Lexikoa

MOBILIARIO

Arcas. Quizá el mueble más antiguo de los fabricados en el País Vasco sea la "kutxa" o arca, puesto que ha sido la pieza de uso más común en todos los países desde muy remotas épocas. Lo fue aquí y sabemos lo fue también en la vecina Rioja en el siglo X y por lo tanto lo sería con mayor razón en los siglos góticos. Del XIV o XV era relativamente fácil hallar arcas aun en la segunda década de nuestro siglo, al menos en la región alavesa. Solían ser sumamente largas, hasta de dos metros o más de longitud, teniendo un tablero muy grueso que siempre era de una sola pieza y de canto vivo; todas ellas tenían las clásicas cerrajas cuadradas y abultadas; las patas eran muy anchas, hasta de 35 cms.; algunas de estas "kutxas" eran totalmente lisas, pero con más frecuencia llevaban decorada la fachada con gruesos clavos de cabeza redonda y plana de los conocidos bajo el nombre de "gota de sebo", que a veces iban también puestos en el canto de la gruesa tapa, no faltando algunos ejemplares que a esta sencilla decoración añadían pequeñas franjas talladas con motivos góticos; carecían siempre de cenefa decorada en su parte inferior, y ésta quedaba a unos 30 ó 35 cms. de distancia del suelo, con lo que al acortarse el alto de la fachada proporcionaba a las patas una mayor altura que la usual en las arcas de los siglos posteriores. Estos enormes y sencillos arcones, tan fáciles todavía de hallar hace unos cincuenta años, fueron tan poco apreciados en esa época que acabaron por desaparecer de nuestra tierra a manos de los descuartizadores de muebles, y hoy sólo es posible conseguirlos en algún lejano lugar del alto Aragón o, a elevados precios, en casa de los anticuarios. Ya de muy avanzado el siglo XV proceden unas arcas que aún actualmente es posible conseguir, aunque no fácilmente. Se hacían siempre de reducido tamaño, en general de menos de un metro de anchura, y su fachada solía estar decorada con talla de "servilleta" o con algún otro pequeño motivo de origen gótico. Persistió este tipo de "kutxa" nuestra hasta bien avanzada la centuria siguiente y todo parece indicar, a juzgar por sus pequeñas dimensiones, que eran utilizadas para guardar velas o "arguizaiolas" en las iglesias y ermitas, que son además los lugares donde han sido halladas las pocas que se conservan. No obstante su gran interés etnográfico y a pesar de constarnos que fueron ejecutadas en esta tierra, su importancia disminuye para nosotros cuando se observa que carecen de todo carácter regional, pues en nada se diferencian de las construidas en las regiones vecinas. Igualmente del siglo XV o quizá también de la primera mitad del XVI proceden algunas cuya más curiosa característica era la de tener todas sus piezas ensambladas y sujetas entre sí por medio de clavijas de madera, no llevando más elemento metálico que el de la cerradura, lo que nos hace pensar si éstas no fueron colocadas en época posterior. Esta ausencia de elementos fue tan absoluta, que incluso la tapa y el eje sobre el que ella giraba se hacían de una misma pieza de madera por lo que en ellas resultaban totalmente inútiles las metálicas bisagras. Los frentes y los costados, compuestos siempre por numerosas piezas horizontales, también ensambladas entre sí, se dejaban la mayoría de las veces sin talla alguna, aunque en algunos casos se cubrían con ingenuas decoraciones de dibujo geométrico realizadas en inciso. También de esta misma época e incluso anterior, pero de idéntica ejecución, fueron los largos y altísimos arcones empleados en las parroquias para la recogida del grano de los diezmos. La parte superior de estos toscos muebles alcanzaba con frecuencia hasta 1,70 mts. de altura, teniendo una cubierta en forma de tejado a dos aguas, que llevaba en una de sus vertientes un pequeño portillo por donde se introducía el grano, teniendo a veces en la parte de abajo otro semejante para darle salida. Eran estos arcones sumamente pesados, muy toscos de ejecución, grandes y carentes de talla alguna, lo que añadido a su escasa utilidad actual fue motivo de que hayan acabado desguazándose en su mayoría, siendo hoy, por desgracia, pieza difícil de conseguir. Fue mueble muy común en Alava. Fue ya al final del siglo XVI o más probablemente a principio del XVII cuando la "kutxa" vasca comenzó a adquirir un fuerte carácter local, carácter que acabó fijándose de manera definitiva en ese último siglo, continuando ya en adelante en ese estilo, sin apenas sufrir modificaciones durante siglo y medio. Aunque existieron varias corrientes o casi diríamos estilos en su decoración, la modalidad que produjo la casi totalidad de piezas, al menos en Guipúzcoa, fue la "kutxa" de patas altas con fachada decorada con motivos geométricos clásicamente nuestros, pues aunque nos consta que tales motivos habían sido usados en las piedras labradas que se conservaban en la época romana, siempre quedará la duda de si nuestros artesanos los tomaron de dichas piedras o si los que labraron éstas no hicieron sino reproducir la labra o talla ya usual en nuestra región antes de la llegada de las gentes del Latio. Claro que no debe olvidarse que algunos motivos ornamentales, que ya desde muy antiguo han pasado a ser clásicos en el arte popular vasco, como por ejemplo el llamado "sol en torbellino" tan usual en las "arguizaiolas" y en las estelas discoidales, no hay duda alguna que nos fueron traídos por el invasor romano, el cual a su vez los recibió del griego, y este último los tomó de antiquísimos pueblos del Asia Menor con los que comerciaba y en los cuales pueblos eran usuales éstas y otras figuras, desde miles de años antes de que Roma existiese. Este tipo de talla geométrica de canto vivo llegó a ser trabajo tan del gusto de los artesanos de aquí, que como hace observar atinadamente D. Joaquín de Yrizar tal labor que es fácil de ejecutar sobre la madera, siguieron realizándola también sobre la piedra, donde resulta realmente difícil. Estas arcas solían estar construidas comúnmente en madera de castaño, teniendo una longitud que raramente sobrepasaba 1,70 m., no excediendo su altura de 90 cms., siendo sus patas mucho más estrechas que las de las arcas de los siglos góticos, oscilando esa anchura entre los 20 y 25 cms. Muy común en ellas fue el que esas patas y la cenefa inferior tuvieran una misma talla, formando así una especie de "U" en la que quedaba enmarcada el resto de la decoración consistente siempre en dos círculos en los que se incluía el "sol girando" o grandes margaritas de múltiples hojas o a veces otros círculos menores que se cortaban entre sí. Como complemento de esta detallada decoración que cubrió totalmente el frente a ambos lados de la cerradura, colocaban debajo de ésta una cruz griega o más comúnmente latina, realizada también con una talla geométrica, de un dibujo muy semejante al utilizado por las mujeres vascas en los bordados azules que realizaban en las blancas telas de sus cocinas y colchas. Dentro de este estilo y sin duda buscando una mayor economía en la labor de labra, fueron frecuentes las "kutxas" en las que en las patas se prescindió de la talla geométrica y se colocaron en cambio dos o tres filas verticales de agallones, que fue siempre labor de talla más fácil y rápida de realizar. Dentro de la enorme variedad de dibujos geométricos que se utilizaron, son bastante frecuentes unos frentes en los que se insertaron unas tallas de un cuarto de circunferencia que dan la sensación de ser abanicos a medio abrir; labor ésta muy clásica de Guipúzcoa. Abajo se remataban estos populares muebles con una cenefa consistente en un recorte de curvas encontradas, sin talla alguna; cenefa que solía quedar entre 12 a 15 cms. del suelo, lo que sería muy útil para evitar el almacenamiento de polvo debajo de ellos. Este modelo de arca, tanto en su estructura externa como en su geométrica decoración, persistió sin variaciones apreciables hasta bien avanzado el siglo XVIII. Los talleres de ebanistería del primer tercio del XVII debieron proliferar grandemente, ignorándose totalmente en ellos esa casi obligatoriedad, obedecida durante siglo y medio, de realizar solamente fachadas de arca con motivos geométricos. Debida a tal libertad de expresión, la variedad de "kutxas" que de esa centuria se conservan es enorme. Tal transformación obedeció probablemente al natural gusto del público de todos los tiempos por el cambio y quizá también a la presión ejercida por las nuevas modas que en la decoración llegaron aquí con el arribo de la dinastía borbónica, aunque es curioso observar que ese cambio no tomó para nada en cuenta, ni en la línea externa ni en los motivos ornamentales, los gustos de la vecina Francia que entonces ejercía en toda Europa la dirección exclusiva de la ornamentación. El tallado de su frente se simplificó grandemente, siendo reemplazado por numerosos círculos con flores de muchas hojas o bien con cuadrados de 8 a 15 cms. de lado conteniendo una flor de ocho hojas, motivo de decoración que se hizo clásico también en esa época, sobre todo en los armarios muy populares. Aun en los casos en que se siguieron utilizando los dos grandes círculos, piezas obligadas de las arcas del siglo anterior, éstos no se rellenaron con la minúscula y repetida talla geométrica, sino que se decoraron partiendo de un punto central del que arrancaban anchos pétalos que simulaban en conjunto una margarita o bien haces de estrechos rayos que daban la sensación de formar un sol; haces y rayos que en ocasiones se curvaban creando así la figura conocida con el nombre de "sol en torbellino", conocida ya en las piedras de la época romana, que pueden hoy verse en el Museo de Navarra o en los posteriores capiteles visigóticos del Monasterio de arriba de San Millán de la Cogolla (Rioja) y que miles de años antes eran motivo ornamental muy común en los edificios y en las cerámicas del Asia Menor. En esa época fue muy común colocar, preferentemente en las patas de las arcas, bellos trabajos de talla consistentes en apretados haces de hojas alternadas, a veces, con frutas; motivos que sin duda fueron tomados de los barrocos altares que para ésta y otras tierras construían nuestros artífices. En tales labores, el artesano vasco supo dejar una muestra de su evidente maestría. Ya muy avanzado el siglo XVII o más bien mediado tal siglo, se construyeron unas arcas del tamaño de las del XVII, pero sin patas. Solían hacerse en dos modalidades diferentes: una que tenía la fachada totalmente lisa y otra que la llevaban decorada al estilo de los cofres italianos del Alto Adigio de finales del XV y del XVI. Esta decoración consistía en siluetar por una línea en inciso las figuras que se querían reproducir y a continuación marcar todo el espacio que las rodeaba por medio de puntos muy juntos, lo que hacía que las figuras resaltasen netamente sobre ese fondo que daba la sensación óptica de ser una superficie oscura. Pero así como los italianos cubrían los frentes de sus cofres con estilizadas siluetas de damas y caballeros, nuestros artesanos, menos expertos, se limitaron a colocar dibujos geométricos hechos con compás y regla o en algunos casos a poner grandes Custodias Sagradas o soles con rayos ondulados. En estas arcas, lo mismo en las de fachada lisa que en las decoradas al estilo del Alto Adigio, la talla se reservaba solamente para la ancha cenefa que iba en la parte baja, que siempre quedaba profusamente trabajada con rosetones, ramas y con frecuencia con pájaros de largo pico, que muy bien pudieran querer representar el pavo americano, entonces ya muy popular en nuestra tierra. Estas cenefas son seguramente los trozos de talla barroca más elegantes y mejor ejecutados que ha producido el arte popular vasco. Entre estos talleres con estilo propio, debe mencionarse uno que parece estuvo situado en la zona Tolosa-Villafranca de Oria, del que se conservan un par de docenas de arcas sumamente originales, pues aunque se hicieron en las mismas dimensiones y en idéntico tipo de patas que las del siglo XVII, se introdujeron en ellas la modalidad de suprimir en el centro de la fachada una buena parte de la talla de motivo geométrico así como la cruz central, para colocar en su lugar uno o dos jinetes a caballo, a los que pusieron en la boca el olifán o largo cuerno de caza que utilizaban en esa época los carteros que "corrían la posta" y los jinetes que antecedían a las diligencias para anunciar su llegada. En estas arcas de caballos es donde de manera más evidente se puede comprobar la inexperiencia de nuestros artesanos cuando se veían obligados a representar animales o personas, pues en ellas es fácil ver el enorme contraste existente entre la perfección de la decoración geométrica y la torpe silueta de los caballos, perros y jinetes, que parecen tallados por un aprendiz de pocos años. Posiblemente de este mismo taller o quizá del de algún hábil imitador, son tres arcas muy parecidas que tienen para nosotros la extraordinaria importancia de representarse en ella, a todo lo largo de sus fachadas, unos "aurreskus" en los, que se pueden ver los que forman la cuerda, así como los "txistularis" y los tamborileros, amén de hombres con boina o tricornio y hasta uno con un raro sombrero redondo con plumas, así como mujeres portadoras de la antiquísima toca puntiaguda, lo que parece demostrar que esta modalidad de cubrir las cabezas femeninas eran aún usual en esa centuria, salvo que ello no fuese sino un recuerdo de juventud del autor de tal decoración. No fueron sólo este o estos talleres los únicos que se dedicaron a representar en las fachadas de las "kutxas" figuras de personas y animales, pues debido al abandono de las decoraciones puramente geométricas, quedaron obligados los tallistas a dejar de lado el compás y la regla, así como a dibujar más a mano, buscando la realización de las complicadas curvas con que rellenar los inevitables grandes círculos empleados en la decoración, lo que sin duda les animaría a reproducir esas figuras de seres vivientes con la que crearon, sin proponérselo, el único arte "naif" vasco que hemos tenido y que, como todas las creaciones sinceras y de pura raíz popular, posee un inigualable encanto y originalidad. Estas figuras no pueden calificarse propiamente de bajorrelieves puesto que se ejecutaron por el procedimiento de marcar con una incisión la silueta de la persona o animal que se pretendía realizar, para rebajar a continuación el espacio exterior de ella unos pocos milímetros. Es también de esta época y coindiciendo, en general, con las arcas en que se reproducían figuras animales, la aparición de las primeras cruces "swasticas" curvas, que al igual se hicieron muy populares en ese siglo por tierras de Burgos, Palencia y León, donde es muy frecuente hallarlas presentes en los muebles, aunque no labradas en las piedras. La aparición de ese arte "naif" y la creación de esa gran variedad de arcas fue tan enorme que no es posible englobar en este trabajo sino los ejemplares más representativos. Fue el siglo XVIII como el canto del cisne de la "kutxa" vasca, pues a partir de esa época se dejó de crear nada original y lo que se siguió haciendo fueron tan sólo copias, en general muy descuidadas, o bien simples arcones sin talla alguna. Ya en la segunda mitad del siglo XIX se ejecutaron algunos frentes tallados con un "aurresku" o con escenas campesinas, pero los que hicieron esos trabajos habían perdido ya la ingenuidad de sus abuelos, sin adquirir gran maestría, y aunque tales "kutxas" tiene, sin duda, realmente interés, su sabor local ha desaparecido.