Monarkia eta noblezia

Petri Santxez I.a (1994ko bertsioa)

Rey de Aragón y de Pamplona (1094-1104). Nacido hacia 1068, fue hijo y sucesor de Sancho Ramírez. Antes de ser rey de Aragón (1085) y de Pamplona (1094) se le dio el gobierno de Sobrarbe y Ribagorza, colaborando, a tal efecto, con su padre en la campaña de 1086 contra Zaragoza. Asimismo luchó contra los musulmanes en tierras de Tortosa, Sagrajas, conquistando acto seguido en 1087 Estada y en 1089 Monzón. Tres años más tarde ocupó Cedin, en dirección a Fraga y un año más tarde, en 1093, Almenar. Dos intentos famosos, el de tomar Lérida (1092-93) y el de Huesca precedían a su nombramiento de rey, ya que en el cerco de Huesca, en 1094, moría su padre Sancho V Ramírez.

El difunto rey había dejado de su mujer, la reina Felicia, tres hijos varones, Pedro, Alfonso y Ramiro. Ahora sucedía a su padre en los reinos de Aragón y de Pamplona. El nuevo rey adoptó una postura de amistad hacia el Cid y de fidelidad hacia Alfonso VI a pesar de sus aventuras con los musulmanes y almorávides. Con la muerte del rey es aclamado en el mismo campo de batalla Pedro I en medio de su ejército, señores, nobles y prelados que concurrían a la guerra por su carácter sacro. Si los sitiados abrigaron por un momento esperanzas de un levantamiento del cerco pronto tuvieron que resignarse a un largo sitio de la ciudad. Ya no se trataba de rendir Huesca por asaltos sucesivos sino por asedio, largo y seguro. Al año siguiente, 1095, el asedio continuaba. Huesca era plaza fuerte dotada de dos murallas, una de tierra por afuera, y otra de piedra hacia el interior. Pedro I, antes de apretar definitivamente el cerco, prefirió contar con la amistad del Cid visitándole al efecto en Burriana. Desde la base de Montearagón y el cerro de Pueyo de Sancho se podía completar el cerco hasta poner en trance de rendición a los sitiados. En ese estado de cosas, Mustain de Zaragoza pide ayuda a Castilla en virtud de los compromisos contraídos por Alfonso VI con los musulmanes de Zaragoza y de Huesca. Y a Alfonso VI no se le ocurre otra cosa que el envío de tropas riojanas al mando del conde García Ordóñez de Nájera, que se suman al ejército musulmán. Desde Zaragoza salen los musulmanes y el socorro castellano a mediados de noviembre de 1096. Era tal la masa de guerreros que parecía iba a aplastar, sin esfuerzo, a los montañeses aragoneses y pamploneses. A no mucha distancia, al occidente de Huesca, en un campo llamado Alcoraz, alinea su ejército Pedro I Sánchez. A sus reales ha llevado el cuerpo de San Vitorian para enfervorizar al ejército cristiano. Ambos ejércitos se dan vista. El infante don Alfonso manda la vanguardia aragonesa y pamplonesa, formada por lo más brioso de la juventud: un aguerrido cuerpo de caballería. Y su arremetida fue tan atroz que hizo vacilar al conglomerado enemigo. En otra parte el encuentro de las tropas del conde de Nájera, García Ordóñez, auxiliar de los musulmanes, es todavía más enconado por tratarse de cristianos. El arrogante conde es hecho prisionero. La batalla prosigue en revuelta confusión hasta alcanzar la oscuridad de la noche. Como resultas de la victoria de Alcoraz (18 de noviembre) la ciudad de Huesca se rinde a los aragoneses y pamploneses triunfantes. El acto más solemne fue la restauración de la Catedral y de la silla episcopal de Huesca. El día 25 de noviembre de 1096 entraban las tropas triunfantes en la ciudad.

En la carta de dotación y restauración de la Iglesia de Huesca dice el rey Pedro: «Que esta victoria se ganó, siendo vencido el rey de Zaragoza con una multitud de innumerables sarracenos y falsos cristianos y quedando muertos casi cuarenta mil de ellos».

La cifra de muertos es, sin duda, muy exagerada. Un autor musulmán que vivió entonces -el Tortochi-, evalúa el número de combatientes de cada parte en veinte mil hombres. En otras fuentes musulmanas se supone que murieron en la batalla de Alcoraz unos diez mil sarracenos. De todos modos, la batalla fue muy importante, sin sorpresas ni golpes de mano sino con táctica militar y con gran arrojo. El ejército de Pedro I iba, pues, bien preparado y en poder de una alta moral. El sitio de Huesca había durado dos años y medio. El rey Pedro I se instaló en el palacio real de los musulmanes y desde allí expidió donaciones y nombramientos. Una de las primeras disposiciones fue restaurar la antigua catedral, dedicada hasta entonces a mezquita. El 17 de diciembre, en presencia del rey y señores, de los arzobispos, Berenguel de Tarragona Amato de Burdeos, y los obispos Pedro de Pamplona, Folch de Barcelona, Sancho de Lescar y Pedro de Jaca, se purificó la mezquita con gran solemnidad restaurando en ella el culto cristiano. El rey la dotó de cuanto le había pertenecido y de rentas, heredamientos y señoríos. Fue consagrada la catedral con la advocación de Jesús Nazareno, después de casi cuatro siglos bajo los musulmanes. El obispo de Jaca ocupó la silla de Huesca, sumiéndose en ella la de Jaca.

En 1096 socorre al Cid y a Toledo. Se hallaba el rey dictando órdenes para restablecer la vida de la ciudad y dictando diversas disposiciones cuando le llega una petición urgente de socorro del Cid, que tenía cercada a Valencia. Era una empresa temeraria e increíble la asumida por un personaje mal visto de su rey, echado de su tierra y, al fin y al cabo, un particular que se embarcaba en una empresa como la de apoderarse de Valencia. Pedro I no dudó en cumplir como aliado y a pesar del momento inoportuno en que se le pedía el socorro; apenas un mes más tarde, en enero, se encaminaban ya las fuerzas aragonesas y pamplonesas, cuyo mando había encomendado a su hermano Alfonso. Nada más llegar socorrían Peña Cadiela, al sur de Valencia, y luchaban con los almorávides en la batalla de Bairén, cuando intentaban cortarles el paso a las fuerzas del Cid y a las expedicionarias. La batalla de Bairén fue una gran derrota de los almorávides, mandados por el sobrino del emir Yusuf. El castillo de Bairén era fuerte. Por uno de los lados llegaba hasta el mar, donde había muchos navíos africanos y andaluces que dominaban el camino con tiros de ballesta. Los musulmanes estaban acampados al pie del monte Mondúber, cuyas estribaciones bordean la calzada por occidente. Desde las alturas era fácil hostilizar con eficacia a los expedicionarios. Sin embargo, la batalla se dio, obteniendo el Cid y el ejército de aragoneses y pamploneses una gran victoria. En compensación, el Cid ayudó después a Pedro I a reducir el castillo de Montornés, que se le había sublevado.

Un mes más tarde acudía Pedro I en socorro del tortuoso Alfonso VI, derrotado en Consuegra, que veía amenazada Toledo. El rey Pedro cumplía sus compromisos a pesar de las intervenciones en su contra ayudando a los reyes moros de Zaragoza y Huesca. La intervención armada no tuvo lugar porque los almorávides dejaron la empresa de Toledo y se dirigieron a Levante. Los expedicionarios volvieron a su tierra sin haberse empleado en ninguna acción militar. Acompañaron a Pedro I, el conde de Navarra y los señores de Huarte, Echauri, Salazar, Funes, Arguedas, Ruesta y Uncastillo y varios señores aragoneses. En 1096-1099 tuvo lugar la gran Cruzada a Tierra Santa dirigida por el infante Ramiro de Navarra.

Mientras en la frontera de Huesca se luchaba y se miraba hacia la conquista de Barbastro, en la zona de la Ribera de Navarra se mantenía a Tudela (1098) rodeada de tenencias pamplonesas bien guarnecidas. Estas eran Funes, valle propicio para las invasiones, Falces, Peralta, Arlas, Caparroso, Ujué, Rada y Arguedas. Para fortalecer este círculo defensivo se incrementó la población de Caparroso y Santacara. Pedro I cuidaba también esta frontera con mucha atención. Desde el nuevo puesto militar de Milagro, «el Mirador», de miráculo, según Lacarra, se vigilaba a Tudela. Además, se había edificado otro Pueyo de Sancho fortificado en las proximidades de aquella ciudad. El valle de Funes era a menudo escenario de hechos armados y de vigilancia especial. Desde la Bardena, zona desértica, también se vigilaba desde una torre construida por los vecinos de Marcilla.

La laboriosa expansión de Pedro I encontraba al paso a Barbastro, de difícil defensa para los musulmanes, por la proximidad de las fortalezas cristianas y la lejanía de Fraga y de Lérida para un eventual socorro. Barbastro se había ganado y perdido en tiempos de Sancho Ramírez. Ahora debería tener lugar la recuperación definitiva. Estratégicamente situado estaba Calasanz, pueblo de Ribagorza, que desde que se ganó Monzón cerraba el paso a las huestes cristianas. Pedro I se dirigió a Calasanz, que en ese momento tenía, además de su guarnición normal, a muchos moros llegados de Huesca cuando ésta se rindió a los vencedores. La resistencia fue muy fuerte. Todo un verano costó la toma de la ciudad que fue el día 25 de agosto de 1098, día de San Bartolomé, por cuyo motivo se levantó una iglesia bajo su advocación. Al año siguiente, 1099, el rey fortifica el Pueyo de Barbastro, en las cercanías de la plaza. Barbastro estaba condenada a la rendición y tan seguro de ello se hallaba el monarca que gestiona el traslado de la sede de Roda a Barbastro antes de ser ocupada. Ya en 1100 el rey decide la ocupación de la plaza, juntando todas las fuerzas establecidas en las cercanías. Había cortado el suministro de víveres a la ciudad para rendirla de hambre. Para evitar lo que era inevitable, acudió desde Zaragoza un ejército de socorro, pero fue derrotado. Barbastro cayó por fin en poder de pamploneses y aragoneses. Lo primero que hizo el rey fue restituir los honores de sede episcopal de que había gozado en tiempo de Sancho Ramírez, poniendo como obispo a Poncio, que lo era de Roda. Ahora la labor más apremiante era fortificar ambas riberas del Cinca frente al poder musulmán de Lérida.

Don Pedro I Sánchez, rey de Pamplona, confirma en 1101 la donación otorgada por Sancho el Mayor en 1014 del Monasterio de San Sebastián y su villa o pardina al Monasterio de Leire. Al confirmar se hace eco del documento original sin la interpolación falsaria relativa a las iglesias de Santa María y de San Vicente y a la supuesta villa de Izurun, convertida ahora en una casa de labranza con sus términos y posesiones, tierras y árboles. Esta confirmación deja ver que la cuenca del Urumea quedaba dentro de los límites del nuevo Reino de Pamplona de Pedro I Sánchez. La salida al mar coincidía con los pueblos propios de la vieja tribu vascona de los romanos. Por un pleito acaecido en Estella en 1104 sabemos que Pedro I Sánchez intervino en el mismo componiéndolo a satisfacción de las partes, el Monasterio de Iratxe y una señora llamada Urraca con motivo de unas donaciones. Y en ese documento dado en diciembre de la era 1142 (Año 1104), «residiendo personalmente el rey don Pedro en Estella», se menciona al obispo don Pedro en Pamplona, conde don Sancho en Erro, y Galindo Velázquez, Mayordomo del rey. El rey murió el 28 de septiembre de 1104 como se especifica en el calendario de Leire que dice que «a cuatro de las calendas de octubre murió el rey don Pedro en la era 1142». Hay discrepancia del mes según ése y otros testimonios. El tumbo negro de Santiago precisa que fue el 28 de septiembre. Sea lo que fuere, murió sin sucesión, siendo enterrado en San Juan de la Peña. La muerte sin sucesión ofrecía una doble vertiente. Se incurría en una minoría de edad en el caso de un nuevo rey por sucesión de padre a hijo y se evitaba en el caso de sucederle su hermano Alfonso como así aconteció.

Bernardo ESTORNÉS LASA