La alfarería popular ha tenido, por encima de todos los inconvenientes, un principal, lógico e invencible enemigo de su supervivencia: el sustancial cambio que se ha operado en nuestra sociedad. El pueblo aquel para el que trabajaba el alfarero y al que él mismo pertenecía, ya no existe. Aquella sociedad pastoril, agrícola, artesanalmente industrial, cuyos orígenes se pierden muy lejos, se ha transformado profundamente. Hoy, esta sociedad está inmersa en una nueva revolución cultural, donde la presencia de esos humildes y entrañables cacharros de barro se ha vuelto inútil. Pero quizá ésta no sea ya, exactamente, la categoría de estas vasijas. Lo considerado como inútil, aún está indicando que convive en el mismo entorno cotidiano que lo no considerado como tal, y hoy se han cumplido ya unos cuantos años desde que éstas fueron arrinconadas, los suficientes para que esa categoría se haya gastado, para que podamos acercarnos a ellas con una visión absolutamente diferente, por encima de esas categorías. Hoy este acercamiento está impulsado por una nueva sensibilidad, por una consideración estética diferente, por un fuerte deseo de encontrar, como en otras manifestaciones de nuestro pueblo, una pequeña ayuda, para conocerlo mejor. Vamos a tratar por separado la alfarería de Lapurdi y Navarra y la de Álava, Guipúzcoa y Bizkaia, por reunir la de éstas tres últimas, notas comunes que permiten su tratamiento conjunto. Nos referimos a aquellas piezas que han llegado hasta nosotros y que eran de uso común en todas partes, poco antes de la guerra.