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ONRAITA

Carnaval en Onraita. En Onraita los niños y las niñas, postulaban hasta los años setenta la tarde del miércoles, víspera del Jueves de Lardero. Uno del grupo representaba a un obispo, y vestía camisa blanca, pantalón y zapatos de día festivo, una faja encarnada y guantes. La mitra era de papel, hecha tomando como modelo la que lleva el San Blas de la iglesia parroquial. A cada lado del «obispo» se colocaba un paje. Estos dos ayudantes lucían pañuelo rojo al cuello y en lo demás su atavío era igual que el del «obispo», aunque no estaban enguantados ni llevaban mitra. Los restantes componentes de la comitiva no se disfrazaban. Tres niños portaban la respectiva cesta para el tocino y el chorizo, para los huevos, las alubias y las patatas. Cantaban con la letra siguiente: «Para honrar a San Nicolás y al glorioso San Casiano, alegría escolares, este día celebramos. Tenemos cocinera de toda nuestra confianza, nos gustará la salsa al maestro y a nosotros. De las amas de los curas no podemos dudar, nos darán tantos chorizos que no podremos contar, y al maestro y a nosotros nos gustará la comida y al final rogarán nuestras madres porque vamos a dar saltos y brincos». El producto de la postulación lo depositaban en la casa del maestro, donde comían y merendaban el Jueves de Lardero. A la mesa se agregaba el cura. Por la tarde se enmascaraban y disfrazaban algunos niños. Salían los «cachis» infantiles con la chaqueta y el pantalón embutidos de paja, para así asustar a los espectadores de la fiesta. Los niños merendaban disfrazados y trataban de ensuciarse mutuamente con chocolate. Sin abandonar el local bailaban la jota y al anochecer se retiraban a sus casas. El sábado por la tarde pedían los mozos, algunos de ellos disfrazados y con guitarra. Los jóvenes recibían además vino en varias botas. El recorrido lo remataban en la casa del «mozo mayor», el soltero de más edad del grupo. El domingo por la tarde hacían acto de presencia los «cachis». Varios de estos mozos, con un palo en la mano, corrían tras los niños y las niñas. Los «cachis» se reunían en una meriendacena en el domicilio del «mozo mayor». Después venían las rondas por el pueblo, al son de guitarra y cantando jotas, confundidas con el sonar de los cencerros. Eran rondas que discurrían dentro del mayor desorden, entre saltos y ruidos de esquila, entre música y canto. Concluido el pasacalle comenzaba el baile en la casa del «mozo mayor». Asistían las chicas sin disfraz y entre los jóvenes se veían algunos «cachis». Bailaban jotas y cantaban con acompañamiento de guitarra y violín, en ocasiones. El martes por la tarde se repetía la fiesta del domingo. (Ref. J. Garmendia Larrañaga: Carnaval en Alava, p. 104-106, San Sebastián, 1982).