Así pues, cuando Santos Iñurrieta comienza a distanciarse de su primera etapa figurativa allá por los años 1974-75, la materia cromática, por el contrario, irá obteniendo mayor alcance. Se transforma en medio de expresión directo al tiempo que recurso simbólico. Deja de ser el color un elemento supeditado a la forma para convertirse prácticamente en el verdadero y auténtico eje de la composición. Inicia su etapa abstracta (1975-1982), período con el que recorre toda la década de los setenta y que le incardina a un tipo de paisajismo abstracto de corte cubistizante: con Mieg, Ortiz de Elgea y Alberto González.
Expone por entonces en su ciudad natal con cierta asiduidad: en la galería Eder Arte (febrero, 1975); en la sala Luis de Ajuria (noviembre, 1976); en los bajos de la librería Axular (octubre, 1977), con Juan Mieg, y de nuevo en la sala Luis de Ajuria (julio, 1980). Obtendrá en 1982 el segundo premio del Gure Artea, certamen instituido ese mismo año por la Consejería de Cultura y Turismo del Gobierno vasco.
Forma parte del elenco de artistas vascos becados por el Instituto de Arte y Humanidades de la Fundación Faustino Orbegozo. Participa en diversas colectivas por las principales capitales y villas vascas, "Erakusketa 1978-79", así como en el palacio de Velázquez (1979), en el Retiro madrileño, y en la Fundación Joan Miró de Barcelona (1980).
Este período abstracto es considerado por el escritor F. Martínez como de transición. Una idea, esta de transitoriedad, confirmada por el mismo pintor vitoriano ya en la década de los ochenta, al retornar a la figuración. Declaraba por esas fechas que no se sentía muy cómodo dentro del arte no figurativo. Marca entonces un punto de inflexión en la trayectoria de Iñurrieta su estancia de doce meses en Canarias, en la isla de Lanzarote: en 1983. La vuelta a Vitoria-Gasteiz alumbra nuevas obras: más alegres y coloristas; con temas y asuntos en los que narra historias o episodios en clave irónica. Bautiza desde entonces los lienzos con títulos y frases mordaces.