Zenarruza, 1540 - Inglaterra, 08-1605. Militar, marino e inventor vizcaíno.
Pedro de Zubiaur (o Zubiaurre) fue ante todo un militar, uno de los muchos que sirvieron en misiones y batallas al rey Felipe II. Llegó, además, a ganarse un gran prestigio como espía, que se extendió incluso hasta los servicios secretos filipinos. Es menos conocido, sin embargo, el hecho de que protagonizó uno de los primeros episodios, documentados, de lo que se ha convertido en santo y seña de nuestra era tecnológica: el "espionaje industrial".
Segundón de una familia hidalga (el Señorío de Zubiaur) muy vinculada al mar, no es extraño que Pedro se sintiese atraído por la marina, ofreciendo, una vez formado, sus servicios a la Corona, al igual que lo hicieron otros muchos, con deseos de gloria y fortuna. Pronto entró en la Armada, interviniendo en misiones arriesgadas en Flandes y luchando contra franceses e ingleses. En la década de los setenta trabajó de comerciante en Londres, pero eso parecía ser una tapadera, puesto que pronto se convirtió en uno de los espías más preciados de Felipe II. Su labor consistió en determinar la posición y el valor estratégico de las defensas inglesas, con el fin de allanar el camino para la invasión de la Armada invencible.
La siguiente misión que le encomendó el embajador en Londres, Bernardino de Mendoza (1541-1604), fue planear la toma de Flessinga, puerto estratégico en el tráfico naval hacia Amberes. Como no tenía flota, adquirió, por su cuenta, dos navíos y en 1584 pidió 300 soldados al duque de Lerma. Mas enterados los ingleses, fue encarcelado durante dos años en la Torre de Londres. Allí vivió en condiciones severas, sufriendo tormentos y torturas, pero también pudo "espiar" las técnicas hidráulicas inglesas: observó, a orillas del Támesis, el ingenio del alemán Peter Morice, que era capaz de bombear agua a la ciudad. Una vez memorizada -pieza a pieza- la máquina, Zubiaur preparó unas maquetas que envió, de forma clandestina, a Felipe II, para que las examinase y probase, en alguna ciudad española. [Curiosamente, Zubiaur fue, entretanto, objeto de engaño; el recadero a quien confió sus maquetas, las vendió embusteramente a otro; más tarde, tras su regreso a España, le denunciaría, siendo el traidor encarcelado].
Durante las dos décadas siguientes a la acción de, lo que podemos denominar, el "espionaje industrial", Zubiaur participó en secreto en misiones marinas, primero en Flandes, en donde ayudó a rescatar a prisioneros españoles, y a partir de entonces (1588) en las costas de Baiona, Bretaña, Lisboa y Gibraltar, combatiendo contra franceses, ingleses, holandeses y corsarios, siendo herido en varias ocasiones.
En 1603, en la nueva sede de la Corte real en Valladolid, pudo materializar la que terminaría siendo su única incursión en el campo de la ingeniería: la construcción de una máquina para elevar las aguas del Pisuerga, el llamado "ingenio de Zubiaurre" (aunque durante siglos fue atribuido a Juanelo Turriano). En versión simplificada, consistía en unas bombas de émbolo (o tisibicas) que eran movidas mediante cadenas, ruedas y baquetones que, a su vez, eran impulsadas por dos ruedas hidráulicas que eran empujadas por la corriente del río. Tanto el mecanismo de aspiración, como el dispositivo de los émbolos, se basan en experiencias marinas; y es que Zubiaur conoció, en sus numerosas singladuras, las bombas de achique de los barcos, que no eran otra cosa que tisibicas movidas a brazo (tal como las había adaptado Diego de Ribeiro a los navíos españoles).
A pesar del éxito en su funcionamiento, el ingenio de Zubiaur no fue explotado ni comercializado como un servicio social. Tan solo el codicioso duque de Lerma sacó partido de ello regando las huertas y jardines de su palacio, mientras que los vallisoletanos (los auténticos propietarios de la máquina) no llegaron a obtener ni una sola gota de agua y vieron como aquél les arrancaba, en 1604, una concesión del agua a perpetuidad. Detrás de todo esto se encuentra la incapacidad de las autoridades y monarcas españoles en advertir que el ingenio de elevación de agua era un dispositivo ideal para impulsar el desarrollo social e industrial del país. Y es que Zubiaur no contó con ninguna protección oficial para su invención, ni pudo desarrollar más bombas, ni recibió compensación alguna (sólo tras su muerte, el rey resarciría a su viuda con 2000 ducados); es decir, sólo sirvió de diversión para la familia real. En Inglaterra, por el contrario, Morice recibía el apoyo de la Corona, que patentó su invento durante 21 años, y conseguía hacer una fortuna, explotando, a través de una Sociedad, su ingenio. No es éste el lugar para analizar las causas históricas que motivaron el diferente éxito cosechado por las máquinas de elevación en España e Inglaterra (semejantes causas están relacionadas, como es bien sabido, con la crisis de los Austrias del siglo XVII). Las siguientes palabras de uno de los más versados en la historia de la técnica española, Nicolás García Tapia [en su libro Ingeniería y arquitectura en el Renacimiento español (1990), p. 303-04] me parece que sintetizan, cabalmente, la importancia de tales disparidades:
Las "tisibicas" contienen en sí mismas el principio mecánico de lo que serán los cilindros con los pistones que se mueven alternativamente en las máquinas de vapor y en los motores de combustión.... Naturalmente falta el conocimiento de la forma científica de actuación del vapor..., [pero] los ingenieros como Juanelo Turriano, Juan Fernández del Castillo y Pedro de Zubiaurre, tenían ya conocimientos prácticos suficientes en los mecanismos de transmisión, conversión del movimiento y sistemas émbolo-cilindro....
Lo anteriormente expuesto, nos permite comprender la gran importancia que "ingenios" como los de Toledo y Valladolid, hubieran podido tener en el desarrollo de una técnica española que permitiese posibilitar una Revolución Industrial anterior a la inglesa, a poco que las condiciones históricas hubiesen sido más favorables en el siglo XVII.