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Pasai Donibane

Como es lógico, los barrios de mayor interés desde el punto de vista histórico-artístico son Donibane y San Pedro.

En Donibane se distribuyen interesantes ejemplares de arquitectura residencial culta y popular desde el siglo XVI.

Entre ellos destaca la casa Platain, en el barrio pesquero de Bizkaia. Se trata de una construcción mixta de ladrillo y piedra, de tres plantas, levantada en el siglo XVI aunque reformada en el XVIII. Luce un escudo de cueros retorcidos en la fachada y amplio alero de madera tallada; en la planta superior corre una galería abierta.

Contigua a ésta, otra vivienda con fachada de sillería, del XVIII. Y en los nº 20 y 22 sendas casas reformadas en época reciente, pero que conservan algunos elementos tradicionales.

Al otro lado, en la plaza anexa, se levanta la chimenea de ladrillo que perteneció a la Real Fábrica de Porcelanas de Pasaia, activa entre 1851 y 1915. Parte de cuya sede radicaba en el cercano palacio Arizabalo, edificio barroco de cuatro alturas, que luce grandes sillares en esquinas, impostas y recercos, y un escudo en la fachada. En su trasera abre tres galerías hacia el muelle. Además de vivienda noble y de formar parte de la fábrica de porcelanas, se dedicó a colegio, acogió una sociedad de comercio marítimo y hoy en día aloja la Casa Consistorial.

En el nº 29 de esta calle Donibane, se sitúa una casa señorial aparejada en sillería y con los ángulos almohadillados, que tiene acceso y ventanas con molduras de orejas. Dispone de acceso directo al mar y su hechura nos sitúa en el siglo XVII.

Otras construcciones interesantes son la del nº 36, construida en desnivel, o la del nº 45, levantada sobre pasadizo. También las viviendas de los nº 49, 53 y 54 -a pesar de estar muy remozada-. La del nº 61, casa Miranda es más noble. Abierta hacia la plazuela, tiene tres alturas con fachada de sillería, donde destaca el acceso flanqueado por dos columnas y los escudos que las rematan -de San Millán de Zizurkil y de los Villaviciosa-. Presenta vanos adintelados y alero lígneo de canes avolutados. Será renacentista, del XVI.

En el nº 63 se sitúa casa Gaviria, del siglo XVII y que alojó a Víctor Hugo en el verano de 1843. Se trata de una construcción tradicional, con acceso a la bahía que actualmente acoge la Oficina de Turismo. Su parte trasera forma un pasadizo sobre la calle, en arco escarzano por un lado y adintelado por el otro, con una hornacina para un Crucificado.

Cerca del humilladero se encuentra el palacio Villaviciosa -familia vinculada a la navegación, el comercio, la piratería e incluso el clero-. Es una construcción señorial de fines del XVI, de planta rectangular y dos cuerpos, uno alineado con el trazado de la calle y el otro retranqueado, donde arranca una escalera que llega al primer piso. Es de sillería, enmarcando una fina cornisa moldurada cada uno de los pisos y sus vanos, adintelados. Tiene un acceso de medio punto y otro adintelado, ambos fileteados. Y una placa homenaje al marqués de Lafayette, en recuerdo de su paso por Pasaia antes de embarcarse para defender la independencia norteamericana.

La casa Munoa o Cámara, aunque bastante intervenida, es también un edificio señorial, barroco del XVII, con fachada entre espolones y regio escudo.

Y al lado la casa Carpin, de piedra y entramado de madera, bajo la que se abre también un pasadizo, Txulotxo, que da continuidad a la calle.

Son interesantes la casa del nº 93, que ocupa una amplia parcela, con el bajo de sillería y espolones; la del nº 95, más ilustre, de sillería y con placas de orejas recortadas alrededor de los vanos, mientras el último piso es de ladrillo con un escudo; y la del nº 96, construcción mixta de ladrillo y madera, que luce escudo de Arizmendi en el frontis.

Las de los nº 106 y 108 son un bello ejemplo de arquitectura popular, con amplios balcones volados sobre potentes pies derechos horquillados y levantadas sobre arquería formando un pasaje.

Y superado este recorrido, se llega al espacio de mayor amplitud de Donibane: la plaza de Santiago. Está delimitada por el muelle y las casas marineras tradicionales, altas, estrechas y profundas que exhiben bellas balconadas corridas de madera. Entre éstas destaca la del nº 120, con acceso moldurado en doble nacela e IHS sobre él, y a su lado otro ingreso de mayor derrame que se remata con relieve de un barco. Además en este espacio se sitúa el ayuntamiento, una construcción barroca de sillería erigida en 1735 por José de Lizardi. Sin embargo fue alterado en el siglo pasado, cuando se le añadió un piso más, se colocó un escudo y se modificaron los balcones superiores. En un lateral tiene además un reloj de sol de mármol. Carece del clásico soportal propio de otros consistorios vascos, debido quizás a su ubicación entre otras viviendas.

En la misma calle Donibane nº 134 se sitúa una casa de medianas proporciones, que sin embargo guarda una gracia especial, con dos registros de balcones en la fachada -entre antas el más alto-, el acceso de medio punto de grandes dovelas y el uso de sillar en el bajo.

Continuando por el paseo de Bonanza, encontraremos una interesante pareja de viviendas, a la altura del nº 3, que presentan vanos adintelados enmarcados con placas, y cuya ordenación arquitectónica nos sitúa en el siglo XVIII.

Más allá se llega hasta los restos del castillo de Santa Isabel, un fuerte construido en los terrenos del molino Txurrutella, para proteger la entrada al puerto. Fue proyectado por orden de Carlos I, aunque por problemas económicos no se levantó hasta 1621, reinando Felipe IV. Hoy en día conserva solamente parte de su estructura.

Fuera del distrito conviene señalar el fuerte de Lord John, construido por los liberales hacia 1875 en la última guerra carlista, con objeto de defender el monte Jaizkibel y la entrada al puerto.

Y entre las viviendas tradicionales son de interés los caseríos Larrabide, Arroka Haundieta y Puskazarreta.

En Pasai Donibane se reúnen varios elementos de interés. La parroquia de San Juan Bautista comenzó su biografía en 1545, cuando se independizó de la iglesia de Lezo. Sin embargo los problemas económicos retrasaron su construcción hasta el primer tercio del siglo XVII, siendo abierta al culto en 1643. Es de una única nave, con planta de cruz latina, cuya construcción se debe a Miguel Beldarrain y Simón de Pedrosa. Las bóvedas son de 1700, obra de Juan Bautista de Albalabide, Pedro de Beroiz e Ignacio de Irarreta. Al exterior destaca por su austera y recia hechura, con acceso adintelado y hornacina para la imagen del Bautista -obra del francés Juan de Lane en 1731-, y sobre ella, rosetón que ilumina el templo. Como elemento más curioso, encontramos además una cabeza pétrea incrustada en el muro, llamada popularmente "Mascarón de Iriberri", que acaso perteneció a la antigua casa Iriberri o Villaviciosa. En el interior del templo destaca el retablo mayor (Sebastián Lecuona, 1708), para cuyo dorado (Santiago de Zuazu, 1748) se emplearon 1000 libros de 100 panes de oro cada uno traídos de Buenos Aires. Ocupando la casa central talla barroca de San Juan, realizada por el gipuzkoano Felipe de Arizmendi. También de su mano son San Pedro y San Pablo que lo flanquean. En la parte alta, un lienzo con la Visitación de la Virgen y en el ático San Miguel. Próximos al retablo mayor, sendos muebles barrocos: uno dedicado a San José con el Niño -en cuyo ático se sitúa una Virgen del Carmen del siglo XVIII- y el otro a la Inmaculada, titular de calidad adscrita al taller de Arizmendi, a la que acompañan interesantes tallas de San Joaquín y Santa Ana. Además es reseñable la imagen de cera de Santa Faustina mártir, regalo del papa León XII en 1822 a Juan Manuel Ferrer (pasaitarra ministro en Roma). Y situado en la misma estancia, un Crucificado agonizante, de anatomía estilizada, que estuvo en la antigua iglesia de San Juan de la Ribera, y será de comienzos del siglo XVI.

Así como dos pinturas con los asuntos del Bautismo de Cristo y la Degollación del Bautista, de 1791, una imagen de San Roque dispuesta en un mueble fechado en 1662 y un lienzo con San Carlos Borromeo. De orfebrería también guarda una buena colección de piezas, entre ellas un cáliz de mediados del siglo XVI del taller de Tarazona (Zaragoza), otro cáliz donostiarra del XVIII (Martín Pérez de Urbieta), otro de 1711 para la iglesia del Santo Cristo de Bonanza, una cruz de altar del XVIII, una custodia donada en 1689, un incensario de comienzos del XVIII, otro incensario con una naveta y una demanda tardobarrocos (Ignacio de Larrañaga), una taza del XVII, tres conjuntos de vinajeras barrocas de talleres gipuzcoanos... y piezas americanas del siglo XVIII como un cáliz y una custodia mejicanos, y otro cáliz guatemalteco.

Sin embargo, la primera parroquia de Donibane fue la basílica del Santo Cristo de Bonanza, que estaba dedicada a San Juan de la Ribera. Si bien, anterior a ésta debió existir otro templo, del siglo XIV, que se derribó para construir el barroco, de mayor envergadura. El templo dedicado a San Juan pronto cambió de advocación, dedicándose a Santa Isabel, que atendía sobre todo el servicio religioso del destacamento del castillo. Este edificio quedó arrasado por el fuego, y fue entonces cuando se decidió levantar el templo que hoy vemos. Las obras comenzaron en 1738 según proyecto de José de Lizardi, participando los canteros Juan Bautista de Incharaundiaga, Juan Bautista Labayen y Martín de Sarobe, concluyéndose en 1742. Las obras fueron costeadas por los vecinos, llegando incluso dinero de indianos residentes en América, y también una parte fue sufragada por los pescadores que destinaron un porcentaje de lo obtenido en la pesca. Es un edificio de grandes dimensiones, planta rectangular y cabecera recta, con dos coros escalonados a los pies, el más alto iluminado con óculo y el inferior protegido por una bella reja, obra del hondarribitarra Matías Lozano. Tiene una sola nave dividida en tres tramos, con bóvedas de arista, salvo en el crucero que lo hace con bóveda sobre pechinas. Toda la fábrica es de mampostería con revoco y pincelada, a excepción de los ángulos y recerco de vanos, de sillería. A los pies se erige la torre de planta cuadrada, rematada en chapitel con acrótera y bola. Interiormente se accede a través de una escalera de caracol iluminada por pequeños vanos, que es la que sirve también para llegar al coro. En los pies se ubica uno de los accesos, de medio punto, y en la fachada lateral se abre otro ingreso, adintelado. La puerta llamada Lintxua presenta una serie de grafías de embarcaciones muy perdidas de los siglos XVIII y XIX, que tal vez funcionaron como exvotos, en agradecimiento o para pedir protección en el mar.

El templo no tiene hoy en día función religiosa, aunque conserva su mobiliario, entre lo que destaca su retablo barroco -cuya traza es de Pedro Ignacio de Lizardi -, dorado con donativos procedentes de indianos, el Cristo de Bonanza -de gesto manso y cuidadas proporciones, muy venerado entre vecinos y gentes de mar-, del segundo renacimiento y acaso de Jerónimo de Larrea Goizueta, y flanqueándolo un Nazareno y un Cristo atado a la columna, más discretos. En los laterales un par de muebles más tardíos con imágenes de vestir. Enmarcando el presbiterio, van un par de ángeles.

Volviendo al núcleo urbano, encontramos el humilladero de la Piedad, hoy en día protegido por reja, paredes y techumbre, aunque originalmente solamente lo formaban el crucero de piedra con una inscripción grabada en su base. Cuando se reformó en 1580, se destruyó el peñasco donde estaba la inscripción, cuyo texto -conmemorativo de la batalla de Roncesvalles- se supone que se copió en una placa sita en el lateral y en otra metálica de la reja. La arquitectura del humilladero es sencilla, renacentista, del siglo XVI; mientras la cruz responde a fórmulas un poco anteriores (de la primera mitad de siglo), tanto desde el punto de vista formal (botones de rosetas en el fuste estriado, cordón en la base de la cruz, terminaciones flordelisadas en los brazos...) como iconográfico (la tipología de crucero pétreo, el asunto representado: la Piedad o Quinta Angustia...). Ha conocido una arraigada devoción, y ya desde fines del siglo XVI se documentan varias mandas pías para la Piedad, en el XVII los barcos que fondeaban frente a esta imagen celebraban misa los domingos y también a su alrededor han tenido lugar diversos festejos populares.

Ascendiendo por unas escaleras desde este humilladero, se llega a la ermita de Santa Ana, desde la que se tiene una magnífica vista de la bahía. El edificio actual es de 1758, de Ignacio de Ibero, aunque debió de existir otro anterior pues ya se cita en 1573. Es de una sola nave, planta rectangular y cabecera recta, con la sacristía adosada al exterior. Cuenta con un acceso de medio punto a los pies y otro en la fachada sur. En el interior lo más interesante es el grupo escultórico de la Virgen Niña y Santa Ana, traído desde Flandes por dos comerciantes en 1573. Presiden el retablo de la ermita, éste de escaso mérito artístico, y son de composición serena y abultadas formas, que nos permiten enmarcarlas en el romanismo renacentista. Santa Ana aparece sentada acercando sus brazos hacia María, un gesto afectivo que no se corresponde con sus miradas, pendientes del espectador. La Virgen está en pie, vistiendo como su Madre generosas vestiduras que ocultan su anatomía. Tanto el trabajo de talla, la policromía y estofados de las ropas así como las brillantes carnaciones, son de gran calidad, dando como resultado una obra de notable valor artístico.

Próximo al embarcadero de San Pedro, en el pasadizo de la calle San Juan, se localiza un nicho que aloja un Crucificado de hechura popular, al que es posible se encomendaran los marinos antes de hacerse a la mar.

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RCL 2011