Pintoreak

Ortiz de Guinea Díaz de Otálora, Javier

Pintor, dibujante y profesional de las artes gráficas, nace en Vitoria el 15 de mayo de 1946.

Muestra temprano interés por el lápiz y los pinceles, aspiraciones juveniles que confirma con su ingreso en la Escuela de Artes y Oficios. Medita bastante la participación en concursos artísticos, pero obviamente recurre a ellos durante la segunda mitad de los años sesenta y primeros setenta con el fin de darse a conocer.

Consignamos su primera comparecencia en el XXIV Certamen de Arte Alavés (1967), al que envía un cuadro de paisaje. En 1968 obtiene el primer puesto en la modalidad de dibujo con una Maternidad. A la edición de 1970 envía La partida de mus. En 1969 y 1972 asiste a las convocatorias de los Salones Navideños de Pintura con piezas como Ajos en el Portal del Rey, Víllodas. Puente romano, Lapuebla y Laguardia. En agosto de 1974 concurre a la I Bienal Plástica de Pintura y Escultura organizada por el Ayuntamiento vitoriano con la obra titulada Personajes de Cervantes. Mucho tiempo atrás había remitido a la V Anual Plástica (1968) el tema pictórico Chabolas de gitanos.

Transcurridos estos años, abandona los certámenes de carácter competitivo para confrontar sus cualidades pictóricas en muestras individuales y colectivas. Con la única salvedad de la exposición que celebra en agosto de 1979 en la donostiarra sala Garibay de la entonces Caja de Ahorros Provincial de Guipúzcoa, donde cuelga medio centenar de óleos, todas las demás comparecencias particulares acontecen en Vitoria: en los Salones de Cultura de la calle Olaguíbel, en la sala Independencia, en la galería Artelarre de la Cuesta de San Francisco -estos tres espacios cerrados desde hace años- y en la sala Luis de Ajuria.

Realizó su primera exposición en los Salones de la calle Olaguíbel, del 26 de abril al 3 de mayo de 1969. Exhibió para la ocasión veintiséis óleos y nueve dibujos: paisajes de Vitoria y sus alrededores, diferentes enclaves de Álava y de las provincias limítrofes, un par de bodegones y una marina. Los dibujos obedecían todos a la especialidad del retrato, modalidad en la que sabrá labrarse un sólido porvenir a partir de los años ochenta.

Aunque no rechaza ningún género, es ahora la pintura de paisaje la que más satisfacciones le transmite. Un paisaje de aliento clásico, impresionista al uso, esbozado a partir de una base dibujística con la que articula los trazos más indicativos de la composición; luego, con ayuda de los pinceles, imprimirá las representaciones ambientales.

Como paisajista, Ortiz de Guinea interpreta la naturaleza transmitiendo exactamente lo que ve: situaciones reales con sentimiento, pero sin exaltaciones. Mantiene la exigencia de manifestarse siempre con un tono preciso y equilibrado.