La II República coincide con un momento de gran pujanza del teatro, principal actividad cultural y artística en la vida española del momento. La afición por el arte escénico será cultivada por una pléyade de grupos teatrales ya no sólo en las capitales sino también en poblaciones y pueblos de mediana o pequeña densidad. Partidos políticos, sindicatos, círculos, ateneos, instituciones católicas... contarán con cuadros escénicos que llenarán una parte importante del ocio popular.
En Vasconia destacaron especialmente los batzokis que centraban en el teatro sus principales programas de actividades orientadas al entretenimiento y a la formación y captación de militantes y votantes para el Partido Nacionalista Vasco. Al final de la dictadura de Primo de Rivera nacía Oldargi, sección teatral de la sociedad Pizkundia de Juventud Vasca (rama juvenil del PNV) con el objetivo de hacer realidad el ideal sabiniano de un Teatro Popular Vasco. A ese fin se adaptaron en clave nacionalista obras de Yeats, Pearse y Maeterlinck, que se representaban en castellano con expresiones en euskera. El afán de su director, Manuel de la Sota, y de Esteban Urkiaga "Lauaxeta", consistía en difundir un teatro adoctrinador pero de calidad y con afanes universalistas por los pueblos de Bizkaia.
Desde un ideario estrictamente cultural, Euskaltzaleak-Acción Popular Vasca, dedicada a la defensa, propagación y cultivo de la lengua y literatura vascas, desempeñó una extraordinaria labor. Euskaltzaleak convocaba anualmente concursos de textos y de montajes teatrales, y desde 1934 organizó un Día del Teatro Vasco, Eusko Antzerti Eguna, que tenía lugar en el mes de mayo. Cronista y cómplice a la vez que animador de los "teatreros" vascos fue Antonio Labayen, fundador y director de la publicación mensual Antzerti. Euskal Antzertiaren Illerokoa, cuyos 54 números de 1932 a 1936 levantan acta de lo que supuso el quehacer teatral euskaldun en el período que evocamos.
En Pamplona, muy activos eran los cuadros teatrales del Círculo Carlista, con Ignacio Baleztena como autor de referencia, y también el Ateneo que fomentó la actividad teatral por toda Navarra y consiguió traer a Pamplona el teatro educativo ambulante de Federico García Lorca, La Barraca, que causó honda impresión.
El golpe de Estado franquista de julio de 1936 puso fin a un período irrepetible en la historia del teatro vasco. Durante la guerra, en Bilbao y en la Bizkaia no ocupada, se organizaron espectáculos benéficos y propagandísticos para elevar la moral de la población civil, en tanto que en los territorios tomados por los rebeldes las galas y funciones promovidas por carlistas y falangistas recaudaban fondos con destino a "los valientes defensores de la Patria". El poeta y más tarde próspero empresario teatral Conrado Blanco, al frente de un grupo de actores aficionados, llevó por los pueblos de Navarra piezas del repertorio más castizo y conservador.
Por razones principalmente geográficas, San Sebastián se convirtió en la capital cultural del bando sublevado. Tras su caída en septiembre de 1936, a ella afluyeron escritores como Miguel Mihura, Edgar Neville, Enrique Jardiel Poncela o Joaquín Calvo Sotelo quienes, junto con el empresario Arturo Serrano, formaron una tertulia donde se gestarían algunas de las tendencias del teatro español de posguerra. Además, entre 1938 y comienzos de 1939 la capital guipuzcoana asistió a los estrenos de obras de autores "nacionales" como Agustín de Foxá, Juan Ignacio Luca de Tena o el citado Calvo Sotelo, entre otros.