Monje asturiano del siglo VIII autor de unos Comentarios al Apocalipsis. El autor efectuó al parecer tres redacciones, siendo la primera en el año 776 y las dos siguientes en 784 y 786. Según Klein la tercera redacción es del siglo IX y propone una cuarta, revisión de la anterior, tras la muerte de su autor. Esta obra se difundió ampliamente por la península y Gascuña en los siglos siguientes. La copia más antigua conservada es un fragmento (un sólo folio) del monasterio de Silos, proviniente de Cirueña (Rioja). Seguimos a M. C. Díaz y Díaz en su obra Libros y librerías en La Rioja altomedieval. «Desde el siglo XV hizo de guarda para un documento de 1074. Parece posible afirmar que se trata del único fragmento conservado del más antiguo códice de los Comentarios al Apocalipsis que ahora se estudian, quizá con razón, bajo el nombre de Beato de Liébana; su interés reside no sólo en la bárbara miniatura que lo decora sino también en el oscilante carácter de su grafía de enorme arcaísmo, con tipos irregulares y desiguales. Se ha encontrado tan sorprendente este fragmento que se ha llegado a pensar que estaba rehecho por un copista poco ducho en el oficio. Neuss, uno de los más grandes estudiosos de la tradición textual e iconográfica de los Comentarios al Apocalipsis, lo sitúa en los primeros años del 900, pensando que no puede hacerse remontar más, mientras Whitehill le daba mayor antigüedad, tesis en la que vienen a coincidir gran parte de los que se han ocupado del problema. Escrito a dos columnas, con tratamiento arcaico del pautado, presenta abundantísimos rasgos de cursiva, lo que también nos pone en contacto con una época más antigua. La rudeza de la confección se deduce de la falta de pureza y mala calidad de los colores de la miniatura y de la tinta con que rubrica. Algunas minucias paleográficas nos ponen en contacto con un copista en cuyos hábitos entran ciertas abreviaturas impropias de la Península y frecuentes en los escriptorios ultrapirenaicos, como id=id est, co=com, pero, sobre todo, au=autem. Contiene un trozo del capítulo 6 del libro V de los Comentarios. Podríase, pues, concluir, según pienso, que nos encontramos ante un códice salido de un escriptorio pirenaico, quizá navarro o algo más oriental, en los últimos decenios del siglo IX. Tal resultado de nuestro análisis, perfectamente congruente con los datos que se obtienen del fragmento, sugiere que nos viene al encuentro el primer caso concreto de la llegada a esta región de un códice espiritual originario de región navarra o altoaragonesa; y, por su parte, confirma paleográficamente una sospecha que se impone a cualquiera que estudie la transmisión de estos Comentarios al Apocalipsis, que en el siglo IX, si no a fines ya del propio siglo VIII cuando se elaboraron, debió algún ejemplar llegar hasta Toledo por un lado, pero también hasta Aragón, y quizás hasta la Marca Hispánica, por otro». De las copias posteriores, tres se adscriben al scriptorium de San Millán de la Cogolla en el siglo X. Seguimos a S. de Silva y Verástegui en la obra Iconografía del siglo X en el Reino de Pamplona- Nájera:
«Después del fragmento de Cirueña, el Beato de la Biblioteca Nacional de Madrid es el manuscrito miniado más antiguo de esta serie que conservamos. Los autores generalmente lo han fechado en la primera mitad del siglo, hacia el año 920-930, y aunque ninguna indicación permite atribuir esta obra de modo seguro, a un taller concreto, la mayor parte de los estudiosos lo han considerado como un trabajo ejecutado en el escritorio de San Millán. Sin embargo, desde que P. Klein le dedicó un estudio monográfico, su origen emilianense ha sido puesto en discusión por los investigadores. Sea cual fuere el origen del manuscrito, cuestión que no es nuestro propósito resolver aquí, no cabe duda de su íntima relación con el monasterio de San Millán donde al menos ya estaba «quizá en el mismo siglo X o poco después». Su procedencia emilianense es hoy día segura. La ornamentación del manuscrito comprende 27 ilustraciones de estilo mozárabe. Los personajes se caracterizan por sus rostros redondos y grandes ojos almendrados con la córnea muy destacada. Son rasgos distintivos de este miniaturista, la doble línea paralela que perfila la ceja de sus figuras aupando así todo el espacio frontal, y la forma de la boca sugerida por un simple trazo horizontal paralelo al que remata la pacte inferior de la nariz. En la indumentaria abundan los plegados abullonados y las fajas onduladas. La gama cromática utilizada por él es también muy personal. Son sobre todo colores típicos de este códice, el bermejo, rubí grisáceo, azul celeste y las tonalidades verde-grisáceas que se vuelven un poco amarillentas. La ornamentación de iniciales del manuscrito es muy sencilla. La ausencia de los motivos de lacería y de entrelazas zoomórfico, que tanto proliferan en los manuscritos emilianenses de la segunda mitad del siglo, esté en consonancia con la fecha que le atribuyen los autores, como obra de la primera mitad de la centuria. Las iniciales son de pequeño o mediano formato y están formadas por motivos vegetales muy estilizados generalmente de palmetas.
«Después del fragmento de Cirueña, el Beato de la Biblioteca Nacional de Madrid es el manuscrito miniado más antiguo de esta serie que conservamos. Los autores generalmente lo han fechado en la primera mitad del siglo, hacia el año 920-930, y aunque ninguna indicación permite atribuir esta obra de modo seguro, a un taller concreto, la mayor parte de los estudiosos lo han considerado como un trabajo ejecutado en el escritorio de San Millán. Sin embargo, desde que P. Klein le dedicó un estudio monográfico, su origen emilianense ha sido puesto en discusión por los investigadores. Sea cual fuere el origen del manuscrito, cuestión que no es nuestro propósito resolver aquí, no cabe duda de su íntima relación con el monasterio de San Millán donde al menos ya estaba «quizá en el mismo siglo X o poco después». Su procedencia emilianense es hoy día segura. La ornamentación del manuscrito comprende 27 ilustraciones de estilo mozárabe. Los personajes se caracterizan por sus rostros redondos y grandes ojos almendrados con la córnea muy destacada. Son rasgos distintivos de este miniaturista, la doble línea paralela que perfila la ceja de sus figuras aupando así todo el espacio frontal, y la forma de la boca sugerida por un simple trazo horizontal paralelo al que remata la pacte inferior de la nariz. En la indumentaria abundan los plegados abullonados y las fajas onduladas. La gama cromática utilizada por él es también muy personal. Son sobre todo colores típicos de este códice, el bermejo, rubí grisáceo, azul celeste y las tonalidades verde-grisáceas que se vuelven un poco amarillentas. La ornamentación de iniciales del manuscrito es muy sencilla. La ausencia de los motivos de lacería y de entrelazas zoomórfico, que tanto proliferan en los manuscritos emilianenses de la segunda mitad del siglo, esté en consonancia con la fecha que le atribuyen los autores, como obra de la primera mitad de la centuria. Las iniciales son de pequeño o mediano formato y están formadas por motivos vegetales muy estilizados generalmente de palmetas.