Concept

Limosna en la Mitología Vasca

La limosna es, en su acepción más sencilla, aquello que se da a quien acude pidiendo. Sin embargo, en euskera la limosna no es solamente lo que se le da a un mendigo; también se llama limosna , por ejemplo, a lo que se da a quienes acuden a la casa en el marco de las fiestas-cuestación del invierno. Igualmente parece que está relacionado con lo anterior el término txerri-muniak, (del francés aumone = limosna) que designa los paquetes conteniendo carne y morcilla que se reparten a los vecinos con ocasión de la matanza del cerdo, en cuyo caso el término no se limitaría a designar lo que se da a quien viene a pedir, sino que tendría un significado más general en el sentido de don o regalo.

Podemos distinguir tres aspectos en el concepto de don: la caridad, la contraprestación y la aportación. El término limosna es un préstamo tomado del vocabulario cristiano y su sentido original remite a la caridad. La caridad significa que alguien que posee, da algo a otro que no posee, sin esperar nada a cambio. Para que exista caridad es necesario que previamente haya desigualdad, ya que la caridad no es posible entre iguales. En este sentido, podemos suponer que la ideología en torno a la caridad es de origen cristiano, ya que en la antropología vasca todos los habitantes del auzo o vecindario, son iguales entre sí.

La mitología indoeuropea posee un discurso muy elaborado en torno a la generosidad y la codicia: los reyes y nobles suelen mostrase pródigos, los militares muestran desapego por las riquezas, y el pueblo es quien resulta representado como avaro y codicioso. Este discurso obvia el hecho de que aquéllos obtienen los recursos que tan generosamente distribuyen, del diezmo que imponen a éste. En cuanto a la mitología vasca, nos descubre una bella definición de lo que son la avaricia y la caridad, definición que, mediante un curioso matiz, las desvincula del nivel de riqueza.

"Había en otro tiempo en España un pueblo llamado Ahurhutxe ("mano vacía"). Cierto sábado, una mujer cocía su pan. Una vieja mendiga se presentó en su puerta y le rogó una limosna de una galleta cocida en el horno. La mujer introduce en el horno un poco de masa, y súbitamente aquel pedacito se transforma en un hermoso pan. Juzgando que aquel pan es demasiado para darlo como limosna, vuelve a meter al horno un pedacito de masa aún más pequeño. Pero del segundo pedacito sale un pan tan grande que apenas puede sacarlo del horno. Entonces toma una migajita de masa en la punta de su dedo y de esa porción minúscula surge un pan que colma el horno entero y que la mujer no puede ya extraer. Entonces le dijo la vieja mendiga: "Yo soy la Santa Virgen; el sábado es mi día, y por haber juzgado que tu limosna era demasiado grande para un pobre, en adelante no se cosechará más trigo en este pueblo. Y dicho esto desapareció. Desde entonces, cuando las mujeres meten la masa en el horno suelen rogar, "que el buen Dios los haga crecer como los panes de Ahurhutxe" (Cerquand, 1875-87) (Traducción adaptada del euskera).

Esta leyenda recogida por Cerquand en Zuberoa y otra semejante registrada por Barandiaran en Kaizedo (Araba), nos muestran que el hecho de mostrarse avaro o generoso no depende del importe de la limosna que uno decide dar, aunque visto superficialmente pudiera parecerlo. Cada cual puede poner límites a su limosna, entre otras cosas porque no todo el mundo es igualmente acaudalado, pero el donante no es quién para poner límites a la fortuna del mendigo y para decidir cuál es el tamaño de pan adecuado para éste. Se pueden poner límites a la propia caridad, pero no a la suerte ajena.

En todo caso esta acepción del término limosna, vinculada a la caridad y al cristianismo, no es la más significativa en la cultura vasca tradicional. Más importantes y más auténticas, son las otras dos acepciones, relacionadas con la contraprestación y con la aportación.

En la tradición vasca, el don se vincula habitualmente con la contraprestación. Cuando en una casa se hace la matanza, se reparten entre los vecinos los txerri-muniak (paquetes consistentes en varios pedazos de carne y alguna morcilla, envueltos en hojas de berza). Y como contrapartida, cuando en las casas de los vecinos se hagan las correspondientes matanzas, recibiremos los respectivos paquetes en la nuestra. El don se hace, basado en la expectativa de recibir más tarde el equivalente de lo dado. Algo semejante sucede con los trabajos realizados en auzolan, casa por casa: uno acude, junto con todos los demás, por ejemplo a desperfollar mazorcas, un día a una casa, otro día a otra, etc., sabiendo que llegará el turno propio, y que todos acudirán a la casa propia para realizar todo el trabajo en un santiamén.

Aunque la idea de contraprestación subyace siempre, la forma más frecuente de las limosnas o dones es la de las aportaciones. Por ejemplo, si alguien abate un zorro, los niños lo pasean casa por casa, colgado de un palo, y recogen las limosnas de los vecinos. Se trata de aportaciones, pero también de una contraprestación, ya que en adelante todos los vecinos y sus gallinas dormirán más tranquilos.

Las colectas vecinales solían realizarse con cierta frecuencia. No es extraño, ya que constituyen la expresión de la solidaridad vecinal, y por ello se repiten una y otra vez, de modo que dicha solidaridad se mantenga bien engrasada y con pleno vigor. Algunas de estas colectas se realizan en fechas señaladas, y otras, a su vez, cuando se presenta la ocasión, como en el ejemplo del zorro cazado que se acaba de mencionar.

Las colectas de días señalados más importantes son las que se realizan desde finales de otoño, hasta poco antes de la primavera. Bajo pretextos y parafernalias diversas, el modelo de cuestación casa por casa se repite inexorablemente. Sea San Nicolás, Navidades, Carnavales, Santa Águeda o las Mascaradas, un colectivo vecinal recorre el pueblo tocando música, cantando coplas o representando algún tipo de función teatral, y recoge las dádivas en dinero o especies, con las que son obsequiados en cada casa. A veces consumen la comida y la bebida ofrecidas, delante de la casa, y otras las guardan para celebrar un banquete al final de la jornada.

Este tipo de rondas de cuestación no son exclusivas del País Vasco. Bien al contrario, es posible encontrar actos semejantes en numerosos rincones de Europa. Los aguignettes de la Normandía francesa, los Mummers Plays británicos, o los diversos carnavales y mascaradas de cualquier rincón europeo. El nombre de una de esas celebraciones, el Plough Monday británico, ayuda a comprender el significado común de todos ellos. Este Lunes del Arado, una fiesta con las mismas características que las anteriormente descritas, constituye el final del ciclo festivo, y explica éste, como la época vacacional de los agricultores, en la que, sin trabajo alguno que realizar, se dedican a divertirse y a consumir lo acumulado. Y dado que la solidaridad es la columna vertebral de esta sociedad, en lugar de consumirlo cada uno en su casa, se juntan y se divierten, al tiempo que extienden su diversión a toda la colectividad, recorriendo el vecindario con sus cantos, danzas y pantomimas, que son recompensadas por la audiencia mediante la correspondiente aportación. Muchas de estas funciones y personajes se explican como originados en el Medievo (demonios, obispos, moros y turcos, etc.), aunque quizás haya que buscar una explicación alternativa al hecho de que el Pitxu de la mascarada suletina tenga su gemelo en el Fool (loco) del Plough Monday británico, con los mismos harapos de pieles y la misma cola de animal salvaje.

Estas aportaciones realizadas en un contexto festivo no debieran impedirnos ver la importancia extraordinaria que tiene la solidaridad. No se trata de una simple cuestión ideológica. Es algo sagrado. Cuando el término sagrado, tomado del vocabulario cristiano, se generaliza como expresión de lo que es más importante y transcendente, la sociedad agrícola dolménica, califica con dicho término a la solidaridad vecinal. Esto lo encontramos formulado de modo explícito en un pasaje holandés relacionado con uno de los motivos de la leyenda del fin de los gentiles.

"La ayuda entre vecinos se convierte en un sagrado deber y esto lo ha cumplido devotamente el de De Lappe en Venne" (Hartsuaga, 2004) (Traducción adaptada del euskera).

Y justamente porque la solidaridad vecinal es sagrada, aunque no se formule explícitamente, nos encontramos con que dicha sacralidad se atribuye también al montante de una cuestación realizada ente vecinos. Nos lo refiere Barandiaran:

"Se cree que la cantidad mediante pequeñas limosnas de muchas personas, tiene una fuerza o virtud mística que no tendría en otra forma. Por ejemplo, en algunos sitios se cree que haciendo celebrar una misa para conseguir la curación de una persona enferma, el éxito será más seguro si el estipendio dado al celebrante ha sido recogido entre vecinos. Si un niño tarda en aprender a hablar, se le hacen comer, pan, frutas, etc., recogidos de limosna en la vecindad (Ataun y Sara)" (Barandiaran, 1972-73).

Aunque tal creencia resulte del todo herética en el contexto cristiano (el sacerdote es el único dotado de fuerza mística por ser el representante de la divinidad), esta creencia que ha llegado hasta casi nuestros días nos muestra la sacralidad de la solidaridad vecinal y el vigor del antiguo paganismo.

Las colectas vecinales no son sólo muestra de solidaridad. También lo son de iniciativa. Incluso si, como consecuencia del sincretismo cristiano, el fruto de la colecta se destina a celebrar una misa, es claro que la iniciativa de la cuestación corresponde a los vecinos y no al sacerdote. No digamos ya, cuando el importe no acaba en las manos del cura, como en el caso citado de los niños que tardan en arrancarse a hablar. Contemplado desde una óptica indoeuropea, no hay más protagonista del culto que el especialista religioso o sacerdote. El protagonismo y la iniciativa colectivas son pues contrarios a la ortodoxia, aunque luego la Iglesia mire para otro lado e intente reconducirlo hacia su propio provecho.

Un último ejemplo del vigor de las cuestaciones vecinales lo constituyen las urnas de santos y vírgenes, que aún perduraban en el último cuarto del pasado siglo, incluso en ámbitos urbanos como por ejemplo Tolosa. Estas urnas que contenían un santo o virgen, circulaban de casa en casa, y cada vecino, que la recibía del vecino anterior, se la pasaba al siguiente, tras tenerla un día en la suya, tiempo en el que se le encendía alguna vela, se rezaba alguna oración y se introducía alguna moneda por una ranura que daba a una cajita-monedero.

La limosna, como una de las expresiones principales de la solidaridad vecinal, es uno de los fundamentos más relevantes sobre los que se asienta el antiguo paganismo dolménico, y sus vestigios aún reconocibles en numerosos puntos de Europa, son testimonio de la cultura agrícola preindoeuropea del continente.