Udalak

ORDIZIA

Guerras carlistas. En octubre de 1833 comienza la primera guerra carlista. Para mayo de 1835, Zumalacárregui era dueño del territorio comprendido entre Pamplona y Vitoria, y decidió apoderarse totalmente de Gipuzkoa. La primera plaza fuerte que atacó fue Ordizia, que había sido fortificada por disposición de la autoridad superior militar de la provincia. Para su defensa se formó por sus habitantes una milicia urbana, señala Gorosábel (1862), que auxiliase a la guarnición de tropa. Así se mantuvo sin novedad de consideración hasta los últimos días del mes de mayo de 1835 en que el general Zumalacárregui, voyante a la sazón en los sucesos de la guerra, trató de apoderarse de ella a viva fuerza. Presentóse este caudillo con sus batallones y artillería en las cercanías de esta población el día 25 del expresado mes, y la cercó, pero la guarnición y milicia urbana tomaron por su parte sus disposiciones para hacer una vigorosa defensa. El enemigo dió principio desde luego a los trabajos de ataque, que no pudieron impedirse a pesar del vivo fuego que se le dirigió y así es que de inmediato el día 26 lanzó contra esta población multitud de granadas y balas rasas por medio de dos cañones y dos obuses colocados en puntos próximos y acomodados. Continuó los cinco días siguientes el fuego de la artillería contra la puerta de Vitoria y casas fortificadas de Gazteluzar y Garagartza, en cuya extensión abrió una ancha brecha, que fue cubierta durante la noche del 31 con tablones y sacos de tierra. A las dos de la mañana del inmediato se presentó el sitiador en la parte del campo santo, llamando la atención de la plaza con terrible gritería de asalto, al mismo tiempo que bajaba con silencio por la opuesta, o sea la de la brecha, con escalas y tablas, persuadido de poder introducirse por la misma. Los sitiados, sin intimidarse de todo este aparato de asalto, lo rechazaron serenos haciendo un horroroso fuego desde todos los puntos fortificados, en cuya vista desistió el enemigo de su empresa, dejando en el campo dos cadáveres y cuatro escalas con sus tablas. El mismo día 1 de junio, después de amanecer, la guarnición hizo una salida que tuvo el doble objeto de recoger estas escalas y ahuyentar una partida, que oculta en las ruinas de la casa de Insinzionea, se ocupaba en abrir una mina. Ambos objetos se consiguieron por completo y con toda felicidad. El enemigo continuó al siguiente día un horroroso fuego de balas rasas e incendiarias, granadas y bombas que produjo el efecto de destruir el fortín y parte de la casa de Garagartza, así como otras varias de la población. En tal estado de cosas, a las cinco y media de la mañana del 3 enarboló el enemigo sitiador la bandera de parlamento; que admitido por la plaza, se recibió por ésta un pliego de Zumalacárregui, intimando la rendición en el término de dos horas, pena de ser pasada a cuchillo. Al mismo tiempo ofrecía dar permiso para pasar a Urretxu, donde suponía se hallaban más de cuatrocientos prisioneros -2.000 según otras fuentes- hechos a Espartero la víspera en Deskarga; indicando además la ninguna esperanza de socorro, por haber sido también batidos los generales Valdés y Oráa. Según relata Gorosábel, a esta intimación contestó la plaza, que saldrían de ella tres personas a cerciorarse del contenido en dicha comunicación; siempre que se presentasen en la misma en clase de rehenes tres oficiales de estado mayor, como se verificó. Consiguientemente, pasaron al campo enemigo Manuel de Zavala, subteniente del regimiento de San Fernando, José Manuel de Usabiaga, alcalde de la misma villa, y José María de Linzuain, jefe de la milicia urbana. Después de conferenciar con Zumalacárregui, y obtenido el salvoconducto, se dirigieron el primero y último a Urretxu acompañados de un coronel y teniente coronel; y cerciorados por los prisioneros de la retirada desastrosa de la división de Espartero, regresaron a Ordizia, con la confianza de obtener una capitulación honrosa. En su consecuencia, se verificó ésta, conviniendo en los artículos siguientes. 1.° Que la guarnición quedase prisionera de guerra, debiendo ser conducida a los depósitos establecidos, para ser canjeada. 2.° Que los oficiales de todas graduaciones conservarían sus equipajes, y los sargentos y tropa su equipo y vestuario. 3.° Que los particulares pertenecientes a la clase de la milicia urbana quedasen en plena libertad, y pudiesen residir en el pueblo o pueblos que más les acomodase, sin que pudiesen ser molestados. 4.° Que los conocidos por txapelgorris fuesen considerados como tropa de línea de la guarnición. 5.° Que las personas y bienes de los habitantes de la villa serían respetados, sin ser molestados. 6.° Que los heridos, enfermos y empleados en el hospital fuesen tratados con arreglo a los artículos anteriores. 7.° Que en atención a la cualidad honrosa que concurría en la guarnición, de ser prisionera mediante capitulación, fuese preferida para el canje. 8.° Que a todas las familias de los oficiales y demás que vivían dentro de la villa, se les expidiesen pasaportes para donde les acomodase. 9.° Que las armas y pertrechos de guerra, municiones, artillería y demás enseres se entregasen a quien nombrase el caudillo sitiador. Este, con su estado mayor y tres compañías de guías de Navarra ocupó la plaza a las seis de la tarde del día 3; y acto continuo se procedió a la entrega de los efectos militares de ella. La tropa de la guarnición quedó prisionera en el cuartel de la casa palacio de Barrenetxea. El paisanaje armado, que por una parte no confiaba en el cumplimiento de las condiciones referentes a él, y por otra deseaba continuar sus servicios al trono de la reina, obtuvo pasaportes para la plaza de San Sebastián, a donde se trasladó. Tal fue el curso y fin de este memorable sitio. Digno es, sin embargo, de particular mención el alcalde de esta villa, el expresado Usabiaga, que infatigable asistió a todos los puntos donde la necesidad exigía, animó con su presencia a los defensores de la plaza, y adoptó cuantas disposiciones estaban a su alcance para la debida resistencia. En los nueve días que duró este sitio, el enemigo arrojó contra la plaza 60 bombas de 14 pulgadas, 1.480 granadas de 9 y 7, 950 balas rasas de diferentes calibres, y 60 incendiarias. La guarnición se componía de dos compañías de quintos del regimiento de San Fernando, catorce txapalgorris rezagados, y cincuenta milicianos urbanos con inclusión de los emigrados; y para la defensa de la plaza no tenía más que un cañón de a 4 servido por un cabo con cuatro soldados de artillería. Llegaron a consumirse las balas que había para el servicio de este cañón; y los sitiados se vieron precisados a descolgarse a los fosos por medio de cuerdas, pata recoger las que el enemigo lanzaba de igual calibre. En medio de todo esto, la plaza no sólo se sostuvo heróicamente, sino que hizo varias salidas. Probablemente hubiera prolongado todavía la resistencia sin el descalabro sufrido en Deskarga por la división del general Espartero; descalabro, que hizo perder a los sitiados toda esperanza de ser socorridos, y les obligó a capitular. Es fama que Zumalacárregui, sorprendido de semejante resistencia, al ver que todo su poder se estrellaba contra un pueblo fortificado tan a la ligera, y defendido con tan débiles elementos, se manifestó pesaroso de haber emprendido su sitio, cuya prolongación comprometía su crédito y esto se explica bien por los términos en que está redactada la capitulación. La pérdida de la guarnición durante este sitio consistió en tres muertos y trece heridos. Nada más comenzar la segunda guerra carlista (1872-1876), es decir, en abril del 72, aparecen en Ayastuy, a la cual pertenecían el vicario de Zaldibia y el cura de Lazkao. Y en julio de 1875 será en Ordizia donde Carlos VII jurará los Fueros de Guipúzcoa.