Se denomina franquismo a la dictadura dirigida por el militar español Francisco Franco Bahamonde entre 1936 y 1975. Su inicio se entronca en el golpe de estado que parte de la cúpula del ejército dirige contra la II República el 18 de julio de 1936 con el fin de detener las reformas sociales, económicas, políticas y culturales que estaban en marcha en ese momento. En ese mismo año, el 1 de octubre, los militares golpistas eligieron a Franco como su máximo dirigente, Generalísimo. La estructura del régimen, que empieza a construirse y fortalecerse desde ese momento, se mantuvo, si bien con ciertos cambios, tras el final de la guerra en abril de 1939 hasta la muerte del dictador, en 1975, siendo evidentes ciertas continuidades en parte de los aparatos del estado en los años posteriores.
Esta dictadura debe entenderse en el contexto de los regímenes fascistas europeos, no sólo por el apoyo dado por Italia y Alemania durante la guerra, sino también por las características y comportamientos políticos compartidos con ellos. Ahora bien, tras el final de la II Guerra Mundial el régimen franquista experimentó algunos cambios, más en el plano discursivo que en el estructural, para asegurarse su supervivencia en el marco de la guerra fría. En esta línea, de haberse presentado como enemigo de la democracia y el sufragio pasó a autodenominarse "enemigo y vencedor del comunismo", siendo buena prueba de ello el acuerdo logrado con EE.UU. en 1953.
La represión fue el fundamento principal del régimen, especialmente durante la guerra y la posguerra. En total fueron asesinadas en torno a 150.000 personas en todo el estado, de ellas unas 100.000 durante la guerra, y el resto en la posguerra. El número de personas encarceladas, además, alcanzó el máximo del siglo en 1940, llegado a 280.000, cifra a la que hay que añadir los 90.000 prisioneros englobados en los Batallones de Trabajadores y los miles de prisioneros encerrados en campos de concentración. En total, unas 400.000 personas estuvieron en cautividad tras terminar la guerra, y otras tantas tuvieron que marchar al exilio.
Esto no quiere decir, de todos modos, que el nuevo dictador gobernara únicamente gracias a la represión, ya que fue capaz de poner en funcionamiento instituciones sólidas, hechas a su medida, y también de realizar cambios en la política económica a lo largo del tiempo. Como se verá a continuación, además del miedo, también construyó nuevos consensos compartidos con sus aliados políticos y sociales, en Euskal Herria fundamentalmente con la burguesía industrial y con buena parte de los propietarios agrarios.
Para organizar esos apoyos políticos, y al mismo tiempo controlarlos, el nuevo y único partido político creado en 1937, FET y de las JONS, fue una herramienta muy efectiva. En él fueron integradas las diferentes familias políticas, carlistas, falangistas o derechistas monárquicos, en un equilibrio inestable que fue controlado y manejado en su propio favor por el propio dictador. Entre estos, los carlistas tenían especial fuerza en Euskal Herria, algo que tuvo especial relevancia de cara al control de Álava y Navarra por parte de los alzados en julio de 1936. En correspondencia, esta fuerza política tuvo una destacada presencia en las instituciones locales y provinciales, si bien con el tiempo algunos sectores del carlismo se fueron distanciando del régimen.
Además del partido único, otra serie de instituciones formaron también los cimientos del nuevo régimen: las cortes, las diputaciones y los ayuntamientos, todos ellos bajo control directo del dictador, merced al sistema establecido para su elección, la llamada "democracia orgánica". Junto a ellos, el ejército llegó a consolidarse como "columana vertebral" del estado, no sólo como garante del orden establecido, sino también como de cara a labores de gestión, ya que en los primeros años fueron numerosos los militares que dirigieron carteras ministeriales. Todas estas instituciones, además, tuvieron el apoyo de otra no estrictamente estatal, pero muy ligada al régimen, la iglesia, ya que la política del "nacional-catolicismo" extendió su influencia a toda la vida social. Al fin y al cabo, esa fue la manera que tuvo Franco de premiar la ayuda recibida desde el principio de la guerra y su denominación como "cruzada".
Conforme pasaron los años, se dieron también cambios significativos en diversos aspectos. La década de los cuarenta fue espacialmente dura, con una represión muy intensa y un estancamiento económico que llevó consigo un aumento del hambre y la pobreza. Hasta la década de los cincuenta no se superó el PIB per cápita anterior a la guerra, con muy tenues medidas de cara a liberalizar la actividad económica. La década del desarrollo, en cualquier caso, fue la de los sesenta, en la que las economías vasca y española se vieron favorecidas por el rápido crecimiento que se estaba dando en toda Europa, fortaleciendo el proceso de industrialización en algunas zonas, como Bizkaia y Gipuzkoa, o dando inicio a ese mismo proceso en otras mucho más agrícolas, como era el caso de Álava o Navarra. En los últimos años, de todos modos, los conflictos se intensificaron, con un fortalecimiento de la oposición política y sindical, con nuevas iniciativas culturales y con la crisis que empezaba a azotar a las economías capitalistas desarrolladas, factores todos ellos que imposibilitaron la pervivencia del régimen una vez muerto el dictador.