensweiser y, años más tarde, de Radcliffe-Brown, Evans-Pritchard y Boas. Pero no tardó en desencantarse del "structural-functionalism", cuyos esquemas y técnicas de trabajo le resultaban insuficientes para estudiar los aspectos diacrónicos de la sociedad. No olvidemos que en un cierto momento rehuyó el calificativo de etnólogo o antropólogo, para presentarse simplemente como historiador social.
No queremos cerrar este deshilvanado montón de noticias sobre Caro sin hacer hincapié sobre otra faceta singularísima de su obra investigadora. Y es que don Julio no ha sido nunca de los que han metido la hoz en campos descubiertos por otros: él ha abierto caminos nuevos, dirigiendo sus pesquisas a terrenos desconocidos o sobre dimensiones nuevas de ámbitos parcialmente explorados. Si a veces sus obras se ofrecen de apariencia modesta y resultan difíciles de captar en su intención más profunda, se debe en parte a que son producto de laboriosas roturaciones en terrenos vírgenes y, también -todo hay que decirlo-, al hecho de que raras veces avanza don Julio una cierta información introductoria sobre los propósitos teóricos que animan sus investigaciones, entrelazándose el cuerpo de la obra y la parte de sus intenciones e interpretaciones en un todo inextricable para el que no está bien informado de su filosofía.
Un último apunte: ¿puede resultar extraño que un hombre como don Julio, hijo de madre pintora y sobrino de pintores y novelistas -y todo va de arte- haya sentido afición por la pintura? Según nos lo hace saber L. de Madariaga en su obra Pintores vascos (t. I, San Sebastián, 1971, p. los), Julio es autor de excelentes paisajes que pueden admirarse en su casona de "Itzea", en Vera de Bidasoa.
El panorama que nos presentan las obras de Caro Baroja es realmente impresionante: unos treinta libros, sin incluir algunas voluminosas monografías, y cerca de un centenar de artículos y ensayos. Nos limitaremos aquí a recoger los títulos más sobresalientes de su vasta producción científica, agrupándola de alguna forma según la temática que trata. El País Vasco ha constituido uno de los puntos preferentes de investigación de Caro, dedicándole algunos de sus títulos capitales y muchos de sus artículos y ensayos.
Citaremos:
- Materiales para una historia de la lengua vasca en su relación con la latina, Salamanca, 1945
- Los pueblos del norte de la Península Ibérica (Análisis histórico cultural), Burgos, 1943
- La vida rural en Vera del Bidasoa, Madrid, 1944
- Los vascos. Etnología, Donostia-San Sebastián-Zarautz, 1949
- Vasconiana. De Historia y Etnología, Madrid, 1957
- La hora navarra del XVIII, Pamplona / Iruña, 1969
- Los Vascos y la Historia a través de Garibay, Donostia-San Sebastián, 1972
- Etnología Histórica de Navarra, Pamplona / Iruña, 1971.
Las minorías oprimidas han sido otro de los temas de interés de Julio, siendo las obras que les ha dedicado la base de su prestigio mundial. Así:
- Los moriscos del Reino de Granada, 1957
- Razas, pueblos y linajes, Madrid, 1957
- Las brujas y su mundo, Madrid, 1961
- Vidas mágicas e Inquisición, 1967
- El señor inquisidor y otras vidas por oficio, Madrid, 1968
- Inquisición, brujerías y criptojudaísmo, Madrid, 1970
- Los judíos en la España moderna y contemporánea, 1961.
El concepto de lo "popular" cobra asimismo una gran importancia en la obra de Caro Baroja, mereciéndole muchas páginas en las obras que van reseñadas, artículos y ensayos numerosos y dos obras de tomo y lomo:
- El Carnaval, impresa en 1965 y
- Ensayo sobre la literatura de cordel, de 1969, en el que combate ese otro viejo lugar común que separa las formas populares y cultas del arte en dos categorías completamente distintas.
En fin, citaremos otras dos obras de Julio Caro, que se aproximan al género de las tradicionales:
- Memorias, Semblanzas ideales, Madrid, 1972, que ofrecen un interesantísimo desfile de figuras, muchas de ellas del solar vasco, que han tenido algo que ver en la trayectoria existencial del autor, y
- Los Baroja. Memorias familiares, Madrid, 1972, que, como sugiere el título mismo, es un auténtico libro de memorias, centrado particularmente sobre esa constelación de personalidades extraordinarias que rodea desde la cuna su existencia.
LFL