Peintres

Royo Jiménez, Mariano

Pintor y promotor cultural nacido en San Sebastián en 1949, pero residente en Pamplona desde los quince años. Murió en Pamplona el 10 de diciembre de 1985.

Estudió en la Escuela de Artes y Oficios. Expuso por primera vez en el Museo de Navarra (1968) junto con Pedro Salaberri, Luis Garrido y Alicia Osés. Tuvo unos primeros años difíciles, desempeñando diversos oficios como ayudante de chapista, trapero, etc... Conoció en la Escuela de Artes y Oficios a pintores de su generación como Azqueta, Salaberri, Javier Morrás, Osés, Joaquín Resano y Juan José Aquerreta, que formaban la "Escuela de Pamplona" según denominación del crítico Moreno Galván. De allí pasó a la Academia de San Fernando de Madrid, pero muy pronto la abandonó. Fue un artista fundamentalmente autodidacta.

Realizó un gran trabajo como profesor en el campo de las artes plásticas, ejerciendo en el Instituto Irabia de 1968 a 1977, en el Taller de Artes Visuales de los hermanos Morrás, y en su propia academia artística situada en la calle San Antón de Pamplona. Impulsó con Manterola y Salaverri la idea del Instituto Navarro de Arte Contemporáneo y trabajó para la creación de los primeros Festivales de Navarra, organizando el área de plástica del de 1983. Fomentó el Premio Internacional de Pintura ganando un accésit del mismo en 1984. Se encargó de la dirección de la Sala de Cultura de la CAN en Burlada durante un año y tuvo especial inquietud por las actividades culturales de la ciudad, como las crónicas de Juventud o las muestras de Artesanos.

En su obra se pueden distinguir tres etapas fundamentales:

1.- Figurativa: Denuncia de la realidad y atención a la expresión urbana de Pamplona. Es aquí donde se expresa el impacto entre la novedad incipiente y la tradición en vías de desintegración. Se trata de una pintura estática que algunos llamarán realismo mágico, formas que emplean grandes masas y colores planos, dulces y neutros. El uso de pintura acrílica aplicada en tabla o lienzo se convertirá en un sistema muy personal.

2.- En 1973 se aleja de las bases establecidas por la "Escuela de Pamplona" para marcar pautas más individuales. Continúa interesado en los efectos nocivos que cierto tecnicismo y la contaminación de la Naturaleza provocan en el hombre, pero cierto intimismo se plasma en su obra sin renunciar a una simbología mágica. Se vale de objetos cotidianos dispuestos de maneras peculiares, especialmente de mal gusto. Emplea distintas gamas de colores intensos para reflejar sus estados de ánimo.

3.- A partir de 1976 su intimismo avanza hacia un terreno surrealista, maravilloso, caracterizado por el uso de colores suaves y vivaces, que, mediante una luz intemporal, introducen la perspectiva que remarcará lo fantástico. Este tipo de pintura se combina con otra más vibrante, de tonos fuertes (rojos y negros) que provocan choques violentos. Los cuadros de esta última tendencia son una contraposición de hechos y símbolos para la creación de una situación compleja, distinta de la delicada atmósfera cromática que otras obras del mismo tiempo presentan.

Mariano Royo fue un pintor expresionista y muy vital. Un claro ejemplo de este rasgo es el cromatismo, medio principal de expresar su más hondo interior. Además de dedicarse a la pintura reflejó sus vivencias a través del cartelismo publicitario y el mural (murales de ingreso al Hospital de Navarra). Del mismo modo, se preocupó por la poesía y el cine, rodando un cortometraje sobre él Poblado de Santa Lucía que obtuvo el primer premio del Certamen Internacional de Cine Documental, Sección de Cine Vasco, de 1978. Realizó numerosas exposiciones, siendo seleccionado para ir a Praga con la muestra "Euskadi Margolaritzan 1977". En 1980 y 1982 expuso de manera individual en Nueva York. Su obra se conserva en el Ayuntamiento de Pamplona, el Gobierno y Parlamento de Navarra, las Cajas de Ahorros Municipal de Pamplona y de Navarra, y colecciones privadas. En 1985 se celebró en la Ciudadela de Pamplona una exposición que recogía su trabajo de los dos últimos años. Sobre dicha exposición escribía el crítico Carlos Catalán en El Diario Vasco, el 11 de diciembre de 1985:

"Toda la fuerza, el magnetismo y la poesía de Mariano Royo están encerrados en estas telas; ellas hablan mejor que cualquier crónica de sus estados de ánimo cambiantes, de su humano flaquear, que las vicisitudes del tratamiento determinaban. Estos cuadros son jirones de piel, pedazos de alma estructurados y reinventados con inspiración genial, en un intento de defenderse contra la angustiosa percepción de su finitud. Sin embargo, se nos ha ido sereno y con las manos llenas, con una escuela esbozada pero pujante ya que a buen seguro ha de dar frutos espléndidos al arte vasco".