Monarchie et Noblesse

Francisco I de Francia

(1529-1530). Reproducimos por su interés y pintoresquismo el relato de Duceré en su Dictionnaire historique de Bayonne:

El Château Vieux que eleva en un rincón de la vieja Bayona sus antiguas torres encuadradas en un marco de verdor, atrae poco la atención de los viajeros. No encontramos en él ninguna escultura, ni líneas grandiosas, ni finos trabajos en la piedra, ni ventanas geminadas, ni chimeneas monumentales, pero, en cambio, abundan los recuerdos históricos, y si quisiésemos establecer la lista de todos los personajes ilustres que los muros de la vieja fortaleza han acogido, nos veríamos sorprendidos por su número y su calidad. Pero aquí nos vamos a limitar a un solo ejemplo: su majestad el dinero reinó despóticamente durante unos meses en una de las torres del castillo. Se trata, en efecto, del rescate que iba a constituir el precio de la cautividad del derrotado de Pavía, el rey Francisco I. El rey de Francia había vuelto a París, pasando por Bayona, y había entregado como rehenes, a Carlos V, sus dos hijos, esperando que fuesen devueltos a cambio del enorme rescate que su rival había exigido por su libertad. El condestable Montmorency había llegado a Bayona y las sumas que debían ser enviadas a España afluyeron poco a poco al Château Vieux.

El gran maestre estaba acompañado de un séquito numeroso y de más de 2.000 caballos y llegaba a Bayona el 20 de marzo de 1529. Mientras el dinero llegaba cada día en mayor cantidad, y mientras esperaba que la suma se completase, M. de Montmorency hizo excursiones por los alrededores, y la Corporación Municipal, que envió a recogerle a Dax, embarcaciones ricamente decoradas, no dejó de proporcionarle abundantes vinos y vituallas, entre los que podemos citar jamones, patés de lamprea, de salmón y de sábalo, lo que demuestra, una vez más, que el pescado de los ríos bayoneses ha gozado en épocas pasadas, al igual que en la presente, de una legítima reputación. Sin embargo, aunque llegaban, efectivamente, las contribuciones de las diversas provincias, lo hacían con mucha lentitud, pues no se puede recaudar en un país una suma de 1.200.000 luises de oro sin que se levanten protestas. Y podemos hacernos una idea de lo que suponía este dinero calculando el escudo de oro viejo a 24 francos, cosa posible, según los cálculos del vizconde de Avenel, pues la potencia del dinero era tres veces mayor; así que eran más de sesenta millones los que Francia pagaba a España.

Este torrente de oro era llevado al Château Vieux y depositado en grandes tapices extendidos por el suelo, en dos cámaras del pabellón situadas por el lado de la ciudad, es decir, en el antiguo despacho de la dirección del cuerpo de ingenieros militares y en el apartamento de al lado. En el centro de dichos salones se amontonaban los escudos de oro mientras que los recibos de recaudación estaban clasificados y reunidos en las esquinas. Cuando la suma estuvo completa, se llamó a los comisarios españoles para proceder a la verificación, trabajo nada fácil para el que emplearon dos meses largos pesando y contando. Pero los reflejos del oro no impidieron ver claro a los castellanos, que encontraron 40.000 escudos falsos o de peso insuficiente. Una vez entregado lo que faltaba, se tomaron las disposiciones necesarias para encaminar la enorme masa de oro a la frontera. Para esto hacia falta una escolta importante: el senescal de Agenais había llevado con él los cien arqueros de su guardia, escogidos entre los más seguros, y les había confiado el cuidado de vigilar el tesoro. Además, se disponía de 200 hombres de a pie que estaban de guarnición en Bayona, al mando de M. de Saint Bonnet. Finalmente, el 10 de junio de 1530, todo estuvo preparado para la partida.

Treinta mulos, llevando cada uno 40.000 escudos, fueron cargados con los cofres que contenían el rescate real. Iban acompañados de 100 hombres de armas de a pie, armados solamente con bastones. La mañana del 30, el convoy se puso en marcha, conducido por el senescal de Agenais y D. Alvaro de Lugo. Dos horas más tarde, los 300 hombres de armas de M. de SaintBonnet se pusieron a su vez en camino y se reunieron a la comitiva en San Juan de Luz, pues debían servirle de escolta. El 1 de julio, antes del alba, las bestias de carga recibieron de nuevo su precioso cargamento y se tomaron las mayores precauciones para evitar una emboscada. Iban seguidos de M. de Montmorency y de 40 gentilhombres a caballo. A las siete de la mañana se encontraban en la orilla derecha del Bidasoa, y merece la pena leer las severas y minuciosas prescripciones de Carlos V, que desconfiando del rey gentilhombre, había rodeado el intercambio del rescate por los rehenes de las más extraordinarias precauciones. Finalmente los jóvenes príncipes aparecieron con su escolta, acompañados de la reina Eleonor, la encantadora hermana del ilustre emperador que el rey Francisco iba a desposar cerca de Mont de Marsan. Mientras subían a las gabarras ricamente adornadas, el tesoro era colocado en una embarcación similar, y saliendo al mismo tiempo de las dos orillas, se cruzaron en medio del río fronterizo. Ya hemos contado, en otro momento, las fiestas ofrecidas a la nueva reina y a los príncipes, esperanza de Francia. La alegría de Carlos V resultó, quizá, menos expansiva pero fue más profunda, pues a pesar de los tesoros de las dos Américas, sus cofres estaban vacíos".

Ref. Edouard Duceré: Dictionnaire historique de Bayonne, 2 vols, Bayonne, 1911-1915.