Kontzeptua

Pacto de San Sebastián

No solo faltaron a la cita donostiarra los nacionalistas vascos, como tantas veces se insistió, se reprochó y sigue insistiéndose. También el Partido Socialista o no fue invitado o, de serlo, declinó su asistencia por razones que no se explicitaron, quedando, sin embargo, claro que Indalecio Prieto asistía a título meramente personal. La ausencia socialista no puede causar extrañeza dado el comportamiento participacionista del partido a lo largo de toda la Dictadura. Incluso en el XII Congreso de 1928 había primado, con mucho, la postura continuista de Caballero, Saborit, Besteiro y Llaneza entre otros.

En el mismo, Enrique de Francisco, presidente del sindicato del papel de UGT de Guipúzcoa y futuro diputado, había expuesto la opinión mayoritaria de que "para nosotros, socialistas, hay una cuestión verdaderamente básica, que no es una cuestión de régimen político, que es una cuestión de régimen social", aunque el partido dejara una puerta abierta al aprobar una política de alianzas que contemplaba la posibilidad de tratos con "elementos liberales antidinásticos".

Pese a ello, ya desde finales de 1929 se había producido un cierto acercamiento de Largo Caballero hacia las posiciones republicanas de Prieto y de los Ríos. "El Partido Socialista -dirá Berenguer ( 1975-77) que según los informes oficiales era gubernamental y garantía del orden, no lo fue ciertamente con nosotros, mostrándose, desde el primer momento, huraño y desconfiado, dejando traslucir su subordinación a consignas internacionales, su marxismo y su enemiga a la Monarquía". Pero, aún así, habían de transcurrir todavía unos meses antes de que calara entre los dirigentes socialistas la disyuntiva "con el Rey o contra el Rey" y la posibilidad real de aliarse con la burguesía revolucionaria. La figura fundamental va a ser Prieto. "Al derrumbarse la Dictadura -dirá Maurín: La revolución española, Ed. Cenit, 1932- el movimiento socialista había cicatrizado las heridas recibidas en 1919-1923, pero estaba desprestigiado. Lo salvaron Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos, que, durante la Dictadura, fueron disidentes, en desacuerdo con la actitud colaboracionista de Largo Caballero- Besteiro-Saborit".

Prieto se lanzará, pues, casi solo a la trinchera republicana y hacia una política de atracción de determinadas capas del nacionalismo urbano vasco en vías de entablar batalla desigual por la modernización y secularización del viejo y dividido nacionalismo aranista. Este, a primera vista, no parece haber sido invitado a firmar el acuerdo de San Sebastián; esto es, por lo menos, lo que se desprende del silencio de Aguirre, cronista oficioso del período republicano, que salta sobre ascuas la etapa transicional, y de las escasas declaraciones, todas a posteriori, efectuadas por los más directamente concernidos. Que no fueron invitados, aducen Irujo y Solaun, varias décadas más tarde (Ibarzabal, E.:50 años de nacionalismo vasco. 1928-1978. Ed. Vascas, San Sebastián, 1978, pp. 15-16. También en Ibídem: Manuel de Irujo, Erein, San Sebastián, 1977, pp. 75-76); otros, como Jesús María de Leizaola, se encogen de hombros dando a entender que no prestaron la menor atención a un movimiento, el republicano de inicios de 1930, al que muy pocos nacionalistas atribuyeron entonces consistencia (Blasco Olaechea en Conversaciones, Idatz, 1982, p. 34).

Abonando esta afirmación podría citarse el hecho de que la prensa nacionalista de los primeros días republicanos dará una información de urgencia a propósito de este acuerdo sobre el que su opinión pública adicta no parece tener una cabal idea. Pero Prieto, y también Aldasoro, iban a alegar, aunque ya en plena campaña electoral y en las Cortes constituyentes de 1931, que la llamada existió y fue desatendida. Concretamente, Aldasoro afirmará que la inasistencia se produjo "a pesar de las gestiones del orador para que representantes del Partido Nacionalista acudieran a la reunión". Prieto añadirá, además -y con la confirmación de elementos de ANV que la negativa no fue consecuencia de una inadvertencia fortuita sino la obra de una prohibición expresa del obispo de la diócesis Mateo Múgica: "Porque entonces, concurrentes (los nacionalistas) a las primeras conferencias de carácter privado que nosotros realizamos para examinar las posibilidades de este bloque, una influencia superior, la misma que ahora les domeña, una llamada del palacio episcopal de Vitoria, dió por consecuencia que los nacionalistas, antes sumisos al poder romano que al afán de independencia del país, se negaran a combatir con nosotros contra la monarquía, aunque la derrota de la monarquía (...) supusiera (...) la implantación de la autonomía del país vasco...".

Sea ello lo que sea, el caso es que, como concluye Garat (1968-1969), "el nacionalismo vasco no reaccionó de forma pública conocida" y que incluso existen indicios que podrían conducir a aceptar, de forma hipotética, la intervención o, por lo menos, la directa influencia diocesana.