Ingénieurs

Echeverría y Ugarte, Lucas

Ingeniero vitoriano. Vitoria, 1831- Barcelona, 1891.

Uno de los hombres más comprometidos con la educación científico-técnica que conoció el País Vasco en el siglo XIX. Sus conocimientos abarcaron campos tan, de facto, conexos como la física aplicada, la mecánica industrial o la mecánica racional.

En un lugar como éste, Lucas Echeverría tiene motivos para llenar un buen espacio, aunque sólo sea porque impulsó las enseñanzas industriales en Bergara -aparte de las aportaciones en su etapa de Barcelona, sobre las que apenas incidiremos-, enseñanzas sin las cuáles no es posible explicar el despegue industrial del País Vasco en el siglo XIX. Ni los avances técnicos. Estudió en el Instituto de Vitoria, donde obtuvo en 1849, el título de bachiller en filosofía. Debió ser un alumno brillante, puesto que, para esa edad, ya trabajaba como ayudante de la cátedra de Física. A continuación cursó filosofía, primero en Valladolid y tres años después en Madrid, en cuya Universidad Central se licenció en Ciencias en 1854.

Recién graduado, aceptó la oferta de la Escuela Industrial de Bergara para ejercer de Ayudante de Química, probablemente atraído por la oportunidad docente que entrañaba la puesta en marcha de dicho Centro (recordemos que éste inició la andadura en 1851 y que era una de las tres -las otras eran Barcelona y Sevilla- escuelas industriales en el Estado). Allí enseñó química y física, ésta sin remuneración alguna, pero también pudo profundizar en las ciencias aplicadas: ocupó, en 1857, la cátedra de Física general y aplicada, desde la que impulsó las aplicaciones prácticas e industriales de la ciencia.

Da idea de la visión pragmatista que caracterizó la labor docente de Echeverría el que la Escuela de Bergara llegase a modernizar su dotación instrumental (o Gabinete de Física) para las enseñanzas industriales. Cuando, en efecto, se examina el inventario de dicho gabinete, se observa que se adquirió una notable dotación de aparatos y máquinas -un total de 70-, precisamente, entre 1856 y 1857. Es probable que contase con la ayuda del subdirector de la Escuela y catedrático de Física industrial, Ignacio Sánchez Solís (1816-1890), si bien es cierto que éste abandonó Bergara en julio de 1857. Llegó así Echeverría a concebir un programa de física en el que las máquinas ocupaban un espacio central que se correspondía con los contenidos teóricos de ese curso. Los instrumentos y aparatos de ese gabinete eran los que determinaban la praxis que acogía el temario docente. Pero debía ser un equipo absolutamente fiable, que permitiese experimentos y demostraciones formales consistentes con lo que enseñaba en las clases teóricas o magistrales. [Entre sus adquisiciones, se encontraban: un calorímetro de Rumford, un densímetro de Gay Lussac, un fotómetro de Wheatstone y un electrómetro de Peltier, por citar algunas de las más representativas]. El programa de Física general y aplicada que redactó en 1857 contiene la visión de la ciencia que defendió a lo largo de su vida en cuestiones industriales. Es apropiado reproducir su introducción aunque no podamos ahondar -por motivos de espacio- en su contenido:

"La 1ª parte comprende las materias del curso de Física general que debe preceder a las dos de Física aplicada, dándose en ella la debida extensión a la teoría del calor y...nociones de Mecánica industrial [gases, acústica, teorías del magnetismo y electricidad]; la 2ª contiene todo lo relativo a las aplicaciones del calor [combustión, chimeneas, ventiladores, vaporización, calderas, destilación, evaporación...] y la 3ª cuanto debe exponerse en orden a las aplicaciones de la luz y de la electricidad [alumbrado, teorías de electricidad dinámica, corrientes eléctricas]. Cada parte está distribuida en sesenta lecciones." (Caballer, Llombart y Pellón, 2001: 224-234).

Y algo de esto queríamos subrayar cuando seleccionamos a Echeverría, más allá de resumir su meritoria carrera académica. Cuando se leen los encabezamientos de las 180 lecciones de que consta el curso, uno se sorprende de la aplicabilidad de muchas de las cuestiones que, frente a los programas teóricos universitarios, trataba Echeverría. Observamos, en efecto, que explicaba cuestiones técnicas como 'las condiciones que deben satisfacer los combustibles y los métodos para determinar su potencia calorífica y poder radiante', o, todavía más específico, 'las disposiciones de las chimeneas según el combustible empleado y de los aparatos para ventilar'. Sin embargo, no se encuentran menciones a la teoría fundamental de la termodinámica, como el concepto de energía interna introducido en 1850 por Rudolf Clausius (1822-1888), o las teorías sobre energía cinética de James Prescott Joule (1818-1881) y Julius Robert Mayer (1814-1878). Por último, mientras que en las aulas universitarias abundaban los tratados de física generales, en las clases de Echeverría se utilizaban manuales técnicos de ingeniería, aunque al principio se limitasen al, no demasiado convincente, caso de aquéllos que estuviesen traducidos (a partir de 1857, sin embargo, se emplearon obras en lengua francesa). Da idea del interés que mostró Echeverría en esta cuestión el que de los 32 libros de física y mecánica que la Escuela adquirió de 1852 a 1858, 22 se hicieron entre 1857 y 1858. Entre otros títulos se encuentran: Traité des Machines a Vapeur, de C. E. Jullien; Manuel du Constructeur des Machines Locomotives, de O. Evans; Construction des Engrenages, de Haindt; y Máquinas de aire caliente, de F. Reech.

Durante las tres décadas siguientes al cierre (en 1860) de la Escuela de Bergara, Echeverría desarrolló su actividad docente en Barcelona, primero en la Universidad condal (como profesor de Mecánica racional) y a partir de 1866 en la Escuela Superior Industrial, un centro en el que intentó fomentar las aplicaciones de la física a la agricultura y a los oficios, desde su cargo de catedrático de Mecánica industrial (antes, en 1865, había obtenido el título de ingeniero industrial). A mediados de esa década comenzó a preparar su tesis doctoral titulada Teoría general del movimiento de las máquinas, por la que se doctoró en 1869, y en la que insistió, una vez más, en la importancia de la mecánica teórica para los procesos industriales. Probablemente en el caso de Echeverría -cuya carrera, por cierto, se desarrolló al margen del mundo industrial [que no académico; perteneció a sociedades económicas y agrícolas, llegando incluso a presidir la Real Academia de Ciencias de Barcelona (1878-1880)]-, el pragmatismo y amplitud de miras se vio incitado por sus impresiones y sensibilidad industriales.