Concept

Ciclo de la vida

Las sociedades conocidas como tradicionales, han conservado (debido a sus peculiaridades de estructuración económica y social) elementos culturales de un carácter rígido, estable o de transformación lenta. La cultura campesina o rural en Europa, tratando de evitar su idealización como su menosprecio, se muestra detentadora de la conservación y mantenimiento de un sistema de vida evocador de épocas pasadas, pero con un sentido o significado concreto para cada colectividad en distintos momentos históricos o sociales. Su riqueza y diversidad de aspectos, nos confirman que las formas de vida y creencias de la comunidad tradicional (lo mismo que otro tipo de sociedad) son dinámicas y por lo tanto, susceptibles de evolucionar, transformarse e incluso, desaparecer.

De este modo y como es bien sabido, la persona humana se encuentra influenciada por la estructura geográfica, el contexto social o sociedad y el devenir histórico o temporal. Pero desde la óptica de la mentalidad tradicional casi todos los procesos son cíclicos, es decir, tienden a repetirse indefinidamente y se encuentran sujetos a un conjunto de regularidades o constantes que han sido observadas y transmitidas de generación en generación. A su vez, se da la supuesta presencia de un elemento supremo (sol, luna, estrellas, dioses, ...) que ordenan dichos procesos e incluso, pueden predeterminar la vida de cada persona o de la colectividad en su conjunto.

El ciclo vital de la persona a través de las categorías de edad (desde el mismo nacimiento a los ancestros) y sus correspondientes rituales de paso (aspecto ampliamente estudiado por el eminente Van Gennep1), van a determinar una serie de escalones o metas necesarias a cumplir en el devenir de los individuos sin perder la perspectiva marcada por la propia colectividad. Pero aún así y todo, entre ambos aspectos, se suelen presentar una serie de ajustes o desajustes del individuo respecto a las demandas sociales para cada etapa y que ésta, controlará o sancionará de forma efectiva.

Por otro lado, a lo largo de los diferentes momentos festivos del año, cada grupo de edad tienen asignados unos papeles concretos a realizar (actos festivos, ceremonias, rituales, ....), cuyo objetivo es la repetición o regeneración del ciclo cósmico tan necesario para la continuidad sin sobresaltos de la vida colectiva o incluso, de la misma Naturaleza, la estructuración social establecida o el devenir del propio individuo. En definitiva, la vida humana en la colectividad tradicional se encuentra sometida a un proceso continuo de carácter circular (ciclo vital) que a modo de una gran rueda dentada, se va moviendo por el influjo de otra rueda motor (ciclo festivo anual) más pequeña y con mayor velocidad de giro que ordena y secuencia la vida humana o colectiva, mediante el repetitivo paso del tiempo cronológico y cumpliendo los preceptos rituales específicos para cada momento o situación.

Además en dichas sociedades la división social, sobre la base del criterio de la edad, es una de las maneras más comunes de distribución de actividades y responsabilidades de cualquier comunidad con organización simple o tradicional. Es decir, nos encontramos ante una de las diferenciaciones sociales, junto con la dualidad sexual, más elementales y que todavía perviven.

Las categorías de edad, como se ha apuntado, representan diversos escaños jerarquizados a recorrer por la persona humana, situada en un contexto social y cultural determinado, a lo largo de su ciclo vital. Pero siempre en referencia o en compañía de otros individuos, actuando como grupo, y supeditados a las normas y rituales de la colectividad.

André Varagnac2 fue el primero en realizar una clasificación elemental de los diferentes grupos de edad y un análisis pormenorizado de los mismos, en el contexto del campesinado de Francia. Este ciclo vital del individuo se compone de varias etapas o categorías de edad (en función de la edad social) que, seguidamente, presentamos:

  1. Primera edad o infancia.
  2. Los niños o los escolares.
  3. Los jóvenes.
  4. Los recién casados o nuevos matrimonios.
  5. Los padres y madres de familia.
  6. Los viudos y las viudas.
  7. Los ancianos.
  8. Los antepasados o difuntos.

La importancia de los recién nacidos, infancia o primera edad ha sido clave en las sociedades tradicionales, ya que se les consideraba un valor necesario cara a la subsistencia de la propia colectividad, la regeneración y el relevo generacional o como futura mano de obra indispensable en el ámbito doméstico o comunitario de las culturas campesinas.

Éstos, en sus primeros pasos vitales, se ven abocados a ser sujetos pasivos de una serie de actividades y aprendizajes, fomentados desde su entorno más inmediato. La mayoría de estas acciones lúdico-educativas (mediante cantos, entretenimientos, juegos variados, expresiones fonéticas, etc.) tratan de aproximar y adaptar al recién nacido a la nueva situación física, cognitiva y social que le rodea.

Además, por un lado, se muestran como seres susceptibles de la máxima protección frente a los posibles ataques reales (agresiones de adultos o animales, enfermedades, accidentes, etc.) y los atribuidos (maleficios o posesiones, mal de ojo o begizko, etc.) a una serie de fuerzas mágicas o seres malignos. Por otro lado, su inocente presencia se considera como benefactora y celestial cara al entorno doméstico o colectivo donde se encuentran inmersos. Aspecto reforzado por su reciente relación u origen con un mundo idealizado, desconocido y marcado por su sacralidad ancestral.

Posteriormente, los denominados niños/as o escolares se encuentran en un proceso de socialización incipiente y progresivo que les permite el abandonar paulatinamente la familia como agente único, para diversificar esa labor a otras instituciones (escuela, doctrina religiosa o el propio grupo de iguales). En cuanto a las relaciones sociales, sobre todo entre iguales, se van incrementando a medida que la dependencia familiar se reduce y les posibilita, el intuir las reglas de juego de la vida comunitaria.

Las diversiones con otros niños/as (Ver: Danzas infantiles, Juegos tradicionales infantiles, / Cuestación tradicional) pasan por la imitación de las actividades cotidianas de los adultos, la evolución desde los juegos no reglados a los normativizados o de los juegos individualizados a los grupales estructurados. Sus papeles festivos tienen asignados espacios y contextos acordes con los agentes y centros de socialización. Es decir, en diversas festividades anuales (Navidad, Semana Santa, Pascua de Resurrección, Primavera, etc.) van a visitar las casas y van a aprovechar o realzar, con sus atribuidas bendiciones celestiales (como se ha dicho, tradicionalmente se les ha considerado heraldos y nexo de unión con el otro mundo), para recoger los donativos (huevos, pasteles, frutos, dinero, etc.) con los que suelen ser obsequiados. Pero, en su papel comunitario, son sujetos activos de una serie amplia de festejos propios, son capaces de compartir protagonismo con otras categorías de edad y no hay duda, que ante el posible abandono o el deterioro festivo, van adaptando las celebraciones a sus características o posibilidades.

Además, frecuentan la escuela, donde asumen la autoridad y el orden de los adultos, e internalizan las dificultades y ventajas de pertenecer al grupo de iguales. En su búsqueda de modelos a imitar, suelen tomar por referencia o modelo a los jóvenes y en el ámbito productivo o socioeconómicas, ayudan en determinadas labores domésticas o comunitarias. No acostumbran a asociarse en grupos de iguales, salvo bajo el paraguas de la escuela o la iglesia, pero nunca de una forma muy estable o estructurada y aunque tienden a presentar jefes infantiles, suele ser de forma esporádica o imitativa.

En la etapa juvenil, (Ver: Mocerío, Zaragi edo plaza mutilak) la conciencia social esta muy acentuada, acrecentándose la participación activa en grupos y la lealtad o unidad grupal. Las características de estos grupos juveniles de amistad son variables en el número y en las categorías físicas y sociales de sus componentes, la duración puede ser de relativa permanencia, sus interrelaciones personales sedentarias son frecuentes, y su finalidad se concreta en diversas funciones manifiestas (diversión, amistad, cooperación, ....) y latentes (socialización informal). Este proceso de socialización, puede venir por la internalización de los valores e ideales del mismo grupo de pertenencia o por la adquisición de los de otro grupo de referencia. Consistiendo en un proceso por medio del cual, el individuo internaliza valores socio-culturales de su entorno y que a su vez, adaptan o configuran la propia personalidad a las necesidades colectivas, culturales y del hábitat. Así mismo, todo proceso de socialización necesita de un conjunto de medios para procurar la adaptación e identificación social de los componentes a las pautas, normas y valores de la propia sociedad, que están regulados y supervisados por un férreo control social.

Como acabamos de indicar, la juventud se encuentra inmersa en un intenso periodo de socialización que a su vez, se manifiesta en la colectividad con un carácter dual. Ya que por un lado, se les carga y otorga una participación activa y una serie de responsabilidades crecientes y por otro, se les mantiene cierto grado de inmadurez a través de permitirles algunos privilegios o licencias juveniles (bromas, robos, peleas, etc.). Colectivo que paulatinamente, van abandonando los ámbitos propios de la niñez (desde la misma adolescencia) y se van enfocando a la vida adulta (mediante el matrimonio, la vida independiente o el celibato). Para ello, tienden a agruparse en torno a los grupos de edad o asociaciones juveniles, estableciendo sus peculiares organizaciones y realizando distintas funciones (labores vecinales, religiosas, festivas, control social o de interrelación, dentro y fuera de la comunidad).

Mediante el citado proceso progresivo de integración en la vida social, los jóvenes de la colectividad se van insertando en un mundo de responsabilidades sociales que les es propio a los adultos, escalafón clave de la sociedad tradicional. Pero si eran importantes las elecciones de destino monacal o sacerdotal, a los nuevos matrimonios o recién casados se les consideraba como el medio potencial esencial para la perpetuación de la propia comunidad, en cuanto a matrimonios fértiles y regeneración poblacional.

Su relación cercana con los jóvenes era patente y por todo ello, los componentes de los nuevos matrimonios, en las sociedades tradicionales, solían ser erigidos en jefes de juventud conservando las mismas obligaciones y privilegios de dicha categoría de edad o incluso, las mismas prerrogativas funcionales en el calendario festivo y ritual.

Aunque de modo paralelo, la pareja en el ámbito social y productivo tenían que asumir crecientes funciones en los diversos ámbitos propios de una unidad básica convivencial. Además, en el ámbito de las sociedades tradicionales, el protocolo fijado en aras de la fructificación de dichas relaciones de noviazgo y matrimonio ha sido siempre muy supervisado por el conjunto de la colectividad o muy rígido en sus formas.

El nacimiento del primer hijo o hija daba por finalizada la etapa de juventud y se entraba de lleno, en el mundo de la responsabilidad social de los adultos. Verdadero motor comunitario y detentador principal del control económico y social. Contexto donde la separación funcional de género es patente y básica; de esa manera el papel femenino se ceñía al amplio ámbito de lo privado o doméstico (obligaciones familiares, labores de carácter doméstico, rituales y religiosos, cuidado y educación, etc.) y en contrapartida, el papel masculino se circunscribía al campo de las relaciones comunitarias e intercomunitarias (interacciones sociales de todo tipo, actos religiosos comunitarios, profesionales o gremiales, territoriales, etc.).

Además, esta categoría de edad se erigen en detentadores, garantes y contribuyentes del patrimonio económico de la tradicional familia extensa. Se encargan de mantener y potenciar en las diversas instituciones sociales (hogar, municipio o comarca, colectividad, iglesia, etc.), una serie de directrices rectoras y filosofías (económico, productivo, político, religioso, moral y ético, etc.) que obligan a toda la colectividad y que se amoldan a los contextos históricos o a las visiones generacionales de cada momento.

Dicha fuerza motora y conceptual, se ve reflejada en los ceremoniales, rituales y festejos que les son propios. Así, en lo referente a las interacciones sociales las ferias y mercados son los lugares adecuados para el intercambio de excedentes, ideas y noticias e incluso, originaban tratos matrimoniales. Las fiestas patronales y romerías se convertían en centros de devoción religiosa, comunión colectiva de lo espiritual y lo profano, intercambio de favores mutuos, reflejo del espectro del poder o lugar de encuentro lúdico. El espacio productivo se estructuraba en cuanto a los conocimientos gremiales o profesionales, las prerrogativas y tabus o secretos específicos de cada especialidad y en la costumbre consuetudinaria de las ayudas mutuas. También, se les atribuye el delimitar y conservar las demarcaciones territoriales, potenciar o propiciar las relaciones de rivalidad o buena vecindad o incluso, establecer los modelos de relación (endógena o exógena) ante los futuros matrimonios. En conclusión, su peso específico en la comunidad es importante o crucial, pero también se debemos subrayar que en las sociedades tradicionales los espacios no eran estancos y no existía una delimitación clara y precisa de las diversas funciones o instituciones (públicas o privadas, profano-cívicas o religiosas, etc.) que conformaban una colectividad.

La siguiente categoría se refiere a los viudos y viudas, personas que tras la muerte de su cónyuge se veían sometidas a una serie de preceptos establecidos por la propia comunidad cara a la autorregulación de las posibles relaciones intersexuales o matrimoniales. De este modo, se fomentaba la monogamia social, en las diversas comunidades se tendía a un sistema endogámico o exogámico y acostumbraban a sancionar las consideradas relaciones prohibidas o las bodas irregulares (en segundas nupcias, las diferencias de edad o estatus social, frente a los noviazgos o matrimonios interlocales, la tendencia al desliz o los amores prohibidos, etc.). Dichos comportamientos, se consideraban como desviaciones de la norma colectiva y eran denunciados, sancionados o sometidos al control social mediante diversas costumbres (cencerradas, parodias teatralizadas, recorridos burlescos, diálogos o pregones públicos, pedradas o palizas, lenguajes simbólicos, etc.). Mientras de forma activa se propicia la monogamia, las citadas tendencias locales endogámicas o exogámicas, las relaciones o matrimonios consentidos por la colectividad y fuertemente sometidos a rígidas normas consuetudinarias.

Con el declive físico, psíquico, sexual y laboral de la persona se entra en el mundo de los ancianos.

Colectivo que en la sociedad tradicional se les atribuía el nivel más alto de conocimiento o sabiduría, eran los detentadores del control social y como no, los garantes de las costumbres y tradiciones colectivas. Es decir, en ellos se concentraba la experiencia y la autoridad o juicio ecuánime que los años confieren.

Su papel doméstico se encaminaba a instruir o socializar a los miembros más pequeños en contemplar y mantener las costumbres o normas consuetudinarias. De igual modo, en los diversos ámbitos de la colectividad, se encargaban de controlar y aplicar sanción ante cualquier posible desviación social. Y el paulatino abandono de la vida laboral activa, les permitía la tutela ética y moral de los jóvenes, ocuparse o imbuirse de lleno en el campo del pensamiento colectivo o religioso, y ocuparse de la observación contemplativa de las regularidades observadas en la relación de la comunidad con el medio físico y cósmico que le rodea.

En las culturas tradicionales se consideraba que la vida no terminaba con el hecho social de la muerte, sino que continuaba con la vida de ultratumba o del "más allá". Es decir, los difuntos, ancestros o antepasados han tenido su espacio en las comunidades tradicionales y como tal, se les ha tenido en cuenta a lo largo del ciclo festivo (festividad de Todos los Santos o las propias fiestas patronales) o en el devenir de la vida cotidiana.

Todas las culturas presentan una atención especial a sus difuntos (culto a los muertos) y curiosamente, a la vez que se les teme por su relación con mundos subterráneos o de ultratumba (animas, apariciones, almas errantes, etc.) también se les ha considerado como miembros celestes propensos a proteger o interceder por los suyos desde su situación de privilegio. En contrapartida, se les cuidaba y mimaba con ofrendas de luz y alimentos o celebraciones rituales necesarios para poder proseguir su viaje en la "otra vida". Dualidad propia de las almas de los difuntos que ha propiciado, un conjunto de rituales concretos y establecidos a tener en cuenta a la hora de la muerte de cualquier miembro de la colectividad.

1VAN GENNEP, Arnold. "Los ritos de paso".

2VARAGNAC, André. "La civilisation traditionnelle et la notion géographique e genre de vie".