Mendilerroa

SIERRA Y TÚNEL DE SAN ADRIÁN

Importante paso que los peregrinos de Santiago siguiendo la Ruta Compostelana Bayona-Burgos, encontraban al final del valle del Oria. Son de interés los testimonios que nos han dejado los romeros a su paso por este puerto, y en todos se nota la impresión que recibían a la vista de lo grandioso del paisaje. En el valle del Oria, entre Segura y Zegama. Manier vio por primera vez el «gurdiya» tirado por dos bueyes: «Las ruedas al marcharos entretienen por las armonías que emiten a fuerza de no cuidarse de engrasarlas. Silban como cornetas de todas clases...» Cita de Manier. Cartujano, uno de los romeros, nos dirá que se asemejaba el paso del túnel a la boca del infierno. Manier creyó que esta montaña era una de las más altas del mundo. Braun, que lo atravesó en sentido contrario dirá que «...impone el contemplar desde el llano aquellos peñascos y alturas cubiertas siempre de hielos y perpetuas nieves... Pasado el subterráneo se ofrece a la vista una hermosa perspectiva, y hay amenos sitios, donde, si se llevan bien provistas las alforjas, puede cada uno tomarse alegremente su refacción...» Asimismo hay testimonios de la impresión que producía en los peregrinos la soledad del lugar: «Un flamenco fue asesinado allí quince días antes de que pasásemos nosotros», dice un relato del s. XVII [Les voyages de Monsieur de Monconys en Espagne, A Paris, Rev. de Archivos, t. 26, 1919, pág. 22..]. Mme. D. Aulnoy cree también que las cuevas de las inmediaciones son de ordinario albergue de forajidos que hacen peligroso el tránsito. [Un viaje por España en 1679, Madrid s. a. ed. La Nave, pág. 27]. A la entrada del túnel los peregrinos encontraban una casa donde había una capilla de San Adrián y una venta, que en su buena época hizo las veces de hospital. [Ref. J. M. L.: Peregrinaciones a Santiago, Madrid, 1949, t. II, p. 444-447]. Durante los trágicos acontecimientos que perturbaron la vida del país a comienzos del s. XVII y después del Auto de Fe de Logroño de 1610, una mujer de Amezaga, Catalina Fernández de Lecea, se confesó bruja desde hacía 60 años y declaró que el paso de San Adrián era el lugar de akelarre habitual de los brujos y brujas alaveses. Dio diversos nombres de cómplices, entre ellos los de varios sacerdotes, uno de los cuales, el Rvdo. Ruiz de San Román de Ilarduya, dijo que era el rey del akelarre (25 de junio de 1611). El 26 de nov. del mismo año se retractó de la confesión acusando al comisario Ruiz de Eguino de haberla persuadido de todo el relato.