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MASONERÍA

Entre «la Gloriosa» y la Restauración alfonsina II.El esplendor bilbaíno, .«La Caridad n.° 200». La logia «La Caridad n.° 200» se constituiría en rodrigón masónico para toda Vizcaya, dependiendo primero del Gran Oriente Nacional de España desde 1885 a 1904 y pasando luego a la jurisdicción del Gran Oriente Español con el número 273. En la primera lista conservada, que lleva por fecha el 12 de septiembre de 1885, la logia bilbaína se componía de diez miembros fundadores, todos ellos residentes en Bilbao y cuyos dos miembros más antiguos eran precisamente extranjeros, Alphonse Maurin y Juan G. Krug, iniciados en la Orden con toda probabilidad fuera de España el 11 de febrero de 1857 y el 10 de abril de 1868 respectivamente. Superando, pues, riesgos y los fantasmas del integrismo, los masones de la «Caridad» al poco tiempo alcanzaban ya la cifra de 27 miembros, como nos consta por el cuadro siguiente:(Ver cuadro en imágenes). Se puede observar por las profesiones ejercidas que no: encontramos ante un grupo de clase media alta, con una gama variadísima de 18 profesiones distintas. Merece la pena destacarse la presencia de un pastor protestante que, aunque parezca raro, era bastante frecuente por aquellos años en otras logias peninsulares. A principios de 1889 llegaban a 54 componentes con predominio notable de empleados, seguido de comerciantes, viajantes e industriales. Pero, por otro lado, al declinar el año se iniciaba un descenso todavía ligero, para, cuatro años después (enero de 1893), quedar reducida a 18 componentes, si bien el 31 de diciembre de 1894 habían ya alcanzado la cifra de 30 hermanos. El 14 de abril de 1896 se concedía a la logia bilbaína el título de «Benemérita»: «Visto el expediente mandado instruir con ocasión de los actos realizados por la Logia «La Caridad n.° 200», al Oriente de Bilbao. Considerando los constantes esfuerzos que de 11 años a esta parte viene realizando el mencionado Taller, siendo el último el haber conseguido levantar un Templo que honra a los Hermanos que lo han erigido, a la capital de Vizcaya, y al Grande Oriente Nacional de España; considerando que es merecedor de una recompensa el Taller que tales hechos ejecuta tanto para propio galardón como para estímulo de los demás: Oído el Supremo Consejo de la Orden y vista la Sección 13 del Capítulo 3.°, título 11, libro 1.° de la Ley de Gobierno y Administración, el Poder Ejecutivo decreta: Artículo único: Se concede a la Logia «La Caridad n.° 200» al Oriente de Bilbao, el título de Benemérita. Dado al Oriente de Madrid a 14 de abril de 1896».

Las logias guipuzcoanas a fin de siglo. Fundada en San Sebastián en 1890 y, después de duras pruebas de orden interno durante todo el 1891, la logia donostiarra se lanzaba hacia su más esforzada consolidación. Si por un lado recibían generosamente los muebles que habían pertenecido al extinguido taller «Aureola Guipuzcoana», por otro no reducían sus horizontes a su ámbito y a su ciudad, sino que señalaban en su Memoria de 1892 haber sopesado sus fronteras y haber atendido a otras necesidades benéficas, tan propias de la Orden. Decían así: «También hemos procurado, en lo que hemos podido, atender al socorro de las necesidades, tanto dentro como fuera de la Institución, deber que siempre cumpliremos con grato al par que triste placer, pues quisiéramos que todos los habitantes de este pequeño astro fueran felices». Otra meta imparable desde 1891 por parte de los miembros de este taller había sido la del proselitismo en favor propio y también de la Masonería en general. Con el resultado de los hechos en sus manos por delante escribían: «Pero donde más se ha distinguido este taller, sobre todo en estos últimos meses, es en el trabajo de propaganda, como lo prueban las iniciaciones que continuamente se han sucedido y lo demostrará más adelante, el levantamiento de talleres en varios pueblos de esta provincia, según os tenemos ya indicado». Por aquellos días afloraban constantes y perseverantes las viejas ideas anticlericales. Tanto que el entonces arzobispo de Valencia ya citado, Monescillo, publicaba densas exhortaciones y cartas pastorales sobre tal situación. «La Cruz», órgano oficioso del episcopado español, denunciaba al respecto los frecuentes ataques a manifestaciones religiosas públicas. Sin embargo el diagnóstico ambiental de la logia «Providencia n.° 270» del País Vasco era bien distinto en este aspecto. Los masones donostiarras de esta logia, mientras disminuían sus méritos en el campo del proselitismo, los ponderaban muy bien por otro lado, precisamente por tener que laborar en una tierra surcada por el integrismo religioso más duro. «Ahora bien, queridos hermanos, estos trabajos que no son más que el cumplimiento de nuestro deber, si algún mérito tienen no es otro que el de verificarse en estos valles, cuna de Loyola, y donde parece que hasta el aire que se respira está inficionado con los miasmas del oscurantismo, pues aun dentro de nuestros propios hogares tenemos que sostener una continua guerra para quitar de nuestras familias rancias preocupaciones sostenidas (por la cuenta que les tiene) por esa gente cuya conciencia es aún más negra que el traje que visten».

Asfixia de la logia irunesa «Luz de la Frontera». De nuestros masones iruneses, nacidos en 1893, queda una pequeña «Memoria» en cuatro folios firmada en la misma ciudad de Irún, el I de enero de 1896, por el hermano orador «Montesinos», es decir, Tomás Campos, de profesión profesor superior, con interesantes interpretaciones del momento: «Ni la época por la que la nación española atraviesa, ni el país en que nos encontramos, son muy a propósito para que la Francmasonería se desenvuelva con aquel desembarazo que fuera de desear y que pueden realizar otras potencias francmasónicas donde todas las asociaciones que tienen por objeto principal el adelanto, bajo todos los puntos de vista, del ser inteligente a quien el Gran Arquitecto del Universo dotó de facultades no concedidas a los demás seres de la naturaleza, gozan de la libertad indispensable para convencer, sin martirios ni amenazas, de la bondad y fines de nuestra augusta institución». Era la época del carlismo todavía, del integrismo y del tradicionalismo de toda índole. Contaban éstos en el País Vasco con buenas clientelas que en las elecciones no se dejaban fácilmente expoliar por los mecanismos electorales del gobierno. El mejor exponente de ese catolicismo político sería sin duda alguna José María de Urquijo e Ibarra para todo el País Vasco, como para Guipúzcoa Rafael Picavea con su magnífico diario donostiarra «El Pueblo Vasco». Los resabios, pues, de las filiaciones integristas, aun en los católicos vascos independientes, exhibían un firme antiliberalismo político e intelectual y un fuerismo que observa García de Cortazar «junto con el rancio clericalismo de sus programas, les aproximaba a los nacionalistas vascos». No en vano los masones iruneses advertían con mucho énfasis del peligro del «jesuitismo de levita» contra el progreso y las libertades. Estos son sus sabrosos y explícitos juicios: «Pero aquí en que los habitantes se hallan supeditados -en su inmensa mayoría- al jesuitismo de levita y al de coronilla, el primero mucho más temible que el segundo, es más difícil de lo que pudiera imaginarse el propagar la verdadera luz. Sin embargo todos los miembros del Taller han coadyuvado en cuanto les ha sido dable para que los prejuicios de la verdadera moral en que se apoyan nuestras creencias y nuestras obras se extiendan todo lo posible, como podrá verse por el resumen que va al final de este insulso trabajo».