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Baile Agarrado - Agarrao

Está más que claro que el baile es una de las formas de expresión más importantes del ser humano desde que nuestra especie empezó su existencia. También lo es, sin embargo, que elementos que hoy consideramos como cotidianos y por tanto naturales no han tenido esa misma consideración a través de la Historia.

Vivimos en una época en la que lo habitual es el baile individual ejecutado sin ninguna regla, y después de la llamada revolución sexual del siglo XX, poco escándalo podemos ver en el baile en pareja cuando en muchas salas de baile y en buena parte de los videoclips musicales es habitual ver a bailarinas y bailarines que ejercen profesionalmente como reclamo con movimientos rotundamente sexys, impensables sin duda apenas cincuenta años atrás.

Con todo, bailar en pareja en nuestra sociedad sigue siendo algo cotidiano: un momento de intimidad e independencia, de búsqueda de la sintonía entre dos cuerpos que sin duda puede ayudar a establecer una relación, a mantenerla y fortalecerla, pero que también sin duda puede quedarse sólo en eso, en el mero placer del baile. Sin embargo, en determinados momentos del pasado, de los que desde luego Vasconia estuvo muy lejos de estar alejada, el baile fue escenario de verdaderas batallas morales, sociales y políticas. Como un sacerdote tan conocido por su intensa actividad euskalzale como José María Satrústegui escribía en 1981 (p. 123) "es la historia de profundas tensiones que han turbado las conciencias hasta la segunda mitad de nuestro siglo".

La Iglesia, en efecto, vio prácticamente desde sus inicios el baile como escenario de inmoralidad. Por lo que se refiere a Vasconia, en efecto, las primeras descripciones sobre danza aparecen en el siglo XVII gracias a los procesos sobre brujería. En ellos llegan a describirse versiones verdaderamente orgiásticas que tienen muy probablemente mucho de fantástico, pero también descripciones de evoluciones de baile que han llegado hasta nuestros días, como las culadas. El más insigne representante de esta línea, el cazador de brujas Pierre de Lancre, puso su empeño en satanizar las danzas vascas frente a las según él mucho más honestas danzas de corte francesas (Sánchez Ekiza 2005).

Esta tendencia se agudizó de forma verdaderamente asfixiante en el siglo XVIII, en la que abundaron las prohibiciones y limitaciones que tanto el poder eclesiástico como el civil hicieron sobre las danzas vascas en su conjunto, afectando incluso a las de hombres solos (Bidador 2005, Sánchez Ekiza 1999). En este contexto, personalidades como el padre Larramendi (1882) y sobre todo Juan Ignacio de Iztueta (1824), se empeñaron en dar la vuelta a esta tendencia, ensalzando la honestidad esencial de la danza vasca frente a las indecorosas danzas extranjeras, y especialmente las que estaban llegando a Vasconia a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, como la contradanza y el vals (Sánchez Ekiza 1997).

Y es que esos momentos de intimidad e independencia en pareja, de búsqueda de la sintonía entre dos cuerpos que sin duda puede ayudar a establecer una relación, a mantenerla y fortalecerla, se posibilitaron por primera vez ya entrado el siglo XIX con danzas como el vals, la polca, la mazurca, el chotis o la habanera que, siendo de pareja como su antecesora la contradanza, a diferencia de ésta no exigían coreografías de grupo, sino que garantizaban la independencia absoluta de la pareja. Anteriormente, en efecto, el contacto físico era mucho más limitado, como lo demuestra el hecho de que lo que se consideraba más inmoral y pecaminoso era el contacto de las manos sin pañuelo en la soka-dantza, o los golpes y contactos más o menos furtivos, probablemente mucho más violentos que cariñosos que se originaban al final de la misma.

La popularidad de estos bailes en Vasconia está fuera de toda duda. Un par de citas del crítico de arte Pedro de Madrazo, perteneciente a la famosa familia de pintores de la época, publicadas en 1886 son muy esclarecedoras (cit. en Villafranca Belzunegui 1999:393-4):

"Con las jotas y fandangos peninsulares, las contradanzas inglesas y los interminables rigodones franceses, han recibido los provincianos y navarros, como de sorpresa, los bailes vertiginosos, las polkas, los galops, los schottisch y todo género de bailes aglutinantes afrenta de la verdadera cultura social [...] ¡Ah! Los desprevenidos vascos, los inventores del honesto y decoroso zortzico, del noble aurresku y de la varonil espatadantza, han tomado aquellos inmundos bailes como moneda de buena ley, y hoy se ceban en ellos solo porque los han visto aceptados por gente de la corte, sin advertir por qué gente! ¡Quiera el cielo que se curen de la funesta manía de remedar en todo las modas de este pandemonium de Madrid!"

Por ejemplo, el repertorio del gran gaitero Julián Romano (1831-1899), publicado por Tomás Díaz Peñalba (1989), está constituido casi a partes iguales por rigodones, valses, mazurcas, schotis, polkas, rigodones en 2/4, habaneras, jotas y sonatas. Algo parecido, aunque en menor medida, puede decirse del repertorio mejor conocido, el de los txistularis, en los que abundaban especialmente valses y habaneras (Sánchez Ekiza 2005:153-4).

De entre todas estas danzas, en efecto, fue probablemente el vals la más difundida en Vasconia, hasta el punto de que el término valseo ha sido utilizado como sinónimo de agarrao . Claro está que en vascuence baltsatu significa por un lado "mezclarse, confundirse" y por otro "enlodarse, embarrarse", dos significaciones muy apropiadas al caso.

Con todo, fue el desarrollo del movimiento vasquista, tanto cultural como político, el que convirtió en esencial la diferencia entre el baile suelto y honesto vasco frente al español baile agarrao. Difícil es expresarlo mejor que en las palabras del propio Sabino Arana (1895:267):

"Ved un baile bizkaino presidido por las autoridades eclesiástica y civil, y sentiréis regocijarse el ánimo al son del txistu, la alboka o la dulzaina y al ver unidos en admirable consorcio el más sencillo candor y la más loca alegría; presenciad un baile español, y si no os causa náuseas el liviano, asqueroso y cínico abrazo de los dos sexos queda acreditada la robustez de vuestro estómago".

Esta diferenciación, como puede apreciarse, alcanza también a los distintos instrumentos: el acordeón, por ejemplo, no se considerará un instrumento vasco no sólo por su reciente llegada al País, sino porque se le vincula al baile agarrao, y por ello, por ejemplo, estará ausente de los concursos musicales de los Juegos Florales, en los que al imprescindible txistu se unieron en ocasiones la gaita y la alboka. Desde las páginas de la revista Txistulari, órgano de la Asociación de Txistularis creada en 1927, y en cuya revista las danzas al agarrao, por supuesto, no tenían cabida, se exhortaba a los txistularis a que "no toquen con el txistu "tangos", "abaneras" [sic], "fostrotes" y otras cosas así, que eso ni es de txistularis, ni de cristianos, ni de vascos". (Txistulari, nº 5 [1928], p. 15).

Está claro que en el ambiente de la posguerra esta identidad cristiana sirvió para que determinadas personalidades de la cultura vasca y determinados -muy determinados- exponentes de su cultura tradicional pudieran tener un espacio en la vida cultural incluso cotidiana del nacional-catolicismo español. En la segunda mitad del sigo XX, sin embargo, una serie veloz de cambios sociales, políticos y económicos se dieron a la par con un cambio de iconología musical de velocidad sorprendentemente rápida (Sánchez Ekiza en prensa y 2009), que pasó de largo este repertorio de bailes para adoptar los ritmos de influencia anglosajona, bailados normalmente de forma individual, predominantes también en el resto del mundo occidental.

Al igual que ha sucedido en otros muchos lugares, las danzas al agarrao que unos años antes se consideraban internacionales, foráneas y aculturadoras se han convertido en otra reliquia más o menos patrimonial del pasado, digna de ser recuperada y puesta al día. Sus virtudes como danza mixta, de la que tradicionalmente los grupos vascos han estado escasos, y la nula importancia de los antaño fuertemente etnicitarios aspectos morales han contribuido a su dignificación en Vasconia. El proceso comenzó hacia 1967 ó 1968 con la recuperación de las kontra-iantzak que tuvo lugar en Valcarlos, en una Baja Navarra en la que, como ocurrió en buena parte de Iparralde, las danzas que comentábamos fueron la normalidad absoluta hasta la II guerra mundial. Miguel Ángel Sagaseta (1977:131) , con todo, refiere a que en la época en que escribió su libro persistía la costumbre de que los bolantes se colocaran para bailar las contradanzas una blusa negra por encima, para dejar de manifiesto que es "un baile semi-extranjero, y dejar bien claro que los Jauzis y las contradanzas son cosas muy distintas." A día de hoy, además, es innegable la importancia de este repertorio de valses, polcas, mazurcas, habaneras, chotis e incluso algún que otro pasodoble en la música que interpretan, por ejemplo, gaiteros o trikitilaris.

Si en la actualidad, por tanto, nadie vería en estas danzas al agarrao un elemento de identidad vasca, es imposible no reconocer su importancia histórica en el País, tanto por su práctica, como, sobre todo, como fuente de conflicto social, identitario y político.