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El Crédito de la Unión Minera

(1901-1925)

La fecha de su fundación en Bilbao, el 13 de junio de 1901, se enmarca dentro de una fase expansionista de la economía vizcaína. El sector que fue el origen de los grandes negocios fue el mineral. En este punto hay que señalar que Bizkaia fue una región privilegiada por su natural riqueza, pero también por cómo se llevó a cabo su explotación. Tal como ya indicara González Portilla y a diferencia de lo que ocurrió en otras regiones españolas (cuyos beneficios fueron a parar mayormente a manos extranjeras), los beneficios del mineral de hierro vizcaíno quedaron en la propia provincia (el 76% de los capitales invertidos en Bizkaia tuvieron aquel origen), sirviendo para alimentar nuevos proyectos industriales y financieros. El boom económico trajo consigo la puesta en marcha de empresas de gran tamaño y capital. Baste recordar la creación de Altos Hornos de Vizcaya (1902), Compañía Marítima del Nervión (1907), Sociedad Española de Construcción Naval (1908), etc. En este ambiente debemos situar la creación también de entidades financieras, tales como el Banco de Vizcaya (1901), el Crédito de la Unión Minera (1901), así como el Banco Minero Naviero, la Unión Financiera y el Banco Vascongado. De tal forma que, entre 1901 y 1902, la oferta de servicios financieros en Bilbao aumentó de forma ostensible, convirtiéndose, a comienzos del XX, en la segunda plaza financiera del país, sólo por detrás de Madrid.

El capital social con el que quedó establecido el Crédito de la Unión Minera fue de 20 millones de pesetas, cantidad elevada para la época y superior a la del Banco de Vizcaya, aunque no fuera desembolsado durante los primeros años. Las operaciones objeto del Crédito eran: descuento de letras sobre España y el extranjero, descuento y cobro de cupones, giros, compraventa de moneda extranjera, préstamos sobre valores, cuentas corrientes de crédito, consignaciones, compraventa de valores... etc.

Las extraordinarias oportunidades de negociaciones de valores, descuentos, etc. de los primeros años del Crédito de la Unión Minera consolidaron a la entidad. Sin embargo, su trayectoria no fue constantemente ascendente, ya que en 1914, declaró una suspensión de pagos, resultado en parte de los desajustes financieros al comienzo de la I Guerra. Sin embargo, esta circunstancia se consideró aislada, y si en 1918, contaba con el mismo capital fundacional de 20 millones. En los dos siguientes años llevó a cabo una importante ampliación del fondo social, alcanzando, en 1920, los 100 millones de pesetas, cantidad similar a la que por entonces tenía el Banco de Bilbao. En esta operación que se realizó en dos fases, el Crédito logró importantes primas, ya que el valor de venta de las nuevas acciones fue superior a su nominal. Todo ello era una consecuencia de la euforia económica que se vivía en la capital vizcaína, aún en los años inmediatamente posteriores a la I Guerra.

Pero la política económica seguida por la entidad fue muy distinta a la que aplicaron los dos "grandes" de la banca bilbaína. Las diferencias fueron notables en cuanto al fondo de reservas, expansión geográfica e inversiones. Por lo que respecta a las reservas, tanto el Banco de Bilbao como el Vizcaya, cuidaron de destinar una importante suma de sus beneficios, logrados como consecuencia de las oportunidades de la I Guerra así como durante los primeros años de la postguerra. No fue esta la política que siguió el Crédito. Basta con analizar algunas cifras para advertir la distinta gestión: el fondo de reserva del Banco Bilbao, en 1920, ascendía a más de 59 millones de pesetas o lo que era lo mismo: representaba el 149% del capital desembolsado (que entonces era de 56 millones). En el caso del Vizcaya, si el porcentaje destinado a reservas alcanzaba el 52% en 1920, a los dos años se situaba en 104%, de tal modo que la política de prudencia fue lo que también caracterizó la gestión de esta entidad.

En el caso del Crédito de la Unión Minera, el porcentaje era bien distinto: siendo su capital nominal en 1920, 100 millones de pesetas (aunque sólo se habían desembolsado 60, incluso superior al del Bilbao y a gran distancia del Vizcaya cuyo capital social, también en 1920, era de 40 millones, de los cuales sólo 20 estaban desembolsados), las reservas tan sólo suponían el 33% del capital. Estaba claro que era más vulnerable a los cambios de coyuntura.

Otra de las diferencias estaba en su proyección geográfica. Mientras que tanto el Bilbao como el Vizcaya iniciaron una política expansionista fuera del entorno provincial, sobre todo finalizada la I Guerra, tal y como se advierte en el aumento del número de nuevas oficinas, las sucursales con las que contaba el Crédito en 1923, apenas superaban los límites de la región (además de las 4 que tenía en Vizcaya, disponía de sucursales en Castro Urdiales, Laredo, Santoña, Burgos, Medina de Pomar, Aranda de Duero y Briviesca, aunque también contara con diversas agencias en España y extranjero). Este limitado entramado contrastaba con las sucursales del Vizcaya, y sobre todo del Banco de Bilbao, que en 1920 se había expandido por toda la geografía española, además de tener abiertas oficinas en París (1902) y Londres (1918).

Pero es sobre todo en el ámbito de la política inversionista del Crédito de la Unión Minera donde se advierte el punto débil de su gestión, y lo que nos puede permitir comprender su cierre en 1925. Cuando ese año se declaraba la suspensión de pagos de la entidad, las publicaciones de la época trataban de señalar sus causas. En la Memoria Comercial de la Cámara de Comercio de Bilbao se señalaba muy certeramente cuál había sido el principal problema: los millones que había destinado a operaciones especulativas de alto riesgo, hasta un grado incomprensible. Y no era para menos. Los movimientos especulativos que tuvieron lugar al finalizar la I Guerra animaron al Crédito a la compra de acciones con unas consecuencias peligrosas por la inestabilidad del momento. En definitiva, la mala gestión, la falta de un fondo de reservas que garantizara la estabilidad del Crédito en tiempos de crisis, y sobre todo, las inversiones arriesgadas, buscando el beneficio inmediato fruto de la especulación y no una política solvente a medio y largo plazo, truncaron la vida de la entidad. Cuando en 1925 se declaraba en suspensión de pagos, la situación era alarmante, ya que su déficit alcanzaba los 92 millones de pesetas.

Además de las causas señaladas, hay que añadir otra circunstancia que empeoró aún más la situación: el fraude de alguno de sus administradores que, lejos de gestionar con prudencia, "se sirvieron de los fondos y valores de la entidad... creando un agujero negro que trataron de compensar con la especulación en bolsa".