Écrivains

Guevara, Antonio de

Hombre de Iglesia y escritor, de cuyo lugar de origen se discute, haciéndolo unos alavés y otros originario del lugar de Treceño, en Asturias. Nacido en 1480 y fallecido en Lugo en 1545.

Según lo recoge Antonio Pérez Goyena, citando a Vicente González de Echavarri, Antonio de Guevara se hace pasar por alavés en el epitafio del sepulcro que se hizo a sí mismo. Lo que sea de esto, diremos que nació hacia 1480, siendo sus padres don Beltrán de Guevara y doña Elvira Noroña. A los doce años fue llevado por su padre a la corte de los Reyes Católicos, a la sazón entretenidos en la guerra de Granada, siendo paje del príncipe Juan y de la reina Isabel. Al morir Isabel, ingresó en la orden franciscana, vistiendo en 1504 el hábito en San Francisco de Valladolid. Ocupó altos cargos en la vida de la Orden, siendo guardián de los conventos de Ávila, Arévalo y Soria y definidor provincial. A estas alturas y "cuando estaba asaz descuidado de tornar al mundo" -según él mismo refiere-, Carlos I le hizo salir del convento, encargándolo de algunas misiones ante los comuneros y nombrándolo predicador de la capilla real (1521).

Vuelto al claustro, es requerido nuevamente en 1525 como visitador de los reinos de Valencia, Murcia y Granada para el arreglo de la cuestión espinosa de la conversión de los moriscos. En 1527 sustituyó a Pedro Mártir de Anglería en el cargo de cronista general del reino y al siguiente fue nombrado obispo de Guadix, de donde saldrá en 1536 para acompañar al emperador en la campaña de Túnez y en uno de sus viajes a Italia. Obispo de Mondoñedo en 1539, residió habitualmente aquí hasta su muerte, ocurrida el 3 de abril de 1545 en esta ciudad gallega. Juan de Guevara -según es notorio- influyó poderosamente sobre Carlos I, a quien inspiró algunos discursos y ciertas directrices de su política. El mismo Guevara relata sus andanzas durante dieciocho largos años con el emperador, siempre tras sus pasos en sus incesantes viajes por Alemania, Roma y París o desempeñando misiones diplomáticas ante el rey de Inglaterra o las Señorías de Venecia, Florencia y Génova. Pero, aun al margen de esto, hay que decir que Guevara fue una de las personalidades más señeras de su época, llegando a obtener con su obra una audiencia inmensa, no sólo en España, sino también en Francia, Italia e Inglaterra.

Esto no obstante, hay que decir que resultan fallidas las esperanzas de encontrar en fray Antonio uno de aquellos saludablemente contagiados por los aires renovadores de que, al filo del segundo cuarto del siglo XVI y por obra de algunos erasmistas, empezaban a notarse en la España de Carlos I. A pesar de sus viajes a la Italia renacentista y a la Alemania enfebrecida de los días de Lutero, a pesar de sus múltiples contactos con los humanistas de la corte imperial, Guevara se revela fundamentalmente solidario con la visión de las cosas escolástica y medieval, e impermeable a los nuevos fermentos. Su erudición -como le achacaron Pedro de Rúa, Antonio Agustín y otros muchos- se basaba a menudo sobre datos inexactos e incluso disparatados que él mismo se inventaba a su antojo, atribuyéndoselos a autores que jamás existieron. Su estilo, hecho de facundia y de abundancia en el decir rayana en el derroche, ampuloso y de una insistente musicalidad, suelto, rico, desenfadado y socarrón, preludia el barroco, y fue ampliamente copiado e imitado tanto en España como en el extranjero. En su obra destacaremos el Libro de Marco Aurelio que, empezado a escribir en 1518 y muy elogiado por el emperador Carlos en 1524, corrió primero de mano en mano en copias manuscritas plagadas de errores, hasta que entre 1528 y 1529 se tiraron de ella no menos de seis ediciones fraudulentas. Esto decidió a su autor a tirar en ese último año la primera edición legítima, con el título Libro llamado Reloj de Príncipes en el cual va encorporado el muy famoso libro de Marco Aurelio.

El Reloj de Príncipes venia a ser una exposición de las virtudes que deben adornar a un príncipe y se incluía en ella la popular leyenda medieval El villano del Danubio, que más tarde sería recogida por La Fontaine. Fuese la oportunidad del asunto o la manera peculiarísima de Guevara en tratarlo, lo cierto es que el Reloj de Príncipes tuvo un éxito inusitado. Según afirmaba Julio Cejador, fue tan leído en el siglo XVI como La Celestina o el Amadís, siendo "la biblia y el oráculo de los cortesanos y la admiración de los letrados y escritores". Las ediciones se sucedieron en años sucesivos, siendo traducida al latín, francés, italiano, inglés, alemán, holandés, dinamarqués, húngaro y hasta al armenio, ya en el siglo XVIII. Según Marcelino Menéndez y Pelayo, Guez de Balzac viene a ser un discípulo de la escuela retórica de Guevara, y, si hemos de creerle a Jusserand en su obra Le Foman au temps de Shakespeare (París 1887), el estilo inglés que fue calificado de euphuismo nació fundamentalmente de la imitación que hacia del estilo de Guevara el escritor inglés Lily. El mismo año de 1529 dio a la imprenta en Valladolid el libro titulado Monte Calvario, al que seguirían en 1539 sus Epístolas familiares, impresas asimismo en Valladolid. Estas enlazaban plenamente con la tradición medieval de la carta retórica, en la que la destinación a una personalidad notable era un mero pretexto literario para poder desarrollar temas de importancia.

En el mismo año veían la luz pública su Aviso de privados y doctrina de cortesanos y el Menosprecio de corte y alabanza de aldea, en el que, retomando el viejo motivo horaciano del "Beatus ille qui procul negotiis", hace la apología de la vida retirada y del retorno a la naturaleza. Obligado por las circunstancias a navegar mucho, nos dejó también un Libro de los inventores del arte del marear, y de muchos trabajos que se pasan en las galeras, en cuya primera parte debió de incurrir en cantidad de datos falsos que incitaron a Pedro de Rúa a publicar en 1540 unas Cartas al autor en las que ponía de manifiesto su falta de rigor. Según puede verse en Antonio Pérez Goyena: Ensayo de Bibliografía Navarra, I, pp. 169-171, de las tres últimas obras se tiraron sendas ediciones en Pamplona en el año 1579. Se citan todavía algunas otras obras de Guevara, como Décadas de las vidas de los diez Césares emperadores romanos, desde Trajano a Alejandro (1539?), Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos (1542), De adventu Sancti Jacobi, impreso en Amberes en 1608, y otras que quedaron manuscritas.